Referentes│Shulamith Firestone: “El Freudismo: un feminismo descarriado” (Segunda parte)
“Freudismo y Feminismo vieron la luz al mismo tiempo, en respuesta a los mismos estímulos, y ambos poseen los mismos componentes esenciales.”
El Complejo de Electra
Suele creerse que el Complejo de Electra constituye un descubrimiento menos profundo que el Complejo de Edipo, porque —al igual que el resto de las teorías freudianas sobre la mujer— analiza a la hembra tan solo como varón negativo: el Complejo de Electra no es más que un Complejo de Edipo invertido.
El Complejo de Electra, con el complejo de castración que lo acompaña, es —brevemente— como sigue: la niña, al igual que el niño, empiezan su vida con una fijación a la madre. Hacia los cinco años, que es cuando suele descubrir su carencia de pene, empiezan sus sentimientos de castración. Como compensación, intenta entablar una alianza con el padre por medio de la seducción, lo cual la lleva a la subsiguiente rivalidad y hostilidad para con su madre.
El super-ego se desarrolla como reacción a la represión del padre. Ahora bien, al ser este el objeto de su seducción, no la reprime de la misma manera que reprime al hijo, que es su rival sexual en el afecto de la madre, y por ello la organización psíquica fundamental de la niña difiere de la de su hermano a la vez que resulta más débil. Cuando una muchacha persiste en esta fuerte identificación con su padre, se dice de ella que ha quedado retrasada en el estadio “clitoridiano” de la sexualidad femenina y que con toda probabilidad será frígida o lesbiana.
El rasgo más notable en toda esta descripción, reformulado en términos feministas, es el de que también la niña, está al principio apegada a su madre (lo cual, dicho sea de paso, refuta una heterosexualidad determinada biológicamente). Al igual que el niño, la niña ama más a su madre que a su padre y exactamente por las mismas razones: la madre cuida de ella más íntimamente y comparte con ella su opresión. Hacia los cinco años de edad y más o menos paralelamente al niño, empieza a observar conscientemente el mayor poder del padre y su capacidad de acceso a este interesante mundo exterior, capacidad negada a su madre.
A partir de este momento, empieza a rechazar a su madre como algo aburrido y demasiado familiar, para pasar a identificarse poco a poco con su padre. La situación resulta más complicada aún si tiene hermanos, porque entonces se da cuenta de los deseos del padre de que el muchacho comparta su mundo y su poder, mientras que dicho mundo sigue estando negado para ella. En este momento se le presentan dos alternativas:
- Puede enfocar la situación en forma realista y empezar a utilizar todas sus estratagemas femeninas —en lo que valgan— en un intento destinado a despojar al padre de su poder (para lo cual tendrá que rivalizar con su madre en la obtención de los favores de quien tiene el poder); o,
- Puede negarse a creer que las diferencias físicas existentes entre ella y su hermano implicarán ya para siempre una desigual distribución del poder.
En este último caso, rechazará cualquier cosa que se identifique con su madre, cosas como el servilismo y las estratagemas —la psicología del oprimido— e imitará obstinadamente todo aquello que ha observado hacer a su hermano y que le proporciona a él exactamente el mismo tipo de libertad y aprobación que ella busca. (Observad que no afirmo que finja masculinidad. Estos rasgos no están determinados sexualmente).
Pero, por más que intente desesperadamente conquistar los favores de su padre comportándose cada vez más tal como ha visto que este alentaba a comportarse a su hermano, dicho sistema no da resultado en el caso de ella. Redobla sus esfuerzos. Actúa como un mozalbete y se siente halagada si la apodan como tal.
Esta obstinación frente a una realidad insoportable puede llegar a triunfar. Durante un tiempo. Quizás hasta la pubertad. Entonces se encuentra realmente en una encrucijada. No puede negar su sexo por más tiempo; esto lo confirman los lujuriosos varones que pululan en su entorno. Es entonces cuando suele desarrollar una identificación femenina como venganza. (Las tan “difíciles”, “reservadas” e “histéricas” adolescente; tal etapa corresponde al estadio de ingobernabilidad de los muchachos).
“Una vez conscientes de la finalidad de las muñecas, muchas niñas inteligentes deciden repentinamente que lo que ellas desean es un tipo distinto de juguetes.”
Por lo que se refiere a la “envidia del pene”, resulta mucho más cierto interpretarla también como metáfora. Existe realmente una preocupación por los genitales, pero es evidente que todo aquello que distinga físicamente al envidiado varón, será objeto de envidia. Lo que sucede es que la muchacha no puede comprender cómo, si se comporta exactamente igual que su hermano, el comportamiento de este es objeto de aprobación y el suyo no. Es posible que establezca o no establezca una confusa conexión entre el comportamiento y el órgano que diferencia a su hermano. La hostilidad que siente hacia su madre y su relación con una observada similitud genital son asimismo mera posibilidad. Cualquier cosa que la identifique con su madre, a quien con tanta obstinación intenta rechazar, es objeto asimismo de rechazo.
Pero el hecho de que una niña, sin que nadie se lo indique, comprenda su identidad de sexo con la madre, resulta mucho menos probable que el que se considere a sí misma sexual. Hasta quizás se sienta orgullosa de ello. Al fin y al cabo, no posee abultamientos visibles, como los pechos, que para ella son el distintivo de la mujer. En cuanto a los genitales, su inocente hendidura no parece guardar ningún parecido con el velludo montículo de su madre. Además, raras veces es consciente siquiera de su posesión de una vagina, porque esta se encuentra sellada. Su cuerpo es por el momento tan flexible y funcional como el de sus hermanos y toda ella está al unísono con su cuerpo. Tanto unos como otros se encuentran igualmente oprimidos por la mayor fuerza de los adultos.
Sin una dirección específica, es posible que durante largo tiempo pudiera convencerse a sí misma de que no iba a terminar siendo como su madre. Por esta razón es por lo que se la anima tanto a jugar con muñecas, a “jugar a ama de casa”, a aparecer bonita y atractiva. Se confía en que no sea una de las que repudian sus funciones hasta el último minuto. Se confía asimismo en que acceda a ellas de forma temprana, mediante la persuasión, artificialmente y no por necesidad; en que la promesa abstracta de un bebé sea reclamo suficiente, sustitutivo de este excitante mundo de “viaje y aventuras”.
(Un negocio floreciente de muñecas se está enriqueciendo gracias a esta ansiedad paterna. En cuanto a la niña, le encantan los regalos, cualesquiera que sean las oscuras razones que habiten en las mentes de los adultos. Sin embargo, una vez conscientes de la finalidad de las muñecas, muchas niñas inteligentes deciden repentinamente que lo que ellas desean es un tipo distinto de juguetes o, cuando menos, un muñeco. Al fin y al cabo, es más agradable afilar sus armas contra su “Ken” que jugar a la Mamá ya conquistada).
El tabú del incesto
A la luz de esta interpretación feminista, muchas doctrinas freudianas periféricas que parecían absurdas, adquieren sentido. Veamos, por ejemplo, lo que Ernest Jones dice en Papers on Psychoanalysis:
En muchísimos niños existe un ardiente deseo de convertirse en padres de sus propios padres… Esta curiosa construcción imaginativa… guarda evidentemente una estrecha relación con los deseos incestuosos, puesto que se trata de una forma exagerada del deseo más común de ser el propio padre de uno.
He aquí la traducción feminista: los niños imaginan encontrarse en una posición de poder sobre sus propios dueños paternos, particularmente sobre aquel que detenta realmente el poder: el Padre.
Veamos por ejemplo las palabras de Freud sobre el fetichismo:
El objeto es para el muchacho el sustitutivo del falo de la madre, en el que creía el niño y del que no quiere prescindir.
Realmente, Freud puede resultar desconcertante de verdad. ¿No sería mucho más lógico hablar del poder de la madre? Lo más probable es que el niño ni siquiera haya visto a su madre desnuda; y es todavía mucho menos probable que haya observado con detalle las diferencias existentes entre el pene y el clítoris. Lo que sí sabe es que se encuentra ligado a ella y que no quiere rechazarla solo por causa de su impotencia. El objeto escogido es simplemente el símbolo de esta fijación.
Abundan los ejemplos de este estilo, pero ya he demostrado lo que quería, es decir, que el análisis feminista da —por vez primera— sentido a toda la estructura del freudismo, clarificando áreas relacionadas tan importantes como la homosexualidad e incluso la naturaleza del mismo tabú represivo que es el incesto —dos cuestiones relacionadas por un vínculo causal y que durante largo tiempo han gozado de poca unanimidad por parte de los investigadores. Podemos comprenderlas, pues, solo como síntomas de la psicología de poder creada por la familia.
“El análisis feminista da —por vez primera— sentido a toda la estructura del freudismo, clarificando áreas relacionadas tan importantes como la homosexualidad e incluso la naturaleza del mismo tabú represivo que es el incesto.”
Durkheim, a principios de siglo, con su obra básica sobre el incesto —al igual que Freud— impulsó una corriente de opinión contradictoria que ha durado hasta nuestros días. Durkheim creyó que el tabú del incesto nacía de la propia estructura del clan:
[Muchos hechos tienden a demostrar] que en los albores de las sociedades humanas el incesto no estaba prohibido, hasta aparecer la división en por lo menos dos clanes primarios; la razón estriba en que la primera variante prohibitiva conocida por nosotros, es decir, la exogamia, parece por encima de todo correlativa a dicha organización. La otra variante, con toda certeza, no es primitiva.
Además:
Puesto que la estructura básica del clan supuso un estadio por el que todas las sociedades humanas parecen haber pasado, y la exogamia estaba estrechamente ligada a la constitución del clan, no debe sorprendernos que el estado moral que el clan inspiró y dejó tras sí, fuera asimismo rasgo común a toda la humanidad. Por lo menos, para triunfar sobre él era necesaria la existencia de necesidades sociales que ejercieran una presión notable; ello explicaría el por qué de la legitimación del incesto en ciertos, pueblos y el por qué dichos pueblos siguieron constituyendo la excepción.
Una vez convertida la familia en el centro del moralismo religioso y afirmadas en el exterior todas las libres pasiones —sexo y mujeres entre ellas— el tabú contra el incesto quedó sólidamente establecido y fue auto-perpetuándose. La razón es que,
cuando los motivos de esta dualidad [entre moralidad y pasión] desaparecieron, esta se encontraba ya firmemente arraigada en la cultura. Toda la vida moral se había organizado en torno a esta evolución; hubiera sido necesario destruir todo el sistema moral, para poder regresar al estadio anterior.
Durkheim añade sorprendentemente: “De no haber tenido sus orígenes en la exogamia, pasión y amor entre sexos no hubieran llegado a ser sinónimos”. Así pues, para eliminar el tabú del incesto deberíamos eliminar en primer lugar la familia y la sexualidad tal como están estructuradas.
No es una idea tan mala, después de todo, ya que esta prohibición tradicional —y en la actualidad casi universal— del incesto, nos ha obligado a aceptar como “normal” una sexualidad que deja insatisfecho el potencial del individuo. Freud describió los sufrimientos psicológicos de la represión sexual ocasionada por el tabú del incesto, en particular mediante su descubrimiento del Complejo de Edipo en todo niño normal y su contrapartida —el Complejo de Electra— en toda niña normal.
Sexualidad y poder
La homosexualidad no es más que lo que ocurre cuando estas represiones no siguen el curso debido, es decir, cuando, en vez de ser suprimidas completamente —permitiendo por lo menos el desenvolvimiento del individuo en la sociedad—, permanecen en la superficie, frustrando seriamente las relaciones sexuales de dicho individuo e incluso su psique global. Un sistema conducente a que la primera persona que provoca en el niño una reacción emocional, sea quien le exija la represión de una parte sustancial de dicha respuesta, esta destinado a un fracaso casi continuo. Como observaba Ruth Herschberger en Adam’s Rib:
Resulta significativo el hecho de que la misma mujer que despierta los afectos del muchacho (y son pocos quienes niegan el componente sexual en todas las demostraciones), sea la primera en alzar el tabú en contra de su sexualidad… La supresión de la sexualidad se convierte en el acompañamiento inseparable del afecto materno.
Es posible también que la homosexualidad sea consecuencia de que el niño de cinco a seis años se niegue a dar el salto de una “fijación materna” o una “fijación paterna”, negación provocada a menudo por un amor sincero hacia la madre y un desprecio real por el padre. (En el caso de privación de la “figura paterna”, dicha transición no es exigida nunca al niño explícitamente).
Es cierto que a menudo —dado el cariz que la guerra entre sexos adopta en muchos matrimonios— la madre alienta dicho apego maliciosamente, con el fin de ponerse al mismo nivel del padre arrebatándole los hijos, que son la razón de su tolerancia para con ella. Sin embargo, creo que resultaría mucho más exacto afirmar simplemente que el niño es tan solo el sustituto afectivo de un padre indiferente y a menudo mujeriego.
A toda madre, incluso a la más “equilibrada”, se le exige que haga de la maternidad el centro de su vida. Con frecuencia el niño es su único sustitutivo para todo aquello que le ha sido negado en el mundo exterior, en términos de Freud, el sustitutivo de su “pene”. ¿Cómo podemos obligarla, pues, a no ser “posesiva”, a entregar repentinamente y sin lucha —el mundo de “viajes y aventuras”— al mismísimo hijo que representaba para ella la compensación por su definitiva pérdida de este mundo?
La homosexualidad femenina, aunque tenga también sus raíces en una represión infructuosa (el Complejo de Electra), es bastante más complicada. Recordemos que también la niña pequeña tiene al principio una fijación materna. Es posible que debido a la posterior rivalidad jamás aprenda a reprimir este sentimiento. Cabe también dentro de lo posible que intente actuar como un muchacho para poder conseguir la aprobación materna (desgraciadamente, también las mujeres prefieren hijos varones). Por el contrario, en aquellos casos en que la niña se identifica poderosamente con su padre, puede negarse a renunciar a los deseados privilegios masculinos, incluso pasada la pubertad; en casos extremos, llega a imaginarse ser realmente el varón cuyo papel está representando.
Añadamos que ni siquiera aquellas mujeres que parecen estar sexualmente adaptadas, lo están en la mayor parte de los casos. No olvidemos que una mujer puede realizar el acto sexual sin prácticamente respuesta a los estímulos, cosa completamente imposible en el caso del hombre. Aunque pocas, debido a la excesiva presión de convencimiento ejercida sobre ellas, rechazan su función sexual en forma absoluta, transformándose en lesbianas, esto no significa que la mayoría se sientan sexualmente satisfechas por sus relaciones físicas con los hombres. (Puntualicemos, sin embargo, que una sexualidad femenina perturbada es relativamente inocua en el aspecto social, mientras que la perturbación sexual masculina —la confusión entre sexualidad y poder— perjudica a los demás).
Es esta una de las razones por las que en la sociedad victoriana —al igual que en épocas anteriores y posteriores e incluso en la actualidad— el interés de las mujeres por el sexo fue menor que el de los hombres.
“Aunque la homosexualidad se encuentra actualmente tan limitada y perturbada como nuestra heterosexualidad, es posible que llegue pronto el día en que quede establecida como norma una saludable transexualidad.”
Esto es de una evidencia tan palmaria, que hizo afirmar a un conocido psicoanalista —Theodor Reik— (¡en 1966!) “que el verdadero impulso sexual es propiamente masculino, incluso en las mujeres, puesto que en un nivel evolutivo inferior la reproducción es posible sin contar con los machos”.
Vemos, pues, que en una sociedad que tenga por base a la familia, las represiones ocasionadas por el tabú del incesto imposibilitan para todo el mundo una sexualidad plenamente satisfecha y tan solo permiten a unos pocos el correcto funcionamiento sexual. En nuestra época los homosexuales no son más que los casos extremos de este sistema obstructivo de la sexualidad, que toma cuerpo en la familia. Pero, aunque la homosexualidad se encuentra actualmente tan limitada y perturbada como nuestra heterosexualidad, es posible que llegue pronto el día en que quede establecida como norma una saludable transexualidad.
Aclaremos este punto: si damos por sentado que, al nacer, el impulso sexual no se encuentra precisado ni tampoco diferenciado del conjunto de la personalidad (la “perversidad polimórfica” de Freud); si, como hemos visto, solo se diferencia en respuesta al tabú del incesto; si, además, este tabú tan solo es necesario para la preservación de la familia, resultará que, en el caso de que eliminemos a esta última, destruiremos también todas las represiones que conducen a la sexualidad hacia realizaciones específicas.
Si todos los demás factores permanecieran inmutados, posiblemente la gente seguiría prefiriendo a las personas del sexo opuesto, simplemente por conveniencia física. Pero, hasta esta suposición es demasiado vaga, porque, si efectivamente la sexualidad jamás estuviera diferenciada de otras respuestas, si un individuo reaccionara frente al otro de una manera total, que incluyera a la sexualidad tan solo como uno de sus componentes, resultaría muy improbable que un mero factor físico se constituyera en decisivo. Sin embargo, por el momento carecemos de comprobación.
La división de la personalidad
El fin de la compartimentación de la personalidad por medio de la reintegración del factor sexual con el todo, pudiera tener importantes efectos culturales secundarios. En la actualidad, el Complejo de Edipo, que se origina en el casi universal tabú del incesto, obliga al niño a una distinción precoz entre lo “emocional” y lo “sexual”. El primero de dichos factores es, en opinión del padre, respuesta correcta al estímulo materno, mientras que el segundo no. Si el hijo quiere conquistar el amor de la madre, debe separar el sentimiento sexual, de sus otros sentimientos (las relaciones “inhibidas en su fin”, de Freud). Evolución cultural nacida directamente de una dicotomía psicológica tan antinatural, es el síndrome de la mujer-buena/mujer-mala, que ha contaminado culturas enteras.
En otras palabras, la división de la personalidad se proyecta hacia afuera en forma de estamentización de las “mujeres”. Aquellas que se parecen a la madre son “buenas”, y, por tanto, uno no debe abrigar sentimientos sexuales hacia ellas. Aquellas que se diferencian de la madre, que no crean una respuesta total, son sexuales y, por tanto, “malas”. Categorías enteras de personas —por ejemplo, las prostitutas— pagan con sus vidas esta dicotomía. Otras sufren sus consecuencias en diversos grados.
Un buen porcentaje de nuestras expresiones coloquiales rebajan a la mujer hasta el nivel en que resulta permisible abrigar sentimientos sexuales a su respecto. (“Coño. Tienes el cerebro entre las piernas”). Esta esquizofrenia sexual raras veces es superada del todo por el individuo. Si tomamos como punto de referencia la cultura en su sentido más amplio, acontecimientos históricos enteros y la propia historia del arte y de la literatura, han sido determinados directamente por ella. En este aspecto, la veneración cortesana de la mujer durante la Edad Media, que la exaltaba únicamente a expensas de su faceta humana de carne y hueso —convirtiendo el sexo en acción baja y disociada del verdadero amor— evolucionó hacia el Marianismo, el culto a la virgen a través del arte y la poesía.
Una canción de esta época, puede ilustrar esta escisión:
No me importan aquellas damas
a quienes hay que cortejar y suplicar.
Dadme, en cambio, la amable Amarylis,
la voluptuosa campesina.
La Naturaleza desdeñó al Arte,
su belleza es solo suya.
Así, cuando nos acariciamos y besamos, gime:
—”De verdad lo pido, déjame ir”.
Pero, cuando llegamos al punto del placer,
jamás dice que no.
La separación entre sexo y emoción, se encuentra en las mismas bases de la cultura y la civilización occidentales. Si la represión sexual precoz es el mecanismo básico en la producción de las estructuras caracterológicas que sostienen la servidumbre política, ideológica y económica, el fin del tabú del incesto —mediante la abolición de la familia— tendría efectos profundos. La sexualidad se vería liberada de su encorsetamiento, erotizando toda nuestra cultura y cambiando su misma definición.
Freudismo y Feminismo
Quiero recapitular mi segundo principio, el de que Freud y el feminismo están trabajando sobre el mismo material: La hipótesis fundamental de Freud —la naturaleza de la libido y su conflicto con el principio de realidad— tiene mucho más sentido si se la proyecta sobre el fondo social de la familia (nuclear patriarcal).
He intentado reanalizar en términos feministas aquellos componentes de la teoría freudiana que hacen referencia más directa a la sexualidad y a su represión dentro del sistema familiar: el tabú del incesto y los subsiguientes Complejos de Edipo y de Electra, así como su común desviación hacia un mal funcionamiento sexual o, en casos graves, hacia lo que constituye actualmente desviación sexual. He subrayado que esta represión sexual, exigida a cada individuo en beneficio de la integridad familiar, no solo produce neurosis individuales, sino también vastas enfermedades culturales.
“La represión sexual precoz es el mecanismo básico en la producción de las estructuras caracterológicas que sostienen la servidumbre política, ideológica y económica.”
Reconozco que el objetivo único de este capítulo se limita a una somera exposición, puesto que una refundición de Freud en términos feministas constituiría por sí misma tarea suficiente para un valioso libro. Me he limitado a sugerir que Freudismo y Feminismo vieron la luz al mismo tiempo, en respuesta a los mismos estímulos, y que ambos poseen los mismos componentes esenciales.
Mediante un examen detallado de los elementos básicos del freudismo, he demostrado que estos constituían simultáneamente la materia prima del feminismo. La diferencia estriba únicamente en que el feminismo radical no acepta un contexto social en el que la represión (y la neurosis resultante) deban evolucionar predeterminadamente. Si desmantelamos la familia, la tiranía de la “realidad” sobre el “placer”, es decir, la represión sexual, habrá perdido su razón de ser.
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