Marcela García: “Los humanos necesitamos al teatro, por eso lo inventamos”

"El ´buen teatro´ debe ser honesto, comunicar, inquietar, develar esencias, debe ser un acto vivo, poético".

Marcela García. / Foto: Amilkar Feria

Marcela García es mi novia. Lo digo para ir allanando rumores y habladurías de lo que pudiera malinterpretarse como una suerte de nepotismo mediático. Juntos hemos mataperreado exuberantemente en ambas costas del Atlántico, debido a nuestra necesidad de complicidad estética y existencial. En broma le digo que con ella nunca antes había estado tan cerca del “espíritu del teatro”, aunque, en verdad, no hay nada más serio en lo que digo, corroborado en este y otros “escenarios” en los que nos ha tocado “actuar” en los últimos años. Antes de conocerla, por mucha imaginación que tuviera, no había forma de concebir en mi mente a una actriz sobre las tablas, y, un miércoles cualquiera, a ella misma haciendo una aplastante cola en la panadería. Eso hay que vivirlo. 

Como mismo hemos tenido confrontaciones, aciertos y experimentaciones, también ha habido oportunidad de matar el tiempo, casi siempre regurgitando vivencias, profundizando en ellas cada vez más, como mismo se le sacan las espinas a un pescado. “Creo que un día deberías hablar de esas cosas, que la gente sepa, publicarlas”, le había dicho en varias ocasiones.

La actriz en la Serra da Leba, Huila, Angola. / Foto: Amilkar Feria.

Hace unos días la llamó Adonis Milán para una video-charla en INSTAR. Esos eventos tienen un límite de tiempo, porque hay una pila de satélites allá arriba dándolo todo para que un intercambio de ese tipo se propicie, además de que sale caro como loco. De todas maneras, por mucho que habló aquel día, se quedó corta. Entonces le dije: “Yo voy a tallar con un periodista ahí para que te haga otra entrevista. Y, si te quedas en esa, pues busco a dos o tres más” … No es aconsejable crear falsas expectativas a la persona con la que compartes el desayuno, porque te pudiera dar la mala con el pan, no sé, tumbarte dos o tres rebanadas desapercibidamente, y le tengo pánico a eso.

«el ´buen teatro´ debe ser honesto, comunicar, inquietar, develar esencias, debe ser un acto vivo, poético (…). Una vez invocado, existe por sí mismo, va más allá del artista que se cree poseedor de él para que se manifieste, nos perturbe y nos ilumine, reinventándose cada vez»

Definir cosas es algo que se nos hace complicado con el paso de los años, por lo menos a mí me sucede, y si nos metemos en el terreno estético, pues a llorar. Para aquellos que no tenemos una formación o sensibilidad aguzada en determinados tópicos, resulta muy ambiguo establecer criterios de calidad. Como en todas las cosas, partiendo de la tradición y renovación de las percepciones, ¿te atreverías a definir un “buen teatro” en nuestros días?

«Un teatro que surge de la necesidad, experimentación, investigación y selección; un teatro que nace del conflicto de crear. Para mí, el ´buen teatro´ debe ser honesto, comunicar, inquietar, develar esencias, debe ser un acto vivo, poético. Creo que es muy diverso, no tiene sólo que ver con tendencias o estilos. Una vez invocado, existe por sí mismo, va más allá del artista que se cree poseedor de él para que se manifieste, nos perturbe y nos ilumine, reinventándose cada vez. Creo que el ´buen teatro´ es simple».

¿Entonces crees que la esencia del Teatro existe más allá de quienes lo articulan, algo así como una entidad con vida propia?

«Creo que sí, y puede parecer místico. Pienso que los humanos necesitamos al teatro, por eso lo inventamos casi como una fantasmagoría, y luego lo hacemos; y aquí llegamos a una esencia que, a mi juicio, marca la diferencia y es la motivación, es decir, el por qué lo necesitamos y para qué lo hacemos. Sospecho que, como dices, es una entidad con vida propia que precisa manifestarse, y podemos, o no, ser el espacio para eso.

Puesta en escena de Las Leandras. / Foto: Luis Ernesto Doñas.

«Claro que no estoy negando la subjetividad, la individualidad y el talento de sus creadores, pero opino que ese talento reside en identificar eso que surge como teatro, dejarlo ser, alimentarlo, y luego renunciar a él. Cuando creemos que el teatro nos pertenece, muere. En todos los tiempos al hombre no le ha bastado con ufanarse, erróneamente, de crearlo todo, también necesita enfermizamente poseer, atesorar y reafirmar su poder, lo que pudiera ser un serio obstáculo para el Arte». 

«Me aburre el teatro que no es visceralmente auténtico, que no se arriesga a proponer un proceso genuino. Creo que esto sería incompatible con la sinceridad y profundidad de la búsqueda en el proceso de investigación y puesta en escena, y se quede en pretensiones»

No vayas a tomar por simplona esta pregunta, pero, por contraste, ¿existe entonces un “mal teatro”?

«Bueno, aclaro aquí que no tengo ninguna pretensión de catalogar algo de bueno o malo, o de establecer una definición absoluta, desde mi subjetividad, porque eso carece de total sentido. Pero sí puedo hablar del teatro que no me interesa, que no me transmite una esencia real y que, más que mal teatro, para mí, deja de serlo.

«Me aburre el teatro que no es visceralmente auténtico, que no se arriesga a proponer un proceso genuino. Creo que esto sería incompatible con la sinceridad y profundidad de la búsqueda en el proceso de investigación y puesta en escena, y se quede en pretensiones. También me desalientan los actores que confunden excentricismo con interpretación, y los directores que apuestan por mantener un sello antes que arriesgarse con sus propuestas. Pero lo que puede hacerme parar de un espectáculo, o desistir de un proyecto, es la ausencia de imaginación, de creatividad y autenticidad en el trabajo».

¿Qué opinas de la crítica teatral cubana contemporánea?

«En mi opinión, los críticos deben ser apreciadores especializados del arte, no enjuiciadores o alabadores a ultranza, o detractores de tal o más cual grupo o tendencia. El poder de una frase sincera, una palabra oportuna o una reflexión profunda, por dura que sea, pueden dejar insondables marcas a favor o en detrimento de aquello que es observado. Al parecer hemos olvidado bastante el placer de apreciar libres de preconceptos, de lastres personales, que en la mayoría de los casos están muy alejados de una visión imparcial y desprejuiciada. A veces nos parece aburrido meditar con detenimiento sobre lo que hemos visto, para luego hacer una valoración objetiva con derecho a la duda. 

«Para no caer en el mismo jamo, lejos de criticar, sólo expreso mi opinión, que ahora temo pueda terminar siendo injusta, porque no es menos cierto que se trata de una profesión complicada, por eso requiere de una sensibilidad especial. Son especialistas imprescindibles para el desarrollo del teatro, para orientar el criterio estético del público, no para definirlo o influir de forma parcializada y directa.

«Pero de lo que sí creo estar segura, es que los críticos contemporáneos necesitan ver más diversidad de teatro, es imperdonable hablar o cuestionar sobre lo que no se apreció, y por desgracia esas cosas suceden. Está de más decir que, por suerte, la crítica pervive gracias a sus cultores más exhaustivos y consecuentes, aquellos que son referentes y garantía para la continuidad de su estirpe».

¿Qué te aportaron los años de estudio? ¿Crees que se nace actor?

«Mis primeras inclinaciones fueron bastante tempranas. De pequeña asistí a la Casa de Cultura en Holguín, mi provincia natal, y fue muy importante en mi formación, no sólo porque comencé a descubrir algo que me apasionaba, el mundo del arte, sino porque también me ayudó a mejorar mis relaciones sociales, a expresarme con más libertad, porque era una niña algo introvertida.

Sesión de maquillaje para María Estuardo. / Foto: Jessie Riffa.

«Luego la entrada en la Escuela Nacional de Arte (ENA), fue el encuentro con un mundo fascinante, a la vez que muy complejo para mi edad, una etapa difícil y definitoria. Entendí que eso y no otra cosa era lo que me interesaba hacer, pero la ansiedad que te genera el entorno, y la lucha por atrapar o reforzar aquello que llaman talento y que sabes determina tu permanencia, lo hizo por momentos angustioso. Tuve maestros que marcaron mi vida, y que pasado casi veinte años me sorprendo redescubriendo muchas de sus enseñanzas, como Yakelín Rosales y Sergio Barreiro. En ese tiempo también aparecieron buenos amigos que perduran hasta hoy, de los que aprendes y se convierten en sinceros críticos, espectadores e inspiradores de tu trabajo estén donde estén.

«La graduación de la ENA fue en la compañía Hubert de Blanck, a la que pertenezco desde entonces, y por fortuna del destino, me evalué con la Verbena de la Paloma, zarzuela que dirigió la maestra Berta Martínez. Tuvo un maravilloso elenco de actores, diverso en edad y desarrollo artístico, lo que convirtió el proceso de montaje en clases magistrales diarias. Todo un lujo.

«Mi entrada en el Instituto Superior de Artes (ISA) fue coincidencia, o más bien insistencia de la maestra Corina Mestre, con quien había tenido el placer de compartir escena en mi graduación, y luego se tomó el trabajo de orientarnos sobre la importancia de seguir los estudios e informarnos para que nos presentáramos a los exámenes, cosa que le agradecimos mucho. En segundo año ella fue nuestra maestra. Los estudios transcurrieron al mismo tiempo que trabajaba, lo que demandó más concentración, organización y dedicación de mi parte.

«La formación teórica es de lo que más agradezco en esa etapa, maestros que me hicieron enamorarme de la historia del arte, la literatura, el análisis y la interpretación teatral. En esos años pude comprender mejor lo importante de una buena formación, que más que nada depende de ti y de tu necesidad de conocer. Por eso, los 19 años que llevo en la compañía Hubert de Blanck han sido mi mejor escuela. Tuve la oportunidad de trabajar más de una vez con Bertha Martínez, Abelardo Estorino, Orietta Medina, Doris Gutiérrez, Elio Martín, grandes profesionales con poéticas diversas que amaron y aman la creación, seres humanos sencillos, preocupados por transmitir aquello que saben, de los que aprendí cada día diferentes formas de asumir un personaje, el valor de expresar una intención, y, más que todo, aprendí a encontrar mi forma de ver y hacer teatro.

«No desdoro a los demás si te digo que la impronta de Bertha Martínez marcó mucho mi carrera. Su manera de dirigir era inconfundible, se expresaba como poseída por algo, que te transmitía y contagiaba, descubriendo uno al instante lo que ella quería. Lo difícil era lograrlo, porque viniendo de su exigencia no era cosa simple. Sabía cómo dirigirse a cada actor para lograr un buen resultado, sabía guiarte sin que lo percibieras, dedicaba mucho tiempo al trabajo de la interpretación.

«¿Si se nace actor me preguntabas? Creo que hay personas que tienen habilidades o componentes de su personalidad muy bien definidos, favorables para desarrollar una carrera como actores, pero, en mi opinión, la formación es necesaria. Y no me refiero únicamente a formación de escuela, que puede ser inestable y deformadora en dependencia de su claustro y programa, me refiero a esa motivación, esa inquietud, ese apetito insaciable con el que sí se nace, que, por infinitos obstáculos que existan, nos hace encontrar el libro, el lugar, el maestro oportuno para cada momento de nuestro camino».

¿Puedes deslindar tu cosmogonía artística, sin contar el momento ritual de subir al escenario, con la práctica cotidiana de existir?

«¡Tú sabes…!».

«Intento disfrutar cada cosa que hago sin pensar que sea un obstáculo para otras, yo sustituiría eso de…. vivir intensamente, por vivir atentamente»

Sí, pero hay que embarajar, digo, hay que plantearlo formalmente para los lectores.

«Claro, mijo. Me gusta mucho esa pregunta. Mira, creo que esos factores se retroalimentan uno al otro, sobre todo separando, como dices, el momento de la escena, porque vendría a ser la consumación de ambas. Por fortuna mi visión del arte se modifica, cambia, creo que como mismo pasa con mi modo cotidiano de existir, pero ambas me acompañan inseparablemente. Me gusta encontrar el arte en cada acción o tarea rutinaria, me gusta transformar mi espiritualidad, mi motivación, mi manera de percibir el mundo en una atmósfera armónica, disfrutar los cambios de tono, color, textura, sensaciones, tal como son. Intento disfrutar cada cosa que hago sin pensar que sea un obstáculo para otras, yo sustituiría eso de…. vivir intensamente, por vivir atentamente, despierta, alerta, sensible a todo lo que pasa a tu alrededor, claro que luego lo procesas y lo devuelves como un hecho artístico porque, en mi caso, es lo que sé hacer, no lo único, pero si lo que más disfruto. Entonces no tengo escapatoria. Como mismo existe ese lado hedonista y sublime, está ese otro, denso y mortificante, que no es necesario incorporar, porque pasa automáticamente al sistema. Estos dos últimos años han sido indescriptibles en ese sentido».

Estreno de Don Juan Tenorio. / Foto: Jessie Riffa.

¿Por cuáles otras manifestaciones artísticas te sientes influida?

«Influida creo sentirme por todas, no podría encontrar preferencia, pero hace unos diez años he descubierto una nueva pasión por el Cine y las Artes Plásticas, algo así como una deuda muy antigua. La Danza y la Música fueron mis primeros amores, en un espectro muy amplio de ritmos y sonidos para ser tan niña. Mis padres suelen decirme que era algo así como un llamado de la sangre. Todavía cuentan con cierto orgullo que, cuando sentía unos tambores, ponía una piedra en el piso y bailaba a su alrededor desenfrenadamente un ritmo al que di en llamar ´acumacáo´.

«Pero es en el teatro donde encontré la vía para expresar mis demonios y mis luces, es ahí donde devuelvo la dosis de adicción por las otras artes. Claro que el Teatro, históricamente, ha sido más propicio para imbricar y absorber todas las artes, desdibujando conscientemente sus límites. Eso me fascina, me entusiasma, porque no me gustan mucho las definiciones, si bien sé que son necesarias. Me aburre cuando esas categorizaciones te hacen esclavo de ellas. Ahora, como espectadora, te puedo decir que disfruto todas las artes por igual».

Sé que has dirigido obras, a dúo y en solitario. ¿Cómo enfrentas el desempeño de dirigir a otros actores, siendo tú una actriz con tantos años de experiencia activa?

«Las primeras experiencias en la dirección, al ser en dúo, fueron menos violentas. Salir del trabajo colectivo entre los actores de un elenco, para dirigir con otra persona, fue muy bueno, es como dar los primeros pasos sin soltar totalmente la mano de un amigo que camina a tu lado. Esa fue la dirección con Fabricio Hernández, más cuando existe buena empatía e intereses para compartir responsabilidades, sueños, soluciones, obstáculos y satisfacciones. Fue muy necesario y placentero.

«Pero, después de enfrentar la dirección de un espectáculo en solitario, prefiero verme como una actriz que le gusta dirigir. Y es así porque siempre he coqueteado con esos roles, de hecho, cuando dirigía con Fabricio casi siempre actuaba también, porque mi imaginación juega constantemente a estar dentro y fuera de la trama, me inspira mucho esta dualidad, aunque en otros momentos se torna conflictiva, y la tarea está en regular o, no sé, aprender a disfrutar también ese dilema y sacarle provecho.

«Mi relación con los actores cuando dirijo es muy parecida, es como si compartiéramos escena, confío mucho en ellos; los provoco igual, les escondo cosas, los sorprendo, les pido ayuda y me dejo sorprender. Me gusta trabajar con personas dedicadas, que se motivan y se apasionan por lo que hacen, no por ellos mismos, por su brillo personal. Me encantan los actores divertidos, inteligentes, sutiles y creativos. Apuesto mucho por el trabajo en colectivo sin perder el misterio de la individualidad«.

Cuando estuviste en Angola te dirigiste a ti misma. ¿Cuánto te aportó esa experiencia?

Mitad de temporada de Arizona. / Foto: Luís Ernesto Doñas.

«Hacer en solitario ´El enano en la Botella´, de Abilio Estévez, fue una locura que me llenó de dicha, comenzando por este excelente texto que amo desde siempre. Recuerdo que lo leí por primera vez en una revista Tablas que me prestó mi amigo Ulises Peña, acabado de llegar a Holguín, donde yo le esperaba ansiosa por saber todo acerca de su primer año en la Escuela, mientras preparaba mi viaje para venir a La Habana y presentarme a las pruebas.

«Luego de ingresar en la ENA, vi la obra interpretada por Mario Guerra en un Festival de Teatro, y me apasioné secretamente por cada detalle de la interpretación, el montaje y el texto. Entonces podría decir que, atreverme a montarlo y actuar, 16 años después, fue regresar al inicio de mi experiencia como actriz, despojarme de lo aprendido hasta el momento y apostar por una espontaneidad desenfadada, incluso irresponsable, pero más que nada divertida. El proceso se complicaba más en mi cabeza, y la batalla dura estaba allí, en renunciar a la presencia de un director, a un local de ensayo —por precario que creamos sean los nuestros—, a trabajar en condiciones mínimamente óptimas, para reinventarlo todo acorde a la disponibilidad real de recursos, que, más que nada, era mi necesidad imperiosa de crear.

«Fue una decisión difícil que agradezco haber tomado. Podría decir que la soledad en la dirección y la interpretación, como reto, resultó un ejercicio válido e inesperado. Me brindó una nueva confianza, aprendí a ser más trabajadora y disciplinada, a entenderme, dar espacio a mis ideas, a ser selectiva y no apasionarme con cada una de ellas. Pude reafirmar el peso que tiene la preparación intelectual en los actores y la utilidad de investigar e investigarnos. Experimenté ser esclava de mis impulsos, y a guiarlos. Como resultado, creo que concienticé mejor cada proceso en la relación con el personaje, con la situación, y con el público. Puedo decir que lo gocé de principio a fin. 

«A mi llegada a Cuba en el 2017, Anamely Ramos, tú y yo, presentamos un proyecto al 7mo Salón de Arte Cubano Contemporáneo, que reunía las experiencias más significativas de nuestra estadía en Angola, titulado ´Dossier Luanda´. Como parte de él, estuvo la presentación de la obra en la compañía Hubert de Blanck, pero fue una temporada corta. Me encantaría retomarlo en algún momento, puede que, cuando regresemos al teatro y pase esta pesadilla, me lo plantee como una posible reposición».

Sin embargo, te valió el Premio Caricato de Actuación Femenina de ese año…

«Sí, no me lo esperaba, la verdad».

(De izquierda a derecha) Amilkar Feria, Anamely Ramos y Marcela García en Angola. / Selfie

Háblame de tus otros proyectos en Angola. ¿Cómo fue la relación con el entorno escénico angolano, tus estudiantes…?

«Bueno, intentaré sintetizar, porque a esa pregunta pudiera estar respondiendo sin parar durante horas. La primera fortuna en Angola fue compartir la estancia, nuestra casa de Kilamba en el P6 – 42, contigo y Anamely. Luego vino todo lo demás. Mi cercanía a ustedes fue como estar frente a las compuertas de una presa aliviando. Creo que nos retroalimentamos mucho y, en esa atmósfera de creación continua, llegaron los amigos angolanos del arte, los proyectos, y los estudiantes felices y asombrados por nuestro afán de enseñar todo cuanto estaba a nuestro alcance.

«Los proyectos nacían con la misma naturalidad y necesidad que buscábamos de comer. Así organizamos talleres y encuentros con los estudiantes, incluso fuera del espacio académico; dos exposiciones en nuestra casa con performance, instalaciones, obras nuestras y de algunos amigos; mientras alternábamos con otros espacios de creación, como el Instituto Camões de Luanda, con el fin de transformar en arte todo lo que vivimos en ese maravilloso país. 

«En el ambiente teatral debo agradecer la posibilidad que me propiciaron dos buenos amigos, profesores también de la escuela y graduados como actores en Cuba, Marcelina Afonzo Ribeiro y José Teixeira. Realmente los angolanos son muy afables, no tienen recelos de más y se pueden crear vínculos muy estrechos con ellos. Estar dándome tropezones contigo y Ana, más cerca de las Artes Visuales y de la Historia del Arte, de diversos conceptos y visiones para asumir la creación, me proporcionaron nuevas miradas para ver y hacer teatro, y comencé a experimentar con esas nuevas herramientas.

Durante la organización del Festival de Teatro Ribalta, junto a José Teixeira. / Foto: AFF

«En la escuela reuní a un grupo de estudiantes interesados para montar un texto que me parecía oportuno para su momento de formación y su entorno social, Antígona, de Sófocles, y en cuatro meses de incansable e inestable trabajo, porque para ellos fue muy intenso, de lucha constante por mantener la motivación, se estrenó lo que di en llamar, ´Aproximando Antígona´, un intento de mantener lealtad por tan grande texto. El resultado fue más interesante de lo esperado. Esas jornadas que nos disparamos haciendo la escenografía y el vestuario que diseñaste, con los recursos más precarios que nadie se pueda imaginar, haciendo luces con cuatro bombillos sin matices ni pautas, es una tremenda escuela para cualquiera.

«Además de en ´Ribalta´, un Festival de Teatro estudiantil que ellos mismos promovieron en las áreas disponibles de la universidad, también hicimos una presentación memorable en la Liga Africana, un espacio muy loco que alternaba las funciones de su única sala entre salón de fiestas, funeraria y sala de espectáculos. 

«Lo otro fueron nuestras sistemáticas escapadas para las provincias, a hurtadillas de nuestros carceleros contratadores. Subir los casi tres kilómetros del Morro do Moco con Gretel y Edu, estar en el desierto de Namibe, en las cataratas de Kalandula, son vivencias que también te marcan espiritualmente… ¿Tienes sueño?».

Estoy en talla.

«¿Seguimos otro día?»

Dale, sirvió.

Marcela García en las Quedas de Kalandula, Malanje, Angola. / Foto: Amilkar Feria

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