El matrimonio igualitario bajo sospecha: entre “cambalaches políticos” y justicia social
"Es crucial exigir ciertas cosas al Estado y, al mismo tiempo, se pueden disputar y destruir esas lógicas coloniales como el sacrosanto casamiento".
Adriana Varela, en las primeras letras de su canción “Cambalache” parece sentenciar cualquier entusiasmo triunfalista movido por la premisa de que “un mundo mejor, futuro, es posible”. De entrada, ella advierte: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé; En el quinientos seis y en el dos mil también”[1]. A algunos podrá sonarles pesimista, a mí me parece que su tango avisa sobre ese tipo de promesa futura que, por ser reformista, no transforma nada. Y por eso da igual si es el año quinientos seis o 2022, pues desembocamos en un lugar previsible: más de lo mismo.
“se usa lo que los señores coloniales inventaron,
para que sirva a los intereses de quien fue colonizado”.
Gayatri Spivak
Guardadas las debidas distancias[2], en un paralelo con Adriana Varela, podemos invocar a Audre Lorde cuando dijo que “las herramientas del amo nunca van a desmantelar la casa grande”. Yo concuerdo y al mismo tiempo discrepo de Audre Lorde, pues el problema no son las herramientas en sí mismas, sino cómo las usamos. En ese punto, prefiero afiliarme a Gayatri Spivak cuando, recordando a Fanon, dijo algo así como “se usa lo que los señores coloniales inventaron, para que sirva a los intereses de quien fue colonizado”. Es decir, saboteamos, hackeamos, profanamos el sacrosanto mundo que los señores coloniales inventaron; lo que implica que no queremos redención ni reconocimiento a partir de sus gramáticas políticas. No queremos cambalache; ¿o queremos? Este último, según el diccionario, implica un “trueque o intercambio de cosas, generalmente de poco valor” que, como nos canta Adriana Varela en una parte de su tango, nos deja “en un mismo lodo a todos manoseaos”.
Si tomamos en consideración las indicaciones de ese registro lingüístico, —cambalache— podemos observar lados sombríos de algunas propuestas políticas que nos desafían, como es el caso del matrimonio igualitario, pensado como un derecho de todes. Antes de que la comunidad LGBT en peso tire piedras en la parte de los comentarios, déjenme anticipar que yo no defiendo una renuncia o una anulación del matrimonio igualitario. Si yo pudiera proponer alguna cosa, sería invitar a abrir el campo de posibilidades sobre políticas LGBTQIA+; expandir lo que solemos imaginar como reivindicaciones LGBTQIA+.
Insisto, yo no estoy contra el matrimonio igualitario. Sin embargo, cuando exigimos ser reconocidos por el Estado eso implica aceptar, de mano besada, los parámetros de reconocimiento y de legitimación que el estado ofrece. Junto con esa aceptación se intensifican las capas sociales que quedan fuera de ese reconocimiento. Dicho de otra manera, más directa: ¿el casamiento debe extenderse a gais, lesbianas o personas del mismo género que desean firmar una unión civil amparada jurídicamente? La respuesta es sí, pero junto con eso, tendremos que admitir que las sexualidades disidentes de heterolandia, serán concebidas, capturadas e higienizadas moralmente por las insignias normativas de la “familia recatada que adquiere respetabilidad porque asimiló la fórmula heterosexual de la vida en pareja”; es decir, es como si las disidencias LGBTQIA+ tomaran para sí, de forma reformista, las herramientas del amo que Audre Lorde mencionaba. Este debate es viejísimo, yo no lo estoy inaugurando.
Obviamente que no estoy ajena a las implicaciones jurídicas que están asociadas al matrimonio, y es justamente ese lugar el que podría representar un punto de ruptura radical: “se usan las herramientas del amo para que sirva a los intereses de quien fue colonizadx por las normas de género y sexualidad”. La pregunta pudiera ser: ¿por qué es que un conjunto de cosas está amarrada a un estado civil?
"Yo no digo que haya que renunciar al matrimonio igualitario, sino que tal vez, dejemos de creer en él como la panacea que lo resolverá todo"...
Si el casamiento gay y lésbico es el pasaporte jurídico para, entre otras cosas, tener derecho a la adopción y a la reproducción asistida (en un futuro que ni se avizora al menos en Cuba), en medio de esa disputa (que es legítima) estamos reforzando que un gay soltero, una lesbiana soltera no son elegibles para adoptar, ni para tener apoyo estatal para realizar proyectos reproductivos y parentales. De esta forma, varios sujetos quedan relegados a un limbo político y nuevas jerarquías se crean; un verdadero cambalache. O sea, no podemos ser ingenuas sobre la fuerza de exclusión política que trae consigo la obligatoriedad de un estado civil, concebido como un pasaporte para un montón de cosas, que no tendrían por qué estar amarradas a ello. Y digo más, no podemos ser ingenuas frente al hecho de que estando la comunidad LGBTQIA+ dentro de la esfera de marginalización social que ya impone la heterosexualidad hegemónica, algunos LGBTQIA+ serán menos elegibles que otres para casarse. ¡Corre aquí interseccionalidad! Yo no digo que haya que renunciar al matrimonio igualitario, sino que tal vez, dejemos de creer en él como la panacea que lo resolverá todo, o sea, coloquémoslo bajo sospecha si tenemos que jugar con las credenciales del “amo”. Incluso, cabe pensar en ese vicio de pedir y pedir hasta el cansancio el reconocimiento del Estado, como si ese fuera el fin de toda política LGBTQIA+. Que algo no sea reconocido dentro de las gramáticas dominantes del Estado, no significa que no sea potente. No está mal una dosis de renuncia a ese movimiento subjetivo, a ese trabajo emocional de dedicarle toda nuestra libido a que el Estado nos note; porque eso equivale a darle más poder (del que ya tiene) al Estado para que siga dictando cómo tenemos que vivir nuestras vidas. Tal vez, junto con las reivindicaciones que refuerzan las insignias normativas de la heterosexualidad (porque no hay de otra, en un mundo aun hegemónicamente heterosexual), sean posibles otras formas de alianza, como dice Butler, que no tengan al Estado heterosexual como brújula y protagonista de todo. Ochy Curiel fue brillante con ese trabajo que mapea los mecanismos a los que las naciones latinoamericanas recurren, para mantener intactas sus trincheras heterosexuales[3]; el matrimonio es uno de esos ardides. Tal vez sea por medio de la concomitancia de las políticas que nos aproximamos a movimientos más disruptivos, menos cambalache, más radicales. O sea, es crucial exigir ciertas cosas al Estado y, al mismo tiempo, se pueden disputar y destruir esas lógicas coloniales como el sacrosanto casamiento. No se trata de renunciar al matrimonio igualitario, tampoco de pensarlo como una respuesta definitiva. Al mismo tiempo, vale la pena observar quiénes se quedan fuera de esas promesas ilusorias de revolución y cuáles alianzas podemos crear para desestabilizar esa posición pastoral del Estado que nos ofrece un cambalache como si nos estuviera dando una dádiva de mano besada.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=c9u8kXQsvno
[2] Pues no concuerdo con toda la letra de esta música de Adriana Varela, inclusive me parece clasista en algunos de sus fragmentos, lo que no niega la potencia de algunas otras partes de la misma canción.
[3] https://traficantes.net/libros/la-naci%C3%B3n-heterosexual
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Yo la verdad que no entiendo este artículo, Por fin, matrimonio igualitario sí o no. Porque al parecer lo que pide es la abolición de cualquier matrimonio, Y es que la sociedad tiene que estructurarse en instituciones, no son ellas el problema, sino cómo funcionan, cómo se responsabilizan con las personas y responden a sus necesidades. Sino la sociedad fuera un caos. Hay que legislar, lograr para todos el acceso a todas las instituciones de la sociedad para garantizar precisamente que se produzcan discriminaciones y exclusiones. El matrimonio es opcional, pero necesario.