Un pretexto para ir hacia el Oriente
Tanto el Oriente como el Occidente son de Dios
(Corán)
Nací en el Oriente de Cuba, en una provincia que no se asume muy oriental. Holguín no entra dentro de lo que se ha construido como Oriente cubano: un territorio caliente, bullanguero, de gente que te mira a los ojos, que habla alto, donde muchos son negros, santeros, o practicantes de alguna religión de origen africano.
Aunque todas esas características han sido colocadas sobre la gran mayoría de la población en Cuba, siempre se acentúan cuando se habla de Oriente.
Mis viajes más sentidos los hice hacia esa región del archipiélago. Viajé en seis ocasiones a Guantánamo, ciudad del extremo sur del país. Allí me encontraba con un chico de piel trigueña, de hablar melodioso, con un cuello grueso, fibroso, lleno de venas que se le marcaban de tan solo respirar. Me gustaba su compañía, con él no hablaba ni de arte, ni de libros. Necesitaba de un pretexto, para ir hacia allá, un pretexto para emprender el viaje, salir al encuentro.
La camioneta se demora tres o cuatro horas en llegar a aquella ciudad. La sensación es de que te adentras, el lugar es profundo hundido, enterrado. Algo de eso tiene todo lo oriental: el interior.
Llegar al Oriente es una meta de todo ser humano. Orientarse, encontrar la tierra del sol naciente. Después que vi La pasión turca quise vivir una experiencia parecida a la que vivió la protagonista de la peli. Construir mi historia carnal en el extremo sur del país. Llegué a escribirle telegramas diciéndole: te quiero, recuerdo tus besos. Ya para esa época existían los teléfonos celulares, correos electrónicos; pero de lo que se trataba era de enviar una misiva de carácter urgente, y de paso saber cuánto cuesta el envío, pues los telegramas se cobran calculando los caracteres. En ese momento supe cuánto cuesta la expresión te quiero.
Mi relación con el Oriente ha sido de permanencia y rechazo. Aprendí a alejarme de él desde muy joven, no quería pertenecer. El extrañamiento es el ingrediente principal de mi amor. Soy feliz cuando me siento ajeno, extraño, excluido, rechazado.
Alimenté la relación a distancia con aquel joven de piel oscura. Lo verdaderamente excitante era que ese campesino se enamorara de mí. Cuando sus manos me acariciaban sentía sus heridas, los callos, manos diestras en el trabajo con la tierra, uñas súper recortadas sin lijar, debajo, entre la comisura había pequeños granos de tierra.
Quise alimentar al otro. Salí a la búsqueda de lo supuestamente salvaje, salí al encuentro, a la búsqueda de mí mismo. Todos llevamos a Oriente en nuestro interior; por eso emprendemos viajes para hacer que se encuentren el Oriente interno que llevamos dentro, con el Oriente externo, con la geografía, el paisaje.
Grecia es la cuna de la cultura Occidental, partiendo de ese país, de esa posición geográfica, lo que conocemos como cultura occidental, es en realidad una cultura del margen, marginal. El país donde se dio origen a Occidente, no está situado en el centro de Europa, más bien es límite con Oriente. Grecia fue parte del Oriente en algún tiempo pasado. Occidente es hijo legítimo del Oriente, las fronteras no existen.
Occidente ha estado marcado por la conquista, los viajes, los arrebatos, la posesión de tierras, cuerpos, la imposición de dioses y lenguaje.
Emprender un viaje a Guantánamo era solo para encontrarme con aquel hombre de pocas palabras, de ninguna lectura, pero de una experiencia con su cuerpo insuperable, con un enorme conocimiento de la tierra, de una sorprendente sabiduría. En el trayecto, pensé en más de una ocasión en los viajes de conquista de Cristóbal Colón. Al llegar el almirante a estas tierras, creía haber llegado a la India, al país mágico, el de las especies. Sin embargo, llegó a un lugar donde el sexo no entra en contradicción con la religión. En las fachadas de los edificios se ven hombres y mujeres copulando, grupos de tres o cuatro cuerpos se ven en pleno disfrute. Arquitectura que no esconde lo que se prohíbe, lo que se censura. Paredes, límite que no encapsula el goce. Paredes, fachadas exhibicionistas ante los ojos de Occidente.
Esos edificios de la India, junto al Kamasutra y sus maravillosos grabados probablemente fueron los cimientos de la pornografía. Cuando camino por las ciudades, imagino cuántas parejas están teniendo sexo en el mismo momento en que me desplazo frente a sus domicilios. La arquitectura antigua de la India muestra lo que sucede en las alcobas, lo que se esconde en muchas cabezas, lo que se piensa y casi nunca se dice. Tenemos un cuerpo para ser gozado y para que otros gocen con él. Máxima que no encuentra obstáculos en el Oriente. Religiones que no censuran la sexualidad en ninguna de sus variantes.
Imagino la tripulación de Cristóbal Colón al llegar al “Nuevo Mundo”, tratando de encontrar los enormes mercados, buscando el comino, la cúrcuma, la canela, las especies que han sazonado al mundo. Si bien aquellos alimentos ya eran conocidos, El Oriente los hacía más apetitosos, disfrute de la lengua, de las papilas gustativas, paladeo en la boca, sabor que se disfruta en el momento de la masticación. En el momento de triturar.
El olor de la india (libro que leí de Pier Paolo Pasolini) tratando de descifrar esa mezcla rara: inciensos, sándalo, comino, canela, cúrcuma, junto al sudor reseco en la piel de los nativos, el olor de los excrementos de las vacas, el olor a orina de cada esquina de las ciudades.
Yo y mi oriental joven nos rentamos en un pequeño cuarto en las afuera de la ciudad de Guantánamo. La habitación no tenía ventanas. Al entrar me dieron la bienvenida tres ventiladores destartalados, amarrados con tiras de telas de diferentes colores. El arriendo queda colindante a un local de ensayo de una orquesta de música tradicional changuí. Mientras nos amábamos desesperadamente los músicos afinaban sus instrumentos, repetían una y otra vez acordes y sonidos; nosotros repetíamos una y otra vez movimientos, besos, y caricias. Los músicos estaban vestidos con ropas ajadas, viejas y zurcidas.
En el camino a esa ciudad, vi por primera vez a las mujeres lavar en el río. La imagen que solo había visto en el cine o en algún cuadro. Sentí una conmoción al ver esos seres voluminosos metidos en el agua hasta la rodilla, dándoles golpes con un palo a la ropa, para luego dejarla caer a la corriente del río, y alzarlas creándose una cortina de agua. El sol fuerte a medio cielo, haciendo que el entorno sea brillante, transparente, húmedo, líquido.
Occidente nace con el [yo] ego, con el falso ser, la separación, el individualismo, la culpa, la competencia, por ende el vencedor, por lógica el perdedor. La hostilidad, el resentimiento, el orgullo, la ira, la intolerancia. Por eso cuando decimos la frase matar al ego no estamos más que diciendo matar la base de la cultura occidental, para seguir siendo occidentales. Es decir, ser disidentes del mismo origen de uno mismo, y aceptar de una vez al otro dentro de uno. Mientras los dioses en Oriente ríen y están sentados; en Occidente están crucificados, sueltan chorros de sangre, hay dolor al verlos.
Cuando camino por las calles y veo los rostros de casi todas las personas cubiertas con mascarillas y llevando trajes de bioseguridad, no dejo de pensar en las mujeres de la franja de Gaza; la vestimenta de los habitantes de los países que practican la religión islámica. Es como la orientalización de todo el mundo y a la vez la occidentalización. Ahora, solo tenemos el silencio, la comunicación a través de la mirada. Veo los círculos de los mandalas en muros, pieles (tatuajes), ropas. Veo como mis amigos hablan del Yoga, del Tao, de Buda…
Y yo solo recuerdo el joven campesino negro, al que iba a visitar en el extremo más oriental de Cuba (Guantánamo).
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