A propósito del Día Internacional de los Derechos Humanos: una lectura feminista sobre el tiempo
"Es incalculable el tiempo de trabajo no pago que las mujeres realizan para terceros y que, efectivamente, les impide ejercer plenamente los derechos a la libertad y a la vida misma".
Cada 10 de diciembre se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos, fecha en la que se adoptó, por parte de la ONU, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Al reflexionar sobre esta celebración a partir de una perspectiva feminista, ella parece funcionar como una especie de recordatorio sobre algo que alertaba Simone de Beavouir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
Al mismo tiempo, tampoco podemos olvidar que el texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU se inspiró en el valiente manifiesto escrito en 1791 por Olimpia de Gouges. En aquella época, habían transcurrido dos años de la Revolución Francesa y, como denunció Gouges en su manifiesto, las promesas de igualdad, libertad y fraternidad no se hicieron extensivas a las mujeres. Fue así que ella osó proponer una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, osadía que le costó la muerte en la guillotina en 1793.
Si la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU deja explícito, desde su primer artículo, que los derechos humanos son para todas las personas (distanciándose de una redacción androcéntrica que hasta hoy toma al sujeto masculino como representante de la humanidad), no es errado afirmar que esa enunciación se debe a los esfuerzos feministas que históricamente han reivindicado el reconocimiento de las mujeres en tanto sujeto político y, consecuentemente de derechos.
Un camino ineludible para materializar que los derechos humanos sean realizables para todas las personas, es reconocer que las mujeres no están en el mismo punto de partida. Ha costado tiempo y esfuerzos que se reconozcan y se plasmen en ley derechos específicos para las mujeres. Tiempo, precioso tiempo, ese tejido cotidiano en el que —“toda persona tiene derechos y libertades sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”— es el punto desde el que procuro observar las (im)posibilidades de ejercer el derecho reconocido por la Declaración Universal, de ejercer nuestra libertad.
"El tiempo como privilegio"
El otro día paseando por facebook, encontré el siguiente post en el perfil de un coach
Francamente admiro la osadía de quien postea un texto de esa naturaleza y lo llama de “reflexión”. Pero tampoco asombra que sea un hombre quien escriba semejante barbaridad creyendo que descubre el agua tibia. Ciertamente para que los derechos proclamados en la Declaración Universal puedan realizarse es un imperativo vivir en sociedades democráticas.
Sería cómico, si no fuera trágico, afirmar que el tiempo en sí mismo, per-se, es democrático, por más que existan 24 horas para todo el mundo. Ese tipo de afirmación vacía deja de lado, por ejemplo, el tiempo que mujeres con hijos dedican a su cuidado y educación, el tiempo que las personas que viven en lugares precarizados, de difícil acceso y sin transporte público, puede demorar para llegar a un puesto de salud, al trabajo, a la escuela.
Es incierto que el tiempo sea neutro en cuestiones de género y de clase. Un rico con carro y dinero ahorra tiempo para desplazarse, puede mal pagar el tiempo de una trabajadora doméstica, para él dedicarse por entero a su desarrollo profesional mientras una mujer (probablemente pobre y racializada) garantiza sus necesidades básicas.
Es incalculable el tiempo de trabajo no pago que las mujeres realizan para terceros y que, efectivamente les impide de ejercer plenamente los derechos 2 y 3 de la Declaración Universal: derecho a ejercer la libertad, derecho a la vida misma. Precisamente por ello es que la iniciativa del gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo, referida al otorgamiento de una pensión para mujeres de 60-64 años como forma de reconocimiento a su trabajo en el hogar, es digna de imitar, digna de ser multiplicada en otras regiones del mundo. Para que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sea efectivamente alcanzada, es preciso interpelarla desde las históricas matrices de dominación sexistas, racistas y clasistas.
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
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