Violencia y arte en Tierra de sombras, una novela de Elizabeth Kostova

| Escrituras | 19/10/2018

A la escritora estadounidense Elizabeth Kostova le tomó ocho años escribir la novela Tierra de sombras, pero, a cualquiera que inicie su lectura,   no le tomará más de tres días terminarla, así de intrigante es la historia contenida en sus casi 500 páginas y desarrollada, mayormente, en Bulgaria. “Sofía, año 2008. Mes de mayo, un tiempo primaveral intachable y la diosa del Capitalismo sentada sobre su trono chabacano y raído”, así inicia el libro, enseguida se nos presenta Alexandra Boyd, una joven escritora de Carolina del Norte que decide establecerse en Bulgaria para aliviar el dolor que siente por la pérdida de su hermano mayor. Con una maestría narrativa que encanta, utilizando capítulos cortos que condensan o dilatan el suspense a placer, la autora logra que se toquen dos mundos dispares: el de la joven Alexandra y el de Stoyan Lazarov, un músico que entre 1949 y 1953 es recluido en uno de los campos de trabajos forzados de la Bulgaria comunista.

Apenas Alexandra pone los pies en Sofía, empiezan los problemas: accidentalmente se queda con una bolsa que contiene las cenizas de Stoyan Lazarov. En su afán por encontrar a los familiares del señor Lazarov, y ayudada por Bobby, un taxista muy singular (exdetective, poeta, activista a favor de la ecología…) Alexandra recorre varios pueblos de Bulgaria. En su recorrido logra conocer parte importante de la historia de ese país, pues, al hallar a amigos y parientes de Lazarov, se descubren las circunstancias políticas bajo las cuales el violinista fue apresado. Circunstancias difíciles e ilógicas, no lo suficientemente dispares a las que en 2008 hacen que la familia del músico se vea amenazada por algunos hombres poderosos que no desean que las memorias que narran lo vivido en el campo de trabajos forzados se den a conocer a la opinión pública. Imposible contar más.
Es muy grato encontrarse con una novela que conquista y que nos muestra un grupo heterogéneo de personajes con historias bien disímiles, pero que de manera perfecta confluyen mostrando una Bulgaria para algunos insospechada. Empleando el narrador omnisciente junto a la primera persona, y aunque aborda un tema que está lejos de ser tendencia en la literatura, la novela se muestra convincente todo el tiempo. Bulgaria aparece a través de los ojos de una joven americana que se admira ante la belleza del país y que, en su vínculo con los búlgaros que va conociendo nos ofrece un fresco de varios modos de pensar y también de varias generaciones.

Los capítulos más conmovedores son los que contienen la narración de Stoyan Lazarov, sus días de trabajo esclavo en una cantera viendo morir a otros presos y temiendo morir él mismo. La autora logra describir y contar las vivencias de este personaje sin ápice de sentimentalismo, sin embargo, la más dura realidad se despliega en cada una de sus palabras. Aunque, por más que lo dañen algo hermoso y esperanzador surge desde la individualidad de este músico. Desde que es apresado,  Stoyan Lazarov despliega un interesante recurso para sobrevivir:

Comprendí de golpe que debía preservar mi mente, pasara lo que pasase. Creo ahora que el hecho de que lo comprendiera aquel primer día se debió no sólo a una suerte inmensa, sino a mi costumbre de vivir en íntimo contacto con mi mente, a solas con ella mientras ensayaba [...]. Creo también que muy pocos de los hombres que me rodeaban se dieron cuenta tempranamente de que debían, ante todo, preservar sus mentes y no sus cuerpos, que de todos modos sería imposible proteger.

Así logra conservar la cordura a pesar del hambre, el frío, los castigos, la enfermedad y la muerte de varios de sus compañeros de infortunio. El músico se impone un régimen de ensayo mental de partituras, planifica soñar despierto para vivir la vida que le han robado, imagina su cotidianidad en su casa, junto a su esposa Vera… a pesar de la vigilancia, entabla una amistad con otro preso; trata de preservar su humanidad y lo consigue.

Por su parte la autora, al combinar diversos ambientes y voces, expone el ritmo de la vida contemporánea, junto al sosiego o el tedio opresor de épocas pasadas, según sea el caso. Aquí se encuentra la rapidez del thriller que tiene lugar en 2008 junto a la crudeza de las acciones que ocurren en el campo de trabajos forzados a mediados del siglo XX, y dentro de esto, los sueños gratamente serenos del músico. Es particularmente hermoso el fragmento en el que Lazarov imagina a su esposa a punto de dar a luz:

Como no soportaba la idea de que Vera sufriera, el suyo fue un parto milagrosamente fácil. Resolví que ocurriría por la tarde, de repente, cuando Vera estuviera redonda y madura como un melocotón. Esa mañana, antes de irme a ensayar, me dijo que le dolían los riñones más de lo normal y, al darle un masaje, la redondez animal de su cuerpo me pareció tan hermosa y delicada como la curvatura de un violonchelo. Noté el calor de su piel en las manos y ella me dijo que se encontraba mejor, que su madre iba a venir a verla y que pensaban preparar más dulces por si acaso el bebé se presentaba antes de lo previsto.

Lirismo y suspense; violencia y arte… Elizabeth Kostova sabe cuándo corresponde emplearlos. Claro que, estamos ante una autora que, aunque conozca lo que es el éxito de las superventas, no es una fabricante de argumentos, pues se prepara muy bien para escribir sus libros. Así lo ha demostrado en sus anteriores entregas: La Historiadora y El rapto del Cisne. En cuanto a Tierra de sombras, saber que Elizabeth Kostova conoce muy bien Bulgaria es una incitación añadida para leer. Ella visitó por primera vez ese país en 1989, y desde entonces ha regresado una y otra vez. Además, es cofundadora de la Elizabeth Kostova Foundation, institución que promueve la traducción y publicación de autores búlgaros en los países de habla inglesa. En una nota al final del libro la autora habla sobre sus vínculos personales con ese país balcánico y comparte su motivación para iniciar esta novela. Confiesa que llevaba tiempo deseando escribir una novela que se desarrollara solo en Bulgaria y que al visitar las ruinas de un antiguo campo de trabajos forzados dio con lo que sería el núcleo de ese proyecto:

Los antiguos campos se hallan ahora, en su mayoría, perdidos en remotas zonas rurales, y a sus víctimas se les niega abrumadoramente el reconocimiento histórico que merecen. Mientras contemplaba las ruinas desoladoras de barracones y garitas, me pregunté de dónde sacaban fuerzas los presos para sobrevivir en lugares como aquél y cómo podía yo contribuir, humildemente, a promover el pujante movimiento social que aboga por reexaminar la historia reciente de mi querido país de adopción. Estando allí comprendí que tanto mis personajes como yo tendríamos que lidiar con ese pasado.

Sin dudas estamos ante una autora muy interesante y muy inteligente. Capaz de humanizar la historia y convertirla en literatura. Hubiera sido fácil caer en estereotipos y desarrollar un argumento predecible, pero en Tierra de sombras, hasta los personajes negativos tienen una biografía cruzada por los hechos históricos que los superan. Precisamente, sobre la historia Elizabeth Kostova ha opinado “es una de las materias más importantes que se pueden estudiar. No solo hago un trabajo periodístico y documental de lo que quiero tratar en mis novelas, estudio en profundidad la idiosincrasia de un país porque quiero conocer la vida interior de los personajes. Todos somos parte de la historia y no podemos entender la vida sin entender la historia. Somos el producto de la historia”.1

Exactamente, por eso entender las circunstancias pasadas ayuda a entender el tiempo presente, y leer libros como este aporta, en primer lugar, el placer de hacerlo y junto con esto la conciencia de que no somos islas, sino individuos protagonistas de nuestras vidas, y si lo queremos, de nuestro tiempo, el cual a su vez está relacionado con tiempos pasados que han influido en lo que hoy somos. El hecho de interesarse por conocer más allá de nuestras prisas cotidianas, ya nos confiere una libertad nada desdeñable, y en eso de ofrecer conocimientos la literatura es especialmente bondadosa.


  1. Javier Velasco Oliaga, «Elizabeth Kostova: “Somos el producto de la historia”», en https://www.todoliteratura.es/articulo/entrevistas/somos-producto-historia/20171111133351045123.html

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