Rose Valland: defender el arte, defender la humanidad

Rose Valland sabía que la cultura no es un lujo del que podemos prescindir en tiempos difíciles, sino una necesidad fundamental de la humanidad.

| Vidas | 12/12/2025
Rose Valland (1898-1980), historiadora del arte.
Rose Valland (1898-1980), historiadora del arte.

En el París ocupado, mientras las botas de los soldados nazis resonaban en el pavimento, una mujer de apariencia modesta realizaba uno de los actos de resistencia más extraordinarios de la Segunda Guerra Mundial. Sus armas no eran pistolas ni explosivos: eran un lápiz, un cuaderno y una memoria prodigiosa. Durante cuatro años desafió al Tercer Reich desde el interior mismo de su maquinaria de saqueo. Su nombre era Rose Valland y hoy se la recuerda por haber salvado de la destrucción más de cuarenta mil obras de artistas como Renoir, Monet, Cézanne, Degas y Picasso.

Alma de artista

Rose Valland nació el 1 de noviembre de 1898 en un pequeño pueblo de apenas dos mil habitantes, en el departamento francés de Isère. Era la hija única de una familia pobre. Por entonces las mujeres de origen humilde rara vez accedían a la enseñanza superior, pero ella mostró desde niña un talento excepcional para el dibujo, amaba el arte y quería estudiar. Su padre, que era herrero y carretero, no tenía recursos suficientes para pagarle una buena educación, así que la familia solicitó becas especiales y en 1918 Rose logró hacerse maestra.

Luego estudió en la prestigiosa Escuela Nacional de Bellas Artes de Lyon, en la Escuela del Louvre y en la Universidad de París, especializándose en historia del arte bizantino e italiano. Sin embargo, su camino en el exclusivo mundo intelectual parisino no fue fácil: su origen y su condición de mujer tropezaban con los prejuicios de los círculos cultos de la capital francesa y Rose tuvo que aceptar empleos no remunerados. En 1932, comenzó como voluntaria en el museo Jeu de Paume, que se especializaba en arte moderno.

En el museo Jeu de Paume

Museo Jeu de Paume.
Museo Jeu de Paume.

Situado en el jardín de las Tullerías junto al Louvre, el Jeu de Paume era un museo menor dentro de la rígida jerarquía institucional parisina. Mientras el Louvre albergaba las obras maestras clásicas, allí se exponían piezas de artistas que la élite tradicional consideraba marginales: Picasso, Matisse, Braque... Para Rose, sin embargo, ese espacio fue un pequeño universo de gran significado.

En 1938, cuando el curador André Dézarrois cayó enfermo, Rose asumió la dirección del museo. Fue entonces cuando Jacques Jaujard, director adjunto de los Museos Nacionales de Francia, le confió una tarea que cambiaría el rumbo de su vida: mientras Europa se precipitaba hacia la guerra, debían comenzar a embalar las obras más valiosas de París para esconderlas en refugios, lejos de la amenaza nazi.

El 1 de noviembre de 1940, exactamente el día del cumpleaños de Rose, los camiones nazis se detuvieron frente al Jeu de Paume. En cuestión de horas, más de cuatrocientas cajas llenas de arte robado de otros lugares se almacenaron en las salas del museo. En sus memorias, Rose recordó ese día, cuando su museo se convirtió en “un mundo extraño donde las obras de arte llegaban con el sonido de botas militares”.

La espía invisible

Rose Valland en el Museo de la Resistencia en Isère.
Rose Valland en el Museo de la Resistencia en Isère.

El Jeu de Paume se volvió de la noche a la mañana el centro neurálgico del expolio nazi en Francia, el lugar donde se guardaban temporalmente, antes de ser enviadas a Alemania, las obras robadas a museos y familias judías. Los oficiales alemanes impidieron que cualquier funcionario francés estuviera allí mientras realizaban su operación de saqueo. Pero subestimaron a Rose, una mujer de apariencia inofensiva, y decidieron emplearla en tareas menores. Fue el error más grave que pudieron cometer.

Lo que nadie sabía era que Rose hablaba alemán. Durante cuatro años, mantuvo ese secreto mientras escuchaba las conversaciones de los nazis, desentrañaba sus planes y copiaba información de los documentos que encontraba en los cestos de basura. Tomaba notas de todo: el número de los trenes, el destino de los envíos, las datos de cada obra, los nombres de los propietarios, las direcciones de los depósitos en Alemania.

Jacques Jaujard le había encomendado apuntar cuanto ocurriera en el museo y Rose había aceptado su misión sin vacilar, sabiendo que cada día podía ser el último. Fue su habilidad de volverse invisible lo que la mantuvo con vida y le permitió lograr su objetivo. Durante esos cuatro años elaboró cientos de fichas, conoció de primera mano el plan de Hitler de crear su Führermuseum con los tesoros sustraídos de Europa, y vio algo que le heló el alma: los nazis quemando en el patio obras de lo que llamaban “arte degenerado”.

El 9 de febrero de 1944, el oficial de las SS Bruno Lohse la sorprendió descifrando una dirección, la miró fríamente a los ojos y le dijo que podía fusilarla por eso. Sin inmutarse, Rose le respondió que todos los que trabajaban allí conocían las consecuencias de una indiscreción y que no serían tan estúpidos como para ignorar los riesgos. Años después, en 1950, supo que los nazis habían planeado ejecutarla, y comprendió que solo la rapidez de la Liberación le salvó la vida.

El 2 de agosto de 1944, con los Aliados aproximándose a París, los alemanes entraron en pánico. Desesperados por salvar su botín, llenaron cinco vagones con obras de arte en la estación de ferrocarril de Aubervilliers: 148 cajas cargadas con pinturas de Degas, Picasso, Gauguin, Modigliani, Braque, Toulouse-Lautrec, Renoir, Cézanne, Monet... Rose consiguió los números de los vagones y le pasó la información a Jaujard, quien la transmitió a la Resistencia. Gracias a Rose, lograron bloquear el convoy y recuperar las obras.

Una guerra que no terminó con la paz

Soldados estadounidenses rescatando las pinturas ocultas en el Castillo de Neuschwanstein, en Alemania, en mayo de 1945. Al fondo, James Rorimer, que luego sería director de Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Soldados estadounidenses rescatando las pinturas ocultas en el Castillo de Neuschwanstein, en Alemania, en mayo de 1945. Al fondo, James Rorimer, que luego sería director de Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

Pero la liberación de París el 25 de agosto no significó el fin del trabajo de Rose Valland. Al contrario, marcó el inicio de una nueva tarea: recuperar el patrimonio. El 4 de mayo de 1945, menos de un mes antes del fin de la guerra en Europa, el general Jean de Lattre de Tassigny nombró a Rose oficial del ejército francés y miembro de la Comisión para la Recuperación Artística.

Con su uniforme militar y sus preciosos cuadernos llenos de datos, la capitana Rose viajó a las zonas de ocupación en Alemania y Austria con los “Monuments Men”. El capitán James Rorimer, que más tarde sería director del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, escribió sobre ella: “La única persona que, por encima de todos los demás, nos permitió rastrear a los oficiales nazis saqueadores de arte y actuar con inteligencia en ese aspecto fue Rose Valland, una académica rigurosa, meticulosa y deliberada”.

Rose testificó en los juicios de Núremberg, interrogó a oficiales y marchantes nazis, ayudó a recuperar el arte robado y a reconstruir los museos alemanes después de la guerra. Durante años viajó a la zona de ocupación soviética, donde realizó misiones de espionaje para Francia, recuperando en circunstancias extremadamente peligrosas obras que los soviéticos también pretendían robar. Gracias a su trabajo se salvaron más de sesenta mil obras de arte.

En 1961, Rose publicó sus memorias bajo el título El Frente del Arte: Defensa de las colecciones francesas 1939-1945; un texto documentado e imparcial, en el que omitió deliberadamente cualquier detalle sobre su vida privada. No buscaba reconocimiento, solo dejar un registro histórico preciso del saqueo nazi. “Durante la guerra, me dediqué por completo a recopilar información sobre el destino de las obras, con la esperanza de que eso permitiera su recuperación y facilitara su restitución”, escribió con modestia.

Se retiró oficialmente en 1968, pero siguió trabajando con los archivos franceses en la búsqueda y devolución de obras saqueadas. Recibió numerosas condecoraciones: la Legión de Honor francesa, la Medalla de la Libertad de Estados Unidos, la medalla de la Resistencia, la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania, y fue nombrada Comendadora de Artes y Letras.

Sin embargo, durante décadas su historia permaneció casi desconocida. Su imagen no encajaba en la concepción heroica del espionaje. Era una mujer de apariencia común que hizo su trabajo en silencio, sin drama, sin persecuciones teatrales. Y precisamente por eso su historia es tan importante. En La espía del arte, Michelle Young lo explica: “Cuando descubrí a Rose Valland, entendí por primera vez que cualquiera puede ser un héroe o una heroína”.

Después de la guerra, Rose compartió su apartamento en París con Joyce Heer, una mujer británica que trabajaba como secretaria en la embajada estadounidense. Fueron compañeras hasta la muerte de Joyce en 1977 pero mantuvieron su relación lejos de la vista pública. Habían aprendido el arte de no hacerse notar y sabían que en su época, para proteger de la mezquindad y el escándalo su amor, debían ocultarlo.

Rose murió el 18 de septiembre de 1980 en Ris-Orangis, en la tranquilidad del anonimato que ella misma había elegido. Fue enterrada junto a Joyce en la cripta familiar de los Valland, en su pueblo natal.

Defender el arte

La historia de Rose Valland no es solo el relato sobre la vida de una mujer valiente. Es un recordatorio de lo que está en juego cuando las sociedades se enfrentan a la tiranía y la barbarie. Los nazis asesinaron a millones de personas, pero hicieron algo más: intentaron borrar su memoria, su cultura, destruir cualquier vestigio de su dignidad. El arte que robaban no era valioso solo por su precio en el mercado, sino sobre todo porque en él estaba inscrito el espíritu de pueblos enteros.

Rose entendió como pocos que defender el arte era defender la humanidad misma. Los riesgos que enfrentó, la constancia de su labor durante décadas, nos recuerdan que la cultura no es un lujo del que podemos prescindir en tiempos difíciles, sino una necesidad fundamental para la supervivencia de nuestra especie. Su trabajo fue un acto de fe en el futuro, una declaración de que la belleza y la cultura deben sobrevivir, incluso cuando todo lo demás parezca perdido.

Estatua de Rose Valland, obra del escultor Guy Le Perse, inaugurada el 18 de septiembre de 2016.
Estatua de Rose Valland, obra del escultor Guy Le Perse, inaugurada el 18 de septiembre de 2016.

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