Poesía uruguaya │ Dos poemas de Selva Casal
En la poesía de Selva Casal parecen contender sin tregua la nostalgia y la dulzura, la resignación y la resistencia ante lo absurdo del presente.
Biografía
Nací
todavía no he muerto
aquí vivo
mi madre es una niña que el viento apenas nombra
mis abuelos eran bellos ciruelos en el jardín
sobre lo prohibido construí mi vida
un día era el color era una fiesta
salimos en medio de la noche a ver el mar
como estertores de la vida
como estertores de una bestia herida
se oían ruidos y gritos y gemidos
callé obstinadamente
viví en llaga viva
solo nací para mirar la lluvia
nunca supe gramática
la luz tampoco sabe
culpable soy de todas las muertes
de todos lo amaneceres
me sé madre de toda violencia
vi mi cuerpo desintegrado y solo
como una casa en ruinas.
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Había un bosque
Había un bosque dentro de un bosque
y yo estaba dentro de él
como una hoja más que caía sobre la hierba
iba tan verde y roja
tan distraída
me amaban los escarabajos
¿no tienes lugar dónde vivir?
no tengo
no pido nada
solamente resucitar un día
a qué puedo aferrarme
a qué puede aferrarse cualquiera
mientras ve desaparecer todo
amigos libros camas y retratos
no soportaré más
su cabeza es un guijarro donde la lluvia aúlla
los hijos continúan los hombres continúan
este es el revés del mundo
acá puede encontrarse cualquier cosa
pero nunca un plan
nunca buenos días señores buenas tardes.
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La poesía de Selva Casal, a un tiempo reflexiva y vertiginosa, rebelde y amable, da voz a una rara mezcla de angustia y gratitud. En ella afloran, superpuestas, una vaga sensación de culpa ante la quebrada armonía del mundo y un afán por restaurar su equilibrio, por volver a aquel tiempo anterior al desastre. La visualidad de las imágenes, la sucesión de versos que eluden toda puntuación, la inquietud de una conciencia que mira y se piensa, que describe e indaga el sentido último de cuanto ve, que filtra desde la pertinacia del recuerdo una actualidad que se le antoja vacía, incompleta, dan a la escritura de Casal un tono muy peculiar, donde parecen contender sin tregua la nostalgia y la dulzura, la resignación y la resistencia ante lo absurdo del presente.
Ilustran estos poemas de Selva Casal dos obras de la pintora uruguaya Petrona Viera. Sorda desde los dos años a consecuencia de una meningitis, la educación de Viera se orientó sobre todo a desarrollar su habilidad visual. Así, muy pronto se interesó en las artes plásticas y fue discípula de los reconocidos pintores modernistas Vicente Puig y Guillermo Laborde. Con este último descubrió la pintura planista y empezó a desarrollar un estilo que la distinguió entre los demás artistas de su generación. Junto a Amalia Nieto y Rosa Acle, fue de las primeras mujeres que se abrieron paso en un contexto tradicionalmente masculino.
La obra de Petrona Viera se alejó siempre de los temas habituales en la pintura de su época para representar escenas cotidianas de la vida femenina, como el trabajo doméstico y los juegos infantiles de las niñas. Solo hacia el final de su carrera, aunque con una estética cada vez más personal, incursionó en el paisaje. Desde su primera exposición en el Círculo de Bellas Artes de Montevideo, en 1923, Viera expuso con frecuencia en galerías de América y Europa, y fue valorada entre los artistas que más contribuyeron al modernismo latinoamericano. Hoy es un referente imprescindible de la pintura uruguaya y un ejemplo para muchas mujeres artistas.
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