Alexandra David-Néel y la búsqueda constante de la verdad

Desafiante y radical, Alexandra David-Néel convirtió la curiosidad en aventura, la rebeldía en sabiduría, y la independencia en un legado que aún inspira.

| Vidas | 25/09/2025
Alexandra David-Néel (1868-1969), viajera y antropóloga.
Alexandra David-Néel (1868-1969), viajera y antropóloga.

Nacida en París en 1868, Alexandra David-Néel mostró desde niña una personalidad que desafiaba las convenciones de su época. A los cinco años ya intentaba escapar de casa para “ir a ver qué había del otro lado”, como recordaría décadas después. Esta inquietud temprana por lo desconocido marcó toda su existencia.

Su juventud transcurrió entre estudios de música, filosofía oriental y viajes que la llevaron por Europa, África del Norte e India. En Londres se inició en el budismo, una práctica entonces exótica para una occidental, pero que se convertiría en el hilo conductor de su existencia. “Mi vida ha sido una búsqueda constante de la verdad, más allá de los dogmas y las fronteras”, escribiría años más tarde.

En 1904 se casó con Philippe Néel, un ingeniero francés que, contra toda expectativa, apoyó las ambiciones de su esposa. Este matrimonio poco convencional le proporcionó la estabilidad económica necesaria para sus futuras expediciones, aunque también significó largos períodos de separación.

Una feminista incómoda

Alexandra David-Néel en una parada durante su viaje por el Tíbet.
Alexandra David-Néel en una parada durante su viaje por el Tíbet.

Antes de convertirse en la célebre exploradora del Tíbet, Alexandra ya había desarrollado ideas propias sobre la condición de la mujer que la situaban en una posición muy singular dentro del movimiento feminista. Sus primeros contactos con las ideas emancipadoras llegaron a través de la lectura de filósofos como Max Stirner y su participación en círculos intelectuales parisinos donde se debatían las “nuevas ideas” sobre la mujer.

Sin embargo, Alexandra mantuvo siempre una relación ambivalente con el feminismo organizado. Convencida de la necesidad de que las mujeres alcanzaran su independencia económica —“Una mujer que depende económicamente de un hombre no es libre, es una esclava disfrazada”, escribiría—, rechazaba con igual firmeza, sin embargo, la frivolidad de ciertas corrientes feministas de la alta sociedad francesa.

En 1898 publicó Por la vida, un ensayo donde exponía sus ideas sobre la emancipación femenina desde una perspectiva radical. Para ella, la verdadera liberación no vendría de reformas legales o movimientos colectivos, sino del desarrollo personal de cada mujer y de su capacidad para forjarse un destino propio: “No esperen que otros les den la libertad ―argumentaba―. Tómenla ustedes mismas”.

Esa actitud le granjeó tanto admiradores como enemigos dentro de los círculos feministas. Criticaba duramente a las “damas que jugaban a ser feministas” mientras mantenían vidas cómodas y convencionales, y defendía que la auténtica emancipación requería sacrificios y una ruptura real con las expectativas sociales:

Que cada cual siga enteramente, siempre y en cualquier parte, el impulso de su naturaleza, ya sea esta limitada o genial. Solo entonces el hombre sabrá lo que es vivir en lugar de despreciar la vida sin haberla vivido jamás.

Su propia vida —renunciando a la maternidad, viajando sola durante años por parajes remotos e inhóspitos, y manteniendo con enormes sacrificios personales una carrera intelectual independiente— ilustra estas convicciones.

Aunque controvertidas, esas ideas ayudan a entender su carácter: Alexandra no buscaba reformar el sistema desde dentro, sino superarlo completamente. Su feminismo era el de la acción individual radical, no el de la negociación política. Esta filosofía la preparó para los desafíos extraordinarios que enfrentaría en el futuro.

El llamado del Oriente

Alexandra David-Néel junto a su hijo adoptivo Aphur Yongden.
Alexandra David-Néel junto a su hijo adoptivo Aphur Yongden.

En 1911, a los 43 años, Alexandra emprendió lo que al inicio sería un viaje de dieciocho meses a la India. No regresó a Europa hasta 1925, catorce años después. Durante este período, no solo se convirtió en una experta en budismo tibetano, sino que construyó su identidad como exploradora y escritora.

Su encuentro con el decimotercer Dalai Lama en 1912 marcó un antes y un después en su carrera. Fue la primera mujer occidental en entrevistarlo, una audiencia que le abrió las puertas en los círculos budistas más exclusivos. “En ti veo el espíritu de una verdadera buscadora”, le dijo el líder tibetano, según relatan sus propios escritos.

Durante estos años conoció a Aphur Yongden, un joven monje que adoptaría como hijo, compañero de viajes y colaborador. Juntos recorrieron monasterios, estudiaron textos sagrados y se prepararon para la aventura que definiría el lugar de Alexandra en la historia.

El viaje a Lhasa

Palacio de Potala en Lhasa.
Palacio de Potala en Lhasa.

El Tíbet de principios del siglo XX era un territorio cerrado a los extranjeros, sobre todo a las mujeres. Las autoridades británicas y chinas habían establecido controles estrictos y el castigo por el ingreso ilegal podía ser severo. Pero Alexandra, disfrazada de peregrina tibetana y acompañada por Yongden, emprendió en 1923 una travesía épica que duró varios meses.

Caminando de noche, durmiendo en cuevas, alimentándose de tsamba (harina de cebada tostada) y té con mantequilla de yak, la pareja atravesó paisajes inhóspitos a más de 4000 metros de altitud. Así, el 28 de febrero de 1924, tras dos meses de caminata, llegaron a Lhasa y Alexandra se convirtió en la primera mujer occidental en pisar la ciudad sagrada. Conocía el idioma tibetano, dominaba los rituales budistas y había oscurecido su piel con tinta y hierbas para pasar desapercibida. “Alcancé mi meta tras años de esfuerzos pacientes”, escribió en su diario. Permaneció allí dos meses, visitando el Palacio de Potala y documentando meticulosamente la vida en la capital del Tíbet.

Una vida extraordinaria

Alexandra David-Neel en su casa en Francia.
Alexandra David-Neel en su casa en Francia.

El regreso de Alexandra a Europa en 1925 causó sensación. Sus conferencias llenaban auditorios, y sus libros fueron bestsellers inmediatos. Mi viaje a Lhasa (1927) y Místicos y magos del Tíbet (1929) narraban sus impresionantes aventuras al tiempo que introducían al público occidental a una cultura hasta entonces desconocida para ellos.

Pero su trabajo iba más allá de la literatura de viajes. Alexandra fue una antropóloga avant la lettre, una estudiosa concienzuda que documentó costumbres sociales, prácticas religiosas y tradiciones orales con rigor científico. Sus más de treinta libros constituyen una fuente invaluable sobre el budismo y las culturas del Himalaya. “No fue solo una aventurera, sino una verdadera erudita”, señaló el orientalista Giuseppe Tucci.

Alexandra David-Néel murió en 1969, en su casa de Digne-les-Bains, en Francia, a la edad de 100 años. Hasta sus últimos días mantuvo correspondencia con estudiosos de todo el mundo y siguió escribiendo. A los 82 aún renovaba su pasaporte, “por si acaso surge algún viaje imprevisto”.

En 1973, cuatro años después de su muerte, Marie-Madeleine Peyronnet cumplió el último deseo de Alexandra: llevó sus cenizas y las de su hijo adoptivo Yongden a la ciudad india de Benarés, donde fueron esparcidas en las aguas del Ganges. Con ese gesto final, ajeno a las costumbres francesas, reconocía su íntima conexión espiritual con el Oriente y una visión de sí misma que escapaba a los estrechos esquemas culturales europeos.

Su impacto trasciende las fronteras del orientalismo académico. Sus enseñanzas y su ejemplo influyeron hondamente en figuras como el filósofo Alan Watts, los escritores Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y toda una generación de buscadores espirituales occidentales que encontraron en sus escritos una puerta de entrada seria y documentada hacia las tradiciones orientales.

Las opciones para las mujeres eran muy limitadas en su época, pero Alexandra demostró que era posible vivir según sus propias convicciones, desafiar las expectativas sociales y construir una carrera intelectual independiente. Para las feministas contemporáneas, su figura es un modelo alternativo de emancipación: no solo la lucha por derechos políticos, no solo el cuestionamiento de las normas, sino la afirmación de la libertad individual para elegir el propio camino.

“Para aquel que sabe mirar y sentir —escribió mientras se preparaba para su difícil viaje a Lhasa—, cada minuto de esta vida libre y vagabunda es una auténtica gloria.” Muchos años después, la historiadora Joëlle Désiré-Marchand diría sobre ella: “Alexandra David-Néel encarna el feminismo de la acción, de quien no pide permiso sino que simplemente hace”.

La biblioteca personal de Alexandra, donada a la ciudad de Digne-les-Bains, sigue siendo consultada por investigadores de todo el mundo, mientras que las nuevas generaciones de mujeres viajeras, académicas y buscadoras del sentido de la existencia encuentran en ella un referente de libertad y determinación.

La vida de Alexandra David-Néel es un recordatorio de que no siempre las fronteras más difíciles de cruzar son geográficas, sino mentales y sociales. Su mayor osadía no fue entrar a la ciudad prohibida de Lhasa disfrazada de mendiga, sino decidir que una mujer tenía derecho a vivir una vida extraordinaria. Transformó la curiosidad en aventura, la rebeldía en sabiduría, y la independencia en un legado que todavía inspira a muchas personas. En esa decisión, en ese valor diario con el que fue fiel a sí misma, reside quizás su enseñanza más duradera.

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