Entrevista | Jacqueline Arenal (Parte 1): “No hay una llamada a Verena donde yo no vire la cara a saludar”
"Tierra Brava también fue de esos retos que me puso la vida. Una vez que Xiomara Blanco, la directora, me contactó para el personaje, esto se convirtió en casi una obsesión de estudio, de trabajo".
A Jacque, como enseguida me inspiró llamarla, la conocí en los bajos de mi casa. Habíamos hablado por teléfono y ella se brindó a ir hasta donde yo estuviera para llevarme unos documentos suyos que nos hacían falta para gestionar nuestro viaje a Madrid. Presentaríamos juntas Porque no habrá quien nos mande. Dramaturgas españolas y protagonistas femeninas (2000 – 2020), la antología de dramaturgas españolas presentadas por dramaturgas cubanas que Abel González Melo acababa de publicar. Cuando la contacté, me temblaba la voz, y sé que me brillaban los ojos.
Vino de noche, y para no hacerla subir mi escalera de caracol, la esperé abajo, como una niña a la que le traen un regalo. Llegó, me abrazó y me dijo “Yuda, gracias”, y yo casi muero. Cuando subí, mi vecina, que se tomaba una cerveza en el portal, me dijo, con los ojos abiertísimos y en habanero perfecto “Pero, hermana, ¿esa era Jacqueline Arenal?”
Jacqueline Arenal nació en La Habana, el 10 de abril de 1968. Hija del escritor y dramaturgo Humberto Arenal y de la actriz Martha Farré, desde pequeña mostró aptitudes para los escenarios. Se graduó de Actuación en el Instituto Superior de Arte en 1990. Se presenta como Jacqueline Arenal Farré, actriz y directora artística del grupo de teatro Okantomí. Antes de filmar la segunda temporada de Pálpito, Jacqueline Arenal rodó el filme colombiano Perder es ganar un poco (2022), previsto a estrenarse en cines de ese país sudamericano y en la plataforma Amazon Prime Video. En estos momentos participa en un gran proyecto del cual aún no puede detalles.
Hoy es su cumpleaños, y llevamos semanas enviándonos audios para llevar a feliz término esta entrevista que dividimos en dos partes: las amigas, cuando se ponen a hablar, no tienen cómo ser escuetas, y Jacque tiene muchísimo que contar. Agripada como estuvo cuando me respondía las primeras preguntas, volando a Bogotá y en medio de estudiar guiones y levantarse a la 5 de la mañana porque tenía llamado para grabar, construimos este diálogo hermosísimo que ella se tomó tan en serio porque es una de las personas más bondadosas que conozco y porque, según me dijo en un audio que atesoraré la vida entera: “Creo que no me equivoco si digo que es la entrevista más inteligente que me han hecho”... y a pies juntillas aclara... “y abarcadora”.
Siendo hija de Martha Farré y Humberto Arenal, ¿cómo influyó la formación de tus padres en tu carrera y vida personal?
Eso ha sido primordial. Lo mismo mi padre como director, Humberto Arenal, mi madre, Martha Farré, como actriz, incluso mi hermana Martha Díaz (Riri) como directora de teatro para niños, que fue en el primer lugar donde empecé a actuar siendo una niña, han sido primordiales. Tener esta familia no sólo ha influido en que me dieran todos muchas herramientas para mi carrera, herramientas artísticas , sino también muchas herramientas humanas.
Sin dudas yo crecí en un teatro. Mientras mis padres trabajaban yo hacía las tareas en las patas del escenario. No tenían con quién dejarme, en aquel momento en el teatro se ensayaba de noche, entonces yo salía de la escuela directamente a los ensayos. Sigue siendo el teatro, el olor de las tablas, la sensación de estar en mi propia casa, así que sin dudas todos mis primeros hilos hacia lo artístico se movieron gracias a ellos tres, y bueno, y resultó ser un lugar donde yo también era muy feliz.
Ahí empezó a soñar mi imaginación, ahí se empezaron a mover todos los hilos de mi sensibilidad más profunda. A través del teatro empecé a entender no sólo mi vocación sino la vida, y debo decir que agradezco profundamente haber tenido artistas tan maravillosos a cargo de mí, y haber nacido de ellos, y sobre todo de seres humanos impresionantes a los que les debo absolutamente todo, no sólo mi carrera artística. Igual debo decirte que la actuación no fue lo primero que hice en la vida ―ya te lo responderé en otra pregunta―, y que quizás el regalo más grande viene de lo que aprendí viéndolos, escuchándolos, siendo partícipe de las decisiones artísticas y humanas que tuvieron que tomar a lo largo de su vida.
Sin embargo, nunca me regalaron absolutamente nada. Dejaron que yo hiciera mi propio camino, incluso desde que empecé a hacer las pruebas me apoyaron como cualquier padre que ama a su hijo, pero no quisieron ejercer absolutamente nunca ninguna influencia, y eso también lo agradezco mucho, porque es muy peligroso cuando tienes padres tan talentosos creer en ti como artista. O sea, creer que eso viene de ti y no que es algo que te han regalado. Eso también me lo enseñaron desde el principio, y es algo que agradezco muchísimo, y que me ha hecho confiar , en mi trabajo, en mi como persona.
Pocos saben que de muy pequeña estuviste a punto de morir, y que al recuperarte tu sistema inmunológico necesitaba atención especial, al punto de que te hervían los juguetes hasta dos veces en el día. ¿Cómo fue la niñez de Jacqueline Arenal?
Efectivamente, pocas personas lo saben, quizás a veces me lo recuerdan amigos de mis padres del medio artístico que los apoyaron y vivieron ese momento. Creo que pocos lo conocen porque también, primero, yo supe esto ya a punto casi de cumplir quince años. Creo que mis padres nunca quisieron que yo me victimizara, por eso que había pasado, y que fuera una niña feliz y libre de miedos.
Lo que pasó fue que, al nacer, la sala de partos donde mi mamá me dio a luz resultó, y se supo finalmente, que estaba infectada con un estafilococo dorado. Varios niños y madres sufrieron las consecuencias de eso, pero eso no se supo hasta mucho después, cuando a menos de, no sé, de quince días de haber nacido, empecé a tener unos síntomas. Me ingresaron inmediatamente y realmente no descubrían qué tenía, porque hice una infección bastante atípica. Por ejemplo, no desarrollaba fiebre, cosa que me sigue pasando en la vida. O sea, si voy al médico por algo y el médico se guía por la fiebre, que no me da, puede desconocer que puedo estar en una infección grande o algo así.
Entonces, empezaron a descartar cosas. Como mis síntomas eran más bien digestivos, pensaron que tenía una intolerancia a la leche. Lamentablemente me quitaron la leche materna, y fueron probando todo tipo de leches, y los síntomas, por supuesto, seguían. Estuve muchos, muchos meses ingresada sin que los médicos tuvieran un diagnóstico y cada vez eso iba a peor. Finalmente, Haydée Santamaría, que era gran amiga de mi madre que en ese momento compartía su trabajo de actriz con el hecho de ser su secretaria en la Casa de las Américas, le recomendó un gran pediatra.
Ella misma gestionó para que el pediatra, que no era de ese hospital, fuera a verme, y él descubrió, intuyó profundamente desde la primera entrevista que había una equivocación en el diagnóstico. Me encontró muy deteriorada y dijo: “Esta muchachita tiene una bacteria, estoy seguro, y realmente voy a hacer unos análisis para confirmarlo, pero no tengo tiempo de esperar al resultado porque está muy mal, le hacemos los análisis y comenzamos con estos antibióticos, varios antibióticos intravenosos, porque le voy a tirar a tres, y creo que alguna de ellas es”.
Con el tratamiento, lentamente, empecé a mejorar. Cuando estuvieron los análisis efectivamente, una de las bacterias que él había dicho, que era la del estafilococo dorado era positiva. Pero ya era muy complicado mi diagnóstico. Al haber esperado tanto tiempo sin saber qué era lo que pasaba la infección estaba en la sangre, era una septicemia. Todos sabemos que de una septicemia muy pocas personas se salvan, y mucho más un recién nacido. Pero finalmente se logró salir de esto. Vine a salir del hospital a los seis meses, y bueno, nada, este doctor salvó mi vida, y la vida y el Universo quiso que así fuera, que a través de su grandeza yo pueda estar haciéndote este cuento ahora aquí.
Me salvaron la vida, pero el hecho de haber tenido que usar tantos antibióticos para lograrlo hizo que los propios antibióticos atacaran mucho mi sistema inmunitario, y hubo que tener cuidados excesivos conmigo para levantar ese sistema inmunitario poco a poco. Por eso es que dices en tu pregunta que hasta los juguetes me hervían, porque había que evitar a como diera lugar que yo me infectara con alguna bacteria, con algún virus, hasta que mi sistema inmunitario se hubiese levantado. Esto hizo que durante varios años en mi vida yo tuviera un tratamiento para la inmunidad y muchísimos cuidados de mis padres hasta que se pudo arreglar.
Creo que la devoción y la entrega de mis padres para que yo saliera adelante fue fundamental. No sólo bastaba estar curada, todos esos efectos secundarios que quedaron debían resolverse. Pero, como te dije, nunca me hablaron de eso. Yo sí notaba que en los primeros años de mi vida estaban tremendamente pendientes, absolutamente, de todo lo que me pasaba. Ante cualquier mínima cosa me llevaban al hospital. A veces resultaba ser una bobería, o ya mi sistema inmune estaba respondiendo. Estuve tratándome con gammas globulinas, que en ese momento se usaban para levantar la inmunidad. Me las inyecté cada tres meses por lo menos hasta los cuatro años.
Realmente le debo mucho la vida a los cuidados, a la entrega y al amor de mis padres, y también al hecho de que no quisieran que yo conociera esta historia y que creciera como una niña feliz, que no sintiera debilidad ni miedo, ni me sintiera menos que ningún otro niño. Así que a pesar de todo fui a la escuela normal como todos los niños, y crecí feliz. Esa entrega era amor, y el amor es la medicina más grande que hay para cualquier ser humano, eso realmente lo tengo clarísimo y lo he ejercido con mi hija y con todas las personas que quiero en la vida. Creo que el amor salva, así que esa fue en gran medida mi niñez.
Pero, ya te digo, seguía yendo a los teatros, a hacer mis tareas, jugaba muchísimo como cualquier otro niño, y nada, tuve una infancia extremadamente feliz. Mis padres se encargaron de que en la casa hubiese un ambiente, tan favorable para un niño: amor, cuentos, risas, obras de teatro, bailes, o sea, realmente te puedo decir que a pesar de este episodio yo fui una niña tremendamente feliz. Quizás fue la primera gran prueba de mi vida, pero me hizo fuerte, y a mi familia también.
Antes de ser actriz estudiaste ballet. Recuerdo que me contaste cómo tuviste que explicarle a la mismísima Alicia Alonso por qué querías dejar el ballet para ser actriz, cuéntamelo otra vez.
Ahora sí llegamos a lo primero que hice artísticamente en la vida, que fue mi carrera de ballet clásico. Empecé a estudiar ballet clásico con ocho años, me gustaba mucho bailar. Te decía en la anterior pregunta que me encantaba bailar, me disfrazaba constantemente en la casa y me ponía a bailar. Iba mucho con mi padre al tristemente desaparecido teatro Amadeo Roldán, que se quemó lamentablemente. El Amadeo Roldán era una joya como teatro y era una joya lo que ofrecía al público cubano. Allí la Sinfónica era, digamos, un encuentro de cada semana, y yo iba todos los domingos. Mi papá era un tremendo amante de la música clásica. Yo iba con él a los conciertos de los domingos en la mañana, la matiné, y la música clásica se me hizo muy cercana desde muy niña.
Entonces, con esa música bailaba. Todo el tiempo le decía a mi padre que pusiera unos discos de vinilo que tenía de música clásica, Bach, Tchaikovski, Mozart, y realmente esa música me inspiraba a bailar algo que yo no sabía qué era, pero que estaba ligado a esa música. Yo improvisaba cosas y me ponía sayuelas de mi mamá, y ellos me miraban bailar y después aplaudían. Como vieron a lo que más se acercaba era al ballet ―mi mamá también había estudiado de joven ballet, y le gustaba mucho, me llevaba mucho a verlo ―, me llevaron a hacer las pruebas y entré a estudiarlo como carrera.
También fue una escuela de otro tipo, no sólo de ballet, fue un inmenso sacrificio, desde que eres un niño renuncias a muchos juegos, a muchos divertimentos. Lleva un trabajo extensísimo, las clases empezaban muy temprano, a las siete y cuarto de la mañana era mi primera clase, que era la clase de ballet. Después, muchas veces había ensayos, o sea, todo el día de clases, lo mismo las clases teóricas, de la escuela normal, quiero decir, y las clases de la especialidad. Llegaba a la casa, siendo una niña de nueve o diez años, a las diez y cuarto de la noche.
Fue un esfuerzo grandísimo durante nueve años, pero me enseñó mucho. Me enseñó una disciplina que creo que me ha ayudado para todo en la vida. Mucho. Porque no basta con el talento que puedas o no tener. Creo que la disciplina hace prácticamente el ochenta por ciento en el cumplimiento de tu sueño. Te enseña a trabajar, a trabajar por esos sueños, no sólo a soñarlos en el aire.
Hice toda la carrera, me gradué, pero ya desde que me faltaban dos años para terminar me di cuenta, en mi corazón, que a mí lo que más me gustaba era actuar, ser actriz. De hecho, cuando yo bailaba, la gente decía: “Como ella interpreta”, no sólo los pasos, la técnica. Ahí me di cuenta, seguí viendo mucho teatro, mucho cine. Mi mamá era una cinéfila increíble, y veíamos muchas películas, y una, y otra, y otra, e íbamos al cine constantemente, y al teatro, y realmente me convencí de que mi gran vocación era actuar.
Ya estaba terminando, a punto de terminar la carrera, y como no me gusta dejar los proyectos de vida a medias, me gradué. Pero ahí venía una cosa tremenda. Si te graduabas tenías que pasar tres años de servicio social obligatorio antes de poder, digamos, decidirte a seguir o a dejar la carrera. Eso implicó esa conversación que te conté con Alicia Alonso. El ISA, en ese momento, no tenía ni curso de trabajadores ni nada, sino que era el curso regular, y había que empezarlo con dieciocho años terminando el preuniversitario, que es cuando terminé la carrera de ballet. Yo estaba absolutamente segura y apasionada con que lo que yo quería ser realmente en la vida era actriz.
Milagrosamente, pude conseguir una entrevista con Alicia, que era la única persona que me podía eximir de esos tres años de servicio social. Entonces, muy impresionada porque, imagínate, era muy impresionante tener una entrevista con Alicia Alonso y yo la admiraba muchísimo, la respetaba mucho más, incluso, de lo que la admiraba, hablé con ella. Fue difícil enfrentar para mí, con dieciocho años, una conversación con ella.
Le estuve contando todo esto que te he contando a ti, y me dice: “Sí, pero no sé, tengo que tomar una decisión muy importante, porque hemos empleado nueve años en formarte, te hemos dado zapatillas, leotards, maestros, y haz logrado terminar la carrera, empezaron dieciocho niñas y han acabado cinco, nunca me había pasado esto, y no logro ver una razón fuerte, dame una buena razón para yo ver qué decisión tomo”. Y yo le dije: “Bueno, Alicia, no sé, yo creo que sería una bailarina regular, sin embargo, confío en que me pueda convertir en una gran actriz, y en eso está puesta toda mi vocación y mi esfuerzo”. Ahí me dijo: “Okey, te eximo del servicio social”. Y ahí se dio el milagro. Toqué su corazón y pude empezar a estudiar actuación, que sin dudas es mi gran pasión.
Me imagino a Alicia, luego, oyendo hablar de aquella fugaz bailarina que formó por 9 años y que terminó siendo la gran actriz que le aseguraste que serías. Tu debut en el cine fue a los 20 años en El siglo de las luces (1993). ¿Qué desafíos enfrentaste al interpretar a Sofía siendo tan joven? ¿Cómo llegaste allí?
Después de lograr entrar al ISA, cuando estaba en tercer año de la carrera, me presenté al casting de El siglo de las luces casi por casualidad. Cuando fueron a hacer esos castings al ISA yo estaba con infección renal, y estaba de reposo absoluto en mi casa. Cuando llegué dije: “¿Pero cómo yo me he perdido esto?”. Mis compañeras de grupo y mucha gente en el ISA habían hecho el casting, pero bueno, dije: “Nada que hacer”. Entonces, como una semana después de ese casting voy saliendo del ISA, iba pasando precisamente por el río Quibú, y me encuentro con un hombre muy alto, un señor muy alto, y me dice: “¿Tú eres de ballet, ―todavía tenía yo mi figurita de ballet―, o de actuación?”, y le digo: “Bueno, no, de actuación”, y me dice: “¿Y por qué tú no hiciste el casting para El siglo de las luces?”
Yo, sin saber todavía con quién hablaba, le dije: “No, porque yo estaba enferma y no vine ese día a la universidad”. Entonces él me dijo: “Mira, yo soy del equipo de la película, de casualidad estoy pasando por aquí porque vine a dejar a mi nieta, que estudia en la escuela de ballet. Parece que físicamente podrías estar bien para hacer una prueba, todavía hay tiempo. ¿Me dejas tu teléfono y tu nombre, por favor?” Un poco renuente, porque no sabía quien era, le dije: “¿Quién es usted?”, y me dijo: “Yo soy Livio Delgado, el director de fotografía de la película”. Y yo, “Oh, Dios, sí, claro, sé quién es Livio Delgado”, no le había puesto cara hasta ese momento y le di mi teléfono y mi nombre.
Cuando llegué a mi casa, lo que me tardé en llegar del ISA a mi casa, una hora y media o algo así, ya tenía una cita para ir a hacer el casting al día siguiente, pero tenía que buscar los libretos ese mismo día. Ya era tardísimo, salí corriendo, le dije a mi mamá: “Mami, mira esto, lo que me ha pasado”, y me fui hasta la oficina del ICAIC, recogí los libretos y tuve para estudiar sólo esa noche antes. Imagínate, era una persona muy joven, por suerte había leído esa novela porque estaba dentro del esquema de estudio de literatura de la carrera, mi mamá me dio toda la información que pudo sobre Carpentier, mi padre también, y nada, empecé a hacer todo lo que pude y aprenderme todas aquellas escenas. Eran como cinco escenas, para el día siguiente.
Me presenté a la oficina de 19 y 6, en El Vedado, que era donde se estaban haciendo los casting, unas oficinas del ICAIC. Allí estuve desde las ocho de la mañana y, como eran tantas escenas y habían otras actrices, entré a las cuatro de la tarde a la última escena, con Humberto Solás. Imagínate, estaba en un nervio puro, sólo tener la oportunidad de estar ahí con Humberto era un lujo , él me sacó muchas cosas en esa prueba.
Él hizo muchísimos esfuerzos porque todo aquello funcionara, por darme toda la información que podía, sabiendo que estaba trabajando con una actriz muy joven e inexperta. Trabajamos muchísimo aquella escena, como dos horas. Era yo sola, Livio, con una camarita pequeña, y él. Él me daba el texto de todo lo que se suponía que yo tenía que dialogar, la cámara sólo estaba conmigo, y era una escena muy difícil de la película, muy difícil, emocionalmente muy difícil.
Curiosamente entré en un trance con todo lo que él me dijo, todo se acumuló, y sentí que pude sacar, no sé cómo, una emoción muy fuerte en esa escena. Terminé, salí, ya eran como las seis de la tarde, y me dijeron: “Espera allá afuera”. Ya yo era la última actriz que quedaba ahí, y me quedé afuera. Como a los quince o veinte minutos sale Humberto Solás, me entrega seis libretos, porque eso era una serie de seis capítulos para Canal Plus y una película para Cuba, y me dice: “Eres Sofía”. No lo podía creer, no lo podía creer, recuerdo que de la emoción casi no me podía parar de aquella silla. Humberto me decía: “Pero párate, ¿pero qué pasa?”, y lo miraba, y lo miraba, y le decía: “¿Pero de verdad, de verdad?”, “Eres Sofía, arriba, a trabajar, que nos queda mucho trabajo por delante”.
No te puedo explicar. En ese momento ni cogí una guagua ni cogí nada. Con aquellos libretos me fui llorando por toda la calle hasta mi casa, y recuerdo a mi mamá y a una gran amiga mía, Bárbara Barrientos, en el balcón de mi casa, porque ya era tarde, yo no llegaba, y estaban paradas en el balcón, y yo les hice así con los libretos, alcé los brazos y les dije: “Me lo dieron, me lo dieron”. Cuando llegué a mi casa ya aquello era una revolución de alegría y emociones.
Así llegué yo a El siglo de las luces, y después de ese momento de inmensa alegría me sobrevino un miedo tenaz. Es una obra maravillosa de Carpentier, una obra inmensa, y Sofía es un personaje tremendamente difícil. Aunque está escrito para una mujer muy joven, enfrentarlo era muy difícil. Yo apenas estaba entrando a aprender técnica, aprender lo mucho que hay que aprender y que no se termina de aprender nunca en esta carrera. Tenía pocas herramientas aunque unas ganar enormes de enfrentarme a eso, pero con un miedo tenaz.
A eso siguió un trabajo muy profundo, de muchísimos ensayos, ensayos que se filmaban porque había que mandarlos a Francia. Fue una coproducción Francia-Rusia-Cuba inmensa, todo debía ser aprobado por los productores de los tres lugares, un trabajo muy intenso, muy intenso. Al inicio del rodaje se demoró un poco por cuestiones de producción, pero eso me dio mucho tiempo de trabajo, de estudio, de información, se volvió mi obsesión. Pedí una licencia en el ISA, sentía que me tenía que entregar absolutamente, cien por ciento, para sacar ese personaje adelante. Fue un reto muy grande, y una vez que empezó siguió siendo un reto muy grande.
Hubo momentos donde me paralicé, hubo momentos donde Humberto tuvo que usar todos los tipos de recursos para que yo saliera de estados fuertes de pánico, sobre todo cuando comenzó la película y yo vi la envergadura de aquello. Tenía delante a los productores de todos lados, actores famosísimos de muchos lugares, y muchas veces se me bloqueaban, por ejemplo, las emociones, o entraba en pánico y decía: “No puedo, no voy a poder, no voy a poder”. Gracias a Humberto pude romper ese miedo, y una vez que llevaba como un mes rodando la película fui ganando confianza. Y él de mi mano, absolutamente de mi mano todo el tiempo.
Fue un rodaje que duró entre una cosa y la otra un año de trabajo. Ya te dije que era un proyecto muy ambicioso. Rodamos en Francia, en La Habana y en Rusia, en Yalta. Toda la parte de los barcos la rodamos en el Mar Negro, así que fue un trabajo extensísimo, un reto brutal en plenos inicios protagonizar una película como esa. Pero sin dudas mi carrera a partir de ese momento estuvo marcada por un antes y un después de El siglo de las luces. Ya había hecho algunas cosas muy joven en la televisión, De tu sueño a mi sueño, La botija, había hecho teatro incluso con Vicente Revuelta, había hecho cosas, pero esto era absolutamente gigante para mí, y bueno, está en un lugar muy especial no sólo de mi carrera sino de mi corazón.
Tierra Brava (1997) marcó un hito en tu carrera. Yo misma fui testigo de cómo Verena Contreras le abría puertas a Jacqueline Arenal desde en el consulado español hasta en un avión donde nos dieron, “gracias a ella”, asientos especiales. ¿Qué significa para ti seguir siendo Verena Contreras después de casi 20 años?
Bueno, y ahora caemos en la pregunta de Verena Contreras. Verena es otro de esos personajes que dentro de mi carrera televisiva está en un lugar importantísimo, otro reto grande. Mis series anteriores habían sido de menor cantidad de capítulos, menos trabajo. Pero una telenovela de cien capítulos siendo la antagonista, implicaba una cantidad de escenas diarias impresionantes en un personaje complejo, emocionalmente complejo.
Tierra Brava también fue de esos retos que me puso la vida. Una vez que Xiomara me elige, Xiomara Blanco, la directora, para el personaje, esto se convirtió en casi una obsesión de estudio, de trabajo. Ese proceso fue mucho más corto desde que me eligieron hasta que empezamos a grabar. Tuve menos tiempo de preparación, aunque tuve una preparación muy larga para aprender a montar caballo, que también ha derivado en una pasión en mi vida.
Hicimos algunos ensayos pero realmente el proceso fue más rápido, y el lenguaje de telenovela era para mí la primera vez. Sin embargo, Verena, la historia en la que está basada esta telenovela, que es la novela Medialuna, de Dora Alonso, y la excelente adaptación para la televisión de Xiomara Blanco, hacían que yo sintiera que tenía un personaje con muchos matices, no era simplemente la mala. Era el por qué deviene en un personaje de semejante temperamento, cómo este personaje, que pierde a su madre y su padre se convierte en su todo, y su padre hubiera querido un hijo varón, y ella intenta demostrarle que puede tener todos los valores de ese hijo varón y más, entonces se convierte en lo que se ve para demostrarle eso a su padre y ganarse su amor y su admiración.
Esa actitud la llevan a todo lo que atraviesa ella en la historia, donde se tiene que convertir en lo que es y en lo que no es para tener esa aceptación. El personaje venía psicológicamente tan bien planteado, que me di cuenta de que no era esa mala escrita sencillamente en el extremo de la maldad, sino que era realmente un personaje humanamente riquísimo para estudiar, para sacar matices, para entenderlo y poderlo defender.
Mágicamente se ha convertido en el personaje que me bautizó con el público. El público, ya viste en ese viaje que hicimos juntas, me sigue llamando Verena, y eternamente seré Verena, y lo agradezco mucho. Tener un personaje que te bautice es tener la sensación exacta de que pudiste conectar con la gente, y eso para mí es un orgullo grandísimo. No hay una llamada a Verena donde yo no vire la cara a saludar.
Igual así, como te digo, representó un trabajo muy intenso, un año también de un trabajo muy intenso. Fue duro porque trabajar con un personaje que está tan tocado, que maneja emociones tan duras, tan fuertes, pues prácticamente te las llevabas a la casa. Yo soñaba con las escenas, y soñaba con lo que tenía que hacer al día siguiente. Incluso más de una vez, yo dormía en ese momento con mi hermana, grité los textos dormida, y ella decía: “¿Pero qué está gritando ella?”. Gritaba los nombres de los personajes, y gritaba: “Justa”, y claro, yo me había leído la novela, pero mi familia, no, y no es como en otros países, que tú haces una novela y va saliendo, sino que es realmente un trabajo que se hace durante un año y el público, también tu familia, que es público, lo verá después.
Además de como expresión inequívoca de la gran actriz que eres, ¿de dónde sacaste el temperamento y rebeldía de esta mujer, que nada tienen que ver con tu dulzura?
Pude entrar en esa mujer, y me sigue pasando como actriz, Yuda, que realmente puedo entrar mejor en los personajes que están lejos de mí. Es como sumergirte en unas aguas más seguras. Empiezas a investigar cómo reaccionaría una persona que está en esas circunstancias y eso, curiosamente, es menos difícil que entrar en ti misma.
Me han tocado recientemente personajes que que están cerca de mí. En el teatro, en una obra que acabo de hacer hace poco, Los vecinos de arriba; en algún que otro personaje de televisión que he hecho aquí en Colombia; uno que estoy haciendo ahora mismo en una serie que todavía no puedo mencionar para una plataforma importante, están tan cerca de mí los personajes que me han costado mucho trabajo.
Es entrar en zonas tan conocidas, muchas veces de dolor íntimo y profundo, y eso requiere, un viaje muchísimo más complicado. Siempre dicen que conocerse a uno mismo es quizás la tarea más difícil y más larga de la vida, creo que por eso también pude sacar a flote a Verena y conocerla tan bien, porque, justamente porque no estaba cerca de mí, sino porque yo iba a investigar en otro rol, en otra vida, pude imaginar, imaginar, imaginar cuáles eran sus universos, pero cuando entras en el tuyo se vuelve muy complicado.
A Verena Contreras se le ha caracterizado como una mujer ambiciosa, que imponía su carácter en el control de la hacienda familiar. Su temperamento y rebeldía la convirtieron en un personaje complejo que rompió con todo estereotipo posible. ¿Hasta qué punto esta fuerza suya contribuyó, a pesar de contar como “villana”, a que ejerciera en el público esa fascinación?
Verena demostró, así fuera a través de sus traumas, la inmensa capacidad que puede tener una mujer. Verena pudo llegar a hacer tareas que supuestamente están destinadas a los hombres y fue capaz de encarar con mucha fuerza, así fuera con sus equivocaciones, las dificultades y los límites que se interponían entre lo que ella era y lo que se propuso lograr. Las mujeres, muchas veces, durante siglos, desconocimos que teníamos esa capacidad, que teníamos una capacidad infinita para hacer no sólo lo que se nos había designado sino todo lo que nos quisiéramos proponer en la vida.
Me doy cuenta de que muchas mujeres empatizaban con el personaje, primero porque, como te decía, estaba muy profundamente diseñado, y un poco se entendía qué la había llevado a ciertas cosas; segundo, por eso, porque era una inspiración de fortaleza. Verena, en ese sentido, era un personaje, además, que demostraba la capacidad infinita de la feminidad y desde la feminidad, para encarar todas las cosas de la vida, todos los retos de la vida.
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