Entrevista | "Ni callada, ni juiciosa, ni cooperando". Regresar a los años 70 en Cuba de la mano de Clara Caballero
Las memorias desgarradoras del despojo legal y la vigilancia ideológica sufrida por Clara Caballero, bisnieta de Juan Gualberto Gómez, en el comunismo de los años 70 cubanos.

“Yo sé que todas las cubanas hemos tenido miedo” así comienza esta conversación con Clara Caballero, la bisnieta de Juan Gualberto Gómez, una amiga que me ha regalado el exilio y con la que es inevitable hablar de una Cuba que ya no es, pero en la que el horror roza lo absurdo, la seguridad del estado es un personaje de fondo y en donde la gente termina tratando de salvarse.
Volver a los treinta primeros años de la dictadura cubana, es cambiar solo el attrezzo porque el escenario parece mantenerse: el mal, el sol, los edificios deteriorándose eternamente, los derrumbes, la gente delatando, traicionando, las familias fragmentadas, desestructuradas; y la maldita circunstancia del discurso político por todas partes, parafraseando a nuestro Virgilio.
“Cuando las conocí”, y se refiere a Kirenia Yalit, a Elena Llovet, a Yanelys Núñez y a mí, “hubo una empatía, no sé si por el encuentro intergeneracional porque para mí es muy novedoso, conocer gente muy joven y con una valentía que yo no tuve” y la conversación se vuelve un eterno “quizás si…” lleno de imposibles.
El tiempo que Clara Caballero recuerda nos queda casi dos décadas antes de nuestros nacimientos, de cuando parecía estarse construyendo el paraíso tropical socialista con las lágrimas del pueblo y no había internet por lo que era más fácil engañar al resto del mundo.
Yo no era buena
“Cuando yo llegué a la universidad ya yo no era buena, no había sido militante”. En los 70 para ingresar a las filas de la juventud comunista el proceso era riguroso, parecido al ingreso en una secta en la que no debías tener ni una mala mirada, ni una pregunta fuera de lugar para la revolución.
“Y yo comenté un discurso, no me acuerdo de qué año, de Belarmino Castilla”, quien dentro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, fuera desde Jefe de Estado Mayor del Ejército de Oriente hasta Jefe del Estado Mayor General de las FAR, pero también Ministro de Educación y Vicepresidente del Consejo de Ministros, “un discurso muy famoso que se hizo estudiar en todos los centros educativos; y que decía que los jóvenes cubanos no debíamos escuchar música extranjera porque teníamos a nuestros músicos, que no podíamos vestir con modas del capitalismo, que las mujeres teníamos que vestir entalladas como las “criollitas”. Era la época que en revista Bohemia solo salían las criollitas y eso significaba que había que lucir de esa forma. Al final de cada capítulo había que decir quién estaba de acuerdo y quién no”, todos estaban de acuerdo pero Caballero se atrevió a cuestionarlo.
“Está bien, nosotros tenemos las maracas y los cantautores y eso, pero hay más música. ¿Por qué no vamos a poder escuchar rock? ¿y los hombres por qué no pueden llevar el pelo largo? Eso lo hice sin saber que opinar podía tener consecuencias”. Se las sintió cuando le dieron la tercera opción: arquitectura y no filosofía ni letras sin ninguna explicación porque condiciones académicas no le faltaban.
“Eso fue en pleno quinquenio gris andando. Hubo carreras que no abrieron ese año porque el periodismo, por ejemplo, no era necesario; la filosofía, tampoco”.
Caballero estuvo contenta el primer año, “porque las asignaturas eran muy bonitas, eran color, descubrí un mundo con la arquitectura” y ella había sido en el pre monitora de matemáticas, física y química, y creyó firmemente en que las ciencias estructuraban el pensamiento.

La familia que se va
“Vengo de una familia muy desestructurada lo que creo que por una parte fue una suerte. Cuando buscaron a jóvenes para ir a la alfabetización, éramos casi niños y a mí no me dejaron ir, y menos mal, porque tampoco quería ser profesora”.
“Desde el 63, yo con nueve años, la familia de mi madre emigró. Mi madre se quedó sola con tres hijos de mi padre que se había ido de Cuba en el 55, yo nací en el 54, y no lo conocí hasta que tuve 24 años. De manera que viví toda mi infancia con un padre que no conocía, y que era comunista”.
“Me costó mucho trabajo comprender por qué si teníamos un sistema comunista en Cuba, cómo yo no conocía a mi padre. Y mi madre no hablaba nada, nada, nada. Mi padre en México estuvo con los movimientos 26 de julio y yo no sabía que las relaciones internas entre ellos también eran muy complejas, tanto que fueron juzgados a principios de la revolución muchos de los que pertenecían al movimiento 26 de julio. El hermano de mi padre estuvo 20 años en prisión por la microfracción”, un suceso histórico del que nadie habla y que puso al descubierto las diferencias de los integrantes del movimiento y la manera en que el nuevo orden político eliminaba a sus críticos: prisión, fusilamientos y exilio.
“Los recuerdos que tengo es con mi abuela paterna en casa. Cuando ella se fue en el 68, yo tenía 14 años y empecé a vivir en la casa de mi madre. Con la abuela materna no podía tener relaciones porque vivía en el extranjero, y en esa época no se podía”.
“El padre de mi madre era muy católico y se hizo cerrajero. Tenía una carretilla de cerrajería en el mercado de Cuatro Caminos. Y luego montó su cerrajería en la Esquina de Tejas”, dos de los lugares más céntricos de La Habana, los recuerda aún, pese a que ella misma hace mucho que no recorre esas calles.
“Mi abuelo también tenía un club juvenil porque trabajaba para la iglesia que estaba en la calle Reina. Él vivía en la planta alta del club católico para darle catequesis a los matrimonios, pero también era de recreo porque tenía mesas de billar, juego para los jóvenes católicos. No pudo mantenerlo con la revolución. Por eso se fueron muy pronto. Aguantaron hasta el 63”, fueron años de persecución a cualquier manifestación religiosa.
“Primero expulsaron a las Carmelitas de Cobá a México”, monjas de clausura que vivían una vida contemplativa y de oración, siguiendo la espiritualidad del Carmelo, “y ya después empezaron con todas. La familia de mi madre fue la primera. Las hermanas de mi padre no estaban, pues se habían ido y eran profesoras en Nueva York y en Chicago. Mi abuelo paterno muere y mi abuela paterna, que era la más próxima a mí, se va cuando tengo 14 años”, y la alejaron de la abuela que le enseñaba geografía, historia y a tocar el piano.
“Mi abuela escribió un libro sobre metodología del estudio de las ciencias sociales. Y después comprendí cuando me decía: “Afuera en la calle, calladita, calladita, juiciosita y cooperando”.
“Habla de arte, de poesía, y observa, y que el que escucha, aprende”, pero se hablaba poco porque había miedo” y Clara Caballero no entendió el porqué de estas advertencias hasta que fue muy tarde.
Otros de sus recuerdos de esa época fue cuando se tuvieron que robar ellas mismas para conservar algo del patrimonio de la familia. Quienes salían de Cuba de manera definitiva debían entregar no solo el inmueble sino todas sus pertenencias al “poder revolucionario”. Hoy parece un absurdo pero se crearon métodos de despojo y latrocinio legales con el único objetivo de que la alta clase revolucionaria se hiciera de bienes materiales. Uno de ellos eran los famosos inventarios que tuvieron vigencia hasta la década del 90.
“Iban a hacer el inventario porque se iba del país y entonces había que robar. En la maleta del colegio metían cosas antes de que yo llegara al colegio. Hacía los deberes en casa de mi abuela paterna y cuando me iba mi maleta estaba llena de cosas. Nos reímos, pero fue terrible”.

Clara es mala
“Me cuestionaba mucho porque yo no era ejemplar”, así le dicen a las aspirantes a ingresar a la juventud comunista, “luego entendí”.
“Con 14 años iba a conciertos en el Amadeo Roldán. A mí me gustaba la música barroca. Me criaron escuchando el programa de radio Violines en la noche. Después cuando estaba en el Vedado, me relacionaba con Leo Brouwer. Pablito Milanés vivía en Calzada, cuando estaba con Yolanda y subía a la terraza. En esa época Pablito y Silvio no estaban bien visto y ser fans, menos”.
Caballero cree que tuvo varios niveles de maldad.
“Me gustaba la pesca y a la playa iba sola con una amiga, y era mejor hacerse amiga de los salvavidas para que te vigilaran”, eso también lo vieron mal.
Por último se relacionó con extranjeros, lo que la hizo más excluible aún. Una de las tías que aún quedaba en Cuba era vecina del director de orquesta González Mantis y saludaban a “las orquestas de cámaras de Moscú. Los artistas eran jovencitos y subían al edificio. Eran guapísimos. Y en casa de mi madre, tenía una amiga que la madre era muy moderna, un señor nos regalaba libros, nos llevaba a la playa en coche, era mayor, no había nada de relación.
Después otra amiga se había casado con un fotógrafo también mayor que ella, de la revista Bohemia, pero aquello no funcionó y se divorciaron”, y hace una radiografía de los prejuicios de la época, de los que se nutría la jefa de vigilancia de cada comité de defensa de la revolución (CDR), los argumentos para un expediente y una expulsión de la universidad.
A eso se le suma que como Caballero quería estudiar arte frecuentaba el taller de grabado del Callejón del Chorro en la Habana Vieja, compraba a plazo cuadros a sus amigos; compraba cuadros con motivos abakuás, y eso tampoco era bien visto.
Por esa época la expulsaron por primera vez de la universidad. Cursaba Arquitectura en la CUJAE y toda la juventud que ella disfrutaba no cabía en los moldes de aquella institución. Tuvo que pedir ayuda a algunos amigos para no quedarse en la calle sin trabajo y sin estudio.
Diversionismo ideológico
Y tuvo tan buena suerte que logró entrar por segunda vez a la Universidad de La Habana, pero se hizo amiga de la primera arquitecta africana e iba demasiado a la embajada de Guinea Conakry.
“Además de con mis amigas africanas y africanos me relacionaba también con otros extranjeros, con Joao de Portugal, que estudiaba arquitectura y Susana, que era de Checoslovaquia, que murió de SIDA y era lesbiana”.
Al principio Clara recuerda que le decía: “Susana si quieres venir a mi casa, ponte un pañuelo” y ella le respondía, “nosotros tuvimos la Primavera de Praga, si yo me tengo que poner un pañuelo para parecer cubana e ir a tu casa, entonces no somos amigas.
“Yo no entendía muy bien la Primavera de Praga, porque en Cuba no se había dicho nada”.
“La segunda vez que me expulsaron de la universidad fue por diversionismo ideológico y por vestir ostentosamente. Esa segunda vez fue cuando más me expandí”.
Sus amistades extranjeras le contaban que ellos también tenían prohibido relacionarse con los cubanos, pero lo más peligroso de todo era que ella se enteraba de que lo que estaba pasando en esos países era “tremebundo”.
Corrían los 80 y comenzaba a incursionar en la astrología. Otro tabú de esos 30 primeros años del régimen cubano.
El registro
Después de la segunda expulsión se hizo bibliotecaria y astróloga.
“Entonces lo mejor era que yo me fuera de la casa de Santos Suárez, que desapareciera. Mis dos hermanos eran jóvenes comunistas, casados. Ya yo tenía sobrinos y ni me casaba, ni tenía novio, ni terminaba la carrera. Me fui a un estudio que tenía mi padrastro en la calle Cárdenas 209, apartamento 431, cerca de la terminal de trenes, en la Habana Vieja”.
“El 22 de agosto de 1982, yo había pasado toda la noche en el Comandante Pinares, que era un barco que daba vueltas por la bahía de La Habana. Cuando llegué por la mañana —el barco salía por la noche— una vecina me dijo que habían estado dos hombres buscándome”, Caballero pensó que era un artista con el que había quedado para hacer un collage con revistas extranjeras, pero no.
“Estábamos en la mesa, tocan a la puerta, fui a abrir y boom. Empujaron tres hombres. Entraron. Empezaron a registrarlo todo. Este artista tenía una moneda de un dólar en el bolsillo. La pasó muy mal. Creo que se orinó en los pantalones y le dejaron irse”.
“En un cofre que yo tenía, encontraron unas fotos mías desnudas y se las llevaron. Se lo llevaron todo: la tele, los discos, los ventiladores, la casetera, los zapatos, los bolsos, los perfumes. Y me llevaron a mí”.
“Me metieron allí en un calabozo y cuando entré empecé a chillar, porque había cucarachas. Vino una mujer y me daba galletas. Pero ella me pegaba y a mí no me dolía. Como no paré de tener miedo y de gritar, me sacaron de allí y me llevaron para una oficina. No tenía control del tiempo. Llamaron a mi padrastro”.
“Me hicieron un juicio popular donde hacían preguntas, pero no dejaban contestar. Yo no había aceptado la propuesta de trabajar para ellos, de delatar a mis amigos y estaba sufriendo las consecuencias".
“Me hicieron un juicio popular donde hacían preguntas, pero no dejaban contestar. Yo no había aceptado la propuesta de trabajar para ellos, de delatar a mis amigos y estaba sufriendo las consecuencias".
“Hija, ¿qué pasa contigo?”, recuerda que le dijo llorando, “No entiendes, Clarita, no entiendes”, y lloró más. “Me dijo: ‘déjame darte un beso’ y aprovechó para decirme al oído: ‘tienes que aprender a vivir en este país’. A él a principios de la revolución le habían quitado hasta la caja de herramientas con que se ganaba la vida. A la mañana siguiente, caminamos todos los presos por las calles de La Habana hasta llegar a allá por San Isidro”, el mismo barrio donde hubo hace menos de cinco años un foco de resistencia artística y política contra la dictadura cubana.
“Me hicieron un juicio popular donde hacían preguntas, pero no dejaban contestar. Yo no había aceptado la propuesta de trabajar para ellos, de delatar a mis amigos y estaba sufriendo las consecuencias. Me acusaron de tenencia de artículos de procedencia ilícita” porque algunas de las efectos electrodomésticos estaban a nombre de otras personas de la familia, “y de escándalo público por las fotos que me encontraron en el registro”.
“Entonces empecé a pensar en la muerte como una alternativa. Me iba a suicidar en el orquideario de Soroa para que me comieran los pájaros. Quisieron que tuviera mucho miedo porque yo entraba a mi casa y sonaba el teléfono. Me seguían y yo los hacía trabajar. Salía a dar vueltas por la ciudad. Ahí fue cuando decidí que ya no podía seguir viviendo en Cuba, que debía encontrar una salida”.
Clara Caballero llegó a Madrid, en 1989, a los 34 años. Aunque ha regresado en varias ocasiones por cuestiones de vida y muerte, Cuba no ha dejado de ser el lugar donde siempre terminan traicionándola.

María Matienzo
La Habana (1979). Escritora. Realiza la columna de opinión «Mujeres de Alas», en la Revista Alas Tensas. Ha colaborado como periodista en medios y revistas como Cubaliteraria, Havana Times, Diario de Cuba, El Tiempo en Colombia, Hypermedia Magazine, Programa Cuba y Connectas. Sus reportajes han sido publicados en una compilación de ediciones Samarcanda, España, bajo el título Apocalipsis La Habana (americans are coming). En el 2020 publicó la novela Elizabeth aún juega a las muñecas (Editorial Hurón Azul) y el libro Orquesta Hermanos Castro: la escuelita, sobre la historia musical olvidada (Unos & Otros Ediciones ). Fue reconocida por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF) como Women Journo Heroes. Sus reportes sobre la vida cotidiana de las cubanas y los cubanos se pueden encontrar en el diario CubanetNews.
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