Ya son casi 30
"Aunque a veces me siento incómoda respecto a mi cuerpo, como si no me perteneciera, intento no participar en esa autocrítica que nos han inculcado", reflexiona la artista y activista Laura Vargas.
Cuando los treinta se asoman, el espejo se convierte en un viaje hacia la introspección más profunda. Durante mucho tiempo me he enfrentado al espejo con temor, no soy ciega y puedo percibir perfectamente los cambios drásticos en mi apariencia. En algún punto, esto desencadenó una relación poco saludable con la comida y, sobre todo, con mi propio cuerpo. Es como si el reflejo devolviera imágenes de una realidad que no siempre estamos listas para aceptar.
Últimamente vivo en la total incertidumbre de no saber exactamente cuánto peso. Al vestirme, recurro al método de probar la ropa y observar detenidamente cómo me queda. Notando la dificultad al subirme los pantalones, percibo que ahora me ajustan en áreas que solían ser holgadas, lo que indica que he aumentado de peso una vez más. Los comentarios incómodos de familiares y conocidos acerca de nuestro peso tampoco es que ayuden mucho: “Estás más gordita”. Señora cállese, nadie le preguntó.
De los cuerpos ajenos no se habla
Existen múltiples razones por las cuales las personas experimentamos fluctuaciones constantes en nuestro peso. En las mujeres, pueden ser desde cambios hormonales durante el ciclo menstrual, condiciones médicas, hasta enfrentar la depresión, la ansiedad o simplemente el paso del tiempo. Nuestros cuerpos evolucionan, lo que complica nuestra relación con la imagen que proyectamos. Aunque parezca trivial, luchar con una prenda de vestir puede resultar desafiante.
No es ningún secreto que las presiones sociales han hecho mella en nuestros cuerpos, especialmente en el de las mujeres. Vivimos en un mundo donde el tipo de cuerpo ideal se presenta a menudo como delgado, tonificado e impecable. Y esto da lugar a un escrutinio constante de nuestros cuerpos, pues cualquier desviación de la norma es recibida con juicios y críticas. Los estándares de belleza están ahí, no se van, como tampoco las dudas e inseguridades.
Pero no se trata sólo de tener sobrepeso o un peso inferior al normal: incluso los cambios más ligeros en nuestro peso o aspecto pueden dar lugar a una atención no deseada y a comentarios no solicitados. Y aunque es un tema diferente, es igual de incómodo cuando la gente te pregunta: ¿qué te ha pasado?, ¿por qué has adelgazado tan rápido? Estás rodeada de miradas que parecen acusarte de algo malo. Nuestra apariencia está siempre sometida a un escrutinio totalmente injusto e innecesario. Es frustrante que la gente se sienta con derecho a hacer comentarios sobre nuestro físico, como si tuvieran derecho a saber lo que nos pasa.
“Juzgarnos por nuestro aspecto, en vez de por nuestras habilidades o nuestra personalidad, nos lleva a un círculo vicioso de negatividad y dudas.”
La verdad es que nuestros cuerpos cambian constantemente, y no siempre está bajo nuestro control. Sin embargo, se espera que nos ajustemos a una norma y, si no lo hacemos, se nos hace sentir que, de algún modo, estamos fallando. Esta presión para ajustarnos a un determinado tipo de cuerpo es especialmente perjudicial para nuestra salud mental. Es fácil interiorizar estos mensajes y sentir que no somos lo bastante buenos. Empezamos a juzgarnos por nuestro aspecto, en vez de por nuestras habilidades o nuestra personalidad. Y esto puede llevarnos a un círculo vicioso de negatividad y dudas sobre nosotros mismos.
Ya no tengo veinte años y lo sé
Para comprender este cambio de década, he encontrado consuelo en el proceso de hacer las paces con mi cuerpo. Sin embargo, esto va más allá de aceptar sus cambios físicos. Aceptar el paso del tiempo no es un proceso lineal ni sencillo. Es un viaje que requiere trabajo y reflexión constantes. No puedo evitar oír el eco de las palabras de mi madre, quien alguna vez me dijo que los treinta son los nuevos veinte. Pero, ¿qué significa realmente eso?
“La verdadera libertad reside en despojarnos de las expectativas ajenas y crear nuestra propia versión de la felicidad.”
Mi apariencia actual es diferente de la que tenía en mis veinte años, y sinceramente, no creo que ahora mismo me identificase con aquel cuerpo veinteañero. Estos cambios son completamente naturales y seguirán ocurriendo con el paso del tiempo. Aunque a veces me siento incómoda respecto a mi cuerpo, como si no me perteneciera, intento no participar en esa autocrítica que nos han inculcado. Me trato con amor, aunque en ocasiones resulte complicado. He aprendido que no debo cumplir con ciertos estándares de belleza para merecer existir, recibir amor y respeto. La verdadera libertad reside en despojarnos de las expectativas ajenas y crear nuestra propia versión de la felicidad.
Entonces, elijo adoptar una nueva perspectiva hacia mi cuerpo. Decido mirarme con nuevos ojos, reconociendo la imperfección. Me olvido de las expectativas poco realistas y trato de encontrar la singularidad de cada marca en mi cuerpo: las estrías, celulitis, arrugas, manchas o cicatrices que me acompañan y forman parte de lo que soy. Ya no me importa elegir ropa más holgada y cómoda en diferentes tallas, adaptándola a mis necesidades. Si algo me incomoda, simplemente no lo uso. Lo siento como un acto de rebeldía contra los estándares impuestos, una declaración de autonomía y, ¿por qué no?, también de amor propio.
Después de todo, los treinta no son los nuevos veinte, sino un momento único, que no consiste en intentar revivir los veinte. No se trata de negar el paso del tiempo, sino de reconocerlo como parte inherente de la vida y de estar abierta a nuevas experiencias y aprender de ellas.
Hoy, al mirarme en el espejo, sigo viendo imperfecciones y nuevas curvas que no estaban antes, que no me gustan, pero ¿qué le vamos a hacer? Nada, asumir que ya son casi 30.
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