Marie Tharp y el rostro sumergido de La Tierra

Desafiando las creencias más arraigadas en la ciencia de su tiempo, Marie Tharp definió con sus mapas del fondo marino la manera en hoy vemos el planeta.

| Vidas | 13/10/2025
Marie Tharp, geóloga estadounidense.
Marie Tharp, geóloga estadounidense.

Hasta mediados del siglo XX la geografía tenía un conocimiento muy elemental de cómo era el 70% de La Tierra. Los geólogos creían que el fondo oceánico era en su mayor parte una gran llanura, una enorme extensión oscura y monótona que se llenaba lentamente de sedimentos. Y la idea de que los continentes se movieran, defendida por Alfred Wegener décadas antes, resultaba demasiado radical para la ciencia.

Sin embargo, desde su pequeña oficina en el Observatorio Geológico Lamont de Nueva York, una mujer cambió para siempre esta imagen ingenua del suelo marino, obligando a la comunidad científica a reescribir sus libros. Marie Tharp demostró que ese 70% del planeta estaba lleno también de inmensos accidentes topográficos: cordilleras tan altas que superaban incluso a las grandes cadenas montañosas de la superficie, volcanes, grietas profundas y una estructura que no era hija del azar, sino que aportaba la evidencia definitiva de que la teoría de Wegener era correcta.

Un camino poco convencional hacia la ciencia

El interés en la cartografía le venía a Marie desde la infancia. Su padre, un agrimensor de suelos para el Departamento de Agricultura estadounidense, la había llevado con él a su trabajo, donde la niña lo ayudaba a trazar sus mapas. Ese temprano contacto con la medición y el dibujo cartográfico sembró en ella un interés que, contra todo pronóstico, definiría su carrera.

En aquel tiempo la geología era un campo vetado para las mujeres. Pero la oportunidad le llegó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los hombres se alistaban en el ejército y las universidades comenzaron a abrir sus puertas a las mujeres interesadas en adquirir una educación científica. Tharp aprovechó esa coyuntura y obtuvo dos maestrías en la Universidad de Tulsa, una en geología y otra en matemáticas. Esta formación dual, que unía la comprensión de La Tierra con el rigor del pensamiento lógico y la exactitud de los números, le dio una perspectiva única que nadie más poseía en su entorno y que fue fundamental para su éxito.

El mar prohibido

Marie Tharp en el Observatorio Geológico Lamont.
Marie Tharp en el Observatorio Geológico Lamont.

Quizás lo más irónico de la historia de Tharp es que, siendo la persona que trazó el mapa del suelo oceánico y descubrió sus accidentes más notables, lo hizo sin siquiera poner un pie en un barco de investigación. Entonces, la mayoría de los “hombres de mar” creían que la presencia de mujeres a bordo traía mala suerte. La Armada de Estados Unidos y muchas expediciones científicas consideraban que el lugar de la mujer estaba “en tierra”. Por eso, mientras los hombres surcaban el Atlántico recogiendo datos de profundidad con ecosondas, Tharp quedó relegada a la oficina, donde su tarea consistía “solo” en procesar los datos que ellos obtenían.

Esta exclusión, sin embargo, le abrió una puerta inesperada, pues era en realidad la única que podía ver los datos en su totalidad. Así, con cientos de rollos de papel llenos de números a su disposición, Tharp se dedicó a un trabajo meticuloso: trazar perfiles batimétricos a mano, transformándolos de simples cifras en un mapa tangible. Era la persona perfecta para esa tarea, pues sus estudios y la experiencia adquirida con su padre habían desarrollado su habilidad para ver de una manera que otros no podían.

“Charla de chicas”

Marie Tharp junto a Bruce Heezen frente a uno de sus mapas.
Marie Tharp junto a Bruce Heezen frente a uno de sus mapas.

A principios de los años cincuenta, mientras dibujaba los perfiles transversales del Atlántico Norte, Tharp notó una estructura inconfundible. A lo largo de la gran elevación submarina que se conoce como Dorsal Mesoatlántica, vio una grieta profunda y continua en forma de V, como una larga sajadura que se repetía en casi todos los perfiles.

Se trataba del Rift Central, el rasgo clave que delata la presencia de un proceso geológico activo. Su hallazgo implicaba que La Tierra no estaba simplemente expandiéndose, como suponían la mayoría de los geólogos en su época, sino que la corteza terrestre se abría, y que a través de esa abertura emergía nueva tierra en el centro del océano, impulsando los continentes de América y Europa a separarse.

Cuando Tharp mostró sus dibujos a Bruce Heezen la reacción de él fue de incredulidad. Peor aún: se burló de ella y desestimó su evidencia como simple “charla de chicas”. Le dijo que la forma en que había dibujado el rift era errónea, o que tal vez, si no había error en el dibujo, era producto del azar. La idea de que una fuerza geológica tan violenta, capaz de mover continentes enteros, existiera bajo los océanos era incompatible con la imagen estática que dominaba la geología de ese tiempo.

Pero Tharp insistió. Le pidió a Heezen que contrastara la ubicación del rift con un mapa global de los epicentros de los terremotos, y entonces su escepticismo se derrumbó. Los epicentros se alineaban exactamente con la grieta que Tharp había dibujado. La evidencia era irrefutable: La Tierra no estaba inmóvil, se abría justo allí donde Tharp había trazado el rift.

El fin de un viejo prejuicio

Mapa del fondo marino de Marie Tharp.
Mapa del fondo marino de Marie Tharp.

Aquella reacción inicial de Heezen no era casual ni producto de su personal tozudez. La teoría de la deriva continental, propuesta por Wegener en 1912, había sido descartada por la falta de una causa que explicara el movimiento de los continentes. El trabajo de Tharp, sin embargo, proporcionaba justamente esa causa: la expansión del fondo marino a partir de las dorsales oceánicas era la fuerza que empujaba a las placas tectónicas. La suya era una solución elegante al problema de la deriva continental. Y la “charla de chicas” se convirtió en la base de una de las teorías más revolucionarias de la geología moderna: la tectónica de placas.

El trabajo de Tharp y Heezen, plasmado en 1957 en el histórico Mapa Fisiográfico del Océano Atlántico Norte, y dos décadas después en el primer mapa mundial del fondo marino, brindó la prueba visible que la ciencia necesitaba.

A pesar de eso, el prejuicio hacia la presencia de las mujeres en el mar persistió durante años. La prohibición de que embarcaran en buques de investigación estadounidenses, arraigada en la superstición y las leyendas navales, obligó a Tharp a quedarse en tierra hasta la madurez. Ese tabú se rompió gracias a la insistencia de otras mujeres pioneras. Ya en 1921 la española Jimena Quirós lo había hecho en los buques de su país, y a inicios de los años cuarenta Jackie Ronne había sido la primera mujer norteamericana en pisar la Antártida. Pero no fue hasta 1963 cuando la geofísica soviética Yelena Lyubimova forzó el cambio en Estados Unidos, al ser invitada a bordo de una expedición. Ellas abrieron el camino a futuras científicas, como la propia Marie Tharp, que solo pudo hacerlo en 1965, y la bióloga marina Sylvia Earle en 1970.

La lucha de Tharp, confinada en tierra, y la de esas otras científicas, fue fundamental para que la cartografía de los océanos cambiara nuestra comprensión del planeta, y para echar abajo el prejuicio contra el papel activo de las mujeres en la ciencia marina.

Un legado más profundo que el océano

Marie Tharp con sus mapas.
Marie Tharp con sus mapas.

La historia de Marie Tharp es un ejemplo más de que la ciencia no avanza solo con datos, sino gracias a la persistencia y la capacidad de ver más allá de lo que el sentido común nos dicta. Sus logros y su confianza en sí misma son todavía una fuente de inspiración para muchas mujeres. Hoy su legado se honra con premios que llevan su nombre y con el reconocimiento de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que en 1997 la nombró una de los cuatro mejores cartógrafos del siglo XX. Muchas mujeres científicas la citan como modelo a seguir, y en sus propias palabras, Marie resumió su experiencia con una mezcla de humildad y orgullo:

Yo tenía un lienzo en blanco para llenarlo con extraordinarias posibilidades, un rompecabezas fascinante por armar. Fue una oportunidad única en la vida, una oportunidad única en la historia del mundo. Fue una oportunidad para cualquier persona, pero especialmente para una mujer en la década de 1940.

Marie Tharp supo mirar en la profundidad de los datos y confiar en la evidencia incluso cuando esta desafiaba las creencias más arraigadas en la ciencia de su tiempo. Se le prohibió navegar, pero vio mejor que nadie hasta entonces la forma de aquello que no le permitían explorar por sí misma y dibujó con precisión el rostro sumergido de La Tierra.

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