Cuba envejece en desigualdad

“La vejez en Cuba está atravesada por desigualdades de género, raza y clase, y el derecho al cuidado debe asumirse como un derecho humano fundamental.”

Anciana cubana: Foto Kaloian
Anciana cubana: Foto Kaloian

Marta fue maestra de primaria durante casi cuarenta años. Se jubiló a los 65, como dicta la ley, y hoy tiene 70. Sus manos todavía conservan la costumbre de señalar pizarras y corregir libretas, pero ahora se dedican a otra tarea: armar cucuruchos de maní que vende en una esquina de Centro Habana.

“Yo me jubilé en el año 2020; mi jubilación era hasta el mes pasado de 2.800 pesos. No me alcanza. Soy sola, no tuve hijos, y todos los días pienso cómo voy a pagar la luz, el agua y la comida. Antes enseñaba a leer y escribir; ahora cuento monedas y espero que alguien compre lo que vendo. Por eso vendo maní. Si no, no como. Estoy cobrando actualmente casi 4.000 pesos, pero ¿qué son 4.000 pesos en este país?”, explica Marta.

El Estado cubano anunció en julio de 2025 un aumento en las pensiones mínimas, que pasó a 2.100 pesos. Recientemente, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) implementó este incremento de pensiones que entró en vigor el 1 de septiembre de 2025, con pagos adelantados desde el 20 de agosto. Sin embargo, los incrementos son marginales frente a la inflación y los altos costos de alimentos y servicios básicos, especialmente para quienes viven solos o tienen cargas familiares. En un país donde el precio del dólar superó los 400 pesos, esta medida quizás alivia, pero no resuelve el desfase entre ingresos y precios. Para tener una idea: solo una libra de pollo importado cuesta entre 350 y 800 pesos en el mercado informal, y un kilogramo de café supera los 1.500.

Un informe independiente elaborado por la ONG Food Monitor Program y publicado en agosto, concluyó que una pareja de adultos que viva en La Habana necesita al menos 41.735 pesos para cubrir una dieta mínima suficiente para dos personas. Esta cifra equivale a aproximadamente 6,41 salarios promedio y 27,34 pensiones mínimas. El cálculo se basó en un salario medio mensual de 6.506 pesos, una pensión mínima de 1.528 pesos y un tipo de cambio informal de entre 360 y 400 pesos por dólar.

Marta necesitaría 5.21 veces su pensión para cubrir su dieta mínima. Ella lo tiene bien claro: “Antes yo podía darme un gusto, comprarme una bolsa de leche de vez en cuando. Ahora, ni soñarlo. Lo que entra es para sobrevivir y la leche para mí es un lujo. Y lo peor es que uno se siente inútil: trabajé toda mi vida, y ahora estoy como pidiendo limosna en la esquina”.

El caso de Marta no es excepcional. De acuerdo con cifras que abordó el primer ministro Manuel Marrero Cruz, más del 30% de personas jubiladas reciben pensiones mínimas. Estas pensiones no llegan a cubrir el costo de la canasta básica mensual. Y aunque el gobierno mantiene el discurso de que “nadie quedará desamparado”, la realidad es que muchos ancianos tienen que buscar ingresos adicionales en el sector informal.

“Tengo problemas de presión y a veces no tengo pastillas, porque aquí todo cuesta mucho tiempo y dinero, incluso cuando supuestamente la salud es pública”. Su voz refleja la realidad de miles de personas mayores en Cuba que, pese a un sistema de salud pública gratuito en teoría, enfrentan desabastecimiento de medicamentos, largas listas de espera y limitaciones en servicios especializados.

Un análisis del perfil epidemiológico del adulto mayor en Cuba publicado en la Revista Finlay señala que alrededor del 80,6% de las personas de 60 años o más padece al menos una enfermedad no transmisible (ENT). Entre ellas, la hipertensión arterial afecta al 58,1%, las enfermedades cardíacas al 13,6% y los trastornos metabólico-endocrinos alrededor del 13%, con una incidencia mayor en mujeres que en hombres. La combinación de envejecimiento demográfico y restricciones en el acceso a servicios médicos crea un panorama complejo, donde la prevención y el seguimiento de enfermedades crónicas son insuficientes.

En la investigación “La privatización silenciosa: Prácticas de corrupción en el Sistema Nacional de Salud cubano”, realizada por Casa Palanca con base en encuestas de Cubadata, las desigualdades en el acceso a la atención médica y a los medicamentos reflejan una profunda fractura social marcada por la pobreza, la racialidad y la edad. En la misma línea, un informe del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH, 2024) señala que el 78% de la población, particularmente quienes no reciben remesas, es la más golpeada por la crisis económica y por la falta de recursos sanitarios. Dentro de este segmento, destacan las personas negras: el 81% de ellas carece de apoyo económico del exterior, lo que agudiza su vulnerabilidad.

La afectación es especialmente crítica entre los adultos mayores: el 38% de las personas entre 61 y 70 años reportó no haber podido conseguir medicamentos, y la proporción se eleva al 43% entre los mayores de 70.

“A veces me duele todo, la espalda, las piernas… y no siempre puedo ir al médico. Hay que esperar mucho tiempo para una consulta, y si tienes que comprar algo, cuesta. La pensión no alcanza para medicinas”. Marta lo traduce en lenguaje simple: “Cuando yo empecé a dar clases, en los 70, en cada aula había más de 30 niños. Hoy apenas nacen. Y los que nacen, se van. Entonces, ¿quién va a pagar por los viejos como yo?”

A esta precariedad se suma la erosión de las redes familiares de apoyo: la migración de los sectores más jóvenes ha dejado a muchos adultos mayores en situación de desamparo. De acuerdo con estadísticas oficiales, en 2022 al menos el 17,4% de las personas de la tercera edad vivía sola, un porcentaje que, según advierten tanto la investigación de Casa Palanca como los datos recogidos por Cubadata, habría crecido en los últimos años.

Migración y soledad, el precio de la vejez

Migrantes cubanos en Centroamérica.
Migrantes cubanos en Centroamérica.

Ramiro, de 72 años, pasa las tardes en el portal de su casa en el límite del Cerro y Nuevo Vedado, en La Habana. El silencio lo acompaña, solo interrumpido por los ladridos de un perro vecino o el motor de una moto que cruza la calle. Su hijo emigró a Estados Unidos hace cinco años y desde entonces lo visita apenas a través de videollamadas. “Él me dice: Papá, yo quiero ir pronto. Pero el pronto nunca llega. Y mientras tanto, uno se va quedando solo”, dice con voz apagada.

Ramiro trabajó como mecánico en un taller estatal hasta su jubilación. “No tengo jubilación suficiente —explica—, y a veces me despierto pensando qué pasaría si mi hijo no pudiera mandarme nada. Aquí estoy, viviendo solo, arreglando bujías de vez en cuando, solo para no sentirme inútil”. Sus ingresos actuales —una pensión mínima— no alcanzan para mucho, pero su principal problema no es económico, sino emocional. “El dinero se estira, se busca. Lo que no tiene arreglo es la soledad. Uno se levanta y no hay nadie. Se acuesta y lo mismo. Y uno siente que estorba, que ya no es parte de nada”.

La historia de Ramiro encarna un fenómeno cada vez más extendido: la soledad de la vejez asociada a la migración. En los últimos tiempos ha aumentado la migración, la mayoría jóvenes en edad laboral y reproductiva. Detrás dejan padres y abuelos, muchas veces solos, en casas vacías o habitadas solo por recuerdos.

Los datos lo confirman. Según la Oficina de Naciones Unidas para la Migración (OIM), Cuba se destaca como el principal país emisor de emigrantes en la región del Caribe, con más de un millón de personas emigrando, lo que representa entre el 10 y el 15% de su población total. Según una nota del medio español El País, entre octubre de 2021 y agosto de 2023, más de 500.000 cubanos llegaron a Estados Unidos, y otros 208.000 solicitaron asilo.

Juan Carlos Alfonso Fraga, director de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), informó el 19 de julio de 2024 en la Asamblea Nacional que la población cubana pasó de 11.181.595 personas en diciembre de 2021 a 10.055.968 en diciembre de 2023. La emigración fue la principal causa, con un total de 1.011.269 cubanos saliendo del país en ese período.

Estudios independientes sugieren una cifra aún mayor. El demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos estimó una disminución del 18% en la población entre 2022 y 2023, lo que equivaldría a más de un millón y medio de personas fuera del país. En el año 2024 también fue significativa la salida de personas. Más de 250.000 cubanos emigraron, según cifras oficiales reportadas por ONEI. Y aunque la migración puede traducirse en remesas, estas no sustituyen la presencia cotidiana de los vínculos afectivos.

El hijo de Ramiro le envía dinero de vez en cuando, pero él insiste: “El dinero no me hace compañía. Yo quiero sentarme a comer con mi hijo, escuchar sus historias, verle la cara. Eso no se compra”.

Según el periódico Granma, Cuba se ubica como el país más envejecido de América Latina y el Caribe, con un 25,7% de su población integrada por personas de 60 años o más. Este segmento etario es, además, el único que muestra crecimiento dentro del territorio nacional. En datos proporcionados por el mismo medio, la reducción demográfica responde a que las defunciones superaron a los nacimientos: en el último año se registraron 128.098 muertes, mientras que los nacimientos volvieron a quedar por debajo de los 100.000 por cuarta vez consecutiva, con 19.034 menos que en 2023. Desde 2020, el país mantiene una tasa de crecimiento natural negativa. La mortalidad alcanzó 12,9 fallecimientos por cada mil habitantes, y las proyecciones para 2025 apuntan a un descenso aún mayor, de acuerdo con lo explicado por Juan Carlos Alfonso Fraga en una conferencia de prensa.

En Cuba, esta situación adquiere un matiz particular: la magnitud del éxodo reciente se combina con la velocidad del envejecimiento poblacional, lo que deja comunidades enteras habitadas principalmente por ancianos. Un recorrido por pueblos del interior confirma lo que los datos dicen: calles sin niños y abuelos sentados en portales mirando al vacío.

La soledad en la vejez no solo es un asunto emocional. Tiene efectos concretos en la salud. Estudios internacionales han demostrado que la falta de redes de apoyo eleva el riesgo de depresión, deterioro cognitivo y enfermedades cardiovasculares. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que el aislamiento social y la soledad son determinantes sociales de la salud, especialmente para las personas mayores, y los considera “problemas de salud pública prioritarios”.

Ramiro no quiere terminar sus días en soledad. “Yo quiero morirme en mi casa. Pero si me enfermo, ¿quién me va a cuidar? Ese es el miedo que no me deja dormir”.

La paradoja es que, mientras Cuba envejece, las políticas de cuidado comunitario y acompañamiento permanecen rezagadas. Las remesas ayudan, pero el vacío emocional y la falta de infraestructura de cuidados convierten la soledad en un drama silencioso. Una realidad que, como Ramiro, viven cientos de miles de ancianos en la Isla.

La feminización de la vejez y el peso de los cuidados

Ancianas son encargadas de la responsabilidad del cuidado del hogar.
Ancianas son encargadas de la responsabilidad del cuidado del hogar.

Rosa tiene 68 años y vive en una casa deteriorada en el municipio Cerro, en La Habana. En teoría, ya debería estar jubilada, pero su jornada comienza a las seis de la mañana y termina entrada la noche. Atiende a su madre de 91 años, encamada desde hace tres, y cuida a dos nietos mientras su hija trabaja en una cafetería privada. “Yo ya no tengo vida propia —dice con los ojos cansados—. No salgo, no descanso, no duermo bien. Mi vida es cuidar”.

Su situación refleja una tendencia general: la feminización de la vejez y del trabajo de cuidados. En Cuba, como en gran parte de América Latina, las mujeres cargan con la mayor parte de las responsabilidades de cuidado, remuneradas o no. Según CEPAL y ONU Mujeres, las mujeres en América Latina dedican entre 22 y 42 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidado, una carga de hasta tres veces mayor que la de los hombres. Este trabajo no remunerado representa alrededor del 21,3% del PIB regional, y las mujeres realizan aproximadamente el 75,5% de ese total.

En ese contexto, la directora de Asuntos de Género de CEPAL, Ana Güezmes, subraya que el 74% del trabajo de cuidados recae en mujeres, lo que evidencia la necesidad urgente de invertir en sistemas de cuidados y promover la corresponsabilidad.

“Yo quisiera que alguien me cuidara a mí —confiesa Rosa—, pero aquí no hay quien cuide al cuidador. Si yo me enfermo, ¿qué pasa con mi madre? ¿Y con mis nietos?”. La sobrecarga tiene consecuencias físicas y emocionales. Según el estudio SABE (Salud, Bienestar y Envejecimiento) en La Habana, las redes sociales (familia extensa, relaciones equilibradas con hijos) redujeron significativamente los síntomas depresivos en mujeres mayores, incluso frente a tensiones financieras o discapacidad.

A unos 30 km de Santa Clara, Caridad, de 74 años, cuida a su hermano menor, diagnosticado con esquizofrenia, desde la muerte de su esposo hace una década. “No soy enfermera ni psicóloga —explica—. Aprendí sobre la marcha. Cada día es una lucha. A veces quisiera salir a tomar aire, pero no puedo dejarlo solo”. Su pensión mínima apenas cubre alimentos, y los medicamentos faltan con frecuencia, obligándola a depender de vecinos o redes comunitarias. “Me dicen que soy fuerte, pero estoy agotada. No hay relevo, no hay descanso”.

En Holguín, Mercedes, de 69 años, cuida a su nieto con discapacidad motora severa mientras su hija trabaja para sostener a la familia. Depende de un vecino para trasladarlo a consultas, ya que el transporte público es escaso o costoso. “Amo a mi nieto, pero quisiera un respiro”, confiesa. En La Habana Vieja, Miriam, de 66 años, cuida a su madre de 92 en un solar con baño y cocina compartidos. “Antes trabajaba de costurera en el taller del Quitrín en la Habana Vieja —recuerda—. Ahora no puedo salir de aquí; me siento presa en mi propia casa”.

Los relatos coinciden: mujeres mayores que cuidan en condiciones precarias, sin apoyos suficientes y con sensación de invisibilidad. La sobrecarga tiene impactos intergeneracionales: limita la autonomía de las cuidadoras e invisibiliza sus necesidades. Cuando ellas enferman o envejecen aún más, no existe un sistema que las cuide.

En Argentina, la Campaña Nacional “Cuidar en Igualdad” promueve que “cuidar” sea reconocido como un derecho y no como una responsabilidad exclusiva de mujeres u hogar. La CEPAL, en su informe regional “La sociedad del cuidado”, subraya que la inversión en cuidado sigue siendo insuficiente y la distribución, desigual, perpetuando desigualdades de género.

En agosto de 2025, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) declaró el cuidado como un derecho humano clave, destacando que las mujeres dedican entre 6 y 29 horas más semanalmente al trabajo de cuidados en América Latina.

En Cuba el cuidado se sigue viendo como una extensión natural del trabajo femenino, no como una labor socialmente necesaria que requiera apoyo institucional. En la Encuesta Nacional de Igualdad de Género realizada en Cuba en 2016, se constató que las mujeres asumen una carga desproporcionada de trabajo doméstico no remunerado en comparación con los hombres. De acuerdo con los resultados, ellas dedican en promedio unas 21 horas semanales a organizar las comidas, planificar compras y coordinar las tareas del hogar, lo que representa más del doble del tiempo que invierten los hombres, quienes destinan alrededor de 10 horas a estas labores.

Cerca del 30% de las mujeres cubanas en edad laboral no participa en el empleo remunerado, pues dedica todo su tiempo a las tareas domésticas y de cuidado —como cocinar, limpiar o atender a niñas, niños, personas mayores o enfermas—. Aunque no aparecen registradas ni en la nómina estatal ni en el sector privado, sus días están ocupados por extensas e ininterrumpidas jornadas de trabajo no reconocido.

El Decreto 121/2025 sobre el Servicio de Cuidados para familias de hijos en situación de discapacidad severa reconoce explícitamente el derecho al cuidado como un componente de derechos humanos, e insta a que las políticas públicas garanticen protección, apoyo y corresponsabilidad social en el cuidado de personas mayores, niños, enfermos o con discapacidad. Según Cubadebate, “el decreto establece mecanismos para que los cuidados no recaigan exclusivamente en mujeres, promoviendo la corresponsabilidad y reconociendo la labor de los cuidadores como un derecho social”.

La precariedad de la vivienda también tiene un sesgo de género. María Teresa, viuda de 62 años, comparte dos cuartos con hijas, yernos y cuatro nietos. La cocina sirve de juego, la sala como dormitorio improvisado y los muebles se adaptan a todos. “A veces siento que vivo apretada en mi propia casa —confiesa—. Mis nietos no tienen espacio para jugar, y yo no tengo un rincón donde descansar tranquila”.

El hacinamiento afecta la salud física y mental. La OMS ha documentado que el estrés crónico y la falta de espacio contribuyen a problemas de salud física y mental, incluyendo enfermedades cardiovasculares, ansiedad y depresión, especialmente en personas mayores.

“Lo peor no es solo el espacio —añade—, es la sensación de que nunca es suficiente. Nunca hay un momento en que pueda sentir que esto es mi casa para mí. Siempre hay alguien que necesita algo, siempre hay un problema que resolver, siempre falta algo. Antes tenía una vida más tranquila —recuerda María Teresa—; ahora siento que cada día tengo que multiplicarme. Si no hago algo, no hay quien lo haga por mí. Mis manos están siempre ocupadas, mi cabeza no descansa”.

En ciudades como La Habana y Santiago de Cuba, la densidad poblacional y los precios del mercado informal aumentan la presión sobre los hogares. La experiencia cubana, con un 25,7% de la población mayor de 60 años y un sistema de pensiones insuficiente, refleja con crudeza la dinámica regional: la falta de espacios adecuados y de ingresos suficientes convierte la vivienda en un escenario de sobrecarga física, emocional y económica.

En cada barrio se repite la misma imagen: mujeres de más de 60 años, con cuerpos cansados y pensiones mínimas, sosteniendo sobre sus espaldas la fragilidad de toda una familia. La feminización de la vejez en Cuba no es solo un dato demográfico; es un drama social cotidiano.

Iniciativas ciudadanas y voces sobre la vejez

Anciana cubana en la pobreza. Foto: Bradys Barrera
Anciana cubana en la pobreza. Foto: Bradys Barrera

En Cuba, las alternativas institucionales son limitadas. El país cuenta con poco más de 158 hogares de ancianos y 301 casas de abuelos. En muchos de esos centros los recursos son precarios: camas insuficientes, alimentos escasos, falta de personal especializado. La doctora Marta Monzón, jefa de la sección Adulto Mayor, Asistencia social, Discapacidad y Salud mental, de la Dirección Provincial de Salud de Villa Clara, advierte que estos espacios también se ven afectados por la crisis socioeconómica del país, lo que se traduce en escasez de personal, carencias en la infraestructura y un número de plazas muy por debajo de las necesidades reales en el territorio con mayor envejecimiento poblacional.

En un contexto donde las pensiones mínimas resultan insuficientes y las instituciones estatales apenas logran dar respuesta a la magnitud del envejecimiento poblacional, las iniciativas ciudadanas e independientes han asumido un papel fundamental en visibilizar y acompañar a las personas mayores.

Recientemente, una publicación del Coordinador del Proyecto Humanitario Aliento de Vida expuso los deseos de un grupo de ancianos. Entre las imágenes compartidas podían leerse peticiones tan sencillas como: “tomar helado, un par de zapatos, comer pollo frito, tomar malta con leche”. La publicación se volvió viral, generando solidaridad inmediata.

La primera en responder fue una seguidora del proyecto, que llevó helado para compartir tras el desayuno. Poco después, un grupo de voluntarios organizó la visita de una de las abuelas al conocido espacio cultural Submarino Amarillo, cumpliendo otro de los deseos. Gracias a Corazón Violeta, su anfitriona, y a la activista trans Kiriam Gutiérrez, los abuelos pudieron disfrutar de malta con leche condensada y galletas de soda.

Estos gestos, aunque pequeños frente a la magnitud de la crisis, son profundamente significativos: muestran la capacidad de la sociedad civil para organizarse y suplir, al menos de manera simbólica y afectiva, el vacío que dejan las políticas públicas. Iniciativas como Aliento de Vida, junto con la colaboración de proyectos como Corazón Violeta y la labor de activistas comprometidas, evidencian que la solidaridad y la empatía son formas de resistencia frente a la precariedad.

A la par de estas experiencias, espacios independientes como Cuido60 insisten en que el envejecimiento no puede comprenderse solo en términos de cifras demográficas. Desde su plataforma, se subraya que la vejez en Cuba está atravesada por desigualdades de género, raza y clase, y que el derecho al cuidado debe asumirse como un derecho humano fundamental. En sus informes se recalca la urgencia de un sistema de cuidados integral que vaya más allá del voluntarismo o la ayuda puntual, y que coloque en el centro la dignidad y autonomía de las personas mayores.

Cuba envejece, y lo hace a un ritmo que ya no sorprende a los demógrafos, pero que sigue siendo imposible de ignorar. En 2024, la población total del país descendió en más de 300 mil personas en comparación con el año anterior, en buena medida por la baja natalidad y la emigración masiva de jóvenes.

“Estamos asistiendo a un descenso de las poblaciones de edades escolares, laborales, militares y reproductivas”, advertía el vicejefe de la ONEI, Juan Carlos Alfonso Fraga, en la televisión nacional en mayo de 2025. La frase, seca y sin adornos, sintetizaba una realidad que se vive en las calles: un país donde las canas predominan en colas, parques y consultas médicas, mientras los nacimientos caen a mínimos históricos.

El envejecimiento no es, en sí mismo, un problema. Al contrario: suele asociarse a una mayor esperanza de vida, fruto de los avances en salud pública y educación. Cuba, de hecho, exhibe indicadores comparables con países desarrollados: cerró el año 2024 con una esperanza de vida que ronda los 78 años. Sin embargo, la pregunta no es cuánto viven los cubanos, sino cómo viven sus últimos años. Y la respuesta suele ser menos satisfactoria: con pensiones insuficientes, sistemas de apoyo debilitados y un futuro que, más que descanso, se parece al rebusque cotidiano por la supervivencia.

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