Narrativa cubana│Nancy Alonso: “Historia de un bache”
La agilidad de su prosa y la capacidad para describir en pocas frases el contexto en que ocurren sus cuentos, distinguen el estilo de Nancy Alonso.
A Romelia, a Rosa Ana de la Torre.
Hubiera podido ser uno más entre los tantos que horadaban las calles de La Habana. Sin embargo, alcanzó su notoriedad por el fatalismo geográfico de haber nacido frente a la casa donde vivía Noelia Torres.
Ella lo descubrió un día, muy chiquitico aún, cuando casi se cae al tropezar con él.
—Cómo no va a reblandecerse el pavimento, con la cantidad de salideros de agua que hay por todo el barrio. ¡Mira que lo he planteado veces!
Noelia volvió a quejarse de las tuberías rotas con Perdomo, el delegado del Poder Popular de su circunscripción. Él, por su parte, se desahogó contándole los trámites iniciados para solucionar esa y otras dificultades que afectaban a la comunidad, como la reparación de las viviendas, el mal estado del parque infantil, la filtración de los techos del policlínico y los vertederos de basura por doquier, sin resultados satisfactorios.
—Llegué con el sable en la mano y terminé consolando al delegado. Se ve que él tiene ganas de trabajar pero la burocracia no lo deja. Hay que ayudarlo.
Noelia escribió una detallada carta a la empresa Aguas de La Habana —con copias al gobierno municipal, al delegado y al núcleo del partido de los jubilados donde ella militaba— explicando la situación y alertando que la demora en los arreglos acarrearía males y gastos mayores.
Los demás miembros de la familia la apoyaron en la campaña: el hijo imprimió las cartas en el trabajo, con el papel que resolvió la nuera, y el nieto las distribuyó, excepto la del núcleo, que entregó Noelia en persona durante una reunión extraordinaria convocada por ella misma, y cuyo único punto en el orden del día fue informar a sus compañeros acerca de la batalla iniciada.
Mientras subía la plegaria y no bajaba el milagro, el bache creció saludable gracias al buen regadío en días alternos —cuando le correspondía el agua a esa zona— y al abono aportado por las gomas de los carros, camiones, motos, bicicletas y cochecitos de niños, y por las suelas de los zapatos de quienes tropezaban con él.
Noelia hizo otra carta, esta vez dirigida al gobierno municipal, donde se quejó por la incompetencia e insensibilidad de los funcionarios de Aguas de La Habana —a quienes envió una copia, lo mismo que al delegado y al núcleo de jubilados— y describió el deterioro del asfalto como resultado de los constantes salideros. Esa fue la primera vez que apareció la palabra “bache” en uno de sus escritos.
—Y si con esto no hacen las reparaciones, iremos más arriba hasta alcanzar nuestro propósito. Alguien nos escuchará.
A partir de un momento indeterminado, el bache comenzó a ser conocido más bien por los apodos de “el hueco” y “el foso”. Noelia, por su parte, seguía enviando cartas con sus respectivas copias a muchas instancias. En cada caso adjuntaba los informes anteriores de manera que se conociera mejor la historia del bache, por entonces centro de creciente preocupación dado el número de huesos, llantas y amortiguadores fracturados que obraban en su currículo.
En consecuencia, cada carta-protesta de Noelia presuponía un requerimiento mayor de papel, que su nuera no pudo abastecer. Si la guerra de las misivas no cayó en un bache, fue porque los vecinos aportaron un refuerzo de paquetes de hojas.
Noelia fue citada a distintas oficinas y atendida por numerosos funcionarios. Todos le explicaban las difíciles coordinaciones requeridas para emprender los trabajos —la brigada de mantenimiento de las tuberías, que debía trabajar primero, no era la misma que reparaba los baches—, se lamentaban de la escasez de materiales, y prometían que a la mayor brevedad darían una solución al problema.
Dos años más tarde, Noelia decidió denunciar el caso en el periódico Tribuna de La Habana.
—¡Qué bien quedé en la foto señalando el bache! Vamos a ver si con este artículo termina nuestra odisea.
El infarto de Noelia se lo provocó una comunicación donde le informaban que, a fin de contener la progresión del bache, y en tanto no llegara un cargamento de tubos procedentes de China, se procedería a la clausura de la acometida del agua. Por ello, los vecinos recibirían “el preciado líquido” mediante pipas, una vez por semana.
Noelia no alcanzó a leer que, como medida adicional, su bache sería incorporado al mapa de baches crónicos, publicado periódicamente en la revista Viales, del Ministerio de Transporte, con el objetivo de alertar a los choferes y evitar lamentables accidentes.
Durante la estancia de Noelia en el hospital, los familiares evitaron hablar acerca del bache. Ella tampoco lo mencionó, como si se lo hubiera tragado la tierra.
De regreso a la casa el día del alta médica, fue inevitable que le comentaran a Noelia algunos de los percances sufridos durante ese mes, como la renuncia de Perdomo cuando no llegaban las pipas por falta de combustible. La gran victoria alcanzada, según le dijo su nieto, era que el suministro de agua había vuelto a ser por la cañerías, igual que siempre, un día sí y el otro no, aunque continuaba derramándose por la cuadra porque no habían aparecido los tubos.
El tránsito estaba interrumpido dadas las dimensiones alcanzadas por el bache, ya en categoría de furnia, y habían colocado señales de peligro: si alguien se caía en él iría a parar a China, una forma un poco extravagante de buscar las tuberías.
—Esa matica que crece en el medio del bache, ¿es un flamboyán?
Noelia los regó, al bache y al flamboyán, los días alternos, cuando no corría el manantial de aguas de La Habana. Los niños del vecindario la ayudaron a colocar la cerca y a sembrar otras plantas.
—Escribiré a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas, al Consejo de Estado, a los ecologistas de Greenpeace, a la ONU. Pero si nadie me hace caso, tendrán que pasar por encima de mi cadáver si pretenden cerrar el jardín con el que siempre soñé.
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La narrativa de Nancy Alonso logra siempre un raro equilibrio entre la crítica de las contradicciones sociales y la singularidad psicológica de sus personajes. La agilidad de su prosa y la capacidad para describir en pocas frases el contexto en que ocurren sus historias, son elementos que distinguen el estilo de esta autora. El relato que publica hoy Alas Tensas es ejemplo, además, de su maestría en el uso del humor para representar lo absurdo de ciertas situaciones.
Nancy Alonso llegó relativamente tarde a la literatura. Después de estudiar Ciencias Biológicas y ejercer durante un tiempo su profesión, publicó su primer libro de cuentos, Tirar la primera piedra, a los 48 años. A este siguieron otros que la confirmaron como una excelente escritora. En 2015, junto a la poeta y narradora Mirta Yáñez, presentó su último libro, Damas de Social, una minuciosa investigación donde ambas rescatan del olvido a muchas notables intelectuales cubanas de la primera mitad del siglo XX.
Se ilustra este cuento de Nancy Alonso con dos obras de la artista cubana Hilda Vidal. Hay en los lienzos de esta pintora, más allá del claro influjo de la figuración expresionista, una mirada a la dimensión íntima y acaso inescrutable ―misteriosa― del ser humano; una representación que a la vez turba y seduce al espectador, que sugiere y vela el sentido profundo de las relaciones entre el individuo y su entorno, entre la vitalidad y la quietud.
El carácter un tanto simbólico de sus personajes, la expresividad de sus rostros, la intensidad del color, y esa suerte de tirantez tan palpable en la composición de sus cuadros, se suman al peculiar modo en que Hilda Vidal da título a sus obras, para de ese modo colocarnos siempre ante lo paradójico de la realidad y el abismo del sentido. Hilda Vidal ha dejado una marca indeleble en la pintura cubana y durante décadas ha sido ejemplo de autenticidad para muchos creadores dentro y fuera de la isla.
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