La utopía de Christine de Pizán
Christine se convirtió en una de las primeras feministas de las que se tiene registro, alegando que la inferioridad femenina no era una realidad natural o biológica sino cultural.
Existe una ciudad habitada solamente por mujeres de gran estirpe. Con la Razón se han logrado borrar todos los prejuicios y se han construido cimientos fuertes, apuntalados con virtudes; con Rectitud se han elevado bellos edificios y murallas, y se ha poblado con Justicia la ciudadela que alberga a Dido, las Amazonas, Juana de Borbón, o a Minerva y Aracné. Sobre las mujeres del pasado —dicen— se construye la ciudad futura.
Esta urbe sobrevive en las páginas del libro La ciudad de las damas (1405), escrito por Christine de Pizán, una poeta y erudita (ambos oficios raros para una mujer de su tiempo) del siglo XV francés, quien se considera una de las primeras feministas de cuya obra e ideales revolucionarios se conservan registros.
Christine era hija de Tommaso da Pizzano, reconocido sabio y estudioso italiano, cuya fama como astrólogo y la noticia de la afición de Carlos V por la cultura y el conocimiento lo convencieron de trasladarse a Francia junto a su familia. Da Pizzano, desoyendo el tradicionalismo de su esposa y de la propia época, educó a su primogénita, Christine, y a sus dos hijos varones en las mismas condiciones y con iguales privilegios.
Christine pronto demostró impresionantes dotes literarias que, traducidas en poemas y baladas, deleitaban a los miembros de la corte. Desde pequeña tuvo acceso a la biblioteca del palacio real del Louvre, fundada por el propio rey Carlos V y que constituyó el germen de la actual Biblioteca Nacional de Francia.
A los 14 años su padre le aseguró un matrimonio ventajoso con Étienne de Castel, notario y secretario del rey, que incluso resultó ser una unión feliz de la que nacieron dos niños y una niña. Por desgracia, tras la muerte de Carlos V, con la entrada de Francia en la guerra de los Cien Años y la decadencia del imperio, su padre y su esposo murieron a causa de una epidemia y Christine se encontró sola, con una madre anciana y tres hijos a los que cuidar.
Para una mujer de su época y su estirpe la única solución hubiese sido casarse con otro hombre que le proveyera estabilidad a ella y a su familia, pero Christine eligió abrirse paso por sí misma, haciéndose cargo de un taller de escritura donde supervisaba la labor de maestros calígrafos, encuadernadores y miniaturistas. “Tuve que convertirme en un hombre”, escribió al respecto de sus esfuerzos por alimentar a su familia.
Con la conciencia de la precariedad de su situación comenzó a enviar baladas y sonetos a los personajes más influyentes de la época, quienes apreciaron y recompensaron ampliamente su talento. Su producción literaria aumentó y se hizo conocida en toda Europa.
A inicios de 1400 participó en uno de los debates más célebres de la historia literaria francesa: la Querelle de la Rose. La polémica giraba en torno a un poema escrito alrededor de un siglo antes y titulado Roman de la Rose, donde se relegaba a la mujer a la función de objeto de placer y la objetualizaba con frecuencia. Christine se convirtió en una potente portavoz de las críticas hacia esta obra alegando que la inferioridad femenina no era una realidad natural o biológica sino cultural. Si a una mujer se le entregaban las tareas del hogar y el cuidado de los hijos como único patrimonio era imposible que estas alcanzaran los logros que conseguían los hombres.
“Si fuera habitual mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias como método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres” escribió Christine en La ciudad de las damas. En este libro Christine utilizaba la voz y la vida de las grandes mujeres de la historia y la mitología como contrapunto a los prejuicios arbitrarios que habían sido depositados sobre su sexo.
“No todos los hombres, y sobre todo los más cultos, piensan que está mal que las mujeres estudien. Sí es cierto que así opinan los que menos instrucción tienen, porque les disgustaría mucho que las mujeres supieran más que ellos”
Fundadoras de Cartago y Babilonia, reinas, líderes, diosas, guerreras, poetas, santas, mártires y científicas probaban la verdadera causa de la inferioridad femenina: la opresión del hombre.
“No todos los hombres, y sobre todo los más cultos”, concluye en su obra, mientras habla de su padre, “piensan que está mal que las mujeres estudien. Sí es cierto que así opinan los que menos instrucción tienen, porque les disgustaría mucho que las mujeres supieran más que ellos”.
Christine siguió escribiendo durante toda su vida sobre la situación de las mujeres y las viudas, la política y la sociedad, hasta que en 1415 Enrique V de Inglaterra invadió Francia. La poeta ya no se sentía segura en París, pero abandonar su tierra adoptiva le era semejante a traicionarla, así que se trasladó al convento en el que su hija años antes había tomado los hábitos y dejó de escribir durante muchos años. Solo interrumpió su destierro literario para escribir una obra religiosa sobre Juana de Arco en 1429, la única escrita mientras esta vivió. Un año más tarde de encontrar a una historia que le devolviera la magia a su pluma, Christine falleció.
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