Suzanne Valadon: Más allá de modelo, la artista olvidada de Montmartre

“La obra de Suzanne Valadon quedó eclipsada por la valoración exótica a la que fue sometida o el hecho de ser la madre de Maurice Utrillo.”

Fragmento de “Autorretrato con los pechos desnudos”, Suzanne Valadon, 1917
Fragmento de “Autorretrato con los pechos desnudos”, Suzanne Valadon, 1917.

Pocos lugares ha habido tan asociados con el ambiente artístico como el barrio parisino de Montmartre. Allí, junto a la colina de 130 metros de altura, a la orilla derecha del Sena, desde mediados del siglo XIX comenzaron a asentarse pintores, poetas, músicos, artistas de variedades, desplazados todos de otros lugares de Francia y del extranjero.

Como Montparnasse, a la orilla izquierda del río, Montmartre se convirtió en el centro de una vida vertiginosa no solo en lo creativo, sino también por la bohème, por los excesos nocturnos que se hicieron típicos entre los cabarets, bares y cafés del barrio. A caballo entre los dos siglos, allí vivieron Camile Pissarro, Vincent Van Gogh, André Derain, Pierre-Auguste Renoir, Henri Matisse, Edgar Degas, Henri de Toulouse-Lautrec, Amedeo Modigliani y Pablo Picasso, entre otros muchos que acudían a la colina en busca de un lugar donde fuera tangible el aura de la creación.

La mayoría han sido olvidados. De otros (y otras) solo se conoce una historia parcial, muchas veces salpicada de prejuicios conservadores y machistas de los que el mundo del arte no se ha visto para nada exento. Uno de esos casos, digno de una novela, es el de la pintora Suzanne Valadon, mujer imprescindible del París de la época.

Marie-Clémentine

Suzanne no era Suzanne. Era Marie-Clémentine, y su historia es de lucha y marginación desde su propio origen. La futura artista era natural de Bessines-sur-Gartempe, un pequeño pueblo del centro de Francia. Había nacido el 23 de septiembre de 1865, y su madre, Madeleine, era una lavandera y sirvienta suiza: a su padre nunca lo conoció. Al parecer, tenía una hermana, aunque es muy difícil constatar varias informaciones referentes a su vida, dado que ella misma solía ofrecer al respecto versiones distintas.

El caso es que la pequeña, hija de una mujer soltera y pobre en un ambiente provinciano y hostil, debió de sufrir tempranamente el acoso a que su madre fue sometida por “violentar” las “buenas costumbres”. Es muy posible que Madeleine tomara a sus dos hijas y se asentara en París cuando Marie-Clemetine tenía aún muy corta edad debido a las amenazas más o menos explícitas de los vecinos, que le indicaron que Bessines-sur-Gartempe no era lugar para mujeres “deshonradas”.

Es difícil creer que la familia se mudase a Montmartre por motivos artísticos, puesto que la educación de Madeleine y sus hijas era bastante escasa. Más creíble es la hipótesis de que hayan escogido el lugar por su ubicación geográfica elevada. Esto les permitiría mantenerse relativamente a salvo del asedio de las tropas alemanas a París durante la guerra franco-prusiana y del fin violento de la Comuna.

“La acróbata”, Suzanne Valadon, 1916.
“La acróbata”, Suzanne Valadon, 1916.

Aunque estudió hasta los once años en un convento, Marie-Clémentine era una niña de la calle prácticamente. Los trabajos que realizó en su temprana adolescencia fueron muchos: ayudante de un molinero, verdulera, camarera, empleada en una funeraria... Sin embargo, la muchacha era alta, agraciada y al parecer con habilidades para el trapecio, pues hasta que una caída truncó su carrera en el mundo del espectáculo, estuvo trabajando en el Circo de Pigalle. Tenía dieciséis años y ni idea de que esa lesión la iba a catapultar al ámbito de la pintura.

Suzanne Valadon como modelo

Puesto que ya para 1880 los pintores abundaban en Montmarte, el trabajo de modelo se hizo relativamente común para las jóvenes de buena figura, aunque no por ello dejaba de ser mal visto. El primer artista que reparó en la belleza de Marie-Clémentine y le propuso trabajar con él fue el ya anciano Pierre Puvis de Chavannes, quien hizo de la muchacha prácticamente su única modelo durante siete años. Pronto, y a causa no solo de su figura, sino también por su habilidad para encarnar los roles que se le pedían y por su resistencia para las poses más complicadas, Marie-Clémentine se convirtió en una de las  más cotizadas del barrio.

Según apunta Ignacio Viloria en su texto “Suzanne Valadon y la vida a su aire”:

La joven supo discernir lo que la hacía tan valiosa para aquellos señores, por lo que, a diferencia de la casi totalidad de sus compañeras (...) se preocupaba por mantenerse en buena forma física, una actitud que la convierte en precursora de los modelos profesionales de hoy en día y que, sin duda, contribuyó en alguna medida a dignificar un oficio que hasta bien entrado el siglo XX se percibió casi como sinónimo de prostitución.

Édouard Manet, Paul Gauguin y Pierre-Auguste Renoir, quien solía decir que era su modelo preferida, fueron algunos de los grandes maestros para los cuales trabajó, y de los cuales casi con certeza fue amante.

Porque Marie-Clémentine fue sin duda una mujer sexualmente libre; en 1883 quedó embarazada y, como en el caso de su madre, nunca hubo una certeza clara de quién era el progenitor de la criatura. Uno de sus numerosos amigos, un arquitecto catalán, le dio el apellido al niño. Un niño que, al correr de los años, llegaría a ser una de las más legendarias figuras del mundo del arte, el talentoso y atormentado Maurice Utrillo, conocido como “el último pintor de Montmartre” y cuya inmensa fama eclipsaría a la de su madre.

Suzanne Valadon y su hijo Maurice Utrillo.
Suzanne Valadon y su hijo Maurice Utrillo.

Cuando Maurice tenía tres años, Marie-Clémentine se mudó a la rue Tourlaque, justo al lado del estudio de Henri de Toulouse-Lautrec. Pronto la joven y el artista comenzaron a trabajar juntos e iniciaron una relación erótica que se extendió cerca de dos años. Pero más allá de esto, Lautrec tuvo en la vida de la joven un papel fundamental; de algún modo, descubrió que Marie-Clémentine no solo era una modelo excepcional: también dibujaba. Silenciosamente, durante años, Valadon venía trabajando en pequeñas piezas que causaron en Lautrec una honda impresión. Llevó los dibujos a sus colegas, que no creyeron que la muchacha tuviera también habilidades como artista.

El propio Edgar Degas no solo le expresó su admiración a la joven, sino que le propuso tomarla como pupila y, más aún, le pidió que le vendiera algunos trabajos. La cercanía con el viejo maestro sería decisiva en la posterior carrera de Valadon.

Sin embargo, Lautrec opinaba que un nombre como el de “Marie-Clémentine” sería insuficiente para triunfar en el arte. Como la modelo y artista solía estar rodeada de viejos ávidos y lujuriosos, le propuso renombrarla como la Susana bíblica del libro de Daniel que, al bañarse desnuda, suscita la lascivia de dos ancianos jueces. El tema, por cierto, era bastante recurrente en la historia de la pintura por la ocasión que ofrecía para mostrar el desnudo femenino. Así, la joven modelo Marie-Clementine se convirtió en la reputada artista Suzanne Valadon.

La artista Valadon: Rompiendo estereotipos

En su época, Suzanne Valadon no fue la única mujer artista. Aunque eran una minoría, hubo otras relativamente contemporáneas. Sin embargo, a diferencia de Berthe Morisot o Mary Cassatt, que eran de un origen más o menos acomodado, Suzanne venía de las calles, y la formación que tuvo fue esencialmente empírica. Sus temas suelen estar más libres de prejuicios, sobre todo a la hora de representar el cuerpo femenino.

Para ello era necesario ser muy fuerte. Porque aun el tolerante mundo artístico de Montmartre estaba regido por los códigos patriarcales. El solo hecho de que el reconocimiento de Valadon como artista debiese pasar por un filtro masculino lo demuestra. Incluso, habiendo conocido el éxito en vida, su valoración suele circunscribirse a lo “exótico” de su caso, a sus excentricidades (que eran bastante notables, por cierto), a su vida disipada o al hecho de ser la madre de Maurice Utrillo. La artista Suzanne Valadon queda siempre en un segundo plano, y ello es profundamente injusto, porque su obra, al margen de su solidez formal, fue revolucionaria en varios sentidos.

“Joven en el baño”, Suzanne Valadon, 1919.
“Joven en el baño”, Suzanne Valadon, 1919.

Uno de ellos es la representación del cuerpo. Sus primeros trabajos, hasta que pudo dedicarse completamente a la pintura a la edad de treinta años, son principalmente dibujos. En ellos se interesa, sobre todo, por la expresividad y gestualidad humanas, y aborda sin prejuicios el desnudo femenino. Trabaja con modelos y poses que para espíritus conservadores resultarían vulgares. No obstante, desde sus obras más tempranas destacan una fuerza y naturalidad inusitadas, como en el Retrato de la madre de la artista, de 1883.

Al trabajar el desnudo, Suzanne Valadon lo hizo de una manera bastante particular. En su obra, es el cuerpo femenino el más representado; sin embargo, como observa Ignacio Viloria:

En los desnudos de Valadon la sensualidad no se presenta al modo clásico, como una ofrenda, ni tampoco como el arma de fatalidad que le encantaba ver a románticos y modernistas. La pintora no la concebía ni siquiera como algo inconsciente o ingenuo, sino como una manifestación normal de la naturaleza humana. Sus mujeres nunca aparecen en poses sumisas, perversas o sobrenaturales, sino comunes y cotidianas.

El desnudo masculino fue menos abordado por la artista. Yen los que realizó sí es notable la búsqueda de la erotización a través de un ideal que tiende al clasicismo.

De cualquier modo, y aunque gracias a la mediación de Degas pudo dejar de trabajar como modelo, solo pudo exponer sus trabajos en 1894, cuando doce dibujos suyos se incluyeron en el Salón de la Sociedad Nacional de las Bellas Artes.

“El lanzamiento de las redes”, Suzanne Valadon, 1914.
“El lanzamiento de las redes”, Suzanne Valadon, 1914.

También aprendió técnicas de grabado y perfeccionó su dominio de la pintura al óleo. Ella misma apuntaría:

Por supuesto que tuve grandes maestros, y creo que aproveché lo mejor de ellos, de sus enseñanzas, de sus ejemplos... Después me encontré a mí misma, me hice a mí misma y dije lo que tenía que decir.

La Trinidad Maldita

Valadon fue, como se ha dicho, una mujer libre de prejuicios eróticos. Numerosos fueron sus amantes, algunos bastante conocidos fuera del mundo de la pintura. Quizás el caso más notable fuera el del compositor impresionista Eric Satie. Suzanne fue la única relación amorosa de su vida, y la ruptura con ella resultó para el músico especialmente traumática. La muchacha se casaría con su amigo Paul Mousis, un acaudalado hombre de negocios.

El matrimonio fue conflictivo desde el comienzo, pues Mousis alejó de Suzanne a su madre y a su hijo. La artista, por su parte, nunca se acostumbró completamente a la vida de gran señora que debió llevar.

Para entonces, Maurice Utrillo era ya todo un personaje. No solo por su obra, emblemática en el tratamiento del paisaje urbano, sino también por su vida de excesos. Era alcohólico desde los doce años y el desequilibrio mental lo condujo en más de una ocasión al manicomio, e incluso a la estación de policía. Su madre había sido su maestra, y mantenía con él una cercana y peculiar relación, más bien de amigos y compinches que materno-filial.

“Adán y Eva”, Suzanne Valadon, 1909.
“Adán y Eva”, Suzanne Valadon, 1909.

Un día, en 1909, Utrillo apareció acompañado de un amigo suyo, el aprendiz de pintor André Utter. Suzanne se enamoró del joven, al que llevaba veintiún años. Iniciaron un romance apasionado, que repercutió en todo Montmartre. Mousis dilató cuanto pudo el proceso de divorcio. Y ejerció sobre Suzanne diversas formas de violencia simbólica. La mantuvo durante años en un estado de adulterio con el que la estuvo presionando hasta que la artista tuvo que abandonar la casa. Solo se llevó sus obras y bienes de primera necesidad.

De esta época data el que quizás sea su cuadro más famoso, Adán y Eva (1909). Entendido como un doble retrato de ella y Utter, la obra es pieza única no solo por su expresividad y erotismo. Con ella, Valadon se convirtió en “la primera mujer que se atrevió a pintar un torso masculino desnudo y de frente (...) al que le obligaron cubrir sus genitales si quería exponer la obra”.

Divorciada finalmente, Suzanne y Utter pudieron casarse y junto a Utrillo, se hicieron imprescindibles en el ambiente nocturno de Montmartre. La espiral de excesos en la que se vieron envueltos hizo que se les conociera como “la Trinidad Maldita”. Sin embargo, lo pintoresco de esta historia apasionada oculta una arista mucho más seria.

La pintora se vio desposeída de todos los lujos que tenía siendo esposa de Mousis. Tampoco tenía ya edad para ser modelo. Ello la condujo a una efervescencia creativa sin precedentes: pintó cerca de quinientos cuadros en poco tiempo, la mayoría de los cuales se han perdido.

Suzanne, Utrillo y Utter, la trinidad maldita, 1926.
Suzanne, Utrillo y Utter, la trinidad maldita, 1926.

Estos duros comienzos reivindican una vez más la disposición de Suzanne para triunfar. Con Utter como marchante y el creciente prestigio de Utrillo, la familia alcanzó un nivel de vida aun superior al que poseían al momento del divorcio. La pintora alimentaba a sus gatos con caviar una vez a la semana, y tenía una cabra para que se comiera sus “malos trabajos”.

Sin embargo, a la larga el matrimonio no se sostuvo. Los escándalos que protagonizaban en público, sin duda mediados por el ajenjo y los celos, fueron notables y se incrementaron con el paso del tiempo. Luego de casi veinticinco años, se separaron. De igual modo, y pese a que el reconocimiento de Suzanne no fue escaso:

Los problemas de adicción al alcohol de su hijo Maurice Utrillo, hicieron que la artista diera un paso hacia atrás en su trayectoria artística, para dar más protagonismo a la carrera profesional de su hijo, apoyándole y quedando ella un tanto relegada, en especial entre los años 20 y 30.

Suzanne Valadon murió mientras pintaba un ramo de flores

Durante los últimos años de su vida, Suzanne vivió sobre todo preocupada por el futuro de Utrillo luego de la muerte de ella. Le acomodó un matrimonio que al parecer fue por conveniencia y ella misma recogió a otro hombre más joven, llamado Gazi, al que había conocido en un bar donde tocaba la guitarra. Nunca ha quedado clara la naturaleza de su relación, que duraría cuatro años, hasta el fallecimiento de la pintora.

Suzanne Valadon murió prácticamente trabajando. El 7 de abril de 1938, mientras pintaba un ramo de flores, sufrió un derrame cerebral, y expiró en la ambulancia que la conducía al hospital. Su hijo Maurice la sobrevivió diecisiete años.

El reconocimiento de que disfrutó la artista en vida se constató en su entierro. A la ceremonia, en el cementerio de Saint-Ouen, acudieron figuras tan renombradas en el mundo del arte como Pablo Picasso, Georges Braque y André Derain.

“Desnudo en sofá rojo”, Suzanne Valadon, 1920.
“Desnudo en sofá rojo”, Suzanne Valadon, 1920.

Sin embargo, su fama se ha ido eclipsando con los años. La leyenda alrededor suyo, su vida escandalosa para los patrones de la época, o la propia fama de Utrillo han disminuido el protagonismo de una de las mujeres más talentosas y transgresoras del mundo del arte. Hecha a sí misma, perfeccionista y revolucionaria, Suzanne Valadon sigue siendo vista, no obstante, como una curiosidad. Incluso, como señalan Amparo Serrano de Haro y África Cabanillas, una buena parte de la valoración de su obra se hace desde un ángulo sexual. Con ello suelen limitarse los valores artísticos a la proyección personal de la artista:

Suzanne solo tiene un problema y es que antes que pintora fue modelo de pintor, costurera, camarera, trapecista… y sí, quizá prostituta, aunque no se tenga constancia de esto último. Pero es verdad que, proveniente de un medio muy modesto y en una situación de total desprotección y vulnerabilidad, es posible pensar que en algún momento recurrió a ello por motivos de su propia supervivencia. Ahora bien, ¿es necesario que esta sea la etiqueta bajo la que se juzgue toda su persona y su obra para siempre?

El hecho de que este punto de vista se refiera a una exposición tan reciente como de 2023 (que se mantendrá fuera de París incluso en el 2024), organizada por el prestigioso Centro Pompidou, nos hace reflexionar sobre la manera en que, aún hoy, se enfoca el trabajo de las mujeres artistas. Ciertamente, una limitación con la cual un espíritu libre y trasgresor como el de Suzanne Valadon no estaría para nada de acuerdo.

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