Referentes ⎸ bell hooks: “Acabar con la violencia”

“La violencia en el hogar está ligada al sexismo y al pensamiento sexista, a la dominación masculina”, explica bell hooks en este ensayo.

| Mundo | Observatorio | 03/12/2023
Violencia patriarcal
Acabar con la violencia. Imagen: Núcleo Familiar

Sin duda una de las intervenciones más positivas del movimiento feminista contemporáneo ha sido y sigue siendo el esfuerzo por crear y mantener una mayor conciencia sobre la violencia doméstica, así como sobre los cambios que deben producirse en nuestro pensamiento y nuestra acción si queremos ver su fin. Hoy en día se habla del problema de la violencia doméstica en tantos círculos, desde los medios de comunicación de masas hasta la educación formal, que normalmente se olvida que fue el movimiento feminista contemporáneo la fuerza que destapó y expuso de manera radical la realidad vigente de este problema.

Al principio el enfoque feminista sobre la violencia doméstica solo hablaba de la violencia de los hombres contra las mujeres, pero a medida que la discusión se fue ampliando, se vio que la violencia también estaba presente en las relaciones entre personas del mismo sexo (las mujeres en relaciones con otras mujeres pueden ser víctimas de abuso) y que las niñas y los niños eran también víctimas de la violencia patriarcal adulta.

La violencia patriarcal en el hogar se basa en la creencia de que es admisible que un individuo con más poder controle a los demás mediante distintas formas de fuerza coercitiva. Esta definición ampliada de violencia doméstica incluye la violencia de los hombres hacia las mujeres, la violencia entre personas del mismo sexo y la violencia de las personas adultas contra niñas y niños. El término “violencia patriarcal” es útil porque, al contrario de la expresión más aceptada de “violencia doméstica”, recuerda continuamente a quien la oye que la violencia en el hogar está ligada al sexismo y al pensamiento sexista, a la dominación masculina. Durante demasiado tiempo el término violencia doméstica ha sido utilizado como un término “suave” que sugiere que aparece en un contexto íntimo que es privado y, de alguna manera, menos peligroso, menos brutal, que la violencia que se produce fuera del hogar.

Esto no es cierto, ya que hay más mujeres maltratadas y asesinadas dentro del hogar que fuera. La mayoría de la gente también tiende a ver la violencia doméstica entre adultos como algo distinto y separado de la violencia contra la infancia, cuando en realidad no lo es. A menudo, niños y niñas sufren abusos al tratar de proteger a su madre cuando está siendo atacada por su marido o pareja masculina, o sufren daños emocionales por presenciar violencia y abusos.

Del mismo modo que la mayoría de la ciudadanía de este país cree que se debería recibir el mismo salario por el mismo trabajo, la mayor parte de la gente cree que los hombres no deberían pegar a las mujeres ni a los niños y niñas. Sin embargo, cuando se les dice que la violencia doméstica es el resultado directo del sexismo y que no terminará hasta que el sexismo se extinga, son incapaces de hacer este salto lógico porque requiere enfrentar y modificar formas esenciales de pensar sobre el género.

Cabe destacar que soy una de las pocas teóricas feministas que creen que es crucial para el movimiento feminista tener como objetivo primordial acabar con todas las formas de violencia. El enfoque feminista sobre la violencia patriarcal contra las mujeres debería seguir siendo la preocupación fundamental. No obstante, hacer hincapié en la violencia de los hombres contra las mujeres de tal forma que quedan minusvaloradas las demás formas de violencia patriarcal no es útil al movimiento feminista. Oculta la realidad de que buena parte de la violencia patriarcal se ejerce contra la infancia por parte de adultos sexistas.

En un necesario esfuerzo por llamar la atención sobre la violencia de los hombres contra las mujeres, las pensadoras feministas reformistas con frecuencia retratan a las mujeres única y exclusivamente como víctimas. El hecho de que también algunas mujeres ejerzan violencia sobre los niños y niñas no se resalta igual, ni se percibe como otra expresión de la violencia patriarcal. Ahora sabemos que la infancia sufre violencia no solo cuando son objeto directo de la violencia patriarcal, sino también cuando se ven forzados a ser testigos de actos violentos. Si las pensadoras feministas hubieran expresado su indignación ante la violencia patriarcal ejercida por mujeres y la hubiesen situado al mismo nivel que la violencia de los hombres contra las mujeres, habría sido y sería más difícil que la gente restara atención a la violencia patriarcal por percibirla como un asunto anti-hombres.

Si bien numerosas encuestas señalan que las mujeres están más predispuestas a usar la no violencia, existen testimonios de personas adultas víctimas de violencia patriarcal por parte de mujeres. Al no poseer la infancia una voz colectiva organizada, es difícil saber la frecuencia de estos casos; si no fuera por la atención médica que requieren los niños y niñas que han sufrido violencia ejercida por mujeres y hombres, puede que no hubiera pruebas que documentaran la violencia de las mujeres. La primera vez que planteé estas preocupaciones fue en el capítulo “Feminist Movement to End Violence” [Un movimiento feminista para acabar con la violencia] en Feminist Theory: From Margin to Center:

La lucha feminista contra la violencia contra las mujeres es indispensable que se entienda como parte de un movimiento más amplio que busca acabar con la violencia. Hasta ahora el movimiento feminista se ha centrado principalmente en la violencia de los hombres y como consecuencia da credibilidad a los estereotipos sexistas que sugieren que los hombres son violentos y las mujeres no; que los hombres son los abusadores y las mujeres las víctimas.

Este tipo de pensamiento nos permite ignorar hasta qué punto en esta sociedad las mujeres (junto con los hombres) aceptan y perpetúan la idea de que es admisible que un partido o un grupo dominante mantenga el poder sobre los sujetos dominados mediante el uso de la fuerza coercitiva. Nos permite pasar por alto o ignorar hasta qué punto las mujeres ejercen autoridad coercitiva sobre otras personas o actúan de manera violenta. El hecho de que las mujeres no cometan actos violentos con tanta frecuencia como los hombres no niega la realidad de la violencia de las mujeres. Si queremos eliminar la violencia, debemos ver tanto a los hombres como a las mujeres de esta sociedad como grupos que apoyan su uso.

Una madre que nunca ejerza violencia de forma directa pero que enseñe a sus hijas e hijos, especialmente a los varones, que la violencia es una forma aceptable de ejercer control social, sigue siendo cómplice de la violencia patriarcal. Su forma de pensar debe cambiar.

Está claro que la mayoría de las mujeres no usa la violencia para dominar a los hombres (aunque un número reducido de mujeres golpee a hombres a lo largo de su vida), pero muchas mujeres creen que una persona que tiene autoridad tiene derecho a usar la fuerza para mantenerla. Una inmensa mayoría de los padres y madres utilizan alguna forma de agresión física o verbal contra niños y niñas. Como las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras de la infancia y en ese contexto nuestro sistema jerárquico y nuestra cultura de la dominación da poder a las mujeres (como en la relación materno-filial), estas usan con demasiada frecuencia la fuerza coercitiva para mantener el control.

En una cultura de la dominación, todas las personas son socializadas para ver la violencia como un modo aceptable de control social. Los grupos dominantes mantienen el poder a través de la amenaza (se lleve o no a la práctica) de que se aplicará un castigo violento, físico o psicológico, cuando las estructuras jerárquicas establecidas se vean amenazadas, ya sea en las relaciones entre hombres y mujeres o en los vínculos materno o paterno-filiales.

La violencia de los hombres contra las mujeres ha recibido mucha atención en los medios de comunicación de masas (puesta de relieve por procesos judiciales reales como el juicio contra O. J. Simpson), pero su visibilización no ha llevado al público estadounidense a cuestionar las causas subyacentes de esta violencia, a enfrentar el patriarcado. El pensamiento sexista sigue respaldando la dominación masculina y una de sus consecuencias: la violencia.

Como multitud de hombres desempleados y de la clase trabajadora no se sienten con poder en sus empleos dentro del patriarcado supremacista blanco, son alentados a sentir que el único lugar donde tendrán toda la autoridad y el respeto es el hogar. Los hombres son aculturados por otros hombres de las clases dominantes para aceptar una posición subordinada en el mundo público del trabajo y para creer que el mundo privado del hogar y de las relaciones íntimas les devolverá la sensación de poder que identifican con la masculinidad.

A medida que más hombres han engrosado las listas del desempleo o reciben bajos salarios y más mujeres han entrado en el mundo laboral, algunos hombres sienten que el uso de la violencia es su única manera de establecer y mantener el poder y el dominio dentro de la jerarquía sexista de los roles de género. Hasta que no desaprendan el pensamiento sexista que les dice que tienen derecho a mandar sobre las mujeres por cualquier medio, la violencia de los hombres contra las mujeres continuará siendo la norma. En las primeras etapas del pensamiento feminista, las activistas se equivocaron al no equiparar la violencia de los hombres contra las mujeres con el militarismo imperialista.

No se solía hacer esta comparación porque, en muchos casos, quienes estaban en contra de la violencia de los hombres a menudo aceptaban e incluso apoyaban el militarismo. Mientras el pensamiento sexista siga socializando a los niños varones para ser “asesinos”, ya sea en luchas imaginarias entre buenos y malos, ya sea como soldados del imperialismo para dominar al resto de naciones, continuará la violencia patriarcal contra las mujeres y la infancia. En los últimos años, jóvenes de distintas clases sociales han cometido horribles actos de violencia y, aunque han sido condenados de forma unánime, tampoco se ha intentado poner en relación esa violencia con el pensamiento sexista.

Concluí el capítulo sobre violencia del libro Feminist Theory: From Margin to Center haciendo hincapié en que los hombres no son las únicas personas que aceptan, consienten y perpetúan la violencia, que crean una cultura de violencia. Insté a las mujeres a asumir su responsabilidad por el papel que desempeñan en la justificación de la violencia:

Al llamar la atención únicamente sobre la violencia de los hombres contra las mujeres o al convertir el militarismo en otra expresión de la violencia de los hombres, no conseguimos abordar correctamente el problema de la violencia y se hace difícil desarrollar estrategias y soluciones viables de resistencia. […] En ningún caso hay que minimizar la gravedad del problema de la violencia de los hombres contra las mujeres o de la violencia de los hombres contra las naciones o el planeta, pero también debemos reconocer que hombres y mujeres conjuntamente han hecho de Estados Unidos una cultura de la violencia y debemos trabajar codo con codo para transformar esa cultura.

Mujeres y hombres deben oponerse al uso de la violencia como forma de control social en todas sus manifestaciones: la guerra, la violencia de los hombres contra las mujeres, la violencia de las personas adultas contra la infancia, la violencia adolescente, la violencia racial, etc. Los esfuerzos feministas para acabar con la violencia de los hombres contra las mujeres deben ampliarse a un movimiento que busque terminar con todas las formas de violencia. Y es especialmente importante que las madres y los padres aprendan a criar de formas no violentas, porque nuestras niñas y nuestros niños no se alejarán de la violencia si es la única manera que conocen de gestionar situaciones difíciles.

En nuestro país miles de personas están preocupadas por la violencia pero rehúsan relacionarla con el pensamiento patriarcal o la dominación masculina. El pensamiento feminista ofrece una solución y depende de nosotras ofrecer esa solución a todo el mundo.

Tomado de El feminismo es para todo el mundo (Traficantes de sueños, 2000), de bell hooks.

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