Entrevista | Laboratorio Sofía Archer
“Para mí el diseño no tiene género, porque básicamente el género no existe para mí. En realidad todo es queer y la ropa es ropa, o sea, que se la puede poner quien quiera”.
He acusado a Sofía Archer, sin conocerla, de tener la obsesión de querer vestir a la gente. Fue instintivo. Y un poco hice una proyección sobre ella y su obra. Yo tuve cuando niña una máquina de coser soviética. Olía a madera, a grasa industrial, y era manual, o sea, solo cosía si le daba a la palanca del volante.
Así imitaba a mi abuela con su Singer y vestía a mis muñecas. Solo a mis muñecas. Pero Archer esa afición de niña la ha llevado a otro nivel. Ella se convirtió en diseñadora textil después de haber estudiado Bellas Artes.
“Más que una obsesión creo que es toda la parte de memoria, el recuerdo y la tradición que me es muy querida. Desde pequeña , no solo me ha relajado o entretenido, sino siempre ha sido el lugar en el que puedo estar en silencio, trajinando y haciendo mis cosas. Ha sido una manera de encontrar y de buscar mi identidad”, rememora Archer.
Una identidad tan compleja como la mujer negra que es y que no se conforma con los moldes que le impone la sociedad catalana.
“Entender la tradición textil, la ornamentación o el tipo de ropa dentro de la tradición caribeña haitiana, por un lado, y por otro lado también toda la tradición y el vestir de esa parte catalana o de esa parte barcelonesa en la que me he criado también”.
Y recuerda a su bisabuela haitiana, de la que tiene su segundo nombre y que era costurera y les hacía “ropitas”. Dice que “desde pequeña las mujeres a mi alrededor se han vestido también a medida, tanto en el contexto caribeño como aquí” y lo cito porque acaba de darme la explicación a la elegancia de mis abuelas que aún siendo ambas mujeres negras y pobres, sus vestidos lucían impecables.
Además de la acusación mía inicial por un desliz de mi subconsciente nos une tanto a Archer como a mí, el Caribe y ese modo de vestir que ella define “más que de consumo, de guardar, de arreglar”.
“Sí que también estaba ligado con un tema de precariedad, pero guardaba un vínculo con aquello con lo que te vistes. Había una parte de herencia, de pasar de abuela a madre. Tengo prendas que me hacía mi bisabuela y llevo ropa de mi tía abuela. Este vínculo es para mí algo muy visceral”.
Caminos distintos para narrar
“Para mí siempre ha sido muy importante esta manera de expresarme”, confiesa Archer.
“Más que sea una obsesión, mi trabajo está directamente relacionado también con mi activismo, o sea, para mí, yo he aprendido también a encontrarme sin verme, sobre todo en este mundo tan blanco en el que he crecido en Barcelona”, y es que aunque parezca muy diversa, la capital catalana es blanca y racista.
Pero a falta de representación Archer ha querido expresarse “con la ropa o con la estética, a pesar de no tener medios. Hacer ropa incluso del día a día, sin que ni siquiera fuera algo extravagante”.
Y se pregunta de manera retórica porque ella tiene la respuesta: “¿Cómo podría hacerme mi propia ropa básica, pero bien hecha?”. Se responde defendiendo la idea de que vestir “no debería ser algo inalcanzable. La ropa de calidad no debería ser algo sólo para la gente que tiene recursos económicos. Ponerse algo que te sienta bien, que te hace sentir bien, que esté acorde a cómo quieres expresarte, genera mucho bienestar”.
Buen vestir o buen gusto
“Creo que acceder al buen vestir, no desde el lugar del buen gusto, sino al buen vestir vinculado con cómo entiendes tu cuerpo, para mí es un motor total de bienestar” y lo dice desde la experiencia de más de 10 años cosiendo.
“Antes que ir a cualquier lugar de fast fashion creo que deberíamos tener este acceso a vestirnos con algo que nos hable más al cuerpo de cada une” y llama la atención sobre cuestiones olvidadas de la moda y el vestir.
“Encuentro que coser está olvidado, o más bien no olvidado, sino que hemos olvidado que lo que llevamos lo cosen personas y que eso también requiere un conocimiento, un tiempo y que hay una persona vinculada a cada prenda, es decir, hay manos detrás y creo que es porque vemos la ropa ya hecha”, por eso le interesa desde su activismo vincular a la gente que hace ropa con la gente que compra la ropa, “y que no haya un espacio o un vacío”.
O que la gente se pregunte, al menos “¿de dónde viene? ¿Quién lo ha hecho?” y le “parece muy poderoso” ese pensamiento.
Queer, diseño y género
“Para mí el diseño absolutamente no tiene género, porque básicamente el género no existe para mí. En realidad todo es queer y la ropa es ropa, o sea, quiero decir, que se la puede poner quien quiera”, y da un paso más allá de lo que estoy segura, le enseñó la tradición que heredó, pero quizás por eso la humanidad ha evolucionado, por su capacidad de romper la aprendido.
“De hecho, creo que dentro de toda la narrativa o el imaginario de la moda hay mucha toxicidad. Es muy problemático todas estas narrativas, estos personajes que aparecen en la moda o en la manera en la que se comunica la moda o cómo ser deseable, desde qué lugar somos deseables, bueno, siempre tan cortado por todos estos patrones coloniales y patriarcales y que definen ¿qué es lo que genera deseo? ¿qué es lo que vende? ¿qué es lo que se mercantiliza? ¿cómo lo lee el marketing? incluso dentro del público objetivo ¿quién es mi clienta? o ¿qué tipo de persona?” e invita a romper con todo eso.
“En mi imaginario entiendo más sensaciones o personajes o moods, estados mentales de cómo vestirse o cómo sentirse, más que ¿qué género ha de llevar esto o aquello?” y explica cómo ve la vida para reafirmar que para ella todo es queer.
“Y al yo sentirme también queer, pues entonces mi ropa es queer” y lo entiende como un concepto liberador que abre caminos porque “la moda nos ha limitado bastante, entre otras cosas”
“Me permite crear desde este lugar que llamo laboratorio, que me da una sensación súper expansiva y súper divertida, que está lleno de posibilidades que no nos limitan”.
Laboratorio Sofía Archer
Sofía Archer es un laboratorio en sí misma porque le permite jugar y crear sin tener que acotarlo como estudio, como taller, que es como se suele definir este tipo de espacios textiles.
“Me gustaba darle como un espacio mucho más fluido, más libre, donde poder acoger todo tipo de propuestas más vinculadas al textil.
“Soy más la modista. La modista del laboratorio que está aquí, en el taller, experimentando” y es una de las formas más bellas de rendirle homenaje a las mujeres que nos antecedieron y que se ganaron la vida sentadas a sus máquinas de coser.
La experimentación de Archer también la lleva a la escenografía donde “se crea una realidad en la que pueda experimentar y elaborar imaginarios, incluso elaborar nuevos imaginarios y nuevas narrativas”.
“Yo ya directamente después de Bellas Artes me fui directamente a hacer patronaje para aprender a hacer las cosas, para poder tener una especie de control en la cadena de producción” o para poder decirse un día: “lo sabré hacer yo, me podría autogestionar, no dependeré de una persona que me patrone o una persona que me cosa, me educo yo en esto, aprendo este oficio y el diseño ya viene luego porque ya sabré cómo hacerlo”.
Hubo una etapa de negación porque no pudo acceder a los estudios como diseñadora, pero lo de saber el oficio la ha llevado a reivindicar a la “artesana”, “la modista” o la “patronista” que siente ser en contraste a permanecer desconectada del proceso de confección o de la cadena de producción como suele pasar con los diseñadores.
Los espacios en la moda
Le está costando mucho llegar a donde quiere, pero se hace una pregunta para que respondan otros: “¿En realidad en este país, quién tiene una marca de moda y es una persona negra, racializada? Es muy complicado”.
“Y así me está costando mucho y me ha costado tener un lugar como persona queer y negra, pues no es fácil. En el mundo de la moda creo que se delega más este lugar al tema de la imagen o la de difusiones de marca. Hay una especie de pseudo inclusividad porque está muy bien que las marcas estén utilizando a gente racializada, es como decir: ‘ay, mira, pues hay más visibilidad’, pero ¿dónde está la gente racializada, negra, en los equipos de moda?”
“Es que en general, ni gente racializada, ni gente trans, o sea, ni gente con diversidad” y lo ve (lo vemos) todo muy blanco y muy normativo.
“La gente se sorprende, incluso cuando ven mi trabajo. Flipan con la calidad o cuestan entender que la persona que soy, tengo una manera de trabajar tan disciplinada, profesional y eso no es algo nuevo”, y esas expresiones llevan mucho de racismo y le dicen: “Guau, ¿esto lo has hecho tú?”, pero Archer no deja de sorprenderse cuando recibe estas impresiones.
Pero ella tiene las cosas muy claras. Ella es de las que “no puedes fallar” nunca. Y está convencida de que este nivel de exigencia también viene de cómo el mundo la ha leído.
“Soy muy trabajadora, se hacia dónde quiero ir y qué tipo de marca y empresa quiero montar” y siente que no puede hablar de su trabajo sin dejar de implicarse en “espacios anticapitalistas, antirracistas y antipatriarcales”.
El reciclaje como política
“No hay otra manera de entender el futuro si no es creando estas redes de autogestión en todos los campos. De conciencia con el entorno y qué lugar ocupamos, desde a nivel político, desde las maneras de consumo. Buscar un comercio local, de proximidad. Entender que el ritmo no ha de ser este frenético, que ir mucho más despacio, es mucho más placentero”, y hay en lo dice un resorte que me devuelve una vez más a mis tardes con mi máquina de coser y la brisa de casa de mis abuelos.
No es nostalgia a lo soviético. Sé las consecuencias de una sociedad socialista, pero el “mood” que recomienda la Archer tiene algo de inocencia porque ¿cómo no estar constantemente en proyectos y no morir en el intento?
Ella misma me responde. Si no lo hacemos “a algunas personas la precariedad nos come”, pero entiendo que el modo “slow” que propone puede ser no solo interesante sino más sano, lo que no justifica, claro está, que no nos tomemos la “sostenibilidad” como algo serio y necesario.
“La sostenibilidad hay que tomársela en serio. No es un concepto de pegatina, de juguete. Si hablamos de sostenibilidad estamos hablando de un tipo de consumo diferente que no es fast fashion. Estamos hablando de cómo se deslocaliza y qué procesos o qué políticas entendemos cuando se deslocalizan las producciones, cómo se trata la gente en los otros territorios, qué precio estamos pagando y toda la parte del patriarcado, evidentemente, qué manos están trabajando, cuáles son las manos más precarizadas en nuestras cadenas de producción y qué mensajes emitimos o qué imaginarios”.
“Por lo tanto, la sostenibilidad ha de ser seria y ha de ser política. Es muy importante para acceder a la justicia climática y a un mundo mejor. El futuro no tiene por qué ser apocalíptico como nos han hecho pensar y esas también son narrativas blancas. Busquemos otros futuros”, y Sofía Archer ha empezado aportar su granito de arena.
María Matienzo
La Habana (1979). Escritora. Realiza la columna de opinión «Mujeres de Alas», en la Revista Alas Tensas. Ha colaborado como periodista en medios y revistas como Cubaliteraria, Havana Times, Diario de Cuba, El Tiempo en Colombia, Hypermedia Magazine, Programa Cuba y Connectas. Sus reportajes han sido publicados en una compilación de ediciones Samarcanda, España, bajo el título Apocalipsis La Habana (americans are coming). En el 2020 publicó la novela Elizabeth aún juega a las muñecas (Editorial Hurón Azul) y el libro Orquesta Hermanos Castro: la escuelita, sobre la historia musical olvidada (Unos & Otros Ediciones ). Fue reconocida por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF) como Women Journo Heroes. Sus reportes sobre la vida cotidiana de las cubanas y los cubanos se pueden encontrar en el diario CubanetNews.
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