¿Por qué la canción “Mulatica” es una narrativa racista?
"Los estudios antirracistas han problematizado la narrativa que coloca “la mezcla de razas” como una cuestión romántica, ocultando la violencia que está por detrás de ese significante “mulatas” y de sus raíces históricas en el contexto de la colonización".
Recientemente la artista Seidy La Niña lanzó la canción “Mulatica”, junto con un videoclip. Ambos ocasionaron un gran barullo en las redes sociales, en las que vimos adeptos y críticos de este producto artístico. Yo hago parte del segundo grupo.
Sin ser una crítica de arte ni nada por el estilo, sí me parece que, como parte de las políticas culturales que promueven determinados productos artísticos, existe una responsabilidad social, por el papel que tiene el arte en la formación de imaginarios, identidades, culturas. Desde mi perspectiva de investigadora social y feminista, la plataforma Youtube debería retirar este video, pero ya sabemos que no existe filtro antirracista en esas plataformas; o mejor dicho, probablemente sí existe un tamiz racial en esa red social que preserva una ideología racista.
Uno de los pasajes de la canción “Mulatica” dice:
Una mulatica es una negrita Una mulatica es una negrita clarita, con las facciones finita Mezcla de blanco con negro sale color cartucho, le gusta coger mucho Tiene la sangre caliente y cintura suelta, son una loca de la mente abierta, culona, tetona con tronco e’ papaya Shhhh! no te pase de la raya con la Mulatica (qué bonita)
Es necesario partir del hecho de que el racismo es, entre otras cosas, una forma de control de sujetos racializados y una de las autoras que ha explicado eso de forma más pertinente es la socióloga y feminista negra Patricia Hill Collins. La autora ha dedicado algunos de sus trabajos a explicar lo que ella define como imágenes de control de mujeres negras, explicando el papel de las mismas en la manutención del racismo.
En un trabajo anterior me referí a tales imágenes, no obstante, quiero explicar ese concepto a través de un ejemplo cotidiano de mi propia experiencia. En una ocasión en que estaba en una relación con un hombre blanco (cis y hetero), una amiga (blanca también) me aconsejó, a sabiendas de que el tipo era un manipulador y descarado (yo diría que machista y racista): “que me mantuviera lejos de él, pues yo no era el tipo de mujer que él escogería para “algo serio”.
En esa época yo no pude discernir el carácter racista del consejo de mi amiga, solo sé que sentí mi estómago dar mil vueltas y no tenía herramientas suficientes para decantar por qué. Uds perciban que, según el argumento de esa amiga, yo jamás podría ocupar otro lugar en esa relación que no fuera ese lugar subordinado. O sea, desde el punto de vista de ella, era una cuestión inherente a mí (“el tipo de mujer que yo era”) lo que me condenaría a no poder aspirar a otra cosa. No era el racismo de ese macho, no era siquiera el propio racismo de ella lo que le impedía ver a una mujer negra siendo amada dignamente. Sin obviar que el tipo era un descarado, su consejo podría haber sido formulado resaltando mi valor delante de aquel traste humano; por ejemplo “amiga tú no mereces ese traste”. Pero no, desde la perspectiva racista de ella, era un problema enteramente mío esa imposibilidad de ser respetada en aquella relación; una condición atribuible “al tipo de mujer que yo era”.
Yo dejé de relacionarme con esa amiga, así que no puedo hacerle la pregunta que me hubiese gustado plantearle después que logré discernir el racismo de su narrativa; amiga: ¿Qué tipo de mujer sería yo? ¿Qué tipo de mujer visualizas —con tu lente— ves una mujer como yo? ¿Qué cosa es eso de “un tipo de mujer”? Sinceramente el trabajo emocional que nos demandan las relaciones interraciales es pesado. Noten que las relaciones interraciales no se limitan a las relaciones de pareja sino que abarcan todas las relaciones sociales en las que interactuamos como es el caso de ese vínculo con mi amiga. Por eso es que las personas blancas tienen que ser activas protagonistas en su formación antirracista y así al menos minimizar ese trabajo para nosotres, personas racializadas (¡amores, hagan su trabajo!).
Retomando la narrativa de mi ex-amiga, es así cómo funciona una imagen de control: ella cristaliza, fija, predetermina a mujeres negras a lugares restrictos donde se entrecruzan sexismo y racismo; no concibiendo otras posibilidades. Esos lugares restrictos a los que esas imágenes de control nos condenan son lugares de objetificación, de negación de un afecto digno, entre otros. Por eso es que tales imágenes son un mecanismo de control dentro de una ideología racista.
Violencia oculta en el significante "mulatas"
Con estos argumentos, volvamos a la canción de “Seidy La Niña” en la que primeramente ella reduce a mujeres racializadas a sus atributos físicos, corporales. Los estudios antirracistas han problematizado la narrativa que coloca “la mezcla de razas” como una cuestión romántica, ocultando la violencia que está por detrás de ese significante “mulatas” y de sus raíces históricas en el contexto de la colonización. Ciertamente fue la violación de mujeres negras por parte de los europeos, lo que está en la base de tal clasificación racial. No fue una “mezcla armoniosa” como sugiere la intérprete, sino parte de un proyecto político eugenista de emblanquecimiento, dentro de una cultura racista.
"Si ellas son apenas “un culo, unas tetas y una papaya, sangre caliente y cintura suelta” no alcanzan la condición de mujeres, no se aproximan al ideal de feminidad cuya sexualidad debe ser respetada, por tanto, ese estereotipo autoriza que sean objetificadas, deshumanizadas e inclusive hasta violadas"...
La hipersexualización de mujeres negras que propone la letra de esta canción, cuando se refiere a ellas como “culonas, tetonas, con tronco de papaya” deja mucho que desear. Aquí no estoy operando dentro de una clave de puritanismo o algo por estilo, sino llamando la atención para el hecho de que la sexualidad de mujeres negras, al ser estereotipada de la forma que se hace en esta canción: —sangre caliente y cintura suelta— ha servido para colocar su sexualidad en el lugar de desvío y justificar así su tratamiento deshumanizado.
Si ellas son apenas “un culo, unas tetas y una papaya, sangre caliente y cintura suelta” no alcanzan la condición de mujeres, no se aproximan al ideal de feminidad cuya sexualidad debe ser respetada, por tanto, ese estereotipo autoriza que sean objetificadas, deshumanizadas e inclusive hasta violadas, si consideramos el acoso sexual que se pretende “corrector” de la sexualidad de algunas mujeres vistas como “descontroladas”. Además de eso se refuerza la naturalización del cuerpo femenino racializado como un mero receptáculo de una supuesta virilidad masculina.
Inclusive, la comercialización del Ron Mulata con la imagen de mujeres racializadas, configura una situación de sexismo y racismo que parte de las mismas premisas explicadas hasta aquí. Si no, ¿por qué no existe una marca de ron designada como Mujer Blanca? Obvio que sería funesto que existiera (pues constituye una designación sexista en sí misma), así como es inadmisible que hasta hoy exista esa marca de ron llamada Mulata.
Ya bastante tinta se ha gastado para explicar que ese significante “mulata” procede de una asociación con mula (y aquí me estoy refiriendo a la comprensión histórica de ese significante, eso no quiere decir que nadie más se puede autodenominar mulata, mucha calma en esta hora…). Por tanto, dentro de la objetificación de las mujeres negras, una pieza central ha sido su comparación con animales, como una forma de justificar las violentas opresiones que tales cuerpos han recibido desde el contexto de la colonización hasta aquí.
En el contexto de la colonización (el cual no podemos obviar si no queremos caer en un análisis superficial del asunto) las mujeres negras (entiendan aquí todo el espectro de la lectura social de la negritud, pues raza no es un color; raza es un concepto político) eran consideradas como mulas, por tanto, meros instrumentos de trabajo (incluido el trabajo sexual forzado que garantizaba la manutención de mano de obra para los colonizadores y esclavistas).
"El racismo no solo ha instaurado una ideología supremacista blanca, sino que uno de sus efectos es la propia alienación subjetiva de personas negras, que precisa ser combatida con mucho trabajo antirracista".
Ya sabemos que el racismo no solo ha instaurado una ideología supremacista blanca, sino que uno de sus efectos es la propia alienación subjetiva de personas negras, que precisa ser combatida con mucho trabajo antirracista. Siendo así, el tema aquí debatido no presupone que la intérprete de esta canción (que es también una mujer racializada por lo que puede acompañar en sus redes sociales) forme parte de las relaciones de poder que colaboran activamente para la continuidad del racismo. Ella, como una persona racializada, no escapa a los propios efectos del racismo. Ella no participa en la continuidad de los privilegios que benefician a personas blancas. Toca hacer un trabajo serio, comenzando con la responsabilidad de los Estados de impulsar políticas antirracistas en todos los ámbitos de la sociedad: cultural, educativo, laboral, etc.
Las imágenes de control, artefactos simbólicos de un legado colonial racista, están ahí; pero nada impide que las destruyamos para que ninguna mujer negra tenga que autopercibirse ni ser colocada en un lugar de inferiorización, de insuficiencia o de deshumanización.
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Maravilloso análisis, en la Diana. Gracial