Ofelia Domínguez: otra voz olvidada del feminismo cubano (primera parte)
“Ofelia Domínguez se destacó por ser una apasionada defensora de la mujer, a partir de la construcción de un pensamiento jurídico que la respaldara.”
El movimiento feminista insular durante el período republicano estuvo condicionado por una serie de fracturas desde el punto de vista ideológico y político. Estas grietas se hicieron evidentes desde el Primer Congreso Nacional de Mujeres celebrado en 1923. Uno de los factores que afectaron al movimiento feminista en la isla fue el relacionado con la búsqueda de la unidad y la identidad de la mujer cubana. No todas tenían una conciencia clara de lo que esto significaba para que sus demandas se hicieran efectivas. Tal situación puso de relieve las diferencias de discursos entre ellas, a partir del choque entre las feministas conservadoras y las llamadas radicales.
Ofelia Domínguez fue parte, desde el primer momento, de las feministas radicales. Luchó a lo largo de su vida por lograr la unidad aunque hubiese diferencias entre ellas. En la correspondencia recibida por ella en 1930 destaca una carta del abogado Francisco Ponte Domínguez, fechada el 28 de mayo.
En ese período tan difícil de la lucha contra Machado, la mujer cubana tuvo un rol importante. Era una etapa de búsquedas y, sobre todo, de organización, pues el movimiento feminista estaba entre dos congresos: el que se había celebrado en 1925, con Gerardo Machado, y el de 1939. Pero también hay que reconocer, aunque nos pese, el triste papel de ciertas mujeres utilizadas y pagadas por el tirano para que delataran y agredieran a las que luchaban por el fin de la tiranía. Me refiero a las porristas, que hasta inventaron objetos de tortura como la famosa uña de acero, que rasgaba vestidos y hería seriamente a las otras.
En su carta, Francisco Ponte Domínguez advertía a la abogada acerca de lo que él considera fundamental para poder llevar a cabo las ideas feministas:
Lo que con amargo dolor vengo analizando, todas estas escisiones que se producen en los organismos feministas, es la derrota de Ustedes en sus propias manos […]. Esas mujeres no sienten el ansia de liberación de las de su clase y solo se preocupan por formar entre las dirigentes de agrupaciones de su sexo por ser de “buen gusto”, “chic” o “que priva”; y hallan argumento para librar hasta cierto punto la cruzada emancipadora, en la influencia perturbadora de los hombres de esos hombres anticuados que la rodean.1
Y más adelante subraya, con claridad meridiana, la necesidad de que las mujeres alcancen la madurez política que necesitan para que puedan entender por qué luchan, cualquiera que sea el frente en el que estén. Por eso saluda la fundación de la Unión Laborista, porque esta entidad agrupa a las mujeres más comprometidas con su propia lucha. Señala, pues, Ponte Domínguez:
Te felicito por tu idea de fundar la Unión Laborista de Mujeres […], pero te diré también que lo más necesario en las entidades femeninas para triunfar en la lid de justicia niveladora, es presentar un frente único. Tú bien lo sabes, al extremo que eso fue lo que te llevó a constituir la Alianza. Todos estos cismas que se han producido allí, alejando a entusiastas feministas como Mariblanca, tú, las obreras despalilladoras y mucho más, son a la postre desangramientos vitales del organismo IGUALDAD JURÍDICA DE HOMBRES Y MUJERES que se ansía en ustedes y la generación masculina moderna.2
Las mujeres negras y trabajadoras
Uno de los problemas no abordados desde un primer momento y que está estrechamente vinculado a la identidad fue el de la racialidad y la discriminación por el color de la piel. Era este el resultado de más de un siglo de esclavitud en la isla, que marcó la mentalidad y la sicología social e individual del cubano hasta hoy. En esa primera reunión no estuvieron las mujeres negras, pero tampoco fue tratada la situación social de ellas.
Otra ausencia fue la de la mujer trabajadora, ya fuera obrera, doméstica o de otras esferas de la vida laboral y social de la nación. No obstante, el análisis sobre este tema es verdaderamente complejo y merecería un estudio aparte.
El investigador Maikel Colón Pichardo refiere cómo, en efecto, el feminismo cubano de aquellos años republicanos no supo dialogar con los problemas de la mujer negra. Porque parte de ese feminismo estuvo marcado por la mentalidad racista y discriminatoria que prevalecía entonces. Señala, pues, Maikel Colón:
Algunos fenómenos históricos [como la Guerrita de 1912], aunque constituyen fuentes potenciales para abordar con mayor amplitud la manera en que el debate feminista cubano acercó o no posturas respecto a la discriminación racial que sufrían muchas mujeres, también pueden convertirse en puntos de confrontación. Ello habría que tenerlo en cuenta, partiendo de la base de que cada uno actuó en consecuencia con las conflictualidades raciales que acontecían en el momento en que se dieron, y aunque ciertamente había en cada una de las fases históricas de la sociedad cubana una especie de “patrón racista”, manifestado en una ola de prejuicios y estereotipos que no habían sido desarraigados, hay que tener presente que el feminismo cubano se iba redefiniendo, al igual que las construcciones raciales, las cuales también experimentaron ciertas transformaciones en algunos de sus tópicos, condicionando de algún modo la manera de asumirse recíprocamente.3
Predominó en ese espacio un discurso conservador que defendía la familia tradicional. Este discurso estuvo respaldado, esencialmente, por la Asociación de Damas Católicas allí presentes. Por otro lado, voces más avanzadas y con una formación diferente ―como las de Ofelia Domínguez Navarro, Ofelia Rodríguez Acosta, Loló de la Torriente, Hortensia Lamar, Dulce María Borrero de Luján y Mariblanca Sabas Alomá― abogaron por el reconocimiento de los hijos ilegítimos, por la lucha contra la prostitución y el trabajo infantil, por la equidad de derechos de la mujer dentro del matrimonio y el derecho a la educación, pero sus ideas fueron rechazadas.
“El feminismo cubano de aquellos años republicanos no supo dialogar con los problemas de la mujer negra.”
Los debates se caldearon tanto que estas mujeres optaron por abandonar el Congreso. Pero no desistieron de sus convicciones, en especial, la abogada Ofelia Domínguez Navarro, quien se destacó, a lo largo de toda su vida, por ser una de las apasionadas defensoras de la mujer a partir de la construcción de un pensamiento jurídico que la respaldara.
Feministas conservadoras y radicales
Cuando se lleva a cabo el II Congreso Nacional de Mujeres, bajo la presidencia del dictador Gerardo Machado, las desavenencias entre grupos conservadores y radicales se mantuvieron. En este cónclave, la mujer negra y trabajadora estuvo presente en la persona de Inocencia Valdés, que pertenecía al gremio de las mujeres despalilladoras. Era, pues, la presidenta de ese gremio en la isla. Su intervención estuvo basada en el tema de “La mujer trabajadora en Cuba”. La dirigente sindical no excluía, en modo alguno, a la mujer blanca.
En esta ocasión volvieron a aflorar las divergencias entre las mujeres allí reunidas. Tal fue la violencia de las discusiones, que llegaron a la agresión física. Fue el caso de María Collado, periodista sin escrúpulos, agresiva y dada a la creación de conflictos entre las mujeres que no pensaran como ella. En una ocasión calificó a Ofelia Domínguez, cuando esta fundó la Unión Laborista de Mujeres, de creerse “émula de Santa Teresa de Jesús”. Fue María Collado quien en el congreso atacó física y verbalmente a Pilar Morlón. Esto hizo que nuevamente se retiraran aquellas que pertenecían al ala más radical.
En una carta de Dulce María Borrero de Luján, que estuvo entre las presentes en esa magna reunión, le da su parecer a Ofelia Domínguez Navarro, quien fue la más atacada por sus ideas nada conservadoras. Dulce María Borrero de Luján le escribe en carta fechada el 7 de mayo de 1925:
Hemos sufrido inútilmente, porque nuestro gesto, y el que no pudieron más que esbozar las otras mujeres superiores que se hicieron solidarias nuestras, ha venido a remover una cuestión positiva de trascendencia moral que de otro modo hubiera dormido indefinidamente en la conciencia de este pueblo, y porque en último término, se ha tejido alrededor de nuestra personalidad una corona permanente de nobleza, bien distinta a la presuntuosa diadema de cobardía y de mezquindad con que las pobres víctimas del vano fanatismo se envanecieron torpemente un instante.
No pensemos ya en ello, como no sea para reincidir en nuestros escandalosos propósitos reformadores.
Quiero pedirte un favor: vas a poner cuidadosamente en limpio tu trabajo en defensa de los derechos de los hijos naturales, y me lo vas a mandar. Me refiero al que dio origen a la decapitación del Congreso. Lo quiero leer despacio. Y quiero hacer algo con él después. Ya te diré.4
El machismo y los derechos civiles de la mujer
Para una mujer de tesón e inteligencia como Ofelia Domínguez Navarro, no hubo descanso para tratar de alcanzar sus objetivos. Por su condición de abogada conocía muy bien los problemas con los cuales podría chocar con sus propuestas, especialmente, las referidas a los derechos civiles de la mujer en el matrimonio y al reconocimiento de los llamados hijos ilegítimos. Es obvio que le mandó sus proyectos a diversos colegas, para que los leyeran y le dieran sus criterios.
Es el caso de la carta respuesta del abogado Aurelio Capote, quien después de valorar a Ofelia Domínguez por su inteligencia y cultura como factores suficientes para que la sociedad cubana la honrara, le expresa su opinión acerca del proyecto de la abogada en relación con los derechos de la mujer dentro del matrimonio.
“Si bien la mujer había alcanzado su derecho a cursar carreras universitarias, al graduarse chocaba con obstáculos impensables para poder ejercerlas.”
Ofelia Domínguez vuelve entonces a chocar con uno de los problemas más dramáticos que enfrentó el feminismo cubano: el machismo. Heredado de España y trasmitido de generación en generación, no ha sido fácil, hasta hoy, lidiar con ese escollo. Pero debe tenerse en cuenta que el machismo no solo afecta la mentalidad del hombre, sino también la de la mujer. Por eso, el abogado le hace notar a Ofelia la necesidad de que se reconozca a la figura masculina como la principal en la relación matrimonial:
Yo tendría un aplauso entusiasta y sincero para nuestros legisladores el día que dieran vida legal a esos proyectos de artículos de su trabajo. […] Se me ocurre una observación. No sea tan inflexible con esa legal supremacía del hombre en el seno del hogar que a Usted tanto parece asustarle. No olvide que la sociedad conyugal […] ha de procurarse alcanzar en lo posible la unidad de aspiraciones, unidad en los fines, unidad en los medios, unidad en todo […] nacida de la otra unidad superior, la del amor mutuo de los cónyuges y el interés único de la familia que trae aparejada la idea de un poquito de autoridad para salvar los escollos que la realidad pudiera presentar en la vida de las relaciones jurídicas y no jurídicas […]. Este poquito de autoridad ¿a quién habíamos de concederle en la sociedad conyugal? Al marido, ¿verdad?5
Es importante dejar claro que ella no podía presentar sus propuestas jurídicas personalmente. Si bien la mujer había alcanzado su derecho a cursar carreras universitarias, al graduarse chocaba con obstáculos impensables para poder ejercerlas. Ofelia Domínguez solo podía dar a conocer sus propuestas en el órgano legislativo de la nación, a través de uno de sus miembros. Las mujeres abogadas no tenían derecho a asistir a estas sesiones. Por esa razón, Juan Marinello le escribe acerca de la discusión en ese órgano, de la lectura de las propuestas jurídicas por ella realizadas. Elogia a Ofelia Domínguez por la solidez de sus conocimientos y su cultura jurídica, pero las propuestas no fueron aprobadas:
Indudablemente, la ponencia sobre derechos familiares que presentó a la consideración […] estaba inspirada en corrientes modernas y de redención y de dignidad para la mujer. […] En el seno del matrimonio, cada participante debía atender por igual los cargos domésticos […] se establece la absoluta libertad de la mujer para dedicarse al comercio, profesión, arte y la necesidad de que se amplíen las causas de divorcio. […] En cuanto a los hijos —cosa fundamental en materia de divorcio y preocupación central de su trabajo— se tomaban todas las medidas pertinentes para que su manutención y cuidado nunca quedase olvidado, ni fuera posible, como es hoy, que la parte de fuerza económica burlase la obligación sagrada de mantener hijos.
¿Qué por qué causas el Consejo que representaba estas materias […] y muchas otras […] no se llegó a discutir totalmente y es posible que nunca llegue a realidad? Cosas cubanas.
Te aplaude y estima
Juan Marinello6
La respuesta que recibió Ofelia Domínguez Navarro a su pregunta acerca de si se habían discutido o no sus proyectos no pudo ser más insultante. Juan Marinello, para esa fecha, ya era un conocido luchador de filiación comunista. ¿No tiene esperanzas en los cambios de la historia política de Cuba? Al responder: “Cosas de Cuba”, no hace más que develar su mediocridad política e intelectual. Pero también, por supuesto, su desprecio a mujeres como Ofelia Domínguez Navarro.
Un sistema social fragmentado
A pesar de los contratiempos y divergencias de criterios, que representaban las ideas de Domínguez Navarro en aquellos cónclaves de mujeres, ella no dejó de asistir a ninguno. Debió sentirse reconfortada cuando la problemática específica de la mujer negra fue analizada en el Tercer Congreso Nacional de Mujeres, llevado a cabo en 1939.
Ya no se trataba solo de la situación general de las mujeres blancas y negras trabajadoras. Ahora se planteaban problemas en la esfera social, cultural y económica de la mujer negra en la vida de la nación. La mujer negra ya estaba organizada, mucho antes del Primer Congreso Nacional de Mujeres, en agrupaciones laborales o de servicios y culturales. Llegaron a tener sus propias publicaciones como la revista Minerva, la que sería interesante abordar en uno de estos espacios. Ellas, a su vez, tenían lugares de reunión y el respaldo de las instituciones incluidas en el directorio nacional de Asociaciones de Color desde fines del siglo XIX.
“Es imposible negar la importancia de aquellas reuniones de mujeres cubanas. Ellas dieron un paso importante por lograr la unidad entre las diferentes asociaciones femeninas del país.”
Pero en modo alguno puede afirmarse, de forma concluyente, que ellas generaran un pensamiento feminista negro. A pesar de que, en las páginas de Minerva desde 1889, se publicaran afirmaciones como esta: “No podemos vivir en la inacción. Seamos las heroínas de nuestro sexo, libertándole de férreo yugo de la ignorancia y nuestro esfuerzo nos cubrirá de verdadera gloria”. Esto lo afirmaba la señora Lucrecia González en un editorial de dicha revista, en enero de 1899. Aunque algo así no ocurriría hasta mucho después.
Es imposible negar la importancia de aquellas reuniones de mujeres cubanas. Ellas dieron un paso importante por lograr la unidad entre las diferentes asociaciones femeninas del país. Pero la directiva estuvo mediada por un sentido de exclusión de clase social. Prevalecía, a la vez, una república en la que el concepto de unidad nacional estaba marcado también por serios conflictos sociales y económicos.
La sociedad cubana de aquellos años representaba un sistema social fragmentado por las diferentes posturas políticas y gremiales, por una parte. Por la otra, se encontraba sumergida en el afán de construir una sociedad diferente, marcada por la modernidad, pero sobre cimientos muy débiles. Todo lo cual repercutía en el mundo de las mujeres. Porque esas diferencias traían consigo una pluralidad de puntos de vista que todavía hoy hace difícil la lectura, o mejor, las lecturas que pueden hacerse de la república. Los feminismos de entonces sufrían también de esta situación.
El miedo al cambio y la incapacidad para dialogar
Otro problema de las mentalidades en general y de la mujer en particular, era el miedo. El importante teórico literario estonio, Iuri Lotman, afirmaba cómo el miedo es una categoría cultural que, por tanto, posee un carácter histórico. Las mujeres no siempre estaban preparadas para el cambio “de la casa a la calle”. Estaban también aquellas que levantaban sus voces por demandas, despidos injustos, situaciones de salubridad laboral, pero cuando llegaba el momento de defenderlas frente a frente callaban por miedo al despido o a cualquier represalia, incluso, en el hogar.
Los hombres también tenían miedo a los cambios y a que su figura masculina se dinamitara con la aprobación de las demandas. No siempre apoyaron a sus mujeres en las luchas. Temerosos, por supuesto, de ser tildados de débiles y complacientes.
“Este fue otro de los problemas de ciertas zonas del feminismo cubano: la carencia cabal de una ideología o de un programa orgánico con bases políticas y sociales que las respaldara.”
Pero hay otro factor: el de las desavenencias entre las mujeres directivas, que llegaron a cercenar las bases de sus luchas por no reconocer el criterio del otro. Ese carácter binario del pensamiento no es otra cosa que expresión de rigidez e incapacidad de entender, de establecer un diálogo, una polémica, y reconocer la labor de los otros.
La carencia de estos presupuestos lastró al movimiento de las mujeres en la isla. Un claro ejemplo de ello fue la actitud que tomó Hortensia Lamar contra el grupo de mujeres de pensamiento más radical y culto. Lamar fue muy agresiva con Ofelia Domínguez,7 especialmente cuando esta fundó la Unión Laborista de Mujeres. Quizás tuvo que ver con que la Unión Laborista de Mujeres no se pronunció a favor del sufragio femenino. Muchas mujeres se negaron a solicitar un derecho a la figura de un tirano.
Esta situación provocó serias discusiones en las que las más radicales estuvieron en contra. La razón era bien clara: ¿Cómo solicitar el derecho al voto de la mujer a un presidente que las torturaba, las asesinaba o las ponía en prisión? Las mujeres más radicales, entre las que estaba Ofelia Domínguez, vieron con razón en ese acto una indignidad para la mujer cubana. Pero para Hortensia Lamar el asunto era solicitar el voto sin importar quién lo daba.
Este fue otro de los problemas de ciertas zonas del feminismo cubano: la carencia cabal de una ideología o de un programa orgánico con bases políticas y sociales que las respaldara. Calificó Hortensia Lamar a Domínguez de mediocre, de no saber organizar instituciones y de improvisada. Veáse el tono inquisitorial que utilizó contra la abogada:
Ni sus miembros dirigentes tienen antecedentes como sufragistas para poder erigirse por sí mismas en árbitros de la causa, ni en el tiempo que lleva fundada esa institución ha demostrado competencia, acierto y capacidad para ser oída con preferencia a las demás instituciones femeninas que no comulgan con sus ideas.
Ellas han sido las últimas en llegar y quieren ser las primeras en hablar, ya en pro ya en contra, según su capricho y conveniencia personal, y eso no podemos continuar tolerándolo las verdaderas sufragistas que hemos consagrado nuestra vida a luchar por la causa sin reservas de ninguna clase.8
Ese panorama, en el que es imposible ahondar por razones de espacio, fue el que condicionó las diferentes posturas y reclamos de la mujer cubana desde entonces. Por eso, es impensable hablar del feminismo cubano como un todo único, homogéneo o compacto. Es preciso reconocer, pues, las diferentes tendencias que prevalecieron a lo largo de los años, como fueron la política, por supuesto, la sociológica, la antropológica, la educativa, la racial, la sexual y la jurídica, entre otras.
Lo difícil, todavía hoy, es identificar cómo tales marcos de interés construyeron un pensamiento sobre la mujer, la identidad y la cultura insular. Resultaría un reduccionismo hablar solo de un feminismo nacionalista que, por lo demás, fue eliminado en enero de 1959.
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1 Carta de Francisco Ponte Domínguez, fechada el 28 de mayo de 1930, en: Fondo Donativos y Revisiones, Archivo Nacional (1920-1962). Consultado en julio de 2024.
2 Ídem.
3 Maikel Colón Pichardo: “Racismo y feminismo en Cuba: ¿dos mitades y una misma naranja? Claves históricas para su estudio”, en: Boletín americanista, año LXVI, 1, no. 72, Barcelona 2016, p. 190.
4 Carta de Dulce María Borrero de Luján a Ofelia Domínguez, fechada el 7 de mayo de 1925, en: Fondo Donativos y Revisiones, Archivo Nacional (1920-1962).
5 Carta de Aurelio Capote a Ofelia Domínguez Navarro, fechada el 17 de agosto de 1925, en: Fondo Donativos y Revisiones, Archivo Nacional (1920-1962).
6 Carta de Juan Marinello a Ofelia Domínguez Navarro, fechada el 6 de noviembre de 1927. Fondo Donativos y Revisiones, Archivo Nacional (1920-1962).
7 Acerca de la Unión Laborista de Mujeres, organización que agrupó a mujeres de los más diversos sectores y grupos sociales en Cuba y llegó a tener representación en algunos lugares de la isla, consúltese el siguiente estudio: Kenia Santa Herrera: “La participación de la Unión Laborista dentro del proceso revolucionario de los años 1930-1935”. Tesis presentada en opción al título de Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba. Facultad de Filosofía e Historia. Universidad de La Habana, 2021.
8 Hortencia Lamar: “No estamos de acuerdo. Réplica al Manifiesto de la Unión Laborista de mujeres”, en: revista La Mujer, La Habana, 15 de diciembre de 1930, Año II, no.1, pp. 2, 16. Tomada de: Kenia Herrera: Ob. cit.
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