Un acercamiento al epistolario de Domingo del Monte y Gaspar Betancourt Cisneros
Volver sobre los textos de Gaspar Betancourt Cisneros es no solo recuperar la historia, sino también seguir haciéndola, como él quería.

Nos ha cogido una época atroz, Poeta. El desaliento y la desconfianza son generales: solo se esperan impuestos, miserias, catástrofes, ruinas por todas partes y en el ramo principal de nuestra riqueza.
Carta de Betancourt Cisneros a Domingo del Monte.
Puerto Príncipe, febrero 27 de 1842.
Gaspar Betancourt Cisneros fue una de las personalidades más relevantes del Puerto Príncipe de los primeros sesenta años del siglo pasado. Desde muy temprano se involucró en avatares de la política sobre el futuro de la Isla. Apenas con veinte años estuvo entre los tres camagüeyanos que viajaron a Venezuela a fin de entrevistarse con Simón Bolívar para planear la participación del Libertador en la independencia de Cuba. Este hecho, que podría ser clasificado como una aventura juvenil, marcó hondamente su vida posterior como cubano. A su regreso a la isla, de la que había partido en 1821, y después de una estancia de casi doce años en Estados Unidos, había ganado la amistad de José Antonio Saco y la de otros patriotas que contribuyeron a la formación de su propia personalidad política y cultural.
Todavía hoy El Lugareño —así firmaba sus artículos periodísticos— es valorado por algunos historiadores de la isla como una figura polémica. Sus simpatías, transitorias, por el anexionismo; sus ideas en relación con la trata y la esclavitud africana; su práctica entusiasta y muy combatida de una colonización blanca; y, por último, su postura frente al independentismo, lo consagraron como una figura capital del siglo XIX cubano.
No se puede olvidar, aunque algunos insistan en hacerlo, que se vivía un difícil momento del período de formación de la conciencia nacional. La diversidad ideológica y política no era otra cosa que su correlato inmediato. Betancourt no podía ser ajeno a las convulsiones de ese proceso.
Una personalidad paradigmática del siglo XIX cubano
Intranquilo, irónico, criollo de pura cepa y dueño de una prosa que fustigaba a todo aquel que se negara al progreso y al avance de la civilización, en mucho recuerda, por afinidades electivas, a una figura tan cubana como la de Raúl Roa, tan maltratado por la historia insular hoy. Roa, lo consideraba una de las personalidades más paradigmáticas del siglo XIX insular.
Por su parte, Vidal Morales lo evocó desde las páginas de su obra Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana:
Era, como decía José de la Luz y Caballero, un patriota a toda prueba, todo hidalguía y buena intención: de los que nunca estuvieron conformes con la dominación española: de los que jamás confiaron ni hicieron caso de promesas de reformas y se burlaba de los que algo esperaban de ellas, demostrando la entereza de sus convicciones hasta en el delirio de su agonía, en que rechazaba la sombra de España, a la que se imaginaba ver ahogando a Cuba, y apostrofándola enérgicamente exclamaba: ¡vete! ¡vete!1
La zona más conocida de su obra son sus Escenas cotidianas, las cuales vieron la luz en La Gaceta de Puerto Príncipe entre junio de 1838 y junio de 1840. Se conservan, pues, veinte y seis artículos que hoy resultan invaluables. Es en ellos donde Betancourt Cisneros, firmando también con muchos alias —como el Varón con V, Gasparete, el Varón de las hembras de Puerto Príncipe, Narizotas y, sobre todo, El Lugareño—, arrastrado por su intenso apego a las tierras principeñas, despliega su pensamiento sobre el progreso, la educación, la economía, los caminos y la necesidad de la región de romper con las costumbres pasatistas como única vía para alcanzar la modernidad y el progreso.
Betancourt Cisneros y Domingo del Monte
Expresión de esas redes sociales es la correspondencia que intercambiaron Betancourt Cisneros y Domingo del Monte. En esas cartas, como en otras, hay referencias a amigos y, ¿por qué no? también a enemigos comunes. Lo que permite, por supuesto, hacer un balance de las relaciones, afectos, desavenencias, ideas y otros tantos componentes de la cultura que marcan un periodo histórico determinado. Allí está esa confianza con la que trata al amigo y su burla de los orígenes venezolanos de este:
Preparad el Colmillo, Ratón del Monte, para encajárselo a un queso ecléctico del Horcón de Najasa que os envío por no sé qué buque, y manos de un Catalán que me ha ofrecido entregarlos a Ramón de Armas en persona. Veremos, si ese queso es de Mandarria y cuña y si sabe a tierra y a polvo de rincón y otras lindezas con que la sarcástica musa del Magdaleno o del Lago de Maracaibo ha zaherido el emporio de las Vacas de Cuba que es el Camagüey: lo veremos.2
Los temas de las cartas varían, por supuesto, según las circunstancias y dan fe del lenguaje tan especial de Gaspar Betancourt Cisneros, pero también de su profundo sentido de los valores humanos. El camino de hierro, obsesión de Betancourt, una y otra vez mencionada a Domingo del Monte, se enlaza con sus criterios sobre la necesidad de los viales como factor de progreso.
“Betancourt Cisneros chocaba una y otra vez con el conservadurismo de determinadas élites de la sociedad.”
Vivió con la obsesión de sacar a Puerto Príncipe del atraso para situarlo a la altura de otras regiones del país y del continente. No obstante, chocaba una y otra vez con el conservadurismo de determinadas élites de la sociedad camagüeyana de la época, que no desperdiciaban un momento para obstaculizar el proyecto vial de El Lugareño. También tuvo que enfrentar a la caldera de chismes, intrigas y grupos de poder, esos que al decir de Baudrillard, son parte también de la cultura:
El Doctor es mal enemigo: es de lo hombres que ni repara en los medios, ni perdona jamás. Por resentimientos con Iraola le ha declarado la guerra al ferrocarril. Por supuesto que solo con sandeces puede él atacar los procedimientos de la Junta: sus ataques son el crédito de sus Directores, pues se ve que él es capaz de atacar al mismo Cristo si encontrase un cabello por donde agarrarnos— El pueblo está en buen sentido, no solo por afecto al camino de hierro, sino por desafecto al tal Doctor Castellanos, que hace tiempo que está muy mal querido. En cuanto a mi, él sabe bien que no tiene por donde morderme y que puedo obligarle a respetarme, porque los dos nos conocemos a fondo. […] Le doy a Ud. todas estas noticias por si pasado su pasar tiene un rato de buen humor e inspiración y quiere cumplir con el deber de defender una empresa de las que con toda seguridad llevan para adelante y dejan atrás a los brutos y miserables que no saben hacer caminos de hierro.3
Betancourt Cisneros frente la censura

¿Están todas las cartas que le dirigió el principeño a su amigo el Poeta? Hay algunos indicios que hacen pensar que no. La correspondencia con su amigo habanero se inició el 4 de julio de 1836. La edición del Centón epistolario llevada a cabo por la Casa de Altos Estudios “Fernando Ortiz” incluye, por supuesto, las cartas de El Lugareño. No obstante, al cotejar esta edición con la realizada por Federico de Córdova en 1951 de las cartas de El Lugareño, se advierte la ausencia de la carta fechada el 31 de octubre de 1836 por Betancourt Cisneros en el Centón epistolario. Mientras, falta en Córdova la carta de 1836 correspondiente al mes de agosto. En 1838 se consignan cuatro cartas en el Centón epistolario y tres en la edición que de ellas hizo Córdova. Hay, pues, algunas irregularidades al respecto. Y, como con las Escenas cotidianas, nunca sabremos si ese vacío que se inicia a partir de 1845 es ausencia efectiva o pérdida de la correspondencia que se cruzaron los amigos.
Betancourt Cisneros: “Yo quemo vuestras cartas que tratan de esto y confío en que allá haréis vos lo mismo.”
A todo esto hay que añadir también el papel que tuvo la censura. Betancourt se queja y advierte, en más de una ocasión, a su amigo Del Monte acerca de esto. En carta fechada en diciembre de 1842 en El Lugareño alerta a su amigo: “No os deis tanto a desear. Escribidme con más frecuencia y comunicádmelo todo, bueno o malo, que importa que todo lo sepamos por acá. Yo quemo vuestras cartas que tratan de esto y confío en que allá haréis vos lo mismo”.4
En carta muy temprana a Del Monte, fechada el 14 de agosto de 1836 y luego de hablar con discreción sobre la política española del momento, le responde al amigo acerca de obvias preguntas de este sobre su persona:
No sé que le diga sobre mi popularidad. El tren de mi vida no es para adquirir popularidad: yo vivo casi aislado. El círculo de mis relaciones es muy estrecho; y hay circunstancias que llamaré domésticas que me favorecen poco, porque si no me proporcionan enemigos, desafectos por lo menos se me sobran. Mis ideas no son las mejores para un pueblo fanático y servil; ni he podido jamás hacer del (sic) hipócrita. Sin embargo, veo que es preciso surtirme, prepararme de principios que no tengo, ni en Política, ni en Economía, y quiero que Ud. me ayude. Me explicaré: yo quisiera reforzarme de buenos elementos, a reserva de estudiar los malos con mi tiempo y oportunidad. Digo los malos porque estoy persuadido de que la tal Política es más la ciencia de los impostores que de los hombres de bien y es preciso conocer todos sus golpes para oponerle una roca donde se revienten. Bien veo que nuestro siglo le va dando otro giro más honrado: convengo en que los hombres de bien se van apoderando del puesto y desalojando a los bribones, pero aun hay bribones y no pocos.5
Por cierto que es un pasaje de estilo tan fluido que parece intemporal. El Lugareño sabía que no bastaba con las intenciones para lograr cambios sustanciales en su Puerto Príncipe. A muchos obstáculos tendría que enfrentarse. En primer lugar, al propio gobierno español, que pondría todas las trabas posibles a fin de evitar cualquier cambio en la sociedad principeña de la época. Y, por otro, como ya se ha visto, a la propia sociedad del Camagüey.
Betancourt Cisneros y la prosperidad de Puerto Príncipe

En estas fechas, Puerto Príncipe desconocía los avances tecnológicos en relación con la producción azucarera. La misma suerte corría la ganadería, en la cual la producción de leche no era alta y los quesos a veces eran de insuficiente calidad. Puerto Príncipe no estaba muy lejos de lo que en su momento escribiese Del Monte acerca de ella en su texto “Movimiento intelectual en Puerto Príncipe”.
El autor hablaba por lo que le habían contado y exageró en algunos trazos el verdadero cuadro de la región. Pero no puede pasarse por alto este artículo publicado en El Plantel por las reacciones en contra del autor suscitadas en determinados medios de Puerto Príncipe. Este texto delmontino se publicó cuando ya se había trabado una amistad entre Betancourt Cisneros y él; El Lugareño esperaba, y así se lo manifiesta en carta fechada en noviembre de 1838, la publicación de este artículo.
“El Lugareño sabía que no bastaba con las intenciones para lograr cambios sustanciales.”
Además, algunas de las ideas manejadas por Del Monte se las había comentado El Lugareño, pero no con la intención con que luego fueron por manejadas. Otra fuente empleada por Del Monte, obviamente, fue el texto de Bachiller y Morales “Recuerdos de mi viaje a Puerto Príncipe”. Camagüey es descrita por Del Monte a partir de una subjetividad tal, que la aleja de la realidad:
Todo se resentía de semejante aislamiento; educación, costumbres, modales, y hasta el habla misma, pues se conservaba en (sic) todavía en el trato común locuciones y modismos castellanos, ya anticuados para el resto de la nación que estaba en contacto con las demás de Europa. Hasta ayer, como quien dice, no se encontraban en los hatos más productivos y pertenecientes a las familias más ricas, no ya loza ni manteles, ni cubiertos para comer, lo cual se consideraba cosa de mero lujo y ostentación, pero aun ni avíos de cocina, ni una simple olla de barro para aderezar la comida; en otros muchos hatos no se ha introducido todavía ningún apero de labranza y solo se conoce el machete, el azadón y el cuchillo.6
No tardó la respuesta del Narizotas a Del Monte. Más que reprocharle, le agradecía esas páginas que actuaron como detonante en el Camagüey porque de alguna manera su amigo había logrado unir a la opinión pública en relación con el progreso. Escribió Betancourt:
Señor Diamante: mucho me ha complacido su apreciación del 1ero. del corriente porque como Ud. dice, soy más inclinado a tomar las cosas por el lado alegre que por el triste. Es un gusto oír a los camagüeyanos hablar contra su artículo “Movimiento intelectual en Puerto Príncipe”. ¡Quien lo creyera! ¡Un mozo tan fino que ha viajado, de tanto talento! El caso es que los camagüeyanos se han abochornado que Ud. les haya sacado las faldetas a la vergüenza. Puede Ud. creer que los hatos como se estaban se están: el adelanto está en los potreros, ingenios y establecimientos de agricultura: las bandas de carne, azaduras, cebo y cabezas de cochino cuelgan como faroles hoy en este instante, a la puerta de las matazones etc., etc., Pero, no es esto lo que más ha molestado, sino la especie de que los bachilleres y litigantes han venido a civilizarnos. Aquí tomo yo parte, voto a Bríos! Y la tomo a fuerza de camagüeyano.7
Ahora era El Lugareño quien emplazaba a Del Monte. No era posible admitirle semejante intromisión y mucho menos la forma en que este describía a Camagüey. No era esa tierra de salvajes, sino de hombres y mujeres hechos al trabajo.
El ideario de Betancourt Cisneros
Esta era la forma en que se marcaban, por parte de El Lugareño, las diferencias regionales entre el oriente y el occidente. La Cuba A y la Cuba B de la que muchos años más tarde hablara ese historiador y demógrafo formidable que fue Juan Pérez de la Riva. No solo fustiga duramente a Del Monte, sino también a Bachiller y Morales. Solo se salva su amigo José de la Luz y Caballero:
La Civilización es un sol, camarada, que brilla para todo el mundo: es el siglo que está haciendo el viaje redondo por la tierra: es un terremoto cuyo combustible está en gran Cordillera de América, en el Alleganny, se inflama, estalla y su sacudimiento se siente en todos los puntos de América. Unos participarán más que otros: esto es natural; pero los señores Bachilleres y litigantes (excepto un Pepe u otro así) no traen aquí más que pomadas, travillas y la mayor parte fruslerías e insustancialidades lechuguinas de que abunda más la Habana que el Camagüey.8
Y para que no quede duda acerca de qué lado están El Lugareño y su profundo sentido ético que es, en última instancia, su principal rasgo, expresa luego una idea que mucho tendría que ver, tiempo después, con el fracaso de la Guerra de los Diez Años, a saber, la falta de unidad entre las diferentes regiones del país:
En fin, cosas así que sin contradecirse sean como una especie de satisfacción para los camagüeyanos: porque de ninguna deben perder su prestigio El Plantel ni sus autores; y todo debe sacrificarse a las simpatías cubanas: es preciso no ofenderlos jamás ni aun diciendo verdades útiles, porque nuestro gran propósito debe ser hermanar, estrechar lazos de amor y unión: un pueblo es todos los pueblos de la Isla.9
En carta a Del Monte del 17 de septiembre de 1838, todavía en medio de la publicación de sus Escenas cotidianas, y, a sabiendas de que la censura contra sus artículos tenían cada vez más un matiz político, escribe:
¿Qué te parece lo que está en casa del Censor? La Escena de la Imprenta Camagüeyana— ¿Pasará? Sábelo Dios: tiene cosas sospechosas aunque escritas bajo el mando de la crítica Sajaná —hoy lo sabré—. Está en borrador la Parte 2da de la Escena de pobres: en ella le descargo toda la metralla que hay en mis almacenes al populacho y a Don Manuel, porque los del progreso no queremos precisamente que haya en Cuba populacho de ninguna clase: queremos un público, queremos un pueblo: público que dirija la opinión, pueblo que la entienda y la obedezca.10
El artículo sobre la Imprenta en Camagüey fue publicado. Y es necesario llamar la atención sobre esta misiva. En primer lugar, el término “populacho”, que implica el reconocimiento de la existencia de ciertos sectores de la población carentes de todo tipo de recursos y educación. No, no hay desprecio aquí, sino una mirada bien aguda a los males de la sociedad del Camagüey, que bien podían extrapolarse a la de toda la isla. El populacho del que señala aquí El Lugareño no es otra cosa, al menos así lo advierto, que esa población flotante de la que en su día hablaran los economistas británicos Adam Smith y David Ricardo y a toda la escuela de fisiócratas. Libros que leyó también Betancourt Cisneros en aquellas tertulias en Estados Unidos al lado de su amigo José Antonio Saco.
Vigencia y olvido de Gaspar Betancourt Cisneros

No se trata de decir aquí que El Lugareño era un economista, sino que poseía una formación en ese terreno. Eso es lo que le permite decir que “queremos un público”, en efecto, personas que tengan una determinada opinión, educación e inteligencia. Pero también a un pueblo, que al entender esa opinión, pueda pensar para participar activamente en ella. Sus ideas son el resultado de sus lecturas y experiencias, manifiestas en algunas de sus cartas a José Antonio Saco y al propio Del Monte, en particular también sobre los filósofos de la Ilustración francesa.
En esa misma carta, El Lugareño le deja claramente expuesto al Poeta cómo las Escenas cotidianas sí han contribuido a mejorar el San Juan, los bailes de la Feria de la Caridad festividades propias de la región. Se sentía orgulloso de poder abrir hasta una pequeña escuela para niñas. Cree, pues, conscientemente en la educación y el fomento de los valores. Pero lo más importante es que estaba convencido de que los males de la sociedad pueden ser eliminados.
“Luchador incansable por el progreso, Betancourt Cisneros mantiene una recia contemporaneidad.”
No obstante, no todo sería tan fácil. Consciente está de que para todas esas transformaciones, como le diría en 1841 a su amigo Del Monte ante las dificultades que enfrentaba para la construcción del ferrocarril: “Es necesario tener más paciencia que Job y más maña que un ministro inglés para persuadir a estos camagüeyanos a hacer una cosa que no sea negocio de vacas o potreros”.11
Al camino de hierro le entregó buena parte de su vida. Luchador incansable por el progreso, amigo cabal y crítico de su época, nada útil le fue ajeno. Su impronta, no obstante, se desvanece en la memoria de sus lugareños, en el Hato de Najasa solo quedan las ruinas de una casa que fue un hervidero de ideas y de trabajo. En ese lugar hoy no existe nada que lo recuerde. Indigna saber que lo único que se ha hecho es un hotel, para el supuesto turismo extranjero que nunca llega, con el nombre de El Lugareño. Lo cual demuestra que la prosa de Gaspar Betancourt Cisneros mantiene una recia contemporaneidad. Volver sobre sus textos es no solo recuperar la historia, sino también seguir haciéndola, como él quería, la de verdad.
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1 Vidal Morales y Morales: Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana. Imprenta Avisador Comercial, La Habana, 1901, pp. 35-36.
2 Carta a Domingo del Monte: Camagüey, Octubre 7 de 1839, en: Domingo Del Monte: Centón epistolario, Vol. II, Ed. Imagen Contemporánea, La Habana, 2002, p. 408.
3 Carta a Domingo del Monte: Camagüey, julio 18 de 1840, en: Ob. cit. Vol. III, p. 498.
4 Carta a Domingo del Monte, Camagüey, diciembre de 1842”, en: Ob. cit.,Vol. III, p. 70.
5 Carta de Gaspar Betancourt Cisneros a Domingo del Monte, Puerto Príncipe, 14 de agosto de 1836, en: Ob. cit, Vol. II, pp. 46-47.
6 Domingo del Monte: “Movimiento intelectual de Puerto Príncipe”, en: Escritos, Introducción y notas de José Antonio Fernández de Castro, Vol. II, Cultural, S.A., La Habana, 1929, pp. 77-78.
7 Carta de Gaspar Betancourt Cisneros a Domingo del Monte: Gran Camagüey, Sabana del Padre Porro, baronía, 24 de diciembre de 1838, en Ob. Cit., pp. 281-282.
8 Ibíd., pp. 281-282.
9 Ibíd., p. 282.
10 Carta de Gaspar Betancourt Cisneros a Domingo del Monte, Puerto Príncipe, 17 de septiembre de 1838, Ob. cit., Vol II, pp. 229-230.
11 Carta de Gaspar Betancourt Cisneros a Domingo del Monte, Puerto Príncipe, 22 de diciembre de 184, Ob. Cit., Vol. III, p. 24.
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