Vejada, desposeída y condenada al exilio: la historia de una cubana que la Revolución perdió

María Isabel, como tantos jóvenes, abrazó la Revolución con entusiasmo y luego la Revolución la expulsó de la universidad, que ya no era para los cubanos sino para los “revolucionarios”.

Revolución cubana
Revolución cubana.

“Una nueva ilusión”. Así describe el triunfo de la Revolución en Cuba María Isabel Pijuán. “Los discursos en aquella época llegaban con mucha profundidad a los jóvenes que empezábamos a formarnos. Me gustaba participar. Me gustaba la libertad, amaba mi país. Quería trabajar, quería cooperar”. 

La entonces aguerrida adolescente quiso incluso incorporarse a la Campaña de Alfabetización, pero sus padres no permitieron que con solo 12 años se fuera al campo. Su oportunidad llegó cuando tenía 14 años.

“Después del proceso de alfabetización se hizo en muchas escuelas enseñanza para adultos. Había que hacer que leyeran, que escribieran, hacerles dictados, sumas, restas, completar un poco su enseñanza. Yo participé voluntariamente, me anoté en una escuela. Enseñaba la comprensión oral, a rectificar las escrituras, todo el trabajo que se hace en cuarto, quinto y sexto grado, para que esos recién alfabetizados pudieran incorporarse luego a la educación normal”.

María Isabel estuvo además entre los primeros estudiantes de enseñanza media que fueron a la otrora Isla de Pinos, bautizada Isla de la Juventud por la Revolución. Allí trabajó durante tres meses de manera voluntaria en la agricultura.

Su historia es la de tantos adolescentes y jóvenes cubanos que abrazaron la Revolución con entusiasmo y a los que luego esa Revolución expulsó de las universidades que ya no eran para los cubanos sino para los “revolucionarios”, una palabra que la Revolución convirtió en sinónimo de “comunista”.

Para muchos lectores la historia de una cubana expulsada de la universidad en Cuba por no compartir la ideología comunista puede resultar de poco interés por no ser algo nuevo. 

Para quienes aún quieren creer que la educación en Cuba es gratuita y está al alcance de todas las personas, sin discriminación, como establece la Constitución, será apenas un caso aislado y manipulado para ensombrecer uno de los supuestos logros de la Revolución cubana. Pero es un caso aislado que se sumará al de Karla Pérez González, estudiante de periodismo expulsada de la Universidad de Santa Clara en 2017 y desterrada en 2021; José Carlos Santos Belaunzaran, expulsado de la carrera de Medicina en 2020, y Néstor Pérez González, expulsado de la facultad de derecho en 2009.

Estas y otras muchas expulsiones, tanto de estudiantes como de profesores, están recogidas en la prensa independiente cubana y, más recientemente, en los informes del Observatorio de Libertad Académica (OLA) creado en 2020 por varios académicos cubanos, para denunciar la discriminación política en las universidades cubanas.

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En Cuba, la propaganda con consignas y la imagen de Fidel son símbolos recurrentes en todo el país.

Si la reiteración de una mentira puede llegar a convertirla en verdad, una verdad minimizada y desintegrada en minúsculos sucesos aislados corre el riesgo de ser olvidada. Y si se olvida, puede ser negada. María Isabel decide, después de muchos años, romper el silencio sobre su historia, para que eso no suceda.

Lo que podría describirse como su idilio con la Revolución no acabó con su expulsión de la Universidad de La Habana, sino antes, cuando, pese a haberse incorporado a todas las tareas de la Revolución, empezó a sentir la discriminación y el desprecio hacia su persona.

“Como yo procedía de una familia de profesionales, empecé a sentir mucho desprecio, porque iba a la iglesia, me codeaba con gente un poquito diferente a la Revolución, vestía distinto. En aquella época, las muchachas iban muy abandonadas, mal peinadas, mal vestidas, desaseadas. Era lo que estaba de moda: vestir de verde olivo, ir con las uñas sucias. Yo era una chica pulcra; me gustaba vestirme, peinarme, arreglarme. Empezaron los comentarios, las voces en off a clasificarme como niña bitonga, privilegiada, niña rica, etc.”.

«…El trabajo que hacíamos no era productivo, era pura propaganda política (…) Era una manera de tener a la juventud vigilada, controlada y sometida a la ideología que ellos querían que tuviera todo el mundo…»

De todas formas, María Isabel continuó participando en las actividades y en las labores en el campo —que ya no eran voluntarias— como estudiante en la Facultad de Química de la Universidad de La Habana.

“Cuando cerraba la universidad, teníamos que ir obligadas. Y te estoy hablando de unas condiciones pésimas. Eran unas naves con techo de uralita, que durante el día eran muy calurosa y de noche eran frías. No tenían prácticamente ventilación, caminaban las ratas por la noche, dormíamos en camastros. Y para qué comentarte la comida. Era un rancho asqueroso, imposible de comer. Usábamos letrinas; no había separación entre las duchas. En fin.

“Ya me daba cuenta de que todo era una mentira, de que estaba siendo utilizada. El trabajo que hacíamos no era productivo, era pura propaganda política. Eran reuniones continuas, arengas continuas, eslóganes (lemas), para hacernos creer que estábamos haciendo un trabajo en beneficio de la Revolución, pero realmente no era así. Era una manera de tener a la juventud vigilada, controlada y sometida a la ideología que ellos querían que tuviera todo el mundo.

“Ya luego, cuando entra la Juventud Comunista en la Universidad, apartan a todos los miembros de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Empezaron las asambleas de depuración, que eran unas asambleas públicas en las aulas magnas de la Universidad, a mano alzada. Cualquier persona se podía levantar y decir de ti lo que quería, la mentira más grande, y los demás aplaudían. Era algo realmente humillante. Mucha gente se levantaba y se marchaba. Los jóvenes comunistas empezaban a gritar, nos ofendían y nos llamaban de todo.

“Ellos decidieron quiénes iban a continuar estudiando y quiénes no. Dijeron ‘si no te incorporas a la Juventud Comunista, no tienes nada que hacer en la universidad. Yo había terminado mi segundo año e iba a comenzar el tercero. Ellos cogieron mi solicitud de matrícula y la rompieron, y me dieron una planilla con la solicitud de la Juventud Comunista. Me dijeron ‘cuando tú te hayas decidido y quieras firmar esta planilla y entrar en la Juventud Comunista puedes volver a la universidad, mientras tanto, no’”.

María Isabel cuenta que algunos de esos jóvenes eran estudiantes como ella, pero el resto eran desconocidos. En cuanto a lo que hizo la dirección de la Universidad, expresa que “se echó a un lado”.

“Si mal no recuerdo, la que era directora en ese momento de la Facultad de Química dimitió y pusieron un nuevo director”.

«..Ernesto Guevara había hecho referencia al derecho a la participación política, calificando de peligrosa la voluntad de asociación de los estudiantes cuando ´han olvidado sus deberes revolucionarios´ y no apoyan, de una u otra manera, la lucha revolucionaria…»

Para entonces, 1968, varios sucesos habían marcado el final en Cuba de un logro prerrevolucionario: la autonomía universitaria.

El 17 de agosto de 1959, Ernesto Guevara había dicho, durante un discurso que pronunció en Santiago de Cuba, que las universidades cubanas deberían responder a los intereses del Estado y propiciar la realización del desarrollo socialista del país. También había hecho referencia al derecho a la participación política, calificando de peligrosa la voluntad de asociación de los estudiantes cuando “han olvidado sus deberes revolucionarios” y no apoyan, de una u otra manera, la lucha revolucionaria. 

En ese mismo año, Fidel Castro intervino en las elecciones para la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), en las que Pedro Luis Boitel, quien había sido parte del Movimiento 26 de julio y enfrentado a la dictadura de Fulgencio Batista y era el virtual ganador, para reemplazarlo por el comandante Rolando Cubelas.

Ante la imposibilidad de estudiar en su país, María Isabel decidió emigrar y ese tendría que ser el final de esta historia. Pero en realidad fue el inicio de un largo y penoso proceso, que incluyó un castigo por querer irse del país.

El proceso de salida de Cuba era muy penoso, muy largo. Te tenían que mandar el dinero del extranjero. No podías pagar tu billete con dinero nacional, tenía que ser con moneda extranjera. Tenías que tener un visado, que a mí me lo dieron rápidamente porque tenía mis abuelos españoles.

“Pero luego venía la espera, porque era un listado muy largo que nadie sabía qué orden había para salir. Era algo totalmente al azar o a la voluntad de quien estaba dirigiendo el Ministerio de Interior (MININT). 

“Iban a tu casa, te hacían un inventario, si eras dueña de casa. Yo vivía con mi madre, no tenía ninguna propiedad. Pero a las personas que tenían una propiedad le inventariaban absolutamente todo y en el momento de marcharte, tú tenías que dejar exactamente todo lo que aparecía en el inventario. Si tenías dinero en el banco, el dinero quedaba congelado, no podías sacar un centavo. Y demás está decirte que ni joyas, ni nada de valor. No podías sacar absolutamente nada de Cuba.

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Jóvenes movilizados en los primeros años de la Revolución cubana.

Antes de que te avisaran de la salida, tenías que pasar un período de trabajo en el campo en unas condiciones pésimas. Era una especie de castigo, como si te dijeran ‘tú te vas del país porque quieres, porque aquí te lo damos todo, eres una gusana, una niña bitonga, una contrarrevolucionaria y tienes que cumplir todo el tiempo que yo quiera’. Nunca te daban ningún documento, era todo verbal.

“Trabajaba de ocho de la mañana a cinco y media o seis de la tarde, en unas granjas ubicadas en San Antonio de los Baños, y se trataba de hacer el trabajo que nadie quería hacer. Todas las chicas que estábamos allí y las mujeres, muchas mujeres casadas, incluso con hijos, estábamos obligadas a limpiar las jaulas de los conejos, rociar los conejos, que tenían sarna, con unos esprays con medicamentos. Al cabo de dos semanas me dio una alergia bronquial y en la piel, fatal. Me dieron la baja y me dijeron que tenía que irme para la casa a recuperarme y que ya me llamarían para que me incorporara a otra granja a trabajar”.

Transcurrieron seis meses sin que la llamaran. Esto podría parecer una suerte, pero todo el mundo le decía a María Isabel que si no completaba el tiempo de trabajo, que oscilaba entre el año y medio y los dos años, no podría irse cuando le llegara la salida, aunque no existía ninguna ley escrita que lo estableciera. Por eso, se presentó voluntariamente en el MININT a decir que necesitaba completar su tiempo de trabajo para poder irse.

María Isabel considera que fue muy afortunada con la segunda ubicación que le dieron, porque estaba “muy cerca de su casa”.

“Tenía que levantarme a las cinco y media o seis de la mañana para estar allí a las ocho. Después trabajábamos hasta las cinco y media de la tarde y llegaba a mi casa a las siete y media o las ocho de la noche. Pero al menos dormía en mi casa.

“El trabajo era mucho más suave. Era un jardín de flores y el trabajo era arar la tierra, quitar las malas hierbas, regar, poner insecticida».

El trabajo, por supuesto, no era remunerado, excepto en los casos de personas que no tuvieran medios de vida. “Les pagaban ocho pesos mensuales. Era una cantidad mínima, simbólica, para tu desplazamiento”. Los salarios de la época en Cuba rondaban los 120 o 130 pesos mensuales.

Cuando por fin recibió el aviso de que le había llegado la salida del país, María Isabel se presentó en el MININT. Ahí salieron a relucir los seis meses que no había trabajado en el campo y se dio cuenta de que, aunque ni ella ni todos los cubanos condenados a realizar labores agrícolas antes de irse de Cuba no tenían ningún documento en sus manos ni había leyes escritas sobre la obligación de trabajar antes de emigrar, en el MININT sí tenían expedientes sobre ellos.

El oficial que la atendió la hizo notar que había un intervalo de seis meses en el que no había trabajado. Aunque la responsabilidad era del ministerio por no haberla llamado durante esos meses para reubicarla, el oficial le dijo que hasta que no cumpliera los dos años de trabajo requeridos no saldría de Cuba. “Exactamente como una condena”, describe María Isabel. 

Aquella situación le provocó una crisis de llanto, pero, con el valor que dan la desesperación y la impotencia, increpó al oficial y le echó en cara la falta de justicia que había en Cuba y que ella no tenía forma de defenderse, convencida de que él guardaría su expediente en un cajón y pasarían otros dos años antes de que ella pudiera marcharse del país.

El oficial, quizás para demostrarle que su opinión sobre la justicia revolucionaria era errada, le dio su “palabra de honor como oficial” de que ella se iría seis meses después. Y la cumplió. María Isabel salió de Cuba seis meses más tarde, después de haberse reincorporado a completar ese tiempo que le faltaba de trabajo en el campo.

Llegó a España sola, sin un centavo en el bolsillo, a abrirse camino en un país donde no tenía ningún familiar vivo, con 22 años. Su padre ya había fallecido y su mamá tenía que permanecer en Cuba para cuidar a su propia madre.

La única persona que conocía era una amiga de una prima, que fue a recibirla al aeropuerto y con la que compartió piso. A la semana de estar en Madrid consiguió trabajo como secretaria, gracias a sus conocimientos de inglés y francés. Meses después se casó, se mudó a Barcelona y tuvo sus hijos. No abandonó su sueño de estudiar, aunque con hijos pequeños y sin tener quién se los cuidara se hacía más difícil, pero hizo la universidad a distancia. Se graduó de Bioestadística, una rama de la Bioquímica. Cuando sus hijos fueron más grandes empezó a trabajar. Se jubiló hace poco tiempo, tras 37 años de trabajo.

“…Los discursos que hacía Fidel Castro y algunos otros eran verdaderamente discursos de discordia, de sembrar el odio, y promovían el desprecio a todo el que no fuera revolucionario, a todo el que no se incorporara a la Revolución según sus métodos…»

María Isabel no habló de esta parte de su vida durante mucho tiempo. Confiesa que guardaba mucho odio hacia Cuba en su interior. Han transcurrido más de 50 años y en su mente permanece grabado un recuerdo con absoluta nitidez: Regresaba del trabajo obligatorio que hacía en el campo, cuando se encontró con una vecina bastante mayor que ella. Aquella señora, al verla sucia, extenuada y agobiada, le dijo “esto que te está pasando te lo mereces, porque eres una contrarrevolucionaria y por quererte ir del país”.

Esto te lo encontrabas muy a menudo: gente que te insultaba, que te humillaba. Era muy común”, explica María Isabel, que atribuye el deseo, incluso de cubanos que habían conocido el pluripartidismo y las elecciones libres, de aplastar a quienes pensaran diferente o quisieran irse de Cuba, a los discursos de la época.

Los discursos que hacía Fidel Castro y algunos otros eran verdaderamente discursos de discordia, de sembrar el odio, y promovían el desprecio a todo el que no fuera revolucionario, a todo el que no se incorporara a la Revolución según sus métodos.

“Cuando salí de Cuba, tuve bien claro aquel pasaje de la Biblia que dice que no mires atrás porque te conviertes en estatua de sal. Me dije ‘esto lo tengo que olvidar, ha sido un fracaso total el deseo de participar en la Revolución. Tengo que salir de mi país vejada, desposeída de todo’. Por eso, guardé durante mucho tiempo un gran rencor hacia Cuba, en general.

primeros años revolucion cubana
Mujeres en los primeros años de la Revolución cubana.

“Pero con el paso de los años, he visto las nuevas generaciones que van llegando de cubanos, gente muy buena, preparada, lista, que conoce lo que ha sufrido el país y me doy cuenta de que me tengo que reconciliar con ese trozo de Cuba que tengo en mi corazón y no guardar odio hacia los cubanos. Tengo que guardar odio hacia el sistema, hacia el gobierno, que hizo todas esas barbaridades. El cubano joven no sabe nada de esta generación perdida, estropeada por la Revolución. Cuando hablas con un chico joven se sorprende porque nadie les ha contado. Me he ido reconciliando con mis sentimientos y me he dicho esto tiene que saberse y el medio ha sido Marige (Eugenia Gutiérrez Ganzarain), con su entrevista contigo, etc. Veo que es una manera de dar a conocer toda esa etapa y toda esa juventud perdida, fracasada y condenada por la Revolución al exilio, sin desearlo”.

María Isabel participó en las manifestaciones de cubanos que desde Barcelona apoyaron a los manifestantes del 11J en Cuba. En una de estas protestas supo sobre campaña #SOS Cuba, que comenzó durante el momento en que la pandemia de Covid-19 azotó con más fuerza la Isla, que ya sufría una profunda escasez de medicamentos, incluso los más básicos. Ante la falta de medicinas, muchos emigrados cubanos comenzaron a enviar fármacos a Cuba para ayudar al pueblo y ella se sumó a ese empeño.

Su labor ha sido recoger, en farmacias con las que ha estado relacionada por su trabajo, medicamentos que las personas no retiran o que no les van bien por alguna causa, pero no han caducado. Esos medicamentos, aclara María Isabel, no pasan por los canales oficiales en Cuba. Se envían a grupos religiosos como las Hermanitas de la Caridad, a monjas y asilos de ancianos. Existe dentro del país un grupo de voluntarios que se encarga de distribuirlos a personas que los necesiten.

María Isabel afirma que nunca quiso emigrar. Quería estudiar y trabajar para el progreso de su país, como tantos jóvenes que se vieron obligados a partir y se establecieron fundamentalmente en Estados Unidos y España. En esos países, los jóvenes de esa generación perdida estudiaron, prosperaron, salieron adelante, pese a que muchos, como ella, llegaron con una mano delante y otra detrás. Esos jóvenes también pudieron haber trabajado en la tierra que los vio nacer y haber contribuido a su progreso. Con el exilio al que se vieron forzados, Cuba perdió mucho más de lo que perdieron ellos. Desde entonces, Cuba no ha dejado de perder generaciones.

«La historia de una cubana que la Revolución perdió». (Audio).

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