¿Quiénes son Nadia Murad y Dennis Mukwege?
«Mucha gente pequeña, que, en muchos lugares pequeños, hace muchas cosas pequeñas, pueden cambiar la cara del mundo». (Escrito sobre el muro de Berlín)
Y sí que pueden, y no solo la cara, sino también la visión que otras personas tienen sobre el mundo y sobre sí. Ayudan a que los demás dejen el adormecimiento, la conformidad, el victimismo… pues ellos ya rechazan esos lastres y trabajan para demostrarle a los otros cuánto potencial poseen para recuperarse y continuar. La activista yazidí Nadia Murad y el ginecólogo congoleño Denis Mukwege, hoy por hoy, son dos de las personas más célebres que comenzaron haciendo «cosas pequeñas», que, a la larga, han terminado siendo colosales, al punto de que ambos han sido galardonados con el Premio Nobel de la Paz 2018.
Nadia. Su espíritu fuerte
Nadia Murad pasó tres meses como esclava sexual. Antes de eso siempre vivió en una aldea llamada Kojo, en la región de Sinjar, al noroeste de Irak. A sus diecinueve años llevaba una vida tranquila de joven campesina, terminaba sus años de instituto y ayudaba a su numerosa familia en las tareas cotidianas. En agosto de 2014 el autoproclamado Estado Islámico entró en su aldea y asesinó a todos los hombres. Con las mujeres no fue igual, asesinaron a las que tenían más de cuarentaicinco años. En esa masacre murieron seis de los hermanos de Nadia, y también su madre. A los niños los llevaron consigo con el objetivo de reclutarlos. A las niñas y mujeres jóvenes, también las dejaron vivas, pero, con el objetivo de convertirlas en esclavas sexuales. Una vez más, la violación sería usada como arma de guerra.
Nadia Murad fue una de esas jóvenes, que, tratada como un objeto, fue vendida, violada y golpeada de manera repetida y brutal: «En ocasiones, podían vendernos luego de tenernos una hora o quizás, un día», ha declarado. Los integrantes del Daesh, en Mosul, eran sus compradores. Las familias aceptaban lo que hacían sus hombres, pues, estos extremistas consideran a los yazidíes «infieles que merecen ser castigados».
Los días de las mujeres y las niñas esclavizadas pasaban entre ser vendidas, intercambiadas y violadas. Todo lugar al que Nadia era trasladada estaba ocupado por miembros del Daesh. «Mucha gente muere solo una vez. Pero nosotras moríamos cada hora» expresó Nadia en una entrevista para el espacio Hard Talk, de la BBC.
En una ocasión, Nadia procuró huir, pero fue descubierta. «Bajo sus reglas una mujer presa se convierte en un botín de guerra si es capturada tratando de escapar», ha dicho Nadia. El castigo consistió en ser violada por seis hombres a la vez. Muchas prisioneras se suicidaron después de ser sometidas a ese castigo.
Nadia Murad es de apariencia tímida y cuando habla lo hace sin énfasis añadidos a sus palabras. No dramatiza, se mantiene serena, pero muy decidida a denunciar el genocidio cometido por el Daesh. Ella ha concedido un sinnúmero de entrevistas a importantes medios de comunicación, hablando con total sinceridad sobre lo sucedido, y, aunque ha manifestado que hacerlo no le resulta fácil, también ha dicho que luego de que decenas de gente la vieran desnuda, comparecer en los medios no es lo peor.
Luego de la terrible experiencia de ser violada en grupo Nadia no pensó más en intentar huir, pero, mientras estuvo como esclava de un hombre que vivía solo, se hizo de una oportunidad. Su «dueño» de entonces decidió venderla y para eso salió a comprarle ropas. Aprovechando su ausencia Nadia le pidió ayuda a una familia musulmana no vinculada al Daesh. Ellos le dieron un abaya negro y una identificación islámica. A escondidas, y jugándose la vida, la sacaron de Mosul.
Después, pasó un tiempo en un campo de refugiados en el norte de Irak, hasta que llegó a Alemania: políticas de la canciller Angela Merkel favorecieron que miles de demandantes de asilo se instalaran en ese país. Entonces, comenzó su activismo. Nadia ha viajado a varios países y ha contado lo que vivió y lo que presenció. La primera vez que relató su experiencia frente a una audiencia numerosa fue en Suiza, en una conferencia de la ONU sobre problemas de minorías étnicas. Desde entonces, y con la ayuda directa de Amal Clooney, abogada británica reconocida por su defensa de los derechos humanos, no ha dejado de exponer la necesidad de que el autoproclamado Estado Islámico sea juzgado por la justicia internacional.
Cada vez que Nadia habla sobre el pasado no lo hace solo de sí misma, sino de todas las víctimas del Daesh, los niños, las mujeres esclavizadas, las personas masacradas y arrojadas a fosas comunes, los desparecidos... fueron cientos de miles las víctimas yazidíes. Nadia considera a todas esas personas como sus hermanos, y con sus denuncias llama la atención del mundo sobre los crímenes de ese grupo radical que de manera tan aberrada ha desvirtuado los valores del islam.
Entre los discursos de la joven yazidí uno de los más impresionantes fue el ofrecido ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Solo cuatro minutos y medio le bastaron para dar a conocer la tragedia de su pueblo y la necesidad de llevar a cabo acciones contra el terrorismo islámico. En su intervención Nadia aseguró que en la actualidad estamos en una Tercera Guerra Mundial, pero sin denominarla de ese modo. Sus palabras fueron directas, diciéndole a los allí presentes: «Como líderes que son, ustedes deben saber que cualquier cosa que hagan impactará, positiva o negativamente, en la vida de la gente sencilla. Ustedes deciden si habrá guerra o paz. Ustedes deciden si habrá esperanza o sufrimiento». Ciertamente así es, por su parte entre callar o denunciar, Nadia decidió lo segundo.
Es sabido que las víctimas de violación suelen evitar hablar de ese tema. Las secuelas psicológicas generadas por actos así son de pausada y difícil superación. Esta joven yazidí hubiera podido mantenerse tranquilamente residiendo en Alemania, recuperándose y adaptándose a su nueva realidad. Sin embargo, y como es obvio arriesgándose a una venganza terrorista, no se ha cansado de dar su testimonio para convencer al mundo de la necesidad de justicia. Sus palabras poseen un inestimable valor. Las noticias suelen aparecer y morir con rapidez, a veces son sesgadas o ya vienen interpretadas como si los ciudadanos no fuéramos capaces de hacernos nuestros propios juicios. Conocer las vivencias de personas como Nadia revela todo lo que no dicen los titulares; quizás por eso, además de todo su activismo ella ha publicado un libro autobiográfico, su título es Yo seré la última. No hay posibilidad de comunicación que esta joven no utilice para que se conozca toda la verdad.
Dos meses atrás se informó que el Premio Nobel de la Paz 2018 será entregado a Nadia Murad y a Dennis Mukwege, «por sus esfuerzos para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra y de conflicto armado». Cuando, este diez de diciembre, ambos reciban el premio de manera oficial, por lo acertada de la decisión también se estará honrando a esa gran parte de la humanidad que cree en la justicia y en la vida civilizada, y que, sobre todo, trabaja para que las mujeres sean tratadas con dignidad, no solo en tiempo de guerra, sino todo el tiempo, en todos los lugares, por muy pequeños que estos sean.
Dennis. Un aliado extraordinario
En ocasiones me ha sucedido que, al declarar mi feminismo, algunos me han preguntado si las feministas deseamos guerrear contra los hombres. Por supuesto que no —respondo—, el hombre es un aliado.
Desde mi punto de vista, no interesa si el hombre se declara o no feminista: los hechos hablan más. Algunos son aliados potenciales, mientras que otros trabajan con todas sus fuerzas en favor de la mujer, lo cual implica obrar en beneficio de toda la humanidad, pues una mujer que reciba un trato digno, podrá aportar lo mejor de sí a su familia y a su país. Por su tenaz labor dedicada a atender mujeres víctimas de abusos sexuales en la República Democrática del Congo, el doctor Denis Mukwege es un aliado extraordinario.
Mukwege descubrió su vocación desde muy temprano. Con solo ocho años de edad, Denis acompañaba a su padre, un pastor, a visitar a los enfermos en Bukavu, una ciudad a las orillas del lago Kivu. En una ocasión, después de rezar por un joven que tenía una enfermedad terminal, Denis le expresó a su padre: «Tú puedes rezar, pero yo les daré medicinas». Y eso hizo, primero, estudió la carrera de Medicina en Burundi, luego, conmovido por la arriesgada situación en que se encontraban las mujeres en el momento del parto, estudió ginecología y obstetricia en la Universidad de Angers, en Francia.
Pero, en 1996 estalló la Primera Guerra en el Congo, a la que le seguiría una Segunda, que, en realidad aún no ha terminado. Los problemas de las mujeres se volvieron mucho más graves: la violación y, más que eso, la tortura genital, comenzaron a utilizarse como armas de guerra.
Cuando inició la Primera Guerra Mukwege era director del hospital de la localidad de Lemera, al este de su país. Ese hospital fue destruido, y los pacientes y trabajadores fueron asesinados. Denis logró escapar y se instaló en Bukavu, donde, poco tiempo después, fundó el Hospital de Panzi (inicialmente hecho con carpas), manteniendo siempre el objetivo de disminuir las muertes maternas.
En Bukavu, su primera paciente no fue una mujer embarazada, sino una víctima de una salvaje agresión sexual: era una mujer que había sido baleada en sus genitales. Denis la asistió, pensando que se trataría de un caso aislado. No obstante, comenzó a recibir más y más pacientes con lesiones graves por causa de violaciones, y el trabajo y la vida de Denis cambiaron para siempre.
Desde su fundación, el Hospital de Panzi ha recibido a más de 40 000 mujeres víctimas de violencia extrema, para atenderlas el doctor Mukwege ha tenido que desarrollar un ritmo frenético de trabajo, llegando a realizar hasta diez cirugías diarias. Incluso, la noticia de que había recibido el Nobel de la Paz le sorprendió mientras operaba. Uno de los más importantes progresos que distingue a Panzi es que, además de la atención médica, a las pacientes se les ayuda con tratamientos psicológicos y con asistencia legal. El doctor Mukwege también apoya a las mujeres para que puedan conseguir independencia económica y una adecuada reinserción social en sus comunidades.
Inconforme con tratar el síntoma del problema, y cansado de que la impunidad se volviera natural, Denis Mukwege adoptó una postura crítica hacia el gobierno de su país por no hacer lo suficiente para impedir el uso de la violencia sexual contra las mujeres como estrategia y arma de guerra. En el año 2012 ofreció un discurso en la ONU denunciando la situación de su país por causa de la guerra constante. Semanas después, el doctor fue atacado en su propia casa y su amigo y guardia de seguridad, Joseph Bizimana, fue asesinado. Luego del atentado Denis se refugió en Bélgica, pero las mujeres de Bukavu reunieron dinero para pagar su viaje de regreso, y él no pudo negarse a volver. A partir de enero de 2013 retomó su trabajo en Panzi.
Aunque, de acuerdo con las leyes de la RDC, los delitos sexuales son sancionados, la opinión general es que tal disposición se incumple. También sucede que las pocas personas cuya culpabilidad es legalmente demostrada, reciben sentencias muy blandas, distanciadas de la magnitud de sus agresiones.
En medio del caos de una guerra que ya dura más de veinte años, se denuncian abusos sexuales por parte de todas las fuerzas que están involucradas en el conflicto, según el diario español El País, estos delitos han sido cometidos por hombres de grupos rebeldes, la policía, el ejército, las fuerzas internacionales de la Misión de las Naciones Unidas en ese país, familiares y también por otros miembros de la comunidad.
Las violaciones provocan un gran daño social, por eso se emplean como una táctica de guerra. La mayoría de las violaciones ocurren en espacios públicos y contra varias mujeres. También se han reportado violaciones a menores. El doctor Mukwege ha explicado que las víctimas quedan deshonradas y sus esposos, avergonzados. Se propagan las infecciones de transmisión sexual; las mujeres huyen de sus pueblos y aldeas llevándose a los niños, y los agresores se apropian de los recursos de las zonas por donde pasan. Las familias se desintegran… todo se desmantela excepto el conflicto armado.
El doctor Mukwege trabaja por un cambio de mentalidad. Ha declarado que la igualdad debe comenzar a existir desde la mente de cada congolés. Es este un gran reto en un país tan complejo, con diversidad étnica, con ricos y sobreexplotados recursos naturales, un gobierno autoritario y unos grupos rebeldes salvajes. Pero también un país de personas sensibles y talentosas, que defienden los derechos humanos y que, perseverantes, trabajan para vivir en una sociedad pacífica, donde la mujer ya no tenga que llevar tanto peso sobre sus hombros.
▶ Vuela con nosotras
Nuestro proyecto, incluyendo el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT), y contenidos como este, son el resultado del esfuerzo de muchas personas. Trabajamos de manera independiente en la búsqueda de la verdad, por la igualdad y la justicia social, por la denuncia y la prevención contra toda forma de violencia de género y otras opresiones. Todos nuestros contenidos son de acceso libre y gratuito en Internet. Necesitamos apoyo para poder continuar. Ayúdanos a mantener el vuelo, colabora con una pequeña donación haciendo clic aquí.
(Para cualquier propuesta, sugerencia u otro tipo de colaboración, escríbenos a: contacto@alastensas.com)
Responder