¿Demonios o comunistas? Anatomía de la narrativa del régimen de La Habana
La demonización del oponente, la propaganda y el control de la información son estrategias goebelianas usadas por el régimen cubano para someter al pueblo.
¿Juráis vengar los agravios de la patria? ―juramos, respondieron todos―. ¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?―. Juramos, repitieron aquellos―. Enhorabuena ―añadió Céspedes―, sois unos patriotas valientes y dignos.
Carlos Manuel de Céspedes,
10 de octubre de 1968, juramento antes de emanciparse los esclavos.
Una práctica despreciable y sórdida abandera en este siglo XXI las dictaduras comunistas que aún perduran: la demonización del contrario. Es una técnica retórica e ideológica de desinformación que altera la descripción de los hechos. Su génesis parte del legado inquisidor que reinara en la humanidad desde que, en 1486, salió a la luz el Malleum Maleficarum,1 libro precursor y patrimonio de la Inquisición, efectivo por la ignorancia reinante entonces. Su legado como instrumento discursivo inquisitorial ha trascendido el tiempo y sigue irradiando con idéntica fuerza a favor de los represores.
Enmarcada en data más cercana, dicha estrategia sirvió a Lenin en el arrastre de las masas durante la Revolución de Octubre, cuando fue utilizada para manipular el brote sembrado por Marx y Engels. En la práctica funcionó como ejercicio de la represión a los oponentes mediante las variables parametrizadoras de BIEN/MAL, donde marcadamente se establecían premisas para estar de un lado o de otro.
Es a lo que Del Fresno García nombró “desórdenes informativos” y que, como ya dije, trascienden etapas, pasando por la época del experimento goebbeliano, que converge en los métodos y se traduce hoy como desinformación, fake news, posverdad. Del Fresno los definió como producciones intencionales cuya estrategia se basa en la fabricación de la duda y falsas controversias con el fin de conseguir beneficios económicos o ideológicos, siempre a favor de la élite gobernante. Los desórdenes informativos están interrelacionados, poseen gran alcance y su impacto modifica la naturaleza misma de la comunicación.
Pero así como los gobernantes dictatoriales profanan y utilizan la historia para manipular ideológicamente y controlar el pensamiento y la opinión de las masas, existen instrumentos capaces de “traducir”, revelar sus atajos y sesgos, y evidenciar las claves de las narrativas demonizadoras que se apropian del acto comunicativo, alojadas en el sistema de ideologización y fomentadas en el largo proceso de muchas revoluciones que, como la cubana, ya en el momento actual, de revolución solo les queda el nombre.
La primera década después del triunfo en 1959

Es innegable la popularidad de que gozó el triunfo de la susodicha revolución, movimiento que respaldó en sus inicios la mayoría de la población harta de la tiranía, ansiosa de una sociedad justa y democrática, económicamente sustentable y pacífica. El pueblo ferviente suponía que Fidel Castro al frente le garantizaría el bienestar y la consumación todas sus solicitudes, y desde las primicias fue compulsado a las calles a destruir los supuestos vestigios demoníacos de la anterior dictadura. Pero en análisis más profundo y desde la distancia y el tiempo, pudiera decirse que, junto a Lenin y Stalin, Fidel fue uno de los enemigos más sigilosos de Marx, por vulgarizar sus preceptos y distorsionar sus narrativas.
Fidel Castro logró penetrar en la imaginación popular y, dado que su figura se instauró como símbolo del heroísmo, la audacia y el restablecimiento del “orden social”, alcanzó un liderazgo icónico utilizando desde los inicios los medios masivos de comunicación a su favor, presentándose ante las cámaras de televisión y encantando con sus largos discursos, porque en oratoria sí fue genial. Ya destacaba en oratoria desde que redactó la autodefensa en el juicio por su participación en el ataque al cuartel Moncada, cuando cerró con una frase parodiada a Adolf Hitler su alegato: “¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!”2
Aquel Fidel parecía un defensor del pueblo, con su imagen y lenguaje corporal tan peculiares, que ya venía de leer, más que de combatir, en la Sierra Maestra. En las primeras andanadas del líder revolucionario, en una histórica concentración en la Plaza de la Revolución, condujo al pueblo a validar las nacionalizaciones, mientras él iba mencionando, con tono de bulling, el nombre de las entidades intervenidas, muchas de ellas empresas estadounidenses. El pueblo, concentrado con puños en alto, repetía la frase más notable: “¡Se llamaba!”, a medida que él nombraba las empresas, y hasta se le escuchó repetir la frase en el argot de los campesinos: “¡se ñamaba!”
En aquellos discursos emergía el Goliat contra el que debían de alzarse todos los cubanos: los EE.UU., un enemigo que se vendió solo, sin tener que provocarlo. Si estabas con ese enemigo, estabas contra Fidel y su revolución. Un supuesto atentado sacudió el país, la explosión del buque francés La Coubre, y en el entierro de sus víctimas, el 5 de marzo de 1960, Fidel lanzó su consigna “¡Patria o Muerte!” Meses después, el 7 de junio, para levantar el optimismo, en otro discurso le agregaría: “Venceremos”. Así empezó su faena, haciendo las veces de “encantador de serpientes” (entiéndase la palabra serpientes como parte del sintagma general, pero sin que esta aluda peyorativamente al pueblo).
Desde niña aprendí que había libros prohibidos, como La nueva clase de Milovan Djilas, pues alertaban sobre lo que podía acontecer en Cuba si Fidel perduraba en el poder. Le debo a mi progenitor la escrupulosa interpretación de los códigos del lenguaje oficial con los que Fidel manipulaba a las masas: “Observa cómo siempre tiene que mencionar a los 'americanos', para predisponer a los oyentes contra un enemigo externo”, me decía.
Aprendí a ver como proyectaba al demonio hacia afuera, como un ente que podía invadirnos para quitarnos lo que la revolución había entregado. Con esa retórica fue sembrando en la mente del pueblo lo que quería que este repitiera: consignas, lemas, frases con sentido paradójico y eufemístico, como “Santiago, ciudad héroe”, (no heroína, porque tenía que ser de género masculino para ser heroica).

Ahora, con todo lo que está aconteciendo, vale destacar la definición de “daño antropológico” con que Dagoberto Valdés alude al cambio de mentalidad en la sociedad cubana, un proceso que tuvo su origen en el lavado de cerebros ejercido en las EBIR, escuelas con cursos intensivos de donde se egresaba ateo. “El hombre debe creer en lo que palpa, en lo que ve”, le oí decir a un vecino del barrio egresado de esas escuelas de adoctrinamiento.
En la segunda década de los sesenta, la monserga se endureció más, ahora contra un enemigo surgido desde dentro: los expropietarios a quienes llamó “siquitrillados”, palabra con que calificaba a cada uno de los 55 mil dueños afectados por la confiscación de sus pequeños y medianos negocios privados, porque “ellos tenían mucho” y había que darle al pueblo de lo que tenían. Y la gente le creía. No tuvo misericordia ni con los que lo ayudaron con recursos. Algunos de aquellos propietarios hasta recurrieron a rezos o a la magia, pero no hubo milagros ni para quien colocó la siquitrilla de un pollo dentro de un búcaro rojo y se la plantó delante a Santa Bárbara como ofrenda. Los santos no bajaron, la conspiración se urdía bajo palabras que magnificaban el porqué de aquel acto de usurpación.
Entre los años 1959 y 1962 se fomentó el segundo éxodo, integrado por quienes habían ayudado a la revolución antes del triunfo y luego fueron vilipendiados. Se hicieron populares calificativos como “bitongo”, “burgués”, “oligarca”, “lumpen”, “contrarrevolucionario”; etiquetas que a base de discursos grababa en el cerebro del ciudadano común, poseso de energía social. Esa segunda ola migratoria provocó la pérdida de talentos y capacidades, personas que fueron enviadas a la agricultura o a barrer calles bajo el sociolecto “gusanos”, como exigencia previa para poder salir de Cuba. Y si con el primer éxodo se externalizaron la oposición y el disenso, ahora se manipuló el pensamiento popular y se demonizó a “aquellos que eran condenados a vivir eternamente sin bandera”. La consigna “¡Pin pon fuera, abajo la gusanera!”, emergió desde las fauces del gobierno y se difundió en el argot popular. Ellos mismos fabricaban las consignas.
Las luchas mambisas y el surgimiento de la República estaban muy cercanas en el tiempo, con sus símbolos de escudo y bandera, y el nacionalismo, hecho canciones, se incrustaba en el imaginario ideológico. Más adelante, con la consagración del socialismo como sistema, Fidel distorsionó en la mente ciudadana los conceptos de patria, gobierno, partido y revolución, al unificarlos en uno solo, de manera que el ciudadano perdió por completo la definición diferenciadora entre cada uno de ellos y, a partir de entonces, el no estar con la revolución significaba ser apátrida, renunciar a tu raíz e irte sin derecho a regresar. Ese argumento falaz ensordeció a las masas, que solo podían escuchar los cantos y gritos de consignas antimperialistas, demonizadoras y manipuladoras.
Así dejó bien sentado que cualquiera que disintiera de su doctrina sería visto como enemigo. Muestra fehaciente de su intolerancia la expuso en el discurso “Palabras a los intelectuales” el 30 de junio de 1961, donde lanzó su nueva consigna: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, que instauró años muy grises de purgas a los intelectuales.
Cada momento “histórico” tuvo sus lemas, palabras que hacían diana en el corazón de cada cubano para sostener cada medida, desde las intervenciones hasta la creación de los campos de trabajo de las UMAP, adonde según la narrativa oficial llevaban “parametrizados” a los apestados sociales, a los desviados, a los bitongos, religiosos, afeminados y vagos. Se enseñó a los estudiantes la consigna: “Los niños bitongos no están aquí, ¿por qué?, porque son chogüí”.3 Entiéndase la frase no como un simple cántico juvenil, sino un bulling pleno de contenido homofóbico. También restringieron el acceso a obras como Rebelión en la granja y 1984, de George Orwell, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Esa trama semántica, establecida con total secretismo y sin que se pueda reconocer aún el canal mediante el cual se estableció, porque no hay un decreto donde lo exponga, tiene un nombre: posverdad, y produce en el sujeto social una eficaz distorsión de la realidad.
En los años 1969 y 1970, Fidel manejó con estridencia un plan fallido: la Zafra de los 10 millones; y sin dejar a un lado la propaganda, acuñó de las consignas: “¡Los diez millones van!” y “¡De que van, van!” Pero, a pesar de la absurda movilización de esfuerzos que dominó la Isla, no se alcanzó tan descabellada meta.
Más avanzado el tiempo, en 1980, la entrada por la fuerza de miles de cubanos a la embajada del Perú, que fue el preámbulo de otro éxodo significativo, Fidel instigó a las masas a cometer actos que rayaban en linchamientos callejeros, con gritos de “Gusano, lechuza, te cambiaste por un pitusa” o “Que se vaya la escoria, que se vaya”. De nuevo, con el fomento y el consentimiento de la dirigencia del país, se atacó y demonizó a quienes querían irse a los EE.UU., y hasta a algunos que no lo deseaban.
Luego de los descalabros sufridos por el socialismo en Europa, las consignas se dirigieron a levantar la moral, pero cambió de rostro. Un niño nombrado Elián González, salvado de un naufragio cuando iba en una precaria embarcación hacia la Florida con su madre, le dio pie al líder, ya en su senectud, para mitificar el hecho y arengar al pueblo en interminables marchas. Gastó millones del erario en un programa ideológico que llamó “Batalla de ideas” y movilizó a casi todo el país con la consigna “¡Liberen a Elián!”; pura manipulación de masas.
Y más adelante, en otra fase de exacerbación nacional, se repetiría hasta el cansancio la consigna “¡Volverán!”, como parte de una campaña internacional contra la condena en EE.UU., por espionaje y otros delitos, de cinco miembros de la llamada Red Avispa.
También, durante el transcurso de su liderazgo, se le vio manejar y neutralizar a varios intelectuales. Tanto fue su influjo negativo que alguno de ellos ya no pueden pensar por sí mismos ni concebir un futuro sin totalitarismo. Llevados a pensar como robots, o como si los hubiera afectado un ictus cerebral, solo repiten la misma matriz de opinión: “todo es culpa del bloqueo de EE.UU.; los medios que disienten son pagados por el enemigo; lo que vemos suceder no es real, sino una manipulación mediática; no hay disenso en Cuba, todo está perfecto”, cuando se sabe que el sistema es fallido y que Cuba está inmersa en una megacrisis que afecta a todos los servicios y producciones, a la economía, a la política y que hay un caos social por la mala gestión del gobierno a lo largo de 66 años.
Abducción de las masas en base a la psicología social

No cabe duda de que las estrategias usadas por el gobierno de Fidel Castro, y continuadas por el actual gobernante, muestran un patrón común: la demonización del oponente; la manipulación masiva y el control del acceso a la información (por ejemplo, cuando hay protestas y cortan el flujo de las redes); la falsificación de datos (cuando se distorsionan los hechos históricos o se anula a algún participante por el simple hecho de hacer disenso del régimen, es el caso de dos asaltantes al cuartel Moncada borrados de la fotografía que aparece en los medios oficiales); el adoctrinamiento, que se fomenta desde edades tempranas en las escuelas (cuando se obliga a los niños a repetir consignas como “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”); el llamado “problema de Orwell”, que se ve en la capacidad de los sistemas totalitarios para hacer que las personas crean cosas sin fundamento, incluso si estas contradicen lo evidente (es el caso del ocultamiento de cifras de afectados y fallecidos por las epidemias, tanto de la Covid-19 como de las actuales; en lo que las redes sociales han presionado para que se revelen los datos estadísticos sobre su incidencia real); y la propia posverdad en toda su extensión. Estas estrategias combinadas se aplican para conducir al pensamiento único, que la Constitución de la República establece mediante la imposibilidad de cambiar el sistema político impuesto.
Otra estrategia de la comunicación oficialista del régimen cubano ha consistido en el uso continuo de falacias lógicas. Casi a diario los medios oficiales se regodean en imágenes del presidente y su esposa posando en la supuesta faena de trabajo agrícola, como parte de una “propaganda estatal sistemática” para manipular la opinión pública, hasta la “propaganda sociológica” (también llamada “propaganda de integración”), en la que el deseo inconsciente de ser manipulado y el autoengaño llevan al individuo a adaptarse a los pensamientos y comportamiento socialmente esperados (Jacques Ellul). Estas representaciones pueden tomar forma hablada, escrita, pictórica o musical. Algunas técnicas se categorizan, analizan e interpretan dentro de la psicología política, especialmente la psicología de masas, la psicología social y la cognitiva, que incluye el estudio de las disonancias cognitivas.
Con respecto a los conflictos políticos y militares, la propaganda es parte de las guerras psicológica y de información, que adquieren especial importancia en la era de la guerra híbrida y la guerra cibernética. Ahora está muy de moda entre la clase dirigente cubana la expresión “Estamos en una economía de guerra”. De acuerdo con el concepto de Goebbels, esta expresión y otras similares funcionan como un mecanismo de “orquestación”, donde las ideas se repiten una y otra vez desde diferentes perspectivas para converger sobre el mismo concepto: el enemigo único en este caso. También en este caso vemos las “agrupaciones de técnicas”, que llegan a convertirse en políticas, al ser aplicadas junto a otras. Esta fue la estrategia más famosa de Goebbels.
Otras estrategias goebbelianas, como la “unanimidad”, no siempre llegan apoyadas en consignas, pero es una de las más difundidas y tan efectiva que puede aplastar cualquier disenso. Se aprecia en cada reunión partidista, en cada toma de decisiones. Mediante ella se fuerza a las personas a pensar “como todo el mundo”, creando la impresión de unanimidad.
Sin pretensiones ni afán de protagonismo, trato de describir estas secuencias de un plan urdido por el nacionalsocialismo en manos de Goebbels, porque el cubano identificará su karma en el experimento a que ha sido sometido desde 1959. Claro que se han distorsionado los conceptos; claro que, sin caer en el negacionismo, me atrevo a afirmar que la mentalidad hay que volverla a centrar para poderla salvar, para poder volver a conversar y disfrutar de la compañía de un cubano sin necesidad de hablar bajo o en clave, o sencillamente no dar una opinión y ocultar así lo que siente y piensa.
Tengo la certeza de que se puede revertir el condicionamiento mental y eliminar las mezquindades que hoy son comunes a nivel social. Muchos elementos socioculturales tienen que ser restituidos, se puede lograr, cuando Cuba cambie su plataforma de partido único y se desprenda de la presión ejercida durante décadas por el totalitarismo, cuando se libre del experimento innombrable que la ha sumido en una granja administrada por corruptos e inescrupulosos gobernantes.
Cuba va a cambiar, el cubano olvidará la pesadilla de las consignas absurdas y perderá el miedo a expresarse en consenso y disenso. De hecho, ya lo estamos viendo. El cubano es lúcido y no precisamente por haber estudiado en universidades fomentadas por el gobierno. Con esfuerzo lo logrará, lo lograremos, entre todos, los de adentro, los de afuera, los verdaderos y buenos cubanos que aún sentimos por nuestra patria, aunque nos obligaran a vivir fuera de ella.
Madrid, 27 de noviembre de 2025.
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1 Escrito por los monjes alemanes Jacob Sprenger y Heinrich Kramer. Fue publicado por primera vez en 1487, en Estrasburgo.
2 La frase de Fidel se atribuye a Hitler en 1924, durante su juicio tras el fallido Putsch de Múnich, la misma declaración que luego inspiró Mein Kampf. La frase original fue en alemán: “Mögen Sie mich heute verurteilen – die Geschichte wird mich freisprechen”, que traducida al español sería: “Pueden condenarme hoy, pero la historia me absolverá”.
3 En el argot popular se les decía “chogüí” a los hombres con rasgos femeninos.

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