Narrativa cubana | Como caído del cielo: el pescador, la flaca y toda mi alma
"Sobre la boca, mi boca, me dibuja un escudo, una estrella solitaria".
Miré un instante a los ojos del negro, vi como alargando una de sus manos hizo un ademán, invitándome a ocupar un sitio en su barca: El pescador, así lo anunciaba en el rótulo escrito a un costado de la embarcación. Al parecer desde mi llegada había estado observando mis movimientos y me oía hablar con un viejo barquero al que le solicité cruzar al otro extremo del lago. Según explicó el viejo muy solícito, yo debía aguardar una o dos horas a lo sumo, el tiempo en el que de seguro bebían aparecer otras personas que también estuviesen interesadas en ir al otro lado, pues sería una perdida de tiempo transportar un solo pasajero cuando la capacidad real de su bote, era de cinco o seis personas y en los buenos tiempos, bien que soportaba unos diez o quince.
—Porque a nadie le importaría mojarse un poco el culo— dijo agarrándose de mi brazo, repitiendo una y otra vez las mismas frases, mostrando los dientes semipodridos. Y no me dejaba el brazo tranquilo.
Yo solo miraba a un punto fijo: el negro, quien no muy distante, sonriendo feliz, me miraba desde lo alto de… y me resulta imposible hallar una frase apropiada para explicar donde está parado y lo que hace, porque mi conocimiento con respecto a esas embarcaciones es casi nulo. Pero sé que él está ahí, mostrando el torso curtido por los años y los soles.
Aún el viejo sostiene mi brazo, lo miro de reojo con un poco de temor. Que si la economía mundial está en crisis, que si el poder de los pueblos, el hundimiento del campo socialista, el Muro de Berlín, que si el mal de las vacas locas, los tsunamis, y que la vida es una mierda, que si allá, que si acá, y voy alejándome de mi brazo que se estira como la masa de un pan en previa preparación. Se estira, lo hace hasta llegar a donde el negro. Estoy junto a él. Me instalo bajo sus piernas, como un pez sin escamas me dejo caer en el piso de El pescador.
El negro rueda su sexo por mi vientre, lo hace bien despacio, es ágil, lo baja y lo sube desde esa perfecta hendidura que es mi ombligo, y no se detiene hasta tocar y ofrecer ligeros golpecitos en las puntas de los pezones que se erizan por el roce constante. Sobre la boca, mi boca, me dibuja un escudo, una estrella solitaria. Descansa. Se va de mi lado porque precisa elevar la vela, lo disfruto sin ropa como va y viene. Se palpa, se descubre inmenso, mientras va metiendo algunos dedos en la ranura de mis nalgas, y a la par deja correr su lengua desde lo alto de mi cuello hasta el infinito de los hombros y…que si la economía mundial está crítica, que si el poder de los pueblos, la caída del Muro de Berlín, que si el mal de las vacas locas, los tsunamis, que si la vida es una mierda, que si allá que si acá….
Al soltarme el brazo, con rapidez le di la espalda y no presté más atención a sus palabras, miré al negro que ahora conversaba con una flaca impertinente a la que le tendía una de sus manos para ayudarle a subir a bordo. Casi corrí, y él aún sonriendo, me ayudó a poner los pies en las tablas desvencijadas.
Deduje que la flaca era fotógrafa porque de su cuello colgaba un equipo forrado de un cuero color mierda de mono. Ella lo miraba todo con asombro y no paraba de hacer fotos, yo encontré asiento a su lado. Con disimulo vigilé cada uno de sus movimientos y llegué a aburrirme del paisaje. No nos dijimos palabra alguna. Éramos extrañas.
El negro se mostraba, lo hacía caminando de un lado a otro. Hubo un momento en el que ella posó sus ojos en el cuerpo, y como quien devora un albaricoque, o un trozo de dulce almiboroso, lo exploró desde la cabeza hasta sus pies descalzos. Tienes unos lindos pies, le dijo en un tono afrancesado. Entonces, sin previo aviso, vi a la flacundenga con la blusa abierta, se extendió boca arriba, encima de la barca. El pie del negro se deslizó, primero lo hizo por las mejillas, para de a poco colar los deditos dentro de su boca. Ella lamía perezosa, se le ensalivaban los labios, y el pie descendía gustoso.
Con el dedo gordo, el pie hacia círculos alrededor de un ombligo no tan perfecto. Se recreaba. La flaca gemía a raudales, como lo haría cualquier mujer ya fuese flaca o gorda en semejante situación. Con su mano cadavérica palpaba la blancura de sus senos, y profería palabras sucias, en lo que el pie iniciaba una nueva búsqueda, tomaba un descanso en el lugar mas húmedo y profundo, para en esa hendidura introducir aquellos dedos cortos que eran una ricura.
Hubiese deseado escuchar de una vez el sonido del motor, pero ahora no se veía al negro por ninguna parte. La flaca y yo seguíamos sentadas en idéntica posición, solo intercambiamos miradas intrascendentes. Para mi no hubo fotos ni sonrisas, tal vez yo era una mujer demasiado flaca para ella.
Para el negro solo hubo una foto, fue cuando lo vimos salir del pequeño camarote. Tenía la piel empapada en sudores, verlo así me pareció algo raro porque el clima era agradable. Con una mano secó el sudor de la frente, y sin sacarse el pantalón puso un pie en el borde de la barca, fue en ese instante que ella aprovechó para tomar la cámara y dispararle a traición. Sin dudas tiene unos pies divinos ¿no te parece? Preguntó la flaca con cara de zorra. Y sin darme cuenta, ya el negro estaba dentro del agua. Según gritó desde abajo, tenía muchísimo calor.
Nonardo Perea
(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).
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