Explicativo │ Así funciona el “manterrupting”: interrumpir no es casual

El “manterrupting” afecta la participación de las mujeres en la vida pública, al impedirles desarrollar sus ideas y ser reconocidas.

| Observatorio | 25/12/2025

A diferencia de una interrupción puntual, que puede deberse a un malentendido, a la dinámica de una conversación o a la urgencia de una aclaración, el manterrupting no busca dialogar, sino tomar el control del intercambio. La mujer no logra terminar sus ideas, sus argumentos quedan a medias y la conversación avanza sin que su aporte sea plenamente escuchado o considerado. El resultado no es solo incomodidad, sino también silenciamiento.

En este sentido, el término mezcla de las palabras en inglés man (hombre) e interrupting (interrumpir) se refiere a la interrupción constante y sistemática de mujeres por parte de hombres mientras están hablando. La clave está en la repetición. No es una interrupción aislada, sino un patrón que se repite en reuniones, clases, debates públicos o conversaciones cotidianas. Interrumpir puede pasarle a cualquiera, pero cuando ocurre de forma reiterada hacia las mujeres revela una desigualdad en quién tiene derecho a la palabra y quién debe escuchar.

Este comportamiento suele estar tan normalizado que muchas veces pasa desapercibido. Se disfraza de entusiasmo, liderazgo o “ganas de aportar”, cuando en realidad desplaza sistemáticamente la voz femenina. En espacios profesionales o académicos, esto tiene consecuencias concretas: ideas que no se desarrollan, decisiones que se toman sin todas las voces y mujeres que son percibidas como menos seguras o menos preparadas.

¿En qué espacios ocurre con más frecuencia el manterrupting?

El manterrupting ocurre con mayor frecuencia en espacios donde el poder, la autoridad y/o la visibilidad están en juego. Las reuniones de trabajo son uno de los escenarios más comunes. Mujeres que presentan ideas, informes, propuestas son interrumpidas antes de terminarlas, mientras sus colegas hombres monopolizan la conversación. Esto no solo afecta la dinámica del equipo, sino también cómo se percibe la competencia y el liderazgo de unas y otros.

También es frecuente en espacios académicos y educativos, como aulas, conferencias o paneles. Estudiantes, profesores o ponentes mujeres ven cómo sus intervenciones son cortadas o desplazadas, especialmente cuando hablan de temas técnicos, políticos o considerados “duros”. En estos contextos, el mantener la palabra se asocia con autoridad intelectual, y las interrupciones funcionan como una forma de marcar jerarquías.

Los medios de comunicación y los debates públicos son otro escenario recurrente. Mujeres periodistas, analistas o activistas son interrumpidas muchas veces bajo la lógica del ritmo o la polémica. Sin embargo, el efecto es el mismo: menos tiempo para desarrollar ideas y menor presencia en la conversación pública.

El manterrupting también puede aparecer en espacios cotidianos, como reuniones familiares o conversaciones informales. Allí suele pasar más desapercibido, pero contribuye a reforzar la idea de que la voz masculina es la que organiza el diálogo. Su presencia en ámbitos tan diversos demuestra que no es un problema puntual, sino una práctica extendida que atraviesa lo público y lo privado.

¿Qué señales permiten identificar un patrón de interrupciones machistas?

Es posible reconocer el manterrupting, ante todo, por su constancia. No se trata de una interrupción ocasional, sino de una práctica repetida. Ellas tienen menos tiempo para hablar, sus intervenciones se cortan antes de terminar y, en comparación, las voces masculinas avanzan sin obstáculos. La desigualdad en quién puede desarrollar una idea completa es una primera señal clara.

Otra señal aparece en lo que ocurre después de la interrupción. Muchas veces el hombre que corta la palabra no devuelve el turno ni retoma el punto que la mujer estaba explicando. La conversación sigue adelante sin su aporte o, peor aún, su idea es absorbida por otro interlocutor sin reconocimiento. El mensaje implícito es que su intervención no era central ni necesaria.

El tono y la actitud también son indicadores. El manterrupting suele ir acompañado de gestos de impaciencia, comentarios superpuestos o aclaraciones no solicitadas que desvían el foco. Aunque se presenten como aportes o correcciones, en la práctica funcionan como mecanismos para desplazar la voz femenina y marcar quién controla el intercambio.

¿Cómo afecta el manterrupting a la participación y visibilidad de las mujeres?

Al impedirles desarrollar sus ideas de principio a fin, el manterrupting afecta directamente la participación de las mujeres en la vida pública. Cuando una intervención es interrumpida una y otra vez, el mensaje implícito es que no vale la pena escucharla completa. Con el tiempo, muchas mujeres optan por hablar menos, acortar sus intervenciones o retirarse de la conversación para evitar ser constantemente cortadas.

Este patrón también impacta en la visibilidad. Las ideas que no se terminan de exponer quedan diluidas o pasan desapercibidas, lo que hace que las mujeres aparezcan menos como referentes, expertas o líderes. En espacios laborales o académicos, esto puede traducirse en menor reconocimiento, menos oportunidades y una percepción injusta de falta de seguridad o preparación.

A largo plazo, estas prácticas sostienen un entorno donde la voz masculina se asume como dominante y la femenina como prescindible. El resultado no es solo una conversación menos equitativa, sino el empobrecimiento del debate.

¿Qué estrategias ayudan a prevenir o frenar el manterrupting en conversaciones y reuniones?

Prevenir y frenar el manterrupting empieza por hacer visible la dinámica cuando ocurre. Señalar la interrupción de forma clara y tranquila por ejemplo, devolviendo la palabra a la mujer interrumpida ayuda a cortar el patrón sin personalizar el conflicto. Gestos simples como decir “ella no había terminado” o “volvamos a su punto” reequilibran la conversación y marcan límites.

En reuniones y espacios de trabajo, funcionan bien las reglas explícitas sobre el uso de la palabra. Establecer turnos, moderar las intervenciones, garantizar que todas las personas puedan terminar sus ideas reduce las interrupciones sistemáticas. Estas medidas no limitan el debate, al contrario, lo hacen más ordenado y productivo.

Es imprescindible revisar nuestras concepciones acerca del liderazgo y la comunicación para promover una cultura donde escuchar tenga tanto valor como hablar, y donde la autoridad no se mida por quién impone su voz. Esta conclusión es esencial para construir espacios más justos y participativos.

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