Referentes │ Virginia Vargas: “Una reflexión feminista de la ciudadanía” (primera parte)
“La relación que las mujeres establecemos con nuestra ciudadanía generalmente se sustenta en un reconocimiento parcial de derechos.”
La ciudadanía1 ha devenido en uno de los ejes de acción y reflexión del movimiento feminista y en una de las preocupaciones democráticas del fin de siglo y del nuevo milenio, a nivel nacional y global. Constituye un polo importante para articular la larga lucha de las mujeres por la igualdad, aportando nuevos contenidos democráticos. También es un eje significativo para generar alianzas entre mujeres y con otras categorías y grupos sociales que se orientan a ampliar los límites de otras ciudadanías restringidas en razón de las múltiples discriminaciones en nuestras sociedades.
Ciudadanía es un eje que concentra muchas de las tensiones del pensamiento político actual y de las reflexiones políticas feministas, las tensiones entre la universalidad de los derechos y las diferencias y/o desigualdades para acceder a esa universalidad o, lo que es lo mismo, entre los derechos formales y los derechos sustantivos y entre el principio de igualdad y el derecho a la diferencia. Nos enfrenta también a definir si en el intento de superar una ciudadanía restringida o pasiva para lograr una ciudadanía activa y plena estamos poniendo como meta el modelo masculino de ciudadanía o estamos adoptando una propuesta más flexible y subversiva, capaz de incorporar las múltiples dimensiones y derechos que las mujeres y otros sectores excluidos hemos conquistado, construido y ampliado en las últimas décadas.
El contexto
Ciudadanía es un concepto y una práctica heterogéneos. Históricamente su contenido ha variado a lo largo de los siglos, desde la época de los griegos; ha cobrado nuevos contenidos en lo que se ha denominado la ciudadanía moderna, que surge en los siglos XVIII y XIX, según los países, la que marca el paso de una sociedad estamental a una sociedad moderna. Las concepciones y contenidos de la ciudadanía han ido complejizándose y ampliándose, como producto de las luchas de los sectores excluidos.
La concepción de ciudadanía no puede estar desligada de estas condiciones históricas y actuales de nuestra región y nuestros países. Los desiguales procesos de modernización y de expansión del proyecto cultural de la modernidad se desarrollaron en forma inconclusa y excluyente sobre la base de sociedades multiculturales y pluriétnicas, conteniendo grandes diferencias socioeconómicas. Ello ha generado un producto particular en el que conviven procesos múltiples, algunos completando la modernidad, otros manteniendo la “pre-modernidad” y algunos desarrollando la confusa post-modernidad.2
Estos tiempos mixtos, que contienen sus propias exclusiones y subordinaciones, han tenido un peso fundamental en la cultura política del continente, en el imaginario ciudadano y en la forma como se han construido las diferentes expresiones ciudadanas. Han pesado en ello indudablemente las enormes desigualdades existentes entre géneros, entre etnias, en ciclos de vida, etc.
“Las concepciones y contenidos de la ciudadanía han ido complejizándose y ampliándose, como producto de las luchas de los sectores excluidos.”
Para todas las ciudadanías restringidas o parciales, como es el caso de las ciudadanías femeninas, los procesos de construcción de ciudadanía han ido de la mano con los procesos para conquistar autonomía. Porque la falta de autonomía de las mujeres en la época moderna ha estado de la mano con la limitación de sus derechos ciudadanos. La lucha por acceder a la ciudadanía es una lucha por la autonomía frente a restricciones y barreras impuestas o asumidas.3
Junto con estos procesos que marcan la historia moderna de la ciudadanía, en las últimas décadas se han dado cambios significativos en la vida de las mujeres en la región. Algunos fenómenos sociopolíticos y económicos han ofrecido un terreno complejo, pero más propicio para el despliegue de los intereses ciudadanos de las mujeres. Entre ellos el más significativo es el proceso de globalización, que a su vez ha desencadenado múltiples fenómenos, con efectos ambivalentes.
Son evidentes sus alarmantes consecuencias en el plano económico, a raíz de la reestructuración de la economía mundial desde un modelo que privilegia el mercado y desprotege a los ciudadanos, generando mayor exclusión social en todos los niveles. Son evidentes también sus efectos en el debilitamiento del Estado como ente direccional de la sociedad. Pero es evidente también que este mismo proceso ha permitido desplegar, desde el avance tecnológico y electrónico de las comunicaciones a nivel global, una inédita y rica dinámica de conexión y articulación de lo local con lo global y viceversa.
Uno de los efectos de esta nueva dinámica lo constituye la ampliación de los contenidos de las sociedades civiles nacionales e internacionales, así como la ampliación de las bases ciudadanas para hombres y mujeres.
En el caso de las mujeres, los efectos de la globalización han acentuado lo que Giddens llama la tendencia al “de-tradicionalismo”. Este término alude al divorcio del histórico matrimonio entre modernización y tradicionalismo, a la forma en que el proceso de globalización engulle y desarticula costumbres y tradiciones arcaicas y antidemocráticas.4
Un ejemplo de ello son los cambios en la relación entre los sexos y los valores familiares que han producido la posibilidad de una mayor autonomía de las mujeres con relación a su entorno familiar. Las mujeres, dice Giddens,5 ya no son simplemente mujeres, sino que tienen que decidir qué quieren ser, evidenciando el hecho de que ya la identidad de género no es algo que se asume como dado, como prescrito, sino algo que debemos y podemos definir. La posibilidad de un pensamiento autónomo que reconozca sus derechos se abre para muchas más mujeres, al transformar dramáticamente su horizonte referencial.
“La falta de autonomía de las mujeres en la época moderna ha estado de la mano con la limitación de sus derechos ciudadanos.”
Asumir el eje de ciudadanía también ha implicado la modificación de muchos de los paradigmas tradicionales de la política, entre ellos el determinismo de la clase en la construcción de lo político y en la construcción ciudadana. Estas nuevas miradas reclaman y al mismo tiempo cuestionan la universalidad de los derechos ciudadanos. Así, no solo los problemas de membresía a una comunidad han sido levantados fuertemente por las feministas, sino por un conjunto de movimientos étnicos, de homosexuales y lesbianas.
La ampliación de los derechos ciudadanos a áreas y problemas que afectan a toda la humanidad también han sido fuertemente levantados por los movimientos ecologistas, rescatando lo que de Sousa Santos llama “asuntos tan globales como el globo mismo”, que están dando contenido a derechos que ya son “patrimonio de la humanidad”, tales como sustentabilidad de la vida humana, problemas ambientales, control frente a la proliferación de armamento, etc.6
La ciudadanía aparece, hoy por hoy, como terreno de disputa, por su carácter restringido, parcial y excluyente, así como por los intentos de las y los excluidos de presionar y negociar la inclusión. Al hacerlo pareciera que están recalificando y democratizando el contenido de esa inclusión.
Perspectivas y dimensiones de la ciudadanía7
La ciudadanía moderna se sustenta en algunos rasgos comunes, tales como igualdad formal de derechos y obligaciones, pertenencia a una comunidad política, garantía de los derechos ciudadanos vía instituciones ad hoc y existencia de un espacio público más o menos desarrollado. Pero también existen variaciones en las formas de construcción ciudadana por el peso de las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales, el desarrollo desigual de las diferentes dimensiones ciudadanas, etc.
Por ello, a la ciudadanía la podemos analizar desde diferentes perspectivas y desde diferentes ejes,8 y en cada uno de ellos podemos rastrear y evidenciar las dinámicas de exclusión e inclusión con relación a la construcción de las ciudadanías femeninas. Analizar estas dimensiones y tipologías nos facilitará acercarnos a las ciudadanías “realmente existentes”.
La perspectiva histórica
La perspectiva histórica permite analizar cómo se ha formado la ciudadanía y cómo surgen los individuos o personas con derechos, en qué condiciones económicas, sociales y políticas y con qué estrategias de formación ciudadana. Un análisis histórico del surgimiento de las ciudadanías femeninas nos permitirá evidenciar cómo las mujeres no han sido ni todas ni totalmente excluidas de la historia ciudadana. No solo porque algunas obtuvieron algunos derechos ciudadanos antes que otras ―mujeres alfabetas versus analfabetas―, sino también porque una ciudadanía femenina dependiente fue absolutamente necesaria en los orígenes para la construcción de la ciudadanía y la cultura ciudadana hegemonizada por los hombres, por ejemplo, a través de la norma del salario familiar.
“La ciudadanía es una renovada y nunca acabada construcción sociocultural.”
Nos permite analizar también si dentro de la historia de los derechos ciudadanos femeninos fueron el voto, el acceso a la educación o el acceso a los métodos anticonceptivos ―que según de Beauvoir permitieron acabar con el “fatalismo fisiológico”―, los que impulsaron con más fuerza la conciencia ciudadana en las mujeres.
Esta evolución y construcción de las diferentes dimensiones de la ciudadanía no es lineal ni apunta en una sola dirección. Es un proceso que contiene, como tan acertadamente plantea Calderón, fracturas, retrocesos y recuperaciones de contenidos perdidos.9 Por ejemplo, los derechos políticos adquieren un nuevo valor después de las experiencias de las dictaduras de la región. Por ello, termina este autor, la ciudadanía es una renovada y nunca acabada construcción sociocultural.
La perspectiva estructural
La perspectiva estructural nos permite analizar, en una especie de mirada fotográfica, cómo es la ciudadanía, qué rasgos y qué características tiene, cuál es su consistencia ciudadana ―desarrollo igual o no de las diferentes dimensiones ciudadanas―; es decir, en qué condiciones de igualdad o desigualdad se accede a todos los derechos civiles, sociales y políticos, quiénes lo pueden hacer más fácilmente que otros y cuáles son las dimensiones ciudadanas que están más desarrolladas en una misma persona o grupos de personas.
En el caso de las mujeres nos permitirá analizar las brechas o distancias ciudadanas que existen, tanto de las mujeres con relación a los hombres, como de las mujeres entre sí, y de grupos específicos de mujeres con grupos específicos de hombres en las condiciones geográfico culturales, socioeconómicas y políticas en las que se desarrollan. Por ejemplo, las brechas de género entre mujeres y hombres son mayores en las zonas rurales que en las urbanas; las brechas étnicas son mayores en los hombres andinos que en las mujeres urbanas, y así sucesivamente.
La perspectiva comparada
En base a estas dos entradas, histórica y estructural, podemos desarrollar una perspectiva comparada que nos permita analizar cómo se ha formado ciudadanía en diferentes lugares.
Una comparación entre la formación de la ciudadanía europea y la latinoamericana nos permitirá, por ejemplo, reconocer que los derechos sociales, vistos por Marshall10 y otros teóricos europeos como la culminación del desarrollo ciudadano en nuestra región, son más bien el impulso a ese desarrollo.
El otro énfasis significativo es que los derechos sociales no son resultado de la riqueza existente, sino de la pobreza. Un cierto nivel de pobreza ―no extrema―11 ha impulsado, en la región, el desarrollo de un significativo movimiento de mujeres alrededor de las tareas de subsistencia y la colectivización de las tareas y los gastos domésticos, acercando a miles de mujeres, por primera vez, a la noción de derechos y a la posibilidad ciudadana.
Aunque las limitaciones de la pobreza como eje de desarrollo ciudadano son evidentes, este impulso ha sido fundamental en la región, ha sido la expresión regional del proceso de “de-tradicionalización” del que nos habla Giddens.12 La organización alrededor del consumo ―precario― potenció la posibilidad de percibirse como merecedoras de ciertos niveles de ciudadanía social, en forma colectiva, exigiendo también a los gobiernos reconocimiento colectivo.
La perspectiva comparada también se aplica a las diferentes tipologías o ejes de análisis de la ciudadanía: objetiva-subjetiva, activa-pasiva y otras. Es importante señalar, sin embargo, que se perdería complejidad si se analizan en forma polar los componentes de estas tipologías, pues son más un continuum que alberga estas diferentes dimensiones, ya sea en diferentes momentos o en un mismo momento o situación.
Las perspectivas objetiva y subjetiva
Las perspectivas objetiva y subjetiva de la ciudadanía se refieren tanto a la existencia real de derechos y responsabilidades, como al grado de conocimiento que las diferentes personas tienen sobre sus derechos, responsabilidades, garantías y sistemas de pertenencia a una comunidad política, y la actitud frente a ellos, temores, aspiraciones, la percepción de ellos como derechos o como favores de los poderes externos, etc. Tiene que ver indudablemente con las barreras reales e imaginarias que las personas viven y perciben con relación a su ciudadanía.13
Las barreras subjetivas se asientan en estas discriminaciones no legales de la realidad social y cotidiana y generan traumas, temores, complejos de superioridad e inferioridad que impiden a las personas sentirse iguales y tratarse como iguales, a pesar de las diferencias.
La perspectiva subjetiva afecta tanto a los excluidos y a las excluidas, como a los hegemónicos. Para el caso de las mujeres esta entrada subjetiva es de importancia fundamental, pues la relación que las mujeres establecemos con nuestra ciudadanía generalmente se sustenta en un reconocimiento parcial de derechos y una débil conciencia del merecimiento o derecho a tener derechos ciudadanos. Ello hace eco de la desvalorización que las sociedades hacen de las ciudadanías femeninas.
“La relación que las mujeres establecemos con nuestra ciudadanía generalmente se sustenta en un reconocimiento parcial de derechos y una débil conciencia del merecimiento.”
La perspectiva objetiva de la ciudadanía, dada en parte por el análisis estructural de la ciudadanía, es importante, pero no decisoria en esta visión subjetiva, pues se puede subjetivamente sobrepasar ese contenido estructural y sentirse merecedor de más derechos o se puede inhibir incluso frente a lo ya establecido o conquistado en esta dimensión estructural y no exigirla como propia o exigirla solo para determinados derechos ciudadanos y no para otros.
En esta línea el desarrollo de los derechos ciudadanos en los diferentes países de la región ha tenido diferentes estrategias: han sido otorgados o conquistados o han surgido como combinación de ambas dinámicas. Es decir, se han desarrollado estrategias desde arriba, desde las instituciones público-políticas, especialmente del Estado, y desde abajo, desde las luchas de los grupos, actores y sujetos que han asumido la urgencia de concreción ciudadana.14
Dimensiones activa y pasiva de la ciudadanía
Los derechos ciudadanos otorgados desde arriba han significado generalmente una continuidad en los intentos de modernización de los Estados y han sido vistos mayormente como mecanismos de cooptación o neutralización ―por ejemplo, el voto a las mujeres en algunos países como el Perú―. Sin embargo, generalmente han logrado ampliar el horizonte referencial de la sociedad.
La construcción de la ciudadanía desde abajo generalmente ha significado rupturas y ha sido fundamental para ampliar los contenidos ciudadanos desde las especificidades de los excluidos. La construcción desde abajo no solo ha significado una ampliación real de los derechos ciudadanos, sino también una expansión simbólica del espacio de ejercicio ciudadano, del espacio de derechos.
La conquista de derechos ciudadanos desde abajo impulsa la transformación de la subjetividad ciudadana, al imponerse generalmente a los intentos homogenizadores del Estado. Explicita y supera las desigualdades de acceso a una ciudadanía sustantiva y no solo formal, y logra ensanchar los contenidos ciudadanos con nuevas dimensiones que ya están presentes en el horizonte referencial de muchas mujeres y de parte de la sociedad civil, como los derechos reproductivos y sexuales.
El impulso ciudadano desde abajo evidencia un comportamiento más autónomo que busca convertir las demandas de ampliación ciudadana en derechos ciudadanos. Pueden darse indudablemente estrategias de conquista y de cooptación al mismo tiempo.
La dimensión activa o pasiva de la ciudadanía está relacionada también con la dinámica de derechos y responsabilidades que los ciudadanos tienen en la comunidad política a la que pertenecen. Se ha tendido a ver la ciudadanía activa con relación a la capacidad de tener juicio independiente frente a los asuntos públicos y su participación ciudadana en ellos; el asumir un compromiso activo en la deliberación de los temas que afectan a la comunidad política. Y se ha tendido a ver al ciudadano pasivo como sujeto de derechos protegidos por el Estado y sin ningún papel real como sujeto político.
“La conquista de derechos ciudadanos desde abajo impulsa la transformación de la subjetividad ciudadana, al imponerse generalmente a los intentos homogenizadores del Estado.”
La ciudadanía activa se expresa en diferentes formas: a nivel individual, como participación; a nivel social, como responsabilidad, solidaridad, cooperación en la esfera público-social y a nivel político, en todas las exigencias de fiscalización y rendición de cuentas frente a lo público político.
Generalmente se asume que la ciudadanía pasiva corresponde al uso de derechos y la ciudadanía activa a la que asume sus responsabilidades ciudadanas. Sin embargo, muchas teóricas feministas asumen que dada la desigual posibilidad de desarrollo de sus ciudadanías para las mujeres, el énfasis inicial debería darse en los derechos, no en las responsabilidades. Esta posición queda claramente expresada por Okin,15 quien sostiene que dada la dificultad de combinar responsabilidades familiares y públicas, igual ciudadanía para las mujeres es imposible, hasta que las expectativas de trabajo y de profesión sean modificadas y hasta que los hombres acepten su participación en las responsabilidades.16
Para las mujeres, sin embargo, ampliar y complejizar sus derechos ciudadanos va en muchos casos de la mano con asumir responsabilidad frente a ellos, aumentando así sus espacios de autonomía sobre sus vidas y circunstancias.
Asumiendo una ciudadanía activa, asumimos responsabilidad sobre sus contenidos, significados y ampliaciones y se emprende el proceso de asumir los derechos como algo frente a lo cual las mujeres se sientan capaces de exigir, de opinar y de hacerse responsables de su apropiación. Y se busca lograr que en esta exigencia y opinión se comprometan y responsabilicen también la sociedad civil y, por supuesto, el Estado.
Restricciones y exclusiones
Es importante señalar que las dinámicas activo-pasivo y de exclusión-inclusión no son polaridades tajantes, sino procesos con un cierto nivel de continuidad. Indudablemente que la dinámica de exclusión e inclusión influye también en la participación más activa de la ciudadanía. Es decir, si bien todas las personas comparten cierta forma de ciudadanía en el nivel de derechos y obligaciones, no todas pueden participar activamente en la solución de los temas que afectan a la comunidad política y menos en sus niveles de decisión.
Un conjunto de restricciones y exclusiones tiene que ver con las diversidades y especificidades de las personas, especialmente aquellas que acarrean desigualdades. Algunas teóricas de la ciudadanía nos hablan de sectores especialmente debilitados para ejercer activamente su condición ciudadana; por ejemplo, las negras, las indígenas, las madres solteras.
Los intentos de los sectores más conservadores de igualar la participación ciudadana ―o la ciudadanía activa― con éxito empresarial, con el consumo y con la participación voluntaria de los que tienen tiempo y dinero en exceso, como sostiene Kymlicka, es riesgosa.17 Sin desconocer la importancia de la dimensión del consumo en la formación y en el ejercicio ciudadano ―reclamo de derechos a un buen servicio, a buena información, a buen producto, etc.―, especialmente en el caso de las mujeres la incorporación de los ciudadanos a través del consumo y de los bienes pone una seria limitación al desarrollo real e ideológico de la ciudadanía social.
“Para las mujeres, ampliar y complejizar sus derechos ciudadanos va en muchos casos de la mano con asumir responsabilidad frente a ellos, aumentando así sus espacios de autonomía.”
En torno a ello tenemos un interesante acercamiento de Fraser y Gordon.18 Ellas consideran que ideológicamente se ha impuesto un modelo dicotómico en las relaciones humanas, marcado por la oposición contrato versus caridad. En su recuento histórico, ellas asumen que los derechos civiles en vez de producir igualdad produjeron desigualdad, en la medida en que implicaron básicamente derechos de propiedad, de compraventa, etc.
Las relaciones se articularon en lo público alrededor del contrato. En la esfera doméstica, privada, de las familias, en donde “los recursos más abundantes parecían ser los de los sentimientos, [y] quedaban totalmente fuera del circuito de intercambio”,19 la protección de la comunidad frente a los sectores más desposeídos y no ciudadanos se debilitó. Los desposeídos fueron ayudados por la caridad y aparecieron recibiendo no derechos, sino un
donativo puro, unilateral, al que el receptor no tiene ningún derecho y al que el donante no está obligado. Los pobres aparecen como ciudadanos pasivos que no exigen sino que reciben por buena voluntad; acercándose así peligrosamente a cambiar los “derechos por caridades”.20
Dimensiones de la ciudadanía
Este acercamiento nos coloca de lleno en la relación/tensión entre ciudadanía y pobreza. Es decir, si la desigualdad no aparecía necesariamente contradictoria con los derechos ciudadanos, esta relación se vuelve determinante cuando esta desigualdad se expresa en pobreza y más aún, en pobreza extrema, y se agrava al combinarse y superponerse a todas las otras dimensiones e identidades étnicas, raciales, de género, de edad, de zona de residencia, de acceso a servicios, etc. que también generan exclusiones y aumentan el espectro de la pobreza en nuestras sociedades.
Un interesante aporte de algunas teóricas feministas de la ciudadanía es considerar la intersección de género, clase, raza, etnicidad, nacionalidad y preferencia sexual como dimensiones que perfilan los contenidos ciudadanos de las mujeres ―y de los hombres también― y que en el desarrollo del horizonte ciudadano cualquiera de estos énfasis, en cualquiera de estas múltiples identidades y en muchos casos de múltiples exclusiones, es importante.
Como dice Mouffe, el surgimiento de una dimensión de igualdad desde donde afirmar la ciudadanía como un derecho puede darse, no solo desde la dimensión de género, sino desde otras muchas dimensiones de la ciudadanía femenina, desde aquellas que sean especialmente sensibles y flexibles en un momento determinado.21
Los asuntos de exclusión-inclusión también se expresan en las formas como las mujeres se incluiyen en lo público. Analizando cómo se autoriza a las mujeres a detentar o ejercer el poder en el espacio legítimo de la política, Valcárcel señala tres rasgos de esta inclusión: sin la completa investidura ―sus decisiones son además refutables―; con la exigencia de los tres votos clásicos: pobreza, castidad y obediencia y, finalmente, llevando las dos virtudes clásicas del sexo femenino: fidelidad y abnegación.22
La perspectiva democrática de la ciudadanía
Es importante también reconocer que las ciudadanías se desarrollan en forma diferente de acuerdo al régimen político imperante. La experiencia nos ha mostrado que, si bien la democracia es el terreno por excelencia para construir y alcanzar ciudadanías plenas, no hay una relación directa entre democracia y ciudadanía.
Como ya se señaló, el desarrollo y la expansión de los derechos ciudadanos pueden darse por decisión de las élites dominantes ―desde arriba― o por presión ―desde abajo― o en combinación.23 Es decir, puede haber estrategias de construcción ciudadana que asuman una perspectiva de liberalización sin democracia o de liberalización democrática. La perspectiva democrática de la ciudadanía aparece más como un imaginario a alcanzar, con estrategias claras, en alianzas concretas, coyunturales o de más largo aliento y con todas las demás expresiones democráticas de la sociedad civil.
“Las ciudadanías que las mujeres y otros sectores excluidos detentan son ciudadanías restringidas, su lucha se orienta hacia una ciudadanía plena.”
Finalmente y con relación a los asuntos de exclusión-inclusión, se asume que las ciudadanías que las mujeres y otros sectores excluidos detentan son ciudadanías restringidas y que su lucha se orienta hacia una ciudadanía plena. Es importante recordar, sin embargo, que esta aspiración a ciudadanías plenas está en referencia a la plenitud existente en un momento histórico determinado. Es decir, a todos los derechos ciudadanos que gozan los más privilegiados de la sociedad y a todas las garantías para los derechos que los sectores con ciudadanías restringidas van conquistando, descubriendo, incorporando y ejercitando en su lucha por ampliar sus ciudadanías realmente existentes. Y en este sentido las ciudadanías siempre van a ser restringidas, porque casi nunca las garantías anteceden a los derechos descubiertos y exigidos.
Es importante también alertar sobre el riesgo que representa una ciudadanía total.24 El ciudadano total es aquel propio de la democracia directa, imposible de ejercer en sociedades industriales modernas e indeseable desde el punto de vista ético, pues significaría la politización integral de las personas, la eliminación de la esfera privada, la política total. La ciudadanía total y el Estado total, dice Bobbio, son dos caras de la misma moneda.
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1 Este escrito es selectivo, no intenta abarcar todas las dimensiones y complejidades de las concepciones y las prácticas de ciudadanía, sino poner algunos ejes básicos al debate, aquellos que desde la perspectiva feminista son significativos para orientar una discusión y reflexión sobre la forma de desarrollo y las contradicciones en el despliegue de las ciudadanías femeninas en la región. No es posible un documento exhaustivo por la complejidad del tema y por la limitación de mi reflexión, pero sí es posible ofrecer elementos para una argumentación básica y para orientar la profundización futura, desde las propias reflexiones y desde sus experiencias de construcción ciudadana.
2 Fernando Calderón y Mario Dos Santos, “Lo político y lo social: bifurcación o síntesis en la crisis”, en: Calderón (compl.), Socialismo, autoritarismo y democracia, IEP-Clacso, Lima, 1989.
3 Históricamente los intentos iniciales de lograr la ciudadanía envolvieron la lucha por la autonomía de los individuos, tanto de su lugar de origen, como de ocupaciones prescritas. Posteriormente involucró los derechos individuales a la libertad de expresión, creencias e información, así como libertad de asociación. Más adelante envolvió también la libertad de las mujeres con relación al matrimonio y a la propiedad, dándoles espacio para que asumieran decisiones independientes y no “atadas” a las que emanan del marido, la iglesia, los partidos, etc.
Siguiendo a David Held (“Democracy: From City-States to a Cosmopolitan Order?”, en: David Held (ed.): Prospects for Democracy. North, South, East, West; Stanford University Press, 1993, pp. 13-52), solo cuando los derechos políticos, obligaciones y deberes no estuvieron atados a la tradición religiosa o al derecho de propiedad, la idea de un orden político impersonal y soberano ―legalmente limitado― pudo predominar. Igualmente cuando las personas no se pensaron más como meros sujetos obedientes a Dios, emperador o monarca se pudo comenzar a desarrollar la noción de ellos como individuos, personas o pueblos capaces de ser ciudadanos activos de un nuevo orden político; es decir, mientras más libre quede nuestra vida de ataduras prescritas, de destinos y roles fijos, más tenemos que hacernos cargo de ella y asumir activamente decisiones sobre nuestras circunstancias.
4 La relación entre modernidad y tradicionalismo es histórica y constitutiva del proceso de modernización. Anthony Giddens (“The Politics & Politic in the Global Village”, en: New Times, 30 de septiembre de 1995, Londres, 1995) afirma que si bien la industrialización destruyó mucho del mundo pre-moderno, la tradición persistió re-tradicionalizando la familia, las relaciones de género y varios aspectos de la vida personal. Ello explica, en parte, la feroz resistencia que actualmente estos cambios producen en sectores conservadores y fundamentalistas.
5 Ídem.
6 Boaventura de Sousa Santos: Toward a new Common Sense: Law, Science and Politics in the Paradigmatic Transition, Routledge, New York, 1995, p. 265.
7 Esta sección se sustenta en una conversación con Sinesio López, quien ha trabajado el tema extensamente para un libro de próxima aparición sobre la ciudadanía en el Perú.
8 Sinesio López: Ciudadanos reales e imaginarios, Instituto Diálogo y Propuesta, Lima, 1998.
9 Fernando Calderón y Mario Dos Santos: Ob. cit.
10 T.H. Marshall: Class, Citizenship and Social Development, Westport, Greenwood Press, 1973.
11 No porque no exista pobreza extrema, y cada vez más extendida en todo los países de la región, como uno de los efectos más dramáticos de las políticas neoliberales de ajuste estructural aplicadas con escasa preocupación por sus efectos sociales, sino porque la extrema pobreza es paralizante y neutralizante de todos los elementos dinámicos que conducen a la búsqueda de algunas soluciones parciales.
12 Anthony Giddens: Ob. cit.
13 Hay barreras objetivas evidentes para las mujeres, como el trabajo doméstico, el trabajo familiar no remunerado etc., así como las diferentes formas de discriminación de la sociedad con relación al género, etnia o a los derechos reproductivos y sexuales que no necesariamente están en la ley, salvo las opciones sexuales no consideradas aun como derecho a la libre opción sexual y penadas legalmente en algunos países como ofensa a las buenas costumbres; y el aborto, que está penalizado en la gran mayoría de países de la región.
14 Ello se relaciona con la mayor o menor construcción de espacios públicos en cada una de estas incursiones ciudadanas, desde arriba o desde abajo, con amplia construcción de espacios públicos, y desde arriba o desde abajo, con poco espacio público, según la tipología de Bryan Turner (ed.) en: Citizen and Social Theory, Sage Publications, Thousand Oaks, Londres - Nueva Delhi, 1993.
15 Susan Okin, citada en Will Kymlicka y Norman Wayne: “El regreso del ciudadano: un examen del trabajo reciente sobre la teoría de la ciudadanía”, Ethics, no. 104, enero, 1994.
16 Sin embargo, como el mismo Kymlicka argumenta, necesitamos una mayor y más sutil comprensión y práctica de la ciudadanía, que vaya más allá del propio interés personal para abrirse al interés colectivo, de la comunidad, de los demás ciudadanos y ciudadanas; ligándola además con determinadas virtudes cívicas, como un sentido de justicia y de responsabilidad hacia el propio yo y hacia el resto de la sociedad.
17 Aquí es importante precisar que si bien la ciudadanía social en la región ha sido un motor fundamental de desarrollo ciudadano, a diferencia de Europa donde se dio desde la dimensión civil, la perspectiva neoliberal de la ciudadanía social y de los aspectos económicos de la ciudadanía civil es altamente problemática.
18 Nancy Fraser y Linda Gordon: “Contrato versus caridad: Una reconsideración de la relación entre ciudadanía civil y ciudadanía social”, Isegora, Revista de Filosofía, Moral y Política, no. 6, noviembre de 1992, Madrid, 1992.
19 Ídem, p. 10.
20 Ídem. En el siglo XX Marshall asumió que las incongruencias de la ciudadanía civil podían superarse mediante el reconocimiento de la dimensión social de la ciudadanía, la que debería ofrecer un mínimo social básico que permitiera que todos tengan acceso igual al necesario bienestar económico, así las brechas entre igualdad política y desigualdad económica y social se acortarían. Sin embargo, dentro de los esquemas liberales y neoliberales los derechos sociales se sacan de la esfera pública. Entre los más desposeídos económicamente los derechos son asumidos no como derechos sociales, sino nuevamente como caridad, en la medida en que su consecución no es vista como derecho, sino como producto de la buena voluntad de los gobernantes o de las organizaciones internacionales.
21 Chantal Mouffe: “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”, en: Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.): Las ciudadanas y los políticos, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma de Madrid, 1996.
22 Amelia Valcárcel: "Las mujeres dentro de la vida política", en: Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.): Ob. cit.
23 Michael Mann ha desarrollado un esquema comparativo con cinco estrategias de construcción ciudadana: liberal, reformista, monárquica autoritaria, fascista y socialista autoritaria (Cf. Sinesio López: Ob. cit.). En América Latina quizá faltaría añadir la estrategia militar autoritaria. Así, Odría, presidente del Perú luego de un golpe de Estado, dio el voto a las mujeres en 1955, como una forma de asegurarse, sin éxito, la votación de las mujeres en la elección de 1956 o la estrategia militar autoritaria reformista o “dictablanda”, como fue caracterizado el gobierno de facto del general de división Juan Velazco Alvarado, quien con una estrategia de democratización social desde arriba impulsó la más profunda reforma agraria que se haya dado en el país.
24 Norberto Bobbio: El futuro de la democracia, FCE, México, 1992.
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