Arte │ Artemisia Gentileschi, un símbolo de la resistencia femenina
Artemisia Gentileschi convirtió el dolor de su traumática experiencia en obras que revolucionaron la manera de representar a las mujeres en el arte.

A fines del siglo XVI, el joven pintor toscano Orazio Gentileschi se mudó a Roma con la intención de hacer carrera como artista. Allí estableció su taller y poco a poco logró abrirse un lugar en el competitivo mundo del arte, y allí fundó su familia. Pero en 1605 su esposa murió, dejándolo solo con cuatro hijos, la mayor de los cuales, Artemisia, tenía apenas doce años.
Orazio consideró la posibilidad de internarla en un convento, pero la necesidad de que alguien se ocupara de las labores domésticas lo hizo cambiar de idea. Artemisia quedó entonces al cuidado de sus hermanos y del hogar mientras el padre trabajaba en su taller de pintura. Sin embargo, en sus ratos libres, la niña iba a ver a su padre pintar, y el taller se convirtió para ella en un mundo mágico de colores e historias que la sacaban de la rudeza y la monotonía de su vida. Pronto comenzó a pintar también, y Orazio, viendo su interés y su destreza, decidió enseñarle los secretos del oficio.
Así, Artemisia conoció de primera mano las técnicas del claroscuro que su padre había aprendido con el maestro Caravaggio. Esta formación fue fundamental, pues mientras las demás niñas de su entorno aprendían bordado y música, ella descubría el arte del color y la luz, la perspectiva y la anatomía humana. Su talento era innegable, pero su condición de mujer le cerraría las puertas durante siglos.
La conversión del dolor en arte

En 1611, cuando Artemisia Gentileschi tenía apenas 19 años, ocurrió algo que marcó para siempre su vida y le imprimiría a su obra el sello particular que la distingue. Por entonces las mujeres no podían estudiar en academias profesionales de arte, y Orazio, buscando la manera de desarrollar las aptitudes de su hija, le asignó un preceptor: Agostino Tassi, un pintor manierista, gran amigo y colaborador suyo.
Pero Tassi no resultó ser lo que parecía: aprovechándose de su autoridad y su fuerza, violó a Artemisia, y luego, para acallarla, le ofreció matrimonio, aunque estaba casado. Durante ocho meses abusó de la joven en secreto, hasta que Orazio descubrió lo que ocurría.
Lo que siguió fue uno de los primeros juicios por violación documentados de la historia, un proceso judicial humillante en el que la víctima se convirtió en acusada. Artemisia tuvo que someterse a interrogatorios brutales donde más que buscar la verdad se intentaba inculparla, le aplicaron torturas para comprobar la veracidad de su testimonio y exámenes ginecológicos públicos. Los registros del juicio, que se conservan hasta hoy, muestran su valentía extraordinaria. Tassi fue condenado a cinco años de destierro por estupro, presentación de testigos falsos y difamación, pero gracias a la influencia de los poderosos mecenas que lo apoyaban, su sentencia fue anulada.
La joven Artemisia conservó su honor intacto ante la ley, aunque esto no borró el estigma social ni alivió el trauma que la agresión y el propio juicio le provocaron, trauma se transformaría en el motor creativo más poderoso de su larga carrera como pintora.
Un año después del juicio, en 1613, Artemisia hizo los primeros bocetos de la que sería su obra más famosa: Judith decapitando a Holofernes. La diferencia con otras versiones del mismo tema bíblico era abismal: donde los demás artistas pintaban a una Judith delicada y reticente, Artemisia pintó a una mujer audaz, de brazos fuertes, que sujetaba firmemente la cabeza del tirano mientras su sirvienta la ayuda a consumar el acto.
La violencia de la escena es impactante, pero no gratuita. Es un acto de furia liberadora, ejecutado por manos femeninas. Los críticos han interpretado esta obra como una catarsis, una conversión del dolor en arte, algo que le permitió a Artemisia transformar su experiencia de víctima en una declaración de resistencia.
Reinventando la tradición

Para entender la revolución que supuso la pintura de Artemisia, es necesario conocer el contexto de su época. En el Barroco, los temas bíblicos y mitológicos dominaban el arte. Los pintores recurrían a las historias del Antiguo Testamento, a los episodios de las vidas de los santos y a las leyendas clásicas, en parte porque estos temas estaban avalados por la Iglesia y eran comprensibles para el público, y en parte también porque su abordaje les permitía explorar la figura humana y las emociones más intensas.
Todas aquellas obras, como las propias historias en que se inspiraban, representaban a las mujeres según patrones muy específicos. Las heroínas bíblicas como Judith o Susana solían aparecer como figuras delicadas, a menudo sexualizadas, y eran siempre víctimas más que protagonistas de sus propias vidas. Los pintores las utilizaban incluso como excusa para mostrar desnudos que satisficieran la mirada de sus mecenas.
“Las heroínas de Artemisia Gentileschi no son aquellas figuras pasivas o idealizadas típicas del arte hecho por los hombres de su época.”
Artemisia tomó esos temas y los transformó radicalmente. Sus heroínas —Judith, Susana, Ester, Dalila, Cleopatra, Diana, María Magdalena...— no son ya aquellas figuras pasivas o idealizadas típicas del arte hecho por los hombres de su época. Son seres de carne y hueso, con músculos definidos, expresiones firmes y una presencia física imponente.
Su enfoque de Susana y los viejos es ejemplar. Mientras otros artistas representaban a Susana como una belleza que casi invitaba a la lascivia, Artemisia pintó el horror real de una mujer acosada: la repugnancia, el rechazo, la fragilidad y la indefensión genuinas. No hay complacencia erótica en su lienzo, sino una visceral denuncia del abuso de poder.
En este sentido, su Autorretrato como Santa Catalina de Alejandría, pintado en 1616, es especialmente revelador. Artemisia se representó a sí misma como la santa mártir, con una mirada desafiante y una postura corporal que transmiten fuerza y determinación. La obra era un claro manifiesto de su vocación: la joven humillada y relegada se presentaba ahora al mundo como artista, sin ofrecer disculpas ni hacer concesiones, con un dominio de la técnica pictórica adquirido y desarrollado desde la infancia, y con una actitud dispuesta a cuestionar todo cuanto la tradición dio por seguro sobre lo que significaba ser mujer.
“Notable... para ser mujer”
La respuesta de los hombres de su época al trabajo de Artemisia fue muy contradictoria. Muchos no sabían cómo clasificar a esta mujer que pintaba con una fuerza y una maestría indiscutibles, enfrentándose a temas que hasta entonces estuvieron reservados sólo para los hombres y ―lo que era aún más inquietante― subvirtiendo el mensaje que a través de esos temas se trasmitía.
Tras el escándalo del juicio, Artemisia se había mudado a Florencia, donde se convirtió, lejos de la influencia de su padre y por su propio valor, en la primera mujer admitida a la prestigiosa Academia de Bellas Artes florentina. Allí fundó su taller y comenzó a recibir encargos de la nobleza europea. Trabajó también en Nápoles, Roma, Londres y Venecia. Y sus obras llegaron a decorar palacios reales y colecciones privadas de toda Europa. Fue, además, una empresaria de su propio arte, algo extraordinario para una mujer del siglo XVII.
“Artemisia pintaba con una fuerza y una maestría indiscutibles, enfrentándose a temas que hasta entonces estuvieron reservados sólo para los hombres.”
Otros artistas y algunos críticos de su tiempo reconocieron su genio, aunque siempre desde la arrogancia y la aparente superioridad que les daba su condición de hombres: “Notable... para ser mujer”, escribió sobre ella el pintor y biógrafo Filippo Baldinucci. Otros simplemente se negaron a admitir que una mujer pudiera crear obras tan potentes, y atribuyeron sus mejores cuadros a su padre o a sus colaboradores.
Esta tendencia perduró durante siglos: se la respetaba, pero siempre con la salvedad de que era una anomalía en su género. Así, fue relegada a una suerte de nota marginal y curiosa en la historia del arte. Y se la mencionaba más por el escándalo de su violación que por su genio creativo.
Pintar como una mujer

No fue hasta la segunda mitad del siglo XX, coincidiendo con el auge del movimiento feminista, que Artemisia comenzó a recibir el reconocimiento que merecía. Los estudios académicos serios sobre su obra se multiplicaron, sus cuadros se revalorizaron y su figura se convirtió en un símbolo de la resistencia femenina.
La crítica de arte Linda Nochlin, pionera en los estudios de género en el arte, la describió como “la primera mujer en la historia que pintó como una mujer”. Por su parte, Roberto Longhi la destacó como “la única mujer en Italia que alguna vez supo qué eran la pintura, el color, el empaste, y los fundamentos del arte”.
Hoy sus obras se exhiben en los museos más prestigiosos del mundo: el Uffizi, el Metropolitan, la National Gallery. Y su historia inspira novelas, películas y obras de teatro. Su valentía para denunciar la violencia sexual, su determinación para triunfar en un mundo hostil, y su capacidad para transformar el trauma en arte la convierten en una figura de gran relevancia en el mundo contemporáneo. Sus pinturas siguen impactando porque hablan de temas universales: la resistencia ante la injusticia, la fuerza de una voluntad enfrentada a las normas que intentan someterla, y la búsqueda de la dignidad personal en los contextos más difíciles.
Artemisia Gentileschi fue, sin duda, una de las más grandes pintoras en la historia del arte occidental; pero es también un ejemplo para incontables mujeres que, como ella, luchan por ser escuchadas, respetadas y valoradas por su talento.

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