Nara Miranda: "Crear, conservar y cuidar. Mi conexión con el planeta"
Egresada como artista visual y bibliotecóloga, Nara ha ejercido como profesora e ilustradora, y forma parte de relevantes proyectos culturales y medioambientales.
¿Es tarea exclusiva de especialistas la preservación del medioambiente? ¿No parte acaso de una necesidad primaria, espiritual, velar por el entorno ecológico en que vivimos, como mismo lo hacemos con nuestros cuerpos y con el espacio doméstico más íntimo?
Para muchos, estos son cuestionamientos siquiera pensables. Viven tan absortos en la trituradora social de nuestra civilización, que apenas saben que una hora de internet tiene serias implicaciones para el medioambiente. ¿Dónde comienzan nuestros ecosistemas? ¿De dónde proceden nuestros alimentos y el aire que respiramos? ¿A dónde va a parar lo que expulsamos de nuestro organismo y, al final de la vida, nuestro organismo mismo? ¿No somos acaso parte del ciclo de la vida, en esa dialéctica de inspirar y expirar? Demasiadas preguntas, y todas las respuestas en nuestro poder, pero flagrantemente ignoradas.
Pienso que una manera nada velada de transparentar este asunto, es el siguiente intercambio con Nara Miranda Lorigados en quien la sensibilidad cultural y natural, biológica y social, hacen parte de un fenómeno indisoluble. ¡Parece tan obvio, que no nos explicamos cómo puede ser tan habitual entre el común de la gente vivir con una parte de nuestra entidad, mientras pisoteamos la otra! Egresada como artista visual y bibliotecóloga, esta joven ha ejercido como profesora, ilustradora, grabadora y pintora, formando parte de relevantes proyectos culturales.
¿Consideras el sembrar un árbol como un acto creador?
Sí, porque cuando se siembra una planta, se está colaborando con el nacimiento y la transformación de algo que, además, está vivo y cambiando para expresarse en toda su plenitud. Algo que era una semilla pequeña y cerrada, se convierte en un ser vivo que respira y crece. Si la planta es un árbol, me hace sentir que el resultado es más trascendente, aunque lleve años. No importa si hay que esperar para llegar a verlo ya crecido. Ese tiempo va a pasar de todos modos.
¿Ha influido en ello tu sensibilidad artística, tu búsqueda de la belleza, de fuentes inspiradoras?
Supongo que sí. Crear un cuadro o un grabado también requiere paciencia, fijarse en los detalles, tener en cuenta las etapas o pasos a seguir… Y en todo está la búsqueda de la belleza. Por ejemplo, aunque vivo en un apartamento sin balcón ni terraza, destiné un rincón para mis plantas. Están sembradas en macetas, y llenan una mesita y unos estantes en la pared… Siento que hay el mismo espíritu en el proceso de pintar un cuadro que en el de imaginar, diseñar y crear un jardín en ese rincón… En los dos casos estoy transformando algo para que sea una expresión de mi particular modo de ver las cosas. Y en todo, como decía, está la búsqueda de la belleza.
¿Cuándo percibiste en ti esa decidida inclinación hacia la naturaleza, específicamente en el terreno activo de sorprenderte con una postura en la mano para plantarla?
Desde que era una niña. Mi mamá tenía una relación muy especial con la naturaleza y en mi casa siempre hubo plantas, además de gatos y perros. Con mi familia y otros amigos pasábamos un mes todos los veranos en las costas de Matanzas, durmiendo en tiendas de campaña rodeadas de casuarinas y uvas caletas, y explorando el monte y las cuevas que había por la zona. Hicimos eso varios años, y agradezco haber tenido la experiencia de convivir de esa forma con las plantas, los animales y el mar.
Mi hermana y yo sembramos nuestro primer árbol, cuando yo tenía 9 años, en la casa de mis tías en Jaruco. Estuvimos años comiendo guayabas de ese arbolito. Ya durante mi adolescencia comenzamos a sembrar en un terreno que había junto a nuestra casa. En ese espacio hubo una farmacia que siempre estuvo cerrada y finalmente se desplomó. Cuando retiraron los escombros, pidiendo un permiso, hicimos un pequeño huerto. Mamá sembró un árbol de naranja agria allí. Ya no vivimos en esa casa, pero los nuevos dueños conservaron el árbol.
¿Qué estudiaste en nivel medio y superior?
En nivel medio me gradué de Artes Plásticas en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, con especialidad en Grabado; y también de Bibliotecología y Encuadernación, en la Escuela Nacional de Técnicos de Biblioteca…
¿Simultáneamente?
Sí. Cuando terminé el preuniversitario entré en el Instituto Superior de Diseño Industrial, pero solo estuve un año. Cuando vi que no iba a seguir, no tenía claro qué hacer, hice las pruebas de la Escuela Nacional de Técnicos de Biblioteca, y entré. Duraba tres años. Cuando estaba terminando 2do año ya había empezado a pintar, y pasado algunos cursos de dos meses en la Escuela de Artes Plásticas de 23 y C. Decidí hacer las pruebas de ingreso en San Alejandro, convencida de que no iba a aprobar, solo para tener una idea de cómo eran, y prepararme para intentarlo en serio al año siguiente, cuando me graduara de Bibliotecología, pero aprobé. Hice el año de tesis en Bibliotecología junto al primer nivel de San Alejandro.
¿Y después…?
En nivel superior me gradué de Bibliotecología y Ciencias de la Información, en la Universidad de La Habana.
¿Qué te aportó el ejercicio docente, con tanta cercanía entre tu rol de estudiante y luego de profesora?
Yo entré a San Alejandro con la idea de estudiar pintura, y allí descubrí las técnicas del grabado y quedé fascinada. Recién graduada, y todavía emocionada por haber encontrado algo que me gusta tanto, tuve la oportunidad de compartir lo que sabía con alumnos. Le daba clases a los grupos de primer año, que aprenden xilografía y colagrafía. Y también a los de segundo año, que ya están estudiando la especialidad, y aprenden calcografía, es decir, todas las técnicas de grabado en metal. Tuve suerte, porque enseñaba justamente mis técnicas favoritas… Impartir clases siempre es enriquecedor, porque hay una retroalimentación y también se aprende. Interactúas con personas que encuentran soluciones y caminos diversos dentro de la técnica, y que hacen algo de un modo que quizás no se te habría ocurrido.
Revisando los datos de tu formación, y sin ser agorero, veo en ellos y en tu obra una peculiar tendencia hacia la sublimación de lo sencillo, quizás traducido en la austeridad cualitativa de las técnicas de grabado, específicamente de la xilografía; derivando de ahí a las ediciones limitadas inspiradas en los incunables. En tu caso, ¿será el camino de la preservación del medioambiente parte o continuidad de esa toma de conciencia de lo sui géneris y vulnerable que es la vida y la cultura en este planeta?
Siempre me ha gustado la estética de los libros antiguos, y los incunables, que además tienen una relación tan estrecha con el grabado y con los orígenes de la imprenta. Incluso inicié con el padre de mis hijos un proyecto de libros artesanales, (Colección La isla infinita), y todavía participo haciendo los grabados de los libros. En estos momentos estoy más volcada en mi obra individual, y en cuidar y educar a mis hijos.
La naturaleza es una fuente de inspiración para mí. Aunque mi obra está llena de imágenes de ciudades, y de autorretratos en interiores, también hay animales y plantas. Pero, sobre todo, el estado de ánimo que yo tenga, y las ideas que se me ocurren, están influenciados por el entorno en que vivo. Puedo pasarme horas en una habitación dibujando y pintando, pero cuando salgo de allí, no puede ser que todo sea concreto y muros.
Todos estamos conectados al planeta y a la naturaleza, pero creo que cada persona es distinta y llega a esa conexión a su manera. En mi caso, tengo un camino en el grabado y la pintura, creando imágenes detalladas, paso a paso. Al final, estoy pintando o haciendo en grabado escenas de mi entorno cerrado, íntimo, donde solo estoy yo. Y cuando pinto la ciudad, es también una recreación solo de los elementos que me interesan, organizados de una determinada forma. Es como construir algo, y lograr que esté en equilibrio conmigo, y también con lo que me rodea, en lo posible.
Mi conexión con el planeta se expresa emprendiendo el cuidado del entorno, mi entorno, con el mismo espíritu con que llego a la pintura y el grabado, con parte de la misma constancia que pongo en cuidar y educar a mis dos niños, o en hacer crecer mi pequeño jardín en un rincón. Todo en el mismo impulso de crear, conservar y cuidar. Y disfrutar del proceso.
Sé que el planeta está al borde de un desastre ecológico. Y que lo que haga una sola persona para cambiar eso no es significativo. Pero me aseguro de hacer al menos mi parte, y desearía que muchos más tomaran conciencia de esto, y hagan la suya.
Cuéntame un poco de aquella epopeya de hace unos meses, en la que saliste a buscar asesoría y autorización oficial para sembrar árboles. ¿Cómo se te ocurrió arbolar el espacio yermo en los alrededores del edificio dónde vives?
Una mañana escuché el ruido de una motosierra cerca de mi edificio. Salí, y encontré una brigada con una grúa y otros equipos cortando partes de un flamboyán junto a la cisterna del agua. Los vecinos me dijeron que iban a talar completamente el árbol. Les pregunté a los de la brigada por qué estaban talando un árbol que parecía estar sano, y me dijeron que estaba afectando la cisterna y que eso estaba autorizado. Fui a preguntarle al presidente del CDR, y me confirmó que, por solicitud de vecinos preocupados, llevaba tres años pidiéndole a Comunales que cortaran el árbol, porque estaba inclinándose sobre la cisterna y quizás en el futuro podría caerse sobre ella…
A mí me pareció que quizás podía haberse buscado otra alternativa para salvar al pobre árbol, pero realmente ya no había modo de detener o cambiar aquello. Y vi como terminaban de cortarlo. Esa brigada, me lo dijeron ellos mismos, había podado otro flamboyán junto al edificio unos días antes. La poda consistió en cortar el tronco principal del árbol y dejarle solo una rama lateral. Fue casi como si lo talaran.
Le pregunté al presidente del CDR dónde se pedía una autorización para sembrar un árbol, en otro lugar lejos de la cisterna. Me dijo que no sabía, que preguntara en Comunales. Hice la misma pregunta en el grupo Habana Verde en Facebook, y recibí algunos consejos y opiniones de donde podría ser. También le pregunté a vecinos antiguos del edificio, que conocen mejor la zona, (yo vivo allí hace solo cinco años).
Para resumir: un par de días más tarde, vino una amiga a cuidarme los niños y pude ir a varios lugares buscando esa autorización. No logré una respuesta clara en ninguna de esas instituciones, pero sí me dieron algunas opiniones personales de vías a seguir, o lugares a donde ir, (algunos bastante lejos). En Atención a la Población, del Gobierno Municipal, me dieron más seriamente la dirección de los dos lugares donde seguro sí tramitaban eso. Realmente lejos, y sin garantías de resolver. Y el tiempo que me podían seguir cuidando los niños se acababa. Así que regresé a la casa, cansada y desanimada. Me llamó la atención que en cada lugar al que fui oí variaciones de la frase: “Primera vez que viene alguien a pedir permiso para sembrar un árbol, todo el que viene aquí a hablar de un árbol es para que lo poden o lo corten.”
Publiqué entonces en redes lo que me habían dicho, a ver si a alguien se le ocurría algo. Hablé con mi hermana y con algunos amigos sobre ese parquecito desértico y deprimente, con medio árbol, yerba seca y seis bancos bajo el sol. Cuando me mudé a este apartamento me había encantado ese parque, que en realidad es un espacio no muy grande entre tres edificios. Tenía dos flamboyanes frondosos con flores amarillas. Me imaginé a mis hijos creciendo teniendo esa vista por la ventana: dos árboles grandes floridos y un pedazo de mar. Pero hace dos años uno de los flamboyanes enfermó de pronto, y se secó y lo cortaron. Y al otro le hicieron esta poda extrema. Y quedaba el de la cisterna, un poco más lejos, fuera del parque, y ahora también lo habían talado…
Mucha gente me dijo que sembrara sin preguntar y ya. Pero un parque no es un parterre frente a mi casa. Y ya me habían dicho que había vecinos a los que no les gustaba que los árboles taparan la vista; y otros que me vieron hablando de sembrar, se preocuparon porque esos árboles en el futuro echaran unas raíces que levantaran aceras o pisos de apartamentos a más de diez metros, y también podrían caerse sobre los edificios, llenar el suelo de hojas y semillas, o romper tuberías subterráneas. Todavía estoy sorprendida por la cantidad de motivos para temerle a los árboles. Quizás creyeron que yo iba a sembrar un bosque de baobabs. Como sea, todo eso me hizo pensar que necesitaba algo de apoyo, un apoyo que proviniera de alguien o algo con más autoridad que yo. Entonces una amiga me dijo que por qué tenía que averiguar o tramitar esto yo, si existe un Delegado. Era una idea.
Los vecinos antiguos me dieron el número de teléfono del Delegado y lo llamé. Sin muchas esperanzas, porque sé que tiene que ocuparse de cosas más urgentes, como los vecinos que lo llaman porque la escalera de mi edificio se está cayendo hace años, por el salitre, (literalmente hay que botar medio cubo de escombros cada diez días, porque se caen trozos de concreto y de cabillas oxidadas, y realmente ya empieza a dar miedo). En fin, hay problemas más graves que el parque desierto, pero de todos modos el Delegado fue muy amable. Me dijo que tampoco sabía dónde se pide una autorización para sembrar, pero que como es en un parque le parecía bien, que los árboles son algo bueno. Me preguntó qué especie quería poner ahí. Le dije que ocujes, y que serían tres, o quizás un poco más, pero en lugares que no afectaran a nadie. Me dijo que muy bien, y colgamos. Y así, finalmente, obtuve mi permiso para reforestar el parque.
En las redes sociales has conocido personas y grupos que comparten causa contigo en esa necesaria cruzada por la vida, por el aire que respiramos. ¿Hasta qué punto te ha retroalimentado esa interacción con gente de buena voluntad, de no saberte sola en el empeño por preservar esos valores?
Las redes sociales han sido muy útiles en mi plan de reforestar el parque, en primer lugar, como una vía de obtener información y asesoría para hacerlo bien. En el grupo Habana Verde, por ejemplo, encontré verdaderos expertos en arbolado urbano que me aconsejaron sobre las especies adecuadas para esta zona, donde a veces hay inundaciones costeras. Y también sobre la forma y el momento adecuados para sembrar. Incluso dibujé un plano del parque y marqué los lugares donde quería poner cada postura, para que me asesoraran sobre la distribución y la distancia entre ellas.
También he recibido muchos comentarios apoyando la idea, dándome ánimo y ofreciendo ayuda. Ha sido muy bueno saber que otras personas también se preocupan por los árboles y las áreas verdes de la ciudad. Además, he tenido el apoyo concreto de gente de buena voluntad, desconocidos amables, que me han prestado herramientas para sembrar, me han facilitado las posturas que he sembrado hasta ahora, o me han ayudado con cosas que me superaban, como subirse al flamboyán adulto que queda en el parque para sellar el corte que le hicieron y evitar que las lluvias lo afectaran… Les agradezco de todo corazón, porque no hubiera podido sin ellos. Especialmente agradezco la ayuda invaluable de mi amiga Sarai Cecilia, que ha venido cada vez hasta aquí para ayudarme a sembrar, además de traer ella misma dos de las posturas.
Finalmente, también me han escrito muchas personas diciéndome que mi ejemplo los ha animado a sembrar un árbol cerca de sus casas. Eso me llena de alegría. Así, con pequeñas acciones individuales, podría recuperarse en parte el arbolado de la ciudad.
Desde tu percepción, ¿qué aspectos cívicos, educativos, administrativos, o de cualquier otra índole, se necesitan activar para que la sociedad tome conciencia del grave riesgo ecológico que corremos?
Pienso que todo comienza por la educación. Es necesario enseñarles a los niños la importancia de preservar el medioambiente. Y también hacer un esfuerzo para informar a la población sobre alternativas ecológicas, por ejemplo, ideas para reciclar, o para procesar desechos orgánicos haciendo compost. En general, hay que tratar de crear conciencia sobre la gravedad de la situación, y sugerir modos de ayudar o al menos de no agravarla.
Pero además hay que lograr que las leyes protejan a la naturaleza, y que haya consecuencias para los que incumplan esas leyes. Hay muchas personas indolentes o escépticas, que siguen haciendo cosas que dañan al planeta porque no se preocupan por la idea de una catástrofe ecológica a largo plazo, pero que sí reaccionarían para evitar pagar una multa. Algo que también podría ayudar es rediseñar el modo en que funcionan algunos sistemas, para que resulte una ventaja hacer las cosas de un modo ecológico, en vez de ser solo un esfuerzo incómodo. Sé que muchas veces es una cuestión de recursos, y que es difícil. Pero también hay cosas que podrían mejorar mucho rediseñándolas y optimizándolas.
Una última pregunta: has dicho en Habana Verde que las lluvias han sido de gran ayuda, evitándote irrigar diariamente las plantas que sembraste, lo cual me alegra mucho. ¿Están creciendo bien las posturas?
La lluvia ha cambiado como luce el parque, no solo las posturas, también la hierba está más verde y el flamboyán adulto está lleno de flores amarillas. Hasta ahora había sembradas seis posturas: tres uvas caletas, un vomitel, un flamboyán rojo y un almácigo. Esa última, el almácigo, no logró arraigar; pero todas las demás están muy bien. El flamboyán es el que más ha crecido, aun es pequeño para dar flores, pero se ve precioso lleno de hojas nuevas… Estoy feliz con eso.
Aún me falta sembrar algunas posturas más. Tengo una de vomitel, otra de uva caleta y un ocuje… Quiero sembrarlas pronto, pero será cuando termine una serie de ilustraciones que estoy haciendo para un libro. Me comprometí a entregarlas en una fecha, y he descubierto que no puedo dar pico y pala en la tierra por la mañana y luego dibujar por la tarde como si nada. Necesito al menos dos días para recuperarme; en ese tiempo puedo hacer otras cosas, pero no dibujar. De cualquier modo, ya me falta poco. En una semana estaré sembrando otra vez.
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