"Comandante Fritz": Burlesque tropical y memoria política en el cine de Pavel Giroud

El filme de Pavel Giroud, revisita una trama incómoda de la historia cubana en su relación con la Alemania comunista, tan absurda como el derrumbe en cámara lenta del sistema que la inspiró.

Cartel de la película "Comandante Fritz", de Pavel Giroud
Cartel de la película "Comandante Fritz", de Pavel Giroud

Teatro, lo tuyo es puro teatro”.
Canción popularizada por La Lupe.

Pavel Giroud: la visión distanciada de un nuevo cine

No sé si a muchos les pasa. Pero yo he perdido el paladar con el cine cubano. Desde dentro y desde fuera, desde la isla y fuera de ella, la realización cinematográfica cubana aburre, empalaga. Y como con las producciones del maltrecho ICAIC, todo me sabe a insistencia inversa. Este intentó mostrar una Cuba idílica, exultante, feliz hasta por las colas, los buses con racimos de gente colgando fuera de él, cual si de un deporte de riesgo se tratara, es decir, gente feliz de pasar vicisitudes y carencias. El cine oficialista y sus producciones constituía un modo de exportar la cara amable –para los que producían este cine, el cubo de la realidad social estaba compuesto sólo de este tipo de caras–, de un proyecto feliz de construcción del socialismo –que nunca se construye y cada cierto período se afirma. El famoso y ya cínico, después de casi 70 años, “ahora sí.”*

Por su parte, el cine cubano de ahora, y desde hace bastante tiempo, con o sin ICAIC, independiente o patrocinado, fuera de Cuba o dentro de ella, sólo se ocupa de la gélida, oscura, repetitiva y poco sugerente obviedad de la miseria moral, material, muy poco dada a la reflexión o al pensamiento. Un cine que habla para dentro, que se salta, no ya el eje fílmico, sino el de la comprensión de que toda película tiene que contar una historia, no mostrar personajes pequeños en decorados de primer plano.

Porque, y puede que suene a cliché, y lo es, el cine debe construir una alternativa, para nada evasiva, sino de vivencia, de participación personal y quizá de redención. Por lo tanto, debe ser universal, como todo buen arte, y debe proponer un sentido a las pasiones y las ideas del espectador, que ha de salir siempre creyendo que ha acompañado al héroe en su peripecia, que ha formado parte de su vida y que ahora ha de vivir de modo similar o contrario la suya. El cine es una forma de vida y, por tanto, debe mostrar todas las aristas, todas las caras, incluso absurdas de la realidad que se recrea en la historia que narra. Porque nadie sufre todo el tiempo, y muchas veces, ante la más aberrante de las situaciones, nace la risa, el amor, y una transparente crítica, en el ambiente más pulcro o distópico.

Realizador cubano Pavel Giraud.
Realizador cubano Pavel Giroud.

Si bien es cierto que el cine ha pasado de ser el principal foco para soñar y pensar, el lugar donde muchos de nosotros empezamos a vivir en paralelo y casi acudíamos a las salas como forma de culto, hoy la sala social se ha sustituido por el salón de casa y las formas de fabricar cine se han vuelto menos complejas. Pero el cine no es la industria ni es la sala. Es un lenguaje poderoso, que aúna todas las artes para construir durante una, dos y hasta tres horas, una vida como la que vives, pero con alternativas, con maneras diferentes para abordar la realidad, con la posibilidad de ver casi de forma real e inmersiva tus errores, tus dolores y tu manera de pensar. Es una posibilidad y siempre, para los que lo amamos, el cine nos provoca anagnórisis y catarsis, para repensar nuestras más intrínsecas convicciones y poder incluso entender al otro, una vez que nos cambia a nosotros mismos. Ya en el acto de elegir va implícita nuestra necesidad primordial del ahora y nuestra forma de ser, nuestro carácter y nuestro compromiso con nuestra existencia. Pero todo esto sólo puede hacerse patente cuando la película se asume, por quien la crea, en una escala igual o similar a todo ese proceso antes descrito. El cine es una historia y, aristotélicamente, debe influir en nosotros tanto como influyó en el creador visual escogerla y narrarla en imágenes. Es el arte, quizá más recíproco entre el creador y el público, y es una acción colectiva para él que, como Pigmalión, construye sus personajes, y para nosotros, que nos moldeamos por el influjo de estos arquetipos readaptados al aquí y el ahora del visionado.

Introduzco esto porque son justamente estos pensamientos con los que siempre me presento ante un filme y han sido con los que he visionado, en una primicia agradecida, Comandante Fritz, la última película del reconocido director cubano, residente en Madrid, Pavel Giroud. Pavel no es bisoño en el cine, pues tiene en su haber varias y reconocidas cintas de ficción, muchas pergeñadas en Cuba, pero que despertaron un interés internacional justo por su manera de ver y de narrar dentro de una isla que siempre busca el gran relato. Sin embargo, mientras ha trabajado en los predios isleños y hasta hoy, busca para sus películas esas pequeñas aristas que nadie considera con “posibilidades” y, a partir de esas comisuras, crea historias narradas con un gran acierto cinematográfico.

Porque ¿qué es sino una buena película? ¿Qué conforma los grandes relatos, que en Cuba han fracasado por abarcar más de lo que aprietan? Es justamente la sumatoria de pequeñas anécdotas, con personajes que nos centran en una idea universal, construyendo una nueva narración espacio-temporal. Por decirlo sin ambages, el único gran relato posible es, en sí misma, la historia del cine. De ahí la magia del lenguaje cinematográfico y el éxito de las películas: operar desde el arquetipo situacional y trasladar lo muchas veces construido a un mundo nuevo, donde todo va a fluir y confluir de una manera novedosa, original y distinta en la dramaturgia. Y es ahí donde opera un buen director: un buen guión y un proceso creativo, una preproducción rigurosa, una gran ductilidad en el rodaje y una reescritura en postproducción que va a dejar siempre la firma de su talento y una impronta, una visualidad que desde el inicio y sin saber hace reconocible el cine de los grandes directores. Así es el cine de Giroud y así es esta nueva producción. Con lo cual, que sus grandes maestros sean Billy Wilder y Alfred Hitchcock no me ha sorprendido en absoluto.

Padilla en la memoria

Cuando realizó el excelente documental sobre el Caso Padilla, retoma los mismos rigores, la búsqueda de esas sutiles alusiones, que convierten al filme, a mi modo de ver y entender, en pan para todos, es decir, aunque su línea era la demostración de la burla pública y notoria de un Heberto culto y cínico a sus comisarios políticos, los no conocedores de la magnitud de este evento para todos los intelectuales cubanos podían disfrutar de un documental histórico sobre una cinta oculta y develada.

Pero, para mantener la coherencia entre lo que piensa, lo que ha organizado, lo que ha escrito después de visionar el todo, Pavel realiza una personalísima y cuidadosa selección de un metraje desbordante, de las secuencias que apuntalan lo esencial del personaje y la situación, incorporando referencias visuales preparadas y elegidas, contemporáneas al “juicio” y/o posteriores a modo de puntos de giro y dejando momentos de barrido en la narración que, en la sala, tensionan al espectador. El público, enterado o no, sufre o se cuestiona el cuasi monólogo de Padilla, que Giroud ha convertido en un personaje, un inolvidable actor de primera que, de todas las maneras posibles, hace entender el fatídico y terrorífico momento para la intelectualidad cubana, usando además a los participantes del hecho in situ, como extras, secundarios, que muestran terror, vergüenza, soberbia.

Convierte una cinta rodada para manipular la opinión pública en una poderosa –y me atrevo a proponer esta frase paradójica– “ficción real”, como si el director hubiera creado, plano a plano, corte a corte, una rememoración histórica, cuando simplemente, con la paciencia de un orfebre, va visionando horas de material, descartando, invirtiendo las secuencias elegidas, mejorándolas, y después, sobre esa base, escribiendo su historia y, a modo de rodaje, editando una película totalmente independiente de la cinta original, para ganar en comprensión, en esencia y en dramaturgia.

Porque Giroud no es un cineasta vago, es un ser eminentemente creativo, amante de la narración y un cineasta dotado en el talento de hacer realidad la ficción y en friccionar y crear una realidad esencial que engancha al público. Quienes vimos El Caso Padilla vimos el hecho desde el dolor, el sarcasmo, el asombro y la develación de un personaje que se creía trágico y que resultó ser la acumulación de muchos personajes shakesperianos, oscilando entre el sufrir, el fingir, el acusar y el redimir, con la maestría de ser expuesto desde la reflexión y la comprensión del hecho, desde y más allá del personaje mismo.

Debo un análisis profundo a este filme de Giroud, que tanto he defendido, y uso este lanzamiento inaugural, del juego del director en el diamante europeo, para decir que con él Pavel entró por la puerta grande –y diferente– al cine internacional, al cine europeo, con una nueva manera de narrar Cuba. Pero esto ya lo veremos en otro ensayo.

Según conversamos, Pavel es cineasta por voluntad, y parafraseando a Tarantino: no porque fue a una escuela, sino porque ha visto todo el cine que cabe en sus años y ha leído, con disciplina, a los maestros que han sabido convertir una visión o un pensamiento en una producción cinematográfica para todos los públicos y todas las épocas, esos eternos que nos acompañan a los que amamos y crecemos personalmente con el cine. Con lo cual, es un creador dúctil, reposado, acostumbrado a rodar lo esencial y algunos planos de resguardo.

Comenzó rodando en 35 mm, y quienes vivimos esos complejos rodajes con escasas latas de película –seis latas, que sólo dan para 36 minutos en total y que se rueda 1/3– sabemos que sólo quienes lleven a cabo una gran preproducción, un orden y una disciplina, un guión en una versión definitiva y una idea clara de lo que quiere contar, terminarán dominando con éxito el arte más costoso, más complejo en equipos y en coordinación cronometrada de los mismos, y con más enfrentamiento al tiempo como peor enemigo del creador.

Pavel, por fortuna, se formó en rodajes con todas las escaseces y con una constante inventiva técnica, con un productor que no velaba por el dinero, sino por lo que se decía y mostraba, convirtiéndose en un excelente buscador de situaciones aparentemente poco importantes, para devenir en historias pequeñas portadoras de todas las cargas existenciales y humanas, una vez proyectadas en la pantalla.

Llegó el Comandante... Fritz

Comandante Fritz es todo eso que es Pavel Giroud. Pero me gustaría, antes de hablar de la sinopsis del filme, aclarar cuestiones que tienen gran importancia para ver un tipo de experiencia diferente. Esta película no es una historia original de Pavel; el guión de la historia no llegó a él del todo igual al que se rodó, y la película –una producción alemana– estaba destinada a otro director, también cubano, que, por acuerdos y desacuerdos y problemas personales, finalmente decidió no dirigir. Y esto es algo que ha ocurrido mucho en el cine, pero por separado o juntándose dos de estas características (para muestra, un botón: Espartaco, que terminó siendo dirigida por el gran Kubrick). Es además una película por encargo, a la carta, donde se pedía desde la casa productora un filme que tratara sobre la relación de Cuba y la RDA, en los primeros años de la revolución.

La historia original fue escrita e investigada por el guionista cubano residente en España, Arturo Infante, que incursionó como director en 2018 con su película sumamente original, El viaje extraordinario de Celeste García. Tocó a Arturo guionizar esa historia, donde realmente dio con un hecho bastante desconocido por la mayoría de los isleños. En 1972 Cuba decide regalar a la RDA una especie de islita o cayo, para ser convertido en lugar de veraneo de los camaradas destacados de la Alemania Democrática. A cambio, esta se comprometía a la compra del azúcar cubano. Es decir, la historia era en misma un caramelo, corriéndose el riesgo de crear un bodrio panfletario que terminaría sin penas ni glorias. Pero Arturo es también un guionista muy creativo y enfiló el guión inicialmente hacia la tragicomedia.

Cuando Pavel es llamado para dirigir la película, previa lectura del guión, aceptó con la condición de retomar el guión y hacer cambios, y en trabajo mano a mano, en una unión de diferentes caracteres, Giroud-Infante, nace el guión que se llevaría al rodaje y que, a mi modo de ver, hace de la película un producto perfecto y gozoso.

Esta película comienza con la noche de La Habana, en el cabaret del Hotel Florida –una alusión al Hotel Nacional–, el 31 de diciembre de 1958, a unos segundos de cambiar al fatídico 1.º de enero de 1959, año en que la isla queda en manos del dictador Fidel Castro y su cohorte de adeptos. Vemos la vida desde un club nocturno habanero y una serie de personajes que, desde el escenario, convertían esas cálidas noches en sueños, para romper, con un salto, en una escena que rinde culto al teatro vernáculo cubano, y arribar a los años 70. Es una narración centrada en los tejemanejes del dictador con los países socialistas del Este, especialmente con el regalo de un islote a la RDA, y, sin abrumarnos con seudodiscursos, nos muestra a dos de los antiguos trabajadores del hotel –ahora Hotel Stalingrado–, un pianista famoso y una cantante, rebajados, ya defenestrados y humillados antes que lleguen a la pantalla, para comenzar una peripecia en la que se van sumando personajes, todos caracterizados desde la conducta, trabajados desde el carácter, haciendo que sean los actores y no los vestuarios, ni el exceso de tópicos, los que realmente nos atrapen y nos hagan disfrutar de esta historia rocambolesca. Pero ¿qué historia no lo es en la isla desde que Castro incursionó en todo lo que no sabía?

En medio de todo esto, y con órdenes de vigilar un posible atentado a Castro, llegan dos miembros de la “STASI” alemana: por supuesto, el joven y bello Comandante Fritz, y su subalterna por orden de última hora, una alemana representativa del ya podrido socialismo del Este, mientras que Fritz es un cuasi convencido de lo que el socialismo ha hecho por él. Ambos personajes, protagonizados por dos actores alemanes, que al igual que el resto del elenco se convierten, de la mano de Pavel Giroud, en la verdadera esencia de un trabajo actoral exquisitamente llevado y trabajado por el director.

"La película está dirigida desde las atmósferas, los personajes de carácter, los espacios logrados sin recargo y unas locaciones interiores donde brota Cuba por todos lados, a pesar de haber sido rodada en Las Palmas de Gran Canaria".

Hay algo muy sabroso en la cinta, y es cómo, aun marcando el año 1972 como momento en que suceden los hechos, el dominio narrativo del guión, unido a una investigación per se, a un conocimiento de la realidad cubana, se van incorporando, a medida que transcurre el filme, elementos de otras épocas posteriores: escenas, diálogos y hasta discursos del Comandante con puro en la boca. Y así como los actores funcionan sólo por interiorizar una conversión de carácter, sin estereotiparse –cosa que sucede cada vez más en el cine cubano de los últimos 20 años–, se reservan los barrocos detalles para elementos de utilería y de dirección de arte, que son un sublime entendimiento de lo real maravilloso. La película está dirigida desde las atmósferas, los personajes de carácter, los espacios logrados sin recargo y unas locaciones interiores donde brota Cuba por todos lados, a pesar de haber sido rodada en Las Palmas de Gran Canaria. Que Pavel recurra a los interiores nos libera de esas horrorosas reconstrucciones de Cuba que suelen hacerse en otras películas, que, desde que salen, quitan el ánimo y las ganas de verlas.

Pavel Giroud, Alexis Valdés y Yani Pardo. | Imagen: Árbol Invertido

Destaco que esta película, estrenada en el Festival de Múnich, funciona como películas anteriores –se me ocurre Goodbye Lenin–, que son entendidas y disfrutadas por el público aunque narren una historia no vivida o desconocida; o aborden realidades que creemos únicas y son realmente universales. Pero vaticino que Comandante Fritz será acogida en Hispanoamérica con gran deleite, y España verá un filme coral que debe a Berlanga, y al primer Almodóvar, mucho más que al propio cine cubano, con la paradoja que no dejo de repetir: lo cubano, con sutileza, emana de cada clip, de cada plano, de cada escena, justamente porque para nada se ridiculiza, se sobreactúa o se atiborra de cubanía de lata.

El trabajo actoral de artistas fuera de Cuba, como Vladimir Cruz, Alexis Valdés (que no puedo dejar de decir que está soberbio); de la maravillosa y versátil Laura Ramos (para mí un referente de actriz de lo mejor que en este momento vemos en las pantallas de cine y de televisión, con un poder absoluto en escena), que su personaje en el filme –pequeño, reversible y poderoso– patentiza una vez más, la caracterización de un personaje esencial, que no develaré y que durante todo el filme el director maneja como un macguffin –pero que no lo es; otra muestra de Giroud que desafía las reglas del maestro–; una Yanet Sierra que demuestra que no hay personajes pequeños, sino grandes actrices. En fin, un elenco donde cada actor se complementa y se nutre, y donde se echan a rodar las emociones auténticas en cada una de las escenas y en cada espacio. Y, para completar, una elección acertadísima de la luz, donde el equipo de fotografía capta de boca del director la esencia misma de cada situación. Lo de la música en Pavel ya no tiene comentario: una gran elección, que él mismo confiesa que degusta.

Haber tenido el privilegio de ver esta película antes de ser estrenada y comercializada me ha permitido no tener la tentación de las opiniones de los adversos, los que ven el arte como forma de maniqueísmo y los que hacen esquinas reduccionistas en Facebook, acostumbrados al grito y los corrillos de baja estofa. Nunca los miro, pero con Pavel, desde su documental, vivo en una vigilancia y una oposición a esos seres ladinos, que ni ven cine ni les importa el arte y que se sienten con el poder de manipular una lucha que ni ellos mismos creen y que se la toman como una forma de lucro, malversación y polarización de la política cubana. Y es curioso: existen viejos resabiosos, cerebros de marabú, ilustres mediocres de toda la vida, pero lo que me duele es esa generación joven que, desde Cuba y fuera de ella, muestra una gran intransigencia y pobreza, una cultura apocada, famélica, una visión curiosamente muy cederista del arte, que se aviene con ese opaco liderazgo que a toda costa quieren otorgarse, eliminando la decencia intelectual, la prudencia en la escritura y dando artículos publicados donde te apena la carencia de una idea y el despilfarro de odio, el desprecio al arte como mayor bien de equidad social, porque es libre –aunque tiene que ser arte–, la carga contra la inteligencia y el talento de los que llevan años trabajando, exiliados.

Pavel Giroud es quizás, en el panorama español y europeo, el cineasta cubano más atacado por los propios cubanos. Sin embargo, es el director, guionista y escritor más alabado, más premiado en estos predios. No olvidemos que Gasset caló muy hondo en la filosofía española; niéguelo quien lo niegue. Así, donde exista una sola persona que rinda culto al arte y al talento, ahí estará siempre la obra de los buenos –que quedamos pocos, decía mi suegro–. Y Pavel Giroud vuelve a colocar el rasero a la altura de sus circunstancias. Bien alto.

Entiéndanlo de una vez: donde hay arte, no hay fantasmas.


Disclaimer: Con Pavel Giroud tengo una relación de pura y dura admiración, por si alguien dice que escribo sobre él en demasía. Realmente escribo sobre su trabajo.

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