Entrevista | Elvia Rosa Castro: "El crítico debe ser una esponja en primera instancia"
"Para mí el ejercicio curatorial es un ensayo de pensamiento incentivado por un contexto dado o por un arsenal de obras que te están dando señales sobre un segmento de lo real".
He aquí la tiza, pero una tiza láser. Para presentar a Elvia Rosa Castro, pensaba desbordarme en palabras barrocas y sofisticadas, como quien se llena la boca con un puñado de arena para hablar, pero sé que ninguno de los dos nos sentiríamos cómodos con jerigonzas ininteligibles. Si alguien te confiesa que “compartir simpatía y conocimiento es lo mío”, es mejor no cagarla antes de empezar. Formada como filósofa e historiadora del arte, el espectro de su actividad profesional —creo que indisolublemente vivencial— deja fuera pocas facetas en su campo de acción. Curadora, crítica, ensayista, conferencista, también se ha desempeñado como jurado, asesora y organizadora de eventos artísticos y teóricos en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos.
Su don para la comunicación y el intercambio de ideas ocupa buen tiempo de su ejercicio escritural, mismo que ha vertido durante décadas para numerosas publicaciones cubanas e internacionales de reconocido prestigio. A ella debemos la sostenida permanencia de esa bitácora del arte y el intelecto que es el blog digital El señor corchea, ecléctica guía para especialistas y diletantes que tanto se agradece.
Por supuesto que los reconocimientos para una maratonista de su estirpe no han faltado, algo que mi entrevistada estima como acicate para seguir dando batalla. Confieso que la postergación de este encuentro, planificado para unos meses atrás, ha valido la pena. En ese tiempo, Elvia se lanzó a Europa en un tour que nos llevó de la mano por la Bienal de Venecia, haciéndonos partícipes a aquellos que apenas podemos salir del Cerro de un recorrido de lujo. Por si fuera poco, el exotismo de la gira también comprendió a India, ámbito pletórico de incidencias culturales. Y no digo más, recomendándoles que la sigan en sus espacios virtuales. A alguien a quien se le den igual de sustanciosas las berenjenas que cultiva en su huerta, tanto como sus valoraciones del contexto artístico contemporáneo, hay que hacerle caso.
Desde tu formación, a la hora de trazar un itinerario profesional, ¿existió algún orden de precedencia/preferencia entre Arte y Filosofía?
Siempre se trató, y aún se trata, de Filosofía. Es muy probable que mi desarrollo como profesional del arte estuviera escrito, pero al menos no tuve conciencia de ello. Había una afinidad y una seducción, no te niego, pero no pasaba de mi vocación por la tertulia. Una señal puede ser que siempre andaba con estudiantes de arte y letras y no de mi carrera. Luego, al regresar a Sancti Spíritus para cumplir el servicio social, encuentro que debo enseñar una asignatura que consideré maravillosa: Historia de la Cultura. Yo era hija de la especulación y venía realmente de una tradición agónica generacional que incluía a mis maestros de Universidad. No me explico cómo al abandonar esa práctica, momentáneamente, no me creó un cisma existencial insuperable. Lo más inmediato fue que tuve raptos de pánico y ansiedad. Una vez salté del tren espirituano cuando ya estaba andando.
Ayudó que la primera expo que curé, en 1994, fuera Spinoza a pulso y que, en última instancia, todo se resuelve en los predios de la Filosofía…o de la Física Cuántica, según Magaly Espinosa.
Para sacar provecho al alcance de las redes y expandir tu bregar crítico-curatorial, surge El señor Corchea. Como resultado de las rápidas interacciones online, ¿piensa lo mismo este señor desde que vio la luz, o ha experimentado giros en su trayectoria?
El Señor Corchea no surge como una experiencia de la Internet, tampoco para sacar provecho de las redes. El Señor Corchea surgió en letra impresa, como una sección del tabloide Noticias de Artecubano y lo concebimos Sandra Sosa, Héctor Antón y yo que trabajábamos juntos en el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Eso sería ca. 2001 y existió hasta que nos dejaron hacerlo. Surgió como una manera desalmidonada y divertida de ejercer la crítica. Todo muy contextual y habanero. El hartazgo del exceso de metalenguaje crítico fue lo que motivó su aparición. Buscábamos algo fresco, honesto, y chistoso. En ese camino fue cruel también. Es increíble –y esto sería digno de análisis– cómo esa sección generó simpatías desde la ausencia de empatía y compasión. Algo anda mal mirado desde este ángulo. Parecíamos inocentes, crueles y berrinchosos discípulos de Yorgos Lanthimos.
Al pasar los años, Luis Manuel, ahora CEO de Cibercuba, siendo estudiante de la CUJAE, me propone que hagamos un blog de arte (él tenía SurfCuba o algo parecido) y le digo, okay, llamémosle El Señor Corchea pues ya la gente los asocia a la crítica y al cuero. Re-surge así en el 2010 o antes (ya casi no recuerdo), en formato blog, pero es tardíamente que nace su primo hermano en la fan page de Facebook. El blog migró de plataformas y administradores —pues desde aquella Cuba desconectada yo no podía— varias veces hasta el punto en que ahora se encuentra.
El Señor Corchea ha sufrido giros en su trayectoria, definitivamente. Recuerdo que, al visitar a mis amigos cubanos en New York, me decían que muchas veces no entendían los chistes del blog, que sólo nosotros, en La Habana, teníamos referencias de tal o cual evento y podíamos consumir el chiste al 100%. Es decir, dábamos mucho por sentado, partíamos de una premisa equivocada en términos comunicativos. Eso me hizo pensar que, en efecto, El Señor Corchea era muy endogámico y local. Sin proponérmelo demasiado se abrió el scope como primer paso. Como segundo escalón transité hacia un escenario de madurez donde El Señor Corchea sería más referencial, una suerte de bitácora digital a la cual acudir para estudiar y ayudar a promover no sólo a los artistas sino a los críticos. Hay muchos textos claves para entender el arte cubano específicamente que aún no están digitalizados, o que andan dispersos. Fantaseo con tenerlos en el blog.
A propósito de la anterior pregunta, hasta hoy, la ductilidad de los canales web han contribuido a modificar y extender visiblemente los procesos creativos y perceptivos en el arte. Con luz larga, hasta donde lo puedas vislumbrar, ¿cuánto más podrían cambiar estos patrones? De cara a una celeridad informacional sin precedentes, ¿cabe la posibilidad de que se socaven los constructos que deslindan la Institución Arte, tal como la conocemos, o es una preocupación vana ante la inexorable entropía de los fenómenos estéticos?
¡Interesantísima pregunta! Hay personas, artistas y coleccionistas, sobre todo, que aún se comunican a la manera tradicional, vía email, teléfono, o a lo sumo, WhatsApp. Esta vía no se ha extinguido. No merodean en las redes. Pero a día de hoy eso continúa siendo un privilegio de unos pocos. Aún sigue siendo un mundo de influencias tipo Deep State, muy elitista y medio encriptado, al que pocos tienen acceso. Ten en cuenta que muchos artistas no están en las redes y continúan sus exitosas carreras.
Las redes sociales y canales web han ofrecido el espacio que todos reclamaban años atrás. Tú te gestionas la visibilidad. De ti depende el alcance de tu trabajo... Al entender —y seguir— las nuevas reglas, los códigos, darás más visibilidad a tu trabajo o no. Además del talento y las habilidades que se deben tener para tal agenda, la cuestión es teleológica siempre: ¿qué nivel de incidencia en el mundo del arte poseen estas personas que alcanzo? O, ¿sería mi meta exclusivamente el mundo del arte entendido como hasta ahora? ¿Es algo sostenible a largo plazo la autogestión en redes?
Por otro lado, la democracia de los hashtags genera el espejismo de que eres un ente libre, pero en realidad la obsesión y entusiasmo que estos nuevos escenarios generan se convierten en lo opuesto, en la tiranía de los hashtags. Y no sólo se democratiza la visibilidad de un trabajo; también la inversión.
En tal contexto, la institución arte —que también se beneficia de tales canales— ha cedido terreno, claro, porque en su naturaleza está monopolizar, llevar las riendas. Sin embargo, creo que, si la IA y el totalitarismo de las redes no succionan 100% nuestra existencia, esta convivencia se dará por largo tiempo, con up and downs. Aunque hay evidencias de que la tendencia se encamina al disfrute de lo virtual. Se recalca en el tema experiencia y dentro de ella, lo inmersivo. Ahora ves que cada statement debe contener el vocablo “inmersivo” colgado en alguna parte, muchas veces de manera arbitraria porque eso es lo que se prioriza. El video-juego ha jugado un rol decisivo aquí, en tanto los gamers quisieran ver su vida replicada de alguna manera en el “espacio exterior”. Ves que una artista se está preparando para casarse con un holograma, que las aplicaciones de chats de la Inteligencia Artificial sobrepasan el tema consulta y traducción; hay miles de personas que tienen un bot virtual por pareja que les acompaña y le dicen I love you, Have fun, etc, etc. Una estudiosa del tema ya le llamó a este fenómeno, Artificial Intimacy. Ahora parecen aberraciones, pero vamos de cabeza —como especie— para ese escenario.
Desde que el ejercicio de la crítica constituye un parámetro —casi inviolable— en la estructura institucional del arte, ¿cuánto ha contribuido a modelar la arquitectura ideo estética, por ejemplo, desde las vanguardias hasta la fecha? ¿Qué amplitud de miras debe tener un crítico para no arruinar el germen de algo radicalmente nuevo?
¡Tamaña pregunta esta! ¡Oigan, me están explotando! No puedo imaginar un mundo del arte sin Benjamin, por ejemplo. O de un Peter Bürger. Porque, ojo, estamos hablando de algo más allá de los artistas, de un sistema. Esos teóricos —y otros— han modelado el camino, aportando claves, creando figuras epistemológicas necesarias para entender la creación. Posiblemente hoy no estuviéramos hablando del “azul Klein” sin Gastón Bachelard.
No mencionaré santos, pero había una profesora, toda investida y empoderada, que enseñaba arte posmoderno en la Facultad de Artes de la Universidad de la Habana. Nunca se enteró qué significaba pastiche, si era válido o no; no pensó en las coordenadas socio-culturales que dieron vida a ese fenómeno. Menos que menos leyó a Kristeva o a Bajtin. Cada diapositiva que mostraba era, según ella, un desastre sin son ni ton. Nena, que hay una cosa llamada “giro epistemológico”. Y es que, en primer lugar, la crítica de arte ya no era sólo una disertación sobre fundamentos de las formas. De ahí que la inserción de la asignatura Teoría de la Cultura fuera vital, pues junto a la asignatura de Estética, daba sentido a aquellos análisis inmanentes, necesarios obviamente, pero no suficientes.
Te digo más, el propio crítico puede provocar una nueva ola, un trend. Basta pensar en Pierre Restany (y aquí anotemos su empujón a Klein y la fundación entre ambos del grupo Nouveaux Réalistes). No siempre el crítico tiene por qué estar a la saga. Pero a tu última cuestión: Supongo que en cada proceso el crítico debe ser una esponja en primera instancia. Un ser que lo absorba todo sin discriminación. A esta condición se le unen la observación, el entusiasmo y cierta dosis de prudencia pues no sólo puedes arruinar algo; también puedes construir sin fundamentos. Y eso está muy cerca de ser una estafa.
Aquí resumiría: crítica y creación son aliadas y eso lo pensó primero un genio, un tal Baudelaire.
Ahora te pregunto desde la percepción de los artistas, sobre todo emergentes, para quienes los marchantes, jurados, críticos y curadores, son algo así como semidioses: ¿Es frecuente que estos creadores declinen sus proyecciones exploratorias a favor de lo que está en boga en el mercado del arte?
Siempre ha sucedido y no creo que haya algo que pueda prevenirnos de tal fenómeno. Y agrego que los jóvenes no están solos en esta empresa. Esa especie de ethos no se ha extinguido. También —y, sobre todo— encontramos artistas mayores. Existe el pliegue por cansancio, por comodidad, y también por cinismo. Ahora, ¿existe? Sí. ¿Es frecuente? Ni tanto.
¿Cuántas modalidades curatoriales existen? ¿Es el curador un creador, un conciliador, o, eventual y veladamente, un censor?
Las tres cosas juntas. Nunca pensé en términos de modalidades. Para mí el ejercicio curatorial es un ensayo de pensamiento incentivado por un contexto dado o por un arsenal de obras que te están dando señales sobre un segmento de lo real. El curador no sólo percibe obras sino procesos intelectuales en las y los artistas y ahí puede incluso encargar, comisionar, colaborar.
Te cuento, cuando Sandra Contreras y yo curamos la expo Glamour de Occidente. Algunos homenajes a Michel Foucault en 2009, era aniversario cerrado del Juego de pelota —el cartel de nuestra expo, a cargo de Osmany Torres, dialogaba con el David del performance de 1989— y tuvimos la gran suerte de contar con la fotografía de Figueroa. Pero no quería la foto únicamente —para sorpresa, poco conocida entre los que quedaban en Cuba— y se me ocurre pedirle a Aimée García una pelota bordada. Pues bien, Aimée, que no se cierra a ese tipo de entrometimientos curatoriales por decirlo de alguna manera, se apareció con una bella escultura, más grande que la escala real de una pelota de baseball, ¡a la cual le incluyó sonido! ¡Mejor imposible! Puedo mencionarte a Yornel Martínez, cuyo caligrama Mono gramático surgió de una colaboración conmigo. Esta sería otra versión del curador-creador.
Todo lo anterior convive con los nichos investigativos que derivan en sonadas exposiciones muchas veces. Un curador se pasa la vida estudiando, explorando sobre un tema dado hasta convertirse en experto y es difícil —aunque no imposible— que pueda salir un fiasco de ahí. Tenemos igual el curador histérico y oportunista, quien desde un profundo desconocimiento se apropia del espacio del relativamente nuevo “artivismo” y de la deconstrucción decolonial. Este trabaja en la urgencia, como por tareas de choque, de manera contingente y circunstancial. A lo sumo se han leído a Agamben —y creo que estoy siendo generosa—.
Mencionaste al curador como conciliador y esta es una dimensión clave de su trabajo, no debe buscar consenso únicamente entre agentes del campo artístico sino entre obra y espacio físico (que deviene simbólico), también es un mediador entre los propios artistas, y entre estos, las obras, y el público. A veces uso el emoji de la varita mágica cuando tengo que mencionar a curadores en algún post, este es un recurso absolutamente deliberado.
A nivel internacional, ¿cuáles son las plataformas de formación para críticos y curadores? ¿Cómo ha sucedido en Cuba específicamente, y en qué estado se encuentra ese nicho ahora mismo?
Las plataformas siguen siendo las facultades de arte y en general las carreras de humanidades, aunque puedes ser un autodidacta ejemplar. Las redes están plagadas de plataformas y cursos. El proyecto Página en Blando, fundado en México por Mabe Guzmán y Juan Antonio Molina, es uno que recomiendo con los ojos cerrados. Hay jóvenes escribiendo muy bien y realizando proyectos muy interesantes, igual sucede todo lo contrario. Siempre ha sido así.
¿Qué está sucediendo actualmente con el arte producido en las caóticas circunstancias de la isla? Y, si no es mucho pedir, ¿podrías hacer un apretado balance de este fenómeno, contrastándolo con lo generado aquí en el último medio siglo y con sus entrelazamientos institucionales a lo largo de ese tiempo?
¡ES MUCHO PEDIR! Te digo, estamos tan mal y se vive con tanta precariedad en la isla, que todo lo que se hace parece bueno y es bienvenido. A ese punto hemos llegado.
¿Desplazará el Productor Simbólico, como ente con mayor autonomía, el rol que han protagonizado los teóricos hasta la actualidad?
¡El teórico y el crítico son también productores simbólicos! Ya hay productores simbólicos emergentes e influencers; esos sí se llevarán por delante a todos. El artista, eventualmente, se infiltrará en sus calas. Es sencillo: ¿Qué prefieres ver, la maratón o la carrera de 100 metros? El ritmo es otro ya. Sería el ocaso de la figura del corredor de fondo.
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Buenísima entrevista, con buenísimas respuestas. La he leído con mucho placer Amilkar y Elvia