Narrativa inglesa │ Charlotte Brontë: “Napoleón y el espectro”

La obra de Charlotte Brontë, considerada entre los clásicos de la literatura inglesa, trajo una ruptura radical con las normas de la sociedad victoriana.

Marion Adnams: "La misma puerta" (1963), detalle.
Marion Adnams: "La misma puerta" (1963), detalle.

Pues bien, como iba diciendo, el emperador se acostó.

—Chevalier, cierra los postigos y corre esas cortinas antes de retirarte —le ordenó a su ayuda de cámara.

Chevalier hizo lo que se le pedía. Luego tomó el candelabro y abandonó la habitación.

Poco después al emperador le pareció que la almohada estaba algo dura y se incorporó para ahuecarla. Entonces oyó un crujido junto a la cabecera de la cama. Su majestad aguzó el oído, pero todo estaba en silencio, de modo que volvió a tumbarse.

Justo cuando acababa de encontrar una postura cómoda, le importunó una sed repentina. Apoyándose en el codo, cogió una copa de limonada de la mesita de noche y bebió un prolongado sorbo. Al devolver la copa a su sitio, oyó un grave gemido que provenía del ropero que ocupaba una de las esquinas del aposento.

—¿Quién anda ahí? —gritó el emperador, empuñando sus pistolas—. ¡Hable ahora, o le volaré la tapa de los sesos!

Su amenaza solo consiguió que se escuchara una risa breve y cortante, seguida del más absoluto silencio.

El emperador salió pues de la cama, se puso a toda prisa una robe-de-chambre que había dejado sobre el respaldo de una silla y se dirigió con aplomo hacia el misterioso armario embrujado. Al abrir la puerta, escuchó un roce en el interior del mueble. Así que, espada en mano, miró dentro. Como no descubrió allí alma ni sustancia alguna, acabó por concluir que el ruido debía de haber sido causado por un abrigo que se había resbalado del gancho de la puerta en el que estaba colgado.

Regresó al lecho levemente avergonzado.

Estaba ya a punto de volver a cerrar los ojos cuando la luz de tres velas que ardían en un candelabro de plata sobre la repisa de la chimenea se atenuó de pronto. El emperador levantó la vista y descubrió que una sombra negra y opaca se interponía entre él y el candelabro. Sudando de terror, alargó el brazo hacia el cordel de la campanilla, pero un ser invisible se lo arrebató, al mismo tiempo que la sombra amenazadora se desvanecía por completo.

—¡Bah! —exclamó Napoleón—. No ha sido más que una ilusión óptica.

—¿De veras? —le susurró misteriosamente al oído una voz grave y cavernosa—. ¿Ha sido solo una ilusión, emperador de Francia? ¡No! Todo lo que has visto y oído es la triste y profética realidad. ¡En pie, portador del águila imperial! ¡Despierta, señor del cetro de lis! ¡Sígueme, Napoleón, que todavía te queda mucho por ver!

En cuanto la voz dejó de oírse, una forma se materializó ante sus asombrados ojos. Era la figura de un hombre alto y delgado, ataviado con una levita azul con galones dorados. Llevaba un pañuelo negro muy ceñido al cuello, sujeto con dos pequeñas agujas detrás de cada una de sus orejas. Su tez estaba lívida, la lengua le asomaba entre los dientes, y los ojos, vidriosos y enrojecidos, sobresalían aterradores de las cuencas.

Mon Dieu! ¿Qué es lo que veo? ¿De dónde vienes, espectro? —preguntó el emperador.

La aparición no habló, pero levantó un dedo para indicarle al emperador que la siguiera.

Víctima de un misterioso influjo que le impedía pensar o actuar por voluntad propia, el emperador obedeció en silencio.

La sólida pared de la estancia se abrió a su paso y volvió a cerrarse con un ruido atronador tras él.

Se habrían encontrado sumidos en la más completa oscuridad de no haber sido por el tenue halo de luz que rodeaba al espectro, que reveló los muros húmedos de un largo pasadizo abovedado que recorrieron juntos con silenciosa celeridad. Poco después, una brisa fresca que ascendía hacia el techo y obligó al emperador a ceñirse el camisón al cuerpo anunció que se acercaban al exterior.

Al salir del pasadizo, Napoleón se descubrió en una de las principales calles de París.

—Venerable espíritu —dijo el emperador, tiritando a causa del gélido aire nocturno—, permite que regrese para abrigarme un poco. Volveré enseguida a tu lado.

—¡Sigue adelante! —repuso su acompañante con severidad. Pese a la creciente indignación que le embargaba, el emperador no tuvo más remedio que obedecer.

Acompañado por el espectro, recorrió las calles desiertas hasta llegar a una mansión que se alzaba a orillas del Sena. Una vez allí, su guía se detuvo, y cuando las puertas se abrieron para recibirlos, entraron en un amplio vestíbulo de mármol que ocultaba parcialmente una cortina, por cuyos pliegues transparentes penetraba una intensa luz que ardía con un brillo cegador. Una hilera de figuras femeninas fastuosamente vestidas y tocadas con guirnaldas de las flores más hermosas, aunque con los rostros ocultos por unas espantosas máscaras de calavera, se alineaba ante el cortinaje.

—¿Qué significa toda esta mascarada? —gritó el emperador, esforzándose por librarse de los grilletes mentales que lo retenían en contra de su voluntad—. ¿Se puede saber dónde me hallo? ¿Por qué se me ha traído aquí?

—¡Silencio! —ordenó el guía, sacando todavía más la lengua negra y ensangrentada—. Si quieres librarte de una pronta muerte, guarda silencio.

El emperador, imbuido de un coraje innato que superaba al temor transitorio que lo había sometido inicialmente, estaba a punto de responder cuando empezó a oírse una música extravagante y sobrenatural que procedía de detrás del cortinaje, que se hinchó y ondeó como si un tumulto interno o una batalla de vendavales estuviera teniendo lugar al otro lado. Acto seguido, una mezcla abrumadora de hedor a putrefacción, combinado con los más suntuosos aromas orientales, inundó el salón embrujado.

En ese momento el emperador alcanzó a oír un murmullo de voces distantes, y de pronto alguien le sujetó el brazo por detrás.

Napoleón se volvió apresuradamente para encontrarse con el semblante familiar de María Luisa.

—¿Qué ocurre? ¿Has venido tú también a este lugar infernal? ¿Qué te ha traído hasta aquí?

—¿Me permite su majestad que le haga la misma pregunta? ¿Qué le ha traído hasta aquí? —repuso la emperatriz, sonriendo.

Napoleón no respondió, mudo de asombro.

Ningún cortinaje se interponía ahora entre el emperador y la luz. Este se había esfumado como por arte de magia, y un espléndido candelabro de cristal colgaba ahora por encima de su cabeza. Una multitud de damas, elegantemente vestidas pero sin las máscaras de calavera, ocupaban la sala acompañadas por la proporción adecuada de desenfadados caballeros. Seguía sonando la música, pero era evidente que provenía de una banda de intérpretes mortales reunidos en una orquesta cercana. Todavía se percibía cierto aroma a incienso, pero en absoluto contaminado por hedor alguno.

Mon Dieu! —exclamó el emperador—. ¿Qué sucede aquí? ¿Dónde diablos está Piche?

—¿Piche? ¿A qué se refiere su majestad? ¿No será mejor que abandone este lugar y se retire a descansar?

—¿Abandonar este lugar? ¿Por qué? ¿Dónde estoy?

—En mi salón privado, rodeado por varios cortesanos a los que he invitado a un baile esta noche. Ha entrado usted hace unos instantes, en camisón, con la mirada perdida y los ojos como platos. En vista de su desconcierto, supongo que ha llegado hasta aquí caminando dormido.

De inmediato, el emperador se sumió en un estado de catalepsia que se prolongó durante toda la noche y gran parte del día siguiente.

Marion Adnams: "Tributo floral" (1962), detalle.
Marion Adnams: "Tributo floral" (1962), detalle.

_______________________________

Aunque sus primeros cuentos se inclinaban hacia lo fantástico y sobrenatural, la literatura de Charlotte Brontë evolucionó rápidamente hacia el realismo psicológico profundo que distingue sus novelas más conocidas. Su obra y la de sus hermanas traían implícita una ruptura radical con las normas morales de la sociedad victoriana, por lo que, para proteger su identidad, las Brontë firmaban con un seudónimo masculino. Tras la publicación de la novela Jane Eyre, que fue un éxito inmediato, y cuando se supo que el autor era en realidad una mujer, hubo fuertes críticas contra ella. En Jane Eyre, había escrito: “Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. No pueden soportar represiones demasiado severas ni un estancamiento absoluto, igual que les pasa a ellos”.

En su respuesta a uno de los críticos que intentaron cuestionar el valor de su obra y su propia dignidad de mujer, Charlotte dejó un contundente golpe contra los prejuicios que le negaban a su género la capacidad intelectual o la creatividad que se suponía exclusiva de los hombres: “Para usted no soy hombre ni mujer. Me presento ante usted únicamente como autor; es el único patrón por el que tiene usted derecho a juzgarme, el único argumento sobre el que acepto su opinión”.

Se acompaña este cuento de Charlotte Brontë con dos pinturas de la artista inglesa Marion Adnams (1898-1995). Pintora, grabadora, dibujante y profesora de arte, Adnams fue parte del movimiento surrealista inglés junto a otras pintoras como Eileen Agar, Emmy Bridgwater e Ithell Colquhoun. Expuso en galerías y museos de Bélgica, Francia, España, Estados Unidos; así como en el Centro de Arte Británico, el Museo de Victoria y Alberto, y en la Galería de Arte Moderno de Londres. En 2024, al celebrarse los cien años del surrealismo, varias de sus obras se incluyeron en la muestra itinerante “Imagine 100 Years of International Surrealism”, presentada en el Museo Real de Bellas Artes de Bélgica, el Centro Pompidou de París y el Museo de Arte de Filadelfia.

▶ Vuela con nosotras

Nuestro proyecto, incluyendo el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT), y contenidos como este, son el resultado del esfuerzo de muchas personas. Trabajamos de manera independiente en la búsqueda de la verdad, por la igualdad y la justicia social, por la denuncia y la prevención contra toda forma de violencia de género y otras opresiones. Todos nuestros contenidos son de acceso libre y gratuito en Internet. Necesitamos apoyo para poder continuar. Ayúdanos a mantener el vuelo, colabora con una pequeña donación haciendo clic aquí.

(Para cualquier propuesta, sugerencia u otro tipo de colaboración, escríbenos a: contacto@alastensas.com)