Reseña | Audre Lorde y su compromiso con el lenguaje
Audre Lorde reivindica en "Los diarios del cáncer" el poder femenino, el poder que posee la mujer a través de su supervivencia.
Nuestro trabajo es ahora
más importante
que nuestro silencio.
Audre Lorde
Habría pasado mis dedos
por donde antes estaban tus pechos
pero nunca hicimos cosas así.
Adrienne Rich
Durante mis años de universidad, puedo decir que ninguna otra obra literaria caló en mí de la manera en la que lo hizo Los diarios del cáncer, de la neoyorquina Audre Lorde. Un nudo apareció en mi garganta justo cuando se acercaba la hora de realizar el comentario de lectura para la clase. De repente, mi cuerpo se volvió gelatina y los nervios hicieron que mis palabras sonaran débiles y temblorosas.
Ni el día en que expuse mi tesis de licenciatura me sentí tan vulnerable por tratar un tema académico. Era como si al hablar de Audre estuviera exponiendo lo más íntimo de mí misma, como si ella y yo fuéramos una, como si cada mañana al despertar pudiera comprobar frente al espejo la cicatriz de una mastectomía.
Diría que es este precisamente el objetivo de Los diarios del cáncer: permitirnos a nosotras, las mujeres, el reconocimiento en la otra, afianzar los lazos que nos unen, de modo tal que podamos descubrir cómo nuestras historias se mantienen conectadas cual ramas de un árbol que nacen del mismo tronco.
“Saberse sobreviviente es creer en el poder de la palabra dicha y hacer uso de ella en nombre de todo aquel que se mantiene en silencio.”
Más que ser un relato de vivencias, este libro trasciende los límites entre los que lo sitúa su título, y se convierte en un análisis psicológico y bien mesurado de la mujer sobreviviente, a través de la reconstrucción de su propia experiencia. Así consigue abordar con total lucidez no solo las fuerzas que se oponen a la liberación del cuerpo femenino, sino también las que se hallan en enfrentamiento dentro de la propia subjetividad femenina.
Nuestra voz
Para la conformación de Los diarios del cáncer, Audre Lorde realiza una selección de las anotaciones de su diario que se enlazan con el cáncer de mama y con la forma en la que ha gestionado esta enfermedad a través de los años. Sin embargo, es el análisis de dichos fragmentos lo que determina que sea una obra no muy alejada de las formas ensayísticas, que, aun estando impregnada de un lirismo innegable, mantiene cierta voluntad de promover un estudio social a disposición de las mujeres. Desde la introducción está presentada una minuciosa declaración de principios y objetivos por parte de Lorde, quien ha determinado que su dolor no se reducirá a otro silencio.
En esta instancia, no puedo dejar de mencionar el vínculo entre las palabras de la neoyorquina y la poesía de su contemporánea Adrienne Rich, autora de los siguientes versos: “Escribo esto no para ti/ que luchas por escribir tus propias/ palabras remontando las caídas/ sino para otra mujer muda”.1
El primer capítulo de Los diarios del cáncer, que es tomado de un discurso pronunciado por Audre en 1977, tiene como conflicto principal la manera en la que atenta el miedo contra nuestra voz. Audre Lorde comparte aquí su experiencia con la primera biopsia, que, a pesar de haber dado negativo, le provocó tres semanas de auténtico desequilibrio en espera del resultado. Este proceso, en su conjunto, es considerado por la autora como el gran detonante, el inicio de lo que pronto sería un intenso e inacabable proceso de autorrevelación, causado por la posibilidad de una muerte temprana y por la agonía de la cuenta regresiva. Una vez se es consciente de la fragilidad de la vida, la existencia adquiere un nuevo significado y lo esencial se revela de forma clara ante los ojos.
Según Lorde, saberse sobreviviente es encontrarse en deuda con el lenguaje, es decir, creer en el poder de la palabra dicha y hacer uso de ella en nombre de todo aquel que se mantiene en silencio. Es este compromiso el que la hace pronunciarse: “Estoy aquí parada como poeta negra lesbiana, y el significado de todo eso tiene que ver con el hecho de que todavía estoy viva, y podría no estarlo”.2
Aprender del dolor
El segundo capítulo del libro presenta un mayor dinamismo narrativo, empleado para hacer un seguimiento de los hechos relacionados con la segunda biopsia, mediante la cual se confirma la presencia del cáncer, y con la mastectomía radical que llega después. Lorde decide regresar al pasado para saciar una necesidad: “Quiero escribir sobre el dolor”, expresa el 10 de octubre de 1978. Y otra vez me remonto a unos versos de Adrienne Rich para renovar esta idea: “si pudiéramos aprender a aprender del dolor/ incluso cuando nos aprisiona”.3
Para la neoyorquina, el miedo vivido con la primera sospecha de cáncer en 1977 fue el preludio necesario que le permitió la supervivencia emocional en 1978. Pues, al obligarla a reconsiderar el sentido de sus acciones, la preparó de antemano para su nuevo enfrentamiento con la muerte. En cierta medida, había aprendido a anteponerse al miedo, a convivir con él sin que este consiguiera llegar a inmovilizarla. Quizá por esto el día en que debió decidir entre su pecho y su vida lo tuvo tan claro, y la acción no tardó en reemplazar el silencio:
La ira que sentí por mi pecho derecho el año pasado se ha desvanecido, y estoy contenta porque he tenido este año extra. Mis pechos siempre han sido tan preciados para mí desde que acepté tenerlos que habría sido una pena no haber disfrutado el último año de uno de ellos. Y creo que estoy preparada para perderlo ahora, no como en noviembre pasado, porque ahora realmente lo veo como una opción entre mi pecho y mi vida, y desde esa perspectiva no existe ninguna duda.4
De igual modo, la elección, aunque acertada y tomada sin titubeos por la neoyorquina, la introduce en un estado de total abatimiento, en el que el dolor físico es incluso peor que el dolor emocional. Es entonces, en medio de tal pesadumbre, que Lorde reconoce la relevancia de las mujeres en su recuperación. La sororidad figura como el núcleo de resistencia, como el cariño curativo que acompaña a la escritora en sus momentos más amargos.
Conectar otra vez con el cuerpo
Audre desea escribir sobre el dolor en medio de la catástrofe; sin embargo, ante el fracaso ella misma llega a reconocer: “De alguna manera debo airear esta pena, rodear este dolor de calor y luz para darle alguna proporción”.5 No es hasta pasados algunos meses que consigue saldar esa deuda. Se detiene, ya con más claridad, a reconstruir su pasado reciente. Y a través de este ejercicio y del uso del psicoanálisis, regresa a la persona que fue y examina sus reacciones.
Esta autora reivindica el poder femenino, el poder que posee la mujer a través de su supervivencia y al elegir la vida por encima de cualquier pérdida física. Además, confirma la posibilidad de amar y conectar otra vez con su cuerpo, sin que cuestiones estéticas influyan en su visión de sí misma.
“Una vez controlados el miedo, la furia y el dolor, Audre Lorde compone las palabras y elabora este discurso de superación.”
Lorde, en la última parte de Los diarios del cáncer, se refiere a un aspecto no menos importante que el resto: la prótesis. A partir del instante en que asume su postura ante este vago intento de recuperar la normalidad, evalúa el comportamiento de otras pacientes y de las propias enfermeras del hospital al imponer el uso de dicho aparato. Aprovecha aquí para arremeter contra Reach for Recovery, organización internacional destinada a brindar apoyo emocional a las víctimas del cáncer de mama. Y contra todo el mercado que se desarrolla alrededor de esta enfermedad y se enriquece a costa del sostenimiento de prejuicios, estereotipos y conductas machistas.
Una lengua común
Ante la amenaza común, la neoyorquina hace un llamado al apoyo entre las mujeres, a través de la potenciación de todo aquello que nos une y nos representa. Los diarios del cáncer dejan de pertenecerle únicamente a su autora, para convertirse en el testimonio de otras tantas mujeres que comparten su experiencia. Una vez controlados el miedo, la furia y el dolor, Audre Lorde compone las palabras y elabora este discurso de superación. El objetivo es alcanzar, en palabras de Adrienne Rich, “el sueño de una lengua común”.
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1 Adrienne Rich: El sueño de una lengua común, Colonia del Carmen: Editorial Sexto Piso, 2019, p. 36.
2 Audre Lorde: Los diarios del cáncer, Rosario: Hipólita Ediciones, 2007, p. 12.
3 Adrienne Rich: ob. cit., p. 26.
4 Audre Lorde: ob. cit., p. 26.
5 Ídem., p. 43.
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Excelentes, tanto la reseña misma como la autora reseñada.