Otra vida | Mariposas en la memoria
Nonardo Perea inaugura su columna en "Alas Tensas" recordando los años en que formó parte del movimiento del transformismo en La Habana de los ´90.
En este mes de febrero, triste para mí por todo lo que acontece en Cuba, una situación que resuena en mi propia vida, doy inicio a mi columna en Alas Tensas.
La he titulado "Otra Vida", en ella iré publicando contenidos de mis procesos creativos y personales. Incluiré mis memorias, mis deseos, mis archivos, mis inseguridades, mi exilio, mi activismo y mi trabajo homoerótico queer disidente, desde la ilustración, la narrativa, el video, la fotografía o la expresión artística en la que explore.
Mientras le daba vueltas a este texto de presentación llegó a mis manos, por primera vez, el link del documental Mariposas en el andamio (1996) de los realizadores Luis Felipe Bernaza y Margaret Gilpin.
El audiovisual, que aborda la temática de los transformistas en Cuba por los años 90, me recordó momentos de mi vida en los que compartí espacios con algunos de los entrevistados en el documental, encima de un escenario doméstico o en precarios camerinos.
Entonces me dije que debía comenzar esta columna hablando sobre esta parte de mi vida.
Muchas de las transformistas que forman parte de Mariposas en el andamio ya no están entre nosotras. Muchas murieron por culpa del VIH que en aquella época hizo zafra no solo con personas gais sino también con heterosexuales y frikis.
Otras se quitaron la vida.
De las que han sobrevivido, algunas de ellas se han forjado un nombre (como, por ejemplo, Imperio) y han tenido la posibilidad de contar con espacios de presentación en algún que otro sitio de La Habana con la aprobación de la dictadura, como puede ser el caso del mítico bar Las Vegas.
Sentí mucha nostalgia al revivir en imágenes aquel tiempo, porque este ser que está aquí escribiendo estas líneas y que ahora está exiliado en España, formó parte de ese movimiento de transformistas que renació en una época difícil y conflictiva, donde el transformismo no solo era condenado por la sociedad, sino también por el régimen machista que reprimía estas conductas artísticas, mal llamadas impropias, desnaturalizadas, vulgares y contrarrevolucionarias. (Demasiados adjetivos pero sumamente necesarios para dejar las cosas en claro).
Por aquel entonces tenía apenas dieciocho años cuando llegué a esa casa particular donde se hacían los eventos clandestinos de transformismo, de la que se hace referencia en el documental y que está ubicada en la Güinera.
En ese antro, en el que conocí a Mandy y Santos, sus dueños, cada fin de semana se realizaban aquellas actividades malditas, donde los hombres dejaban de lado su masculinidad para sacar a flote esa mujer que todos llevamos dentro.
Para mí fue una época difícil de descubrimiento. Allí fue la primera vez que me vistieron con ropas que se entendían y se entienden como femeninas. Según ellos, yo “daba la cosa”, y dar la cosa significaba conseguir “parecer una mujer” sin mucho esfuerzo.
Desde un principio el ambiente para mí fue siempre oscuro. Aunque si en algún momento de mi vida busqué la aceptación de la sociedad pensé que ese sería el mejor lugar para mí.
Supuestamente al estar con personas que de algún modo compartíamos las mismas problemáticas sociales, estaría más seguro, pero nada más alejado de la realidad.
Demasiada rivalidad, envidias, frivolidad, malas acciones.
El entorno era pesado y las relaciones humanas retrataban a la perfección al propio sistema que nos oprimía.
Pongo algunos ejemplos. Ante la miseria que vivíamos todas, el conseguir vestuario con lentejuelas, fantasías, se hacía muy difícil, sin embargo, si llegabas nueva a la casa muy poca gente se ofrecía a prestarte ropa o calzado.
Otra muestra más personal de la malignidad en ese espacio, ocurrió cuando una de las transformistas se brindó a maquillarme. El resultado fue desastroso. Era evidente que quería que luciese mal, aunque en mis cortos años no sabía bien por qué.
Pese a las malas experiencias, visitar esa casa cambió mi vida. Encontré nuevas formas de expresarme (yo imitaba a Madonna), y encontré también gente buena, amiga (que no todo es horrible).
En esa casa de la Güinera no estuve un largo período, escapé de esa vida, y lo hice a tiempo para continuar por otros caminos que precisamente no me han conducido a Roma, pero sí a ser una mejor persona.
En el transcurso de los años he aprendido a olvidar de algún modo los malos momentos, y sobre todo a perdonar y a entender las cosas negativas que aparecían en esos escenarios.
Mariposas en el andamio retrata quizás de forma romántica el transformismo de esa época, pero es al final un buen material de la resistencia de esa comunidad y de su disidencia.
Nonardo Perea
(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).
Ya sabes cuánto admiro y disfruto tu luz, tu talento y tu valentía. Ocupas un lugar muy especial en mi obra y en mi corazón. Este nuevo espacio tuyo es necesario. Hay que dar siempre testimonio, así sea del gris que tú mejor que nadie has sabido colorear durante ese camino tuyo en busca de la expresión y de una belleza que nos fue arrancada no más nacer. Es terrible tener luego que arrancarse uno mismo de su jardín y dejarse llevar por el viento. Sin embargo, la libertad lo es todo para almas como nosotrxs. Hay espacios donde nadie pudo llegar, ni podar, en ellos SOMOS. Te abrazo muy fuerte, no dejemos nunca de crear, ni de creer. Yo creo en ti.