El acoso sexual a mujeres en Cuba

“La sociedad cubana no ve el acoso callejero como violencia, no reconoce la invasión del espacio personal como violación.”

| Observatorio | 27/11/2024
Acoso sexual en las calles de Cuba. Foto: Kaloian Santos Cabrera
Acoso sexual en las calles de Cuba. Foto: Kaloian Santos Cabrera

―Papá, voy a salir a la calle a jugar con mis amiguitas.

―Sí, pero ponte algo más largo, recuerda que allá afuera hay hombres.

Un padre alertando a su hija sobre el peligro que representa su propio género es, sin dudas, un plano cinematográfico que hemos presenciado desde que nacimos en Cuba. Las niñas, desde muy temprana edad saben que no deben usar shorts cortos, que deben ponerse algo debajo del vestidito, que no deben sentarse en las piernas de los hombres, y que no deben hacer caso cuando un extraño se meta con ellas por las calles; porque lo que sí es un hecho es que a cada paso encontrarán hombres que van a asediarlas constantemente por el simple hecho de pertenecer al género femenino, y es mejor no andar provocando.

¿Provocación? Esta es una palabra que siempre ha estado estrechamente enlazada a la vestimenta de la mujer. Si una mujer se viste con ropa apretada está provocando; si usa tacones altos, está provocando; si muestra sus piernas, está provocando; si la blusa tiene escote, está provocando. Si la forma de vestir de una mujer es síntoma de provocación al hombre, y el hombre en consecuencia de dicha provocación, invade el espacio personal de la mujer; ¿podemos decir entonces que el acoso sexual es un derecho ciudadano?

I

Entonces mami,
vente con papi,
te voy a dar manguera
la noche entera.

Recuerdo por el año 2020, tras la apertura paulatina proveniente de la declaración de primera fase de la etapa pandémica en Cuba; un país devastado y desolado, la gente temerosa abordando el ómnibus con mascarillas que no lograban disimular la angustia. Sube una chica en una de las paradas finales de la ruta de transporte, tendría unos 18 años pero con cuerpo de 15, pequeña y menuda como suelen ser las adolescentes en Cuba, siempre aparentan menos edad. Se sienta a mi lado, en uno de los asientos que tienen enfrente dos más, donde se encontraban dos ancianas. La chica en cuestión envía un mensaje a través de su teléfono celular y comienza a llorar desconsoladamente. Rápidamente, las señoras y yo nos preocupamos.

―¿Te puedo ayudar en algo? ―le dije.

Ella no contestó.

―¿Oye, pasa algo? ―reiteré al ver que persistía su llanto.

―Iba montada en un taxi y el chofer comenzó a halagarme el tatuaje del muslo izquierdo. Yo me sentí muy incómoda y solo atiné a intentar bajar un poco mi falda a fin de cubrirme más. El chofer me miró, y con el brazo derecho me descubrió los muslos para verme mejor el tatuaje. Me dijo que era una pena que los cubriera.

La chica continuó llorando. Yo quedé impactada, la verdad no sabía qué decir. Solo recuerdo que lo lamenté mucho y pensé en que me podría haber pasado a mí o a alguna de mis amigas. En cambio, las señoras de enfrente, luego de rumorear unos instantes, dieron un veredicto definitorio:

―Eso te pasa por usar una falda tan corta.

II

Con esa licra apretá
se te marca toa la totaila,
¡ay que rico titi!

La calle Reina de Centro Habana, desde Belascoain, hasta el Parque de la Fraternidad, es uno de los puntos principales de asedio, debido a que en las noches es una avenida poco concurrida y carente de iluminación.

Sofía, vamos a llamarle así, una chica de 21 años, iba atravesando la avenida por los ya conocidos portales. Estaba oscuro y ella sentía temor, el temor característico de cualquier mujer cubana andando las calles de La Habana de noche, sintiéndose totalmente vulnerable. Alcanzó a ver un grupo de hombres dos cuadras más adelante, sintió pánico ya que tendría que pasar por delante de ellos obligatoriamente, porque de cualquier forma, bajar por la avenida resultaría mucho menos peligroso que adentrarse en las entrecalles. Al llegar al punto de encuentro, los hombres comenzaron a acercarse y, entre risas y aliento etílico, la acorralaron y tocaron por encima de la ropa. Se reían alto y le decían:

―Mami, ¿tú crees que nosotros vamos a violarte?

Ella solo era el objeto de diversión de una noche cualquiera de bebidas entre amigos. Tras varios intentos y forcejeos, la dejaron ir, como si nada hubiese ocurrido.

Un poco más adelante, había estacionada una patrulla de vigilancia. Sofía se dirigió hacia allá corriendo y le contó lo acontecido al oficial. Este, con indiferencia, mirándola de arriba a abajo y contemplando en la transparencia de su blusa los pezones marcados por el frío, le respondió:

―Es que, mami, tú también te lo buscas.

III

Voy a darte leña
que es la que enseña

Siguiendo el hilo de los policías en Cuba, que podría ser el leitmotiv de disímiles debates sobre posturas respecto al acoso, he aquí la última de estas historias enmarcadas por líneas de canciones reparteras, que se convierten en himno, y estimulan la cosificación de la mujer, pero no más que las propias autoridades.

A mis 22 años solía estar un poco perdida, vivía en la beca de mi universidad, no me iba bien en mi carrera, y solo me distraía dar vueltas sola por el Vedado. Pensé que quizás me sentía un poco sola al no haber asumido del todo el duelo de mi última ruptura amorosa, y decidí abrirme un perfil en una app de citas.

Ahí conocí a Raúl, un chico de 29 años que realmente no tenía mucho que ver conmigo, pero por alguna extraña razón me hacía sentir bien. A día de hoy creo que era una cuestión de necesidad de llenar vacíos.

Raúl montaba bicicleta, y yo llevaba más de cinco meses tratando de ahorrar para comprarme una. Verlo en su bici era como ratificarme que podía lograr ese sueño. Raúl vivía en un apartamento muy lindo en el Vedado, era un lugar que me llenaba de paz y donde me sentía feliz descansando luego de mis vueltas por 23. Raúl cocinaba muy rico también, y le parecía genial que yo fuese vegetariana. Todas esas cosas de Raúl, aunque no me gustaba del todo, hicieron que me diera una oportunidad con él. En menos de dos meses ya éramos novios.

Yo comencé a disfrutar mucho el tiempo juntos, y su casa se convirtió en uno de mis lugares favoritos en La Habana. Pero pronto empezaron las pruebas en la universidad y tuve que centrarme en mis estudios para no perder el semestre. De alguna forma me sentía más conectada conmigo y necesitaba más enfoque. Estudiar y habitar mi espacio se volvieron cosas indispensables, y cada vez tenía menos tiempo para Raúl. A decir verdad, me había dado cuenta de que no estaba preparada para asumir una relación y se lo hice saber. Él no se lo tomó muy bien, y me dijo que fuese a recoger mis cosas en cuanto tuviese tiempo.

Así pasaron dos meses, Raúl insistiendo en que pasara por su casa y yo sin tener tiempo para ello, hasta que un día me dijo que tenía una novia nueva a la que le molestaba ver mis zapatos en el cuarto, y me amenazó con botarlos si no los recogía esa misma tarde.

Ante la amenaza, cedí, y a las 3:00 pm ya estaba en su casa. Al llegar me di cuenta de que no había rastro de otra persona viviendo allí. Entonces él me confesó que todo era mentira, que fue su manera de lograr que yo volviera. Me molesté, pero algo dentro de mí se conmovió al sentirme culpable por dejarlo. Raúl me convenció con unas pastas vegetarianas para que me quedara un rato más.

Luego de unas horas, comenzó a acariciar mis muslos. Le hice saber varias veces que no quería hacer nada, que no me encontraba en disposición sexual hacia él. Bloqueó el movimiento de mis manos y comenzó a tocarme bruscamente. Me desvestía en contra de mi voluntad. Yo le suplicaba que no lo hiciera, que me estaba dañando. Mis palabras no fueron suficientes. Él, que había sido mi novio, en ese momento se convirtió en mi agresor. Me quitó el blúmer y me penetró sin mi consentimiento, y sin protección. Yo gritaba y lloraba, pero eso a él lo excitaba aun más.

Salí de casa de Raúl muy triste, colapsada mentalmente, queriendo borrar ese momento. Recuerdo que al llegar a la parada del autobús me llamó mi mejor amigo y le conté lo que había sucedido. Fue él quien me convenció de que había sido violada, porque yo me negaba a verlo como una violación.

Para mi sorpresa, después de lograr llegar a la decisión de hacer la denuncia, me tocó enfrentarme a un oficial que se encontraba en el mismo proceso de negación que yo. Luego de escuchar mis argumentos, solo me dijo:

―Si habían sido pareja anteriormente, no cuenta como violación.

Las autoridades, las instituciones, la sociedad cubana no ve el acoso callejero como violencia, no reconoce la invasión del espacio personal como violación, no contempla la violación como delito. Ser mujer en Cuba es, a día de hoy, cuanto menos, un deporte de alto riesgo. Salir a la calle con un spray de pimienta o un cuchillo en el bolso se ha convertido cada vez más en un recurso necesario. Las mujeres necesitamos entornos de protección, donde aflore nuestra delicadeza y no nuestro constante instinto de autopreservación.

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