Violencia simbólica y cosificación de las mujeres, las marcas de un cuerpo

La violencia simbólica tiene graves implicaciones psicológicas y emocionales en las mujeres, incluyendo sentimientos de culpabilidad, vergüenza y una percepción negativa de su propio cuerpo.

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La violencia simbólica y la cosificación de la mujer están ampliamente extendidas, ramificadas, practicadas, aceptadas a nivel mundial, y están presentes lo mismo en los medios de comunicación tradicionales que en las nuevas plataformas. La imagen hipersexualizada de la mujer expuesta como mercancía es utilizada por artistas, publicistas, funcionarios/funcionarias. Del otro lado, la imagen de la mujer, como ama de casa y esposa, entonces, es idealizada por instituciones educativas y religiosas, por la zona más conservadora de la sociedad, y en función de intereses que, del mismo modo, persiguen la sumisión de las mujeres a un “deber ser” y al servicio de una ideología patriarcal.

Violencia simbólica, términos y conceptos

Al revisar varios artículos que hablan sobre violencia de género, violencia simbólica, violencia contra las mujeres y cosificación en los medios de comunicación masiva, se puede constatar que aunque varían los acercamientos a determinados términos y categorías, las investigaciones coinciden en lo fundamental. Los medios de comunicación masiva producen y reproducen los cánones de una sociedad patriarcal que cosifica y violenta a las mujeres también desde lo simbólico.

Remitiéndonos a los orígenes del término “violencia”, podemos decir que el vocablo refiere un “acto caracterizado por la intimidación, el dominio y la fuerza, se enmarca a menudo en una constelación de poder y apunta, efectivamente, a actos que recurren a la fuerza y la intimidación para conseguir algo”.[1]

“La asociación mediática entre belleza y feminidad hace depender el éxito personal y la autoestima de las mujeres del cumplimiento de unos parámetros estéticos rígidos no siempre posibles”.

Entre las distinciones que apunta la bibliografía se encuentran las categorías “violencia de género” y “violencia contra las mujeres”. La socióloga Rita Maria Philipp Radl señala la importancia de distinguir ambas y, concluye que considera de mayor utilidad el concepto “violencia contra las mujeres” porque deja más claro que es una violencia hacia las mujeres y no da pie para la ambigüedad: “(…) no es una violencia de género que parece afectar a mujeres y varones. Estamos refiriéndonos a un tipo de violencia cuyas víctimas son las mujeres por el simple hecho de ser mujeres, de pertenecer al sexo femenino y, por su condición social de género”.[2]

Luego de esclarecer estos términos y lo que ellos suponen, es necesario indagar directamente en lo que se entiende por violencia simbólica, denominación introducida en el año 1970 por Pierre Bourdieu y Claude Passeron para referirse al sistema educativo.[3] Estos investigadores enfatizaron en el hecho de poder que supone cualquier “acto educativo-pedagógico”, sometimiento del “educando” por un lado y, noción de que el “agente educador”, por otra parte, “educa a los sujetos de forma arbitraria de acuerdo con los valores y normas sociales del grupo de poder dominante, excluyendo al mismo tiempo los valores de los demás grupos sociales”.[4]

Este “acto pedagógico arbitrario” será siempre violencia simbólica, pues se trata de la trasmisión de determinada ideología, que como es de suponer, tendrá gran afinidad con el sistema dominante.[5] Aquí ya podemos constatar una característica medular de la violencia simbólica y la peculiaridad que provoca que sea tan difícil de desenmascarar: su invisibilidad. La violencia simbólica seduce, manipula y conquista las mentes de los sujetos.

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Radl, después de recorrer el camino de Bourdieu y Passeron, arriba a su propia definición de violencia simbólica. Alega, entonces, que “esta se ejerce siempre contra las mujeres estando vinculada a una constelación de poder intergénero androcéntrica, sea de modo explícito o implícito”.[6] Y deja claro que esto ocurre bajo el resguardo de las “normas socialmente aceptadas” y que “persigue la reproducción de tales relaciones androcéntricas de poder”.[7]

Lo que más me interesa de las pertinentes aclaraciones de esta investigadora es cómo concluye que la violencia simbólica es fundamentalmente contra las mujeres, porque es en la vida de las mujeres y en la percepción que el imaginario colectivo tiene de ellas, donde alcanza mayor impacto este tipo de violencia. También ratifica que es una “violencia sexista” en su propia génesis.[8]

Por su parte, la antropóloga Ana Dolores Verdú, propone la revisión de otros referentes que arrojan nuevas luces sobre la violencia simbólica:

Para Alberdi y Matas la violencia simbólica es el fenómeno por el cual la sociedad, mediante la coherencia ideológica de muchos de sus referentes culturales con los valores del patriarcado, perpetúa las relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres, consiguiendo que estas sean partícipes de su propia subordinación. El mantenimiento de la dominación simbólica se produciría para estas autoras, no tanto por la coacción constante por parte del hombre ni la sumisión voluntaria de la mujer, como por la interiorización por parte de ambos de los hábitos y comportamientos impuestos por un orden social patriarcal.[9]

Como podemos evidenciar en esta cita, se hace hincapié en que es un fenómeno que aunque sí afecta mayor y sustancialmente a las mujeres, involucra también a los hombres en un deterioro que condiciona desfavorablemente las dinámicas, relaciones, proyecciones y estilos de vida de toda la sociedad.

Medios de Comunicación: ¿medios?, ¿comunicación?

Algunos de los elementos centrales de otro costado peliagudo del tema en cuestión es el papel de los medios de comunicación. Es pertinente aclarar que actualmente, aún cuando las modernas tecnologías de la comunicación e información han desplazado, parcialmente, a los medios de comunicación más clásicos, como los impresos y los audiovisuales (prensa escrita, radio, televisión), “estos siguen ocupando, sin duda, un lugar central en la vida de las personas en las sociedades actuales; intervienen de modo decisivo en la construcción de su realidad”.[10]

“Los cuerpos de las mujeres están ubicados, siguiendo la tradición cristiana, entre “Eva” y “María”, al representar a la primera, estos cuerpos están preparados para ser objetos de deseo, (…) y, al responder a la segunda imagen, a las mujeres se las presenta como víctimas, madres sacrificadas, mujeres débiles, dominadas”.

Ana Dolores Verdú destaca el consenso general existente en las ciencias sociales en cuanto a “la determinante influencia que ejercen los medios de comunicación en las identidades y comportamientos sociales, y también en cuanto al hecho de que orienten en gran medida la socialización de género hacia la diferencia estricta y antagónica que subordina lo femenino a lo masculino”.[11]

Los llamados a una mayor responsabilidad y conciencia de la influencia ideológica de los medios de comunicación en las personas, urgen. Sin embargo, los resultados de buena parte de los estudios del último decenio coinciden en que hay una suerte de regresión.[12] A pesar de que en muchos países existe un marco legal condenatorio de actitudes machistas y sexistas en los mensajes emitidos por los medios de comunicación, las normativas no parecen acatarse. En esencia, “el negocio” de la imagen tiene que vender. Esa imagen vendida y mal-tratada es sin lugar a dudas, la de la mujer, vista como un objeto, despersonalizada y despojada del menor atisbo de identidad.

Al respecto, la investigadora Nelly Piedad Jácome manifiesta:

Los medios de comunicación tienen un gran reto para contribuir en la disminución de la violencia de género contra las mujeres en todos los ciclos de vida, partiendo del reconocimiento de ser mecanismos de influencia social y de generación de nuevos comportamientos, así como de presentación de modelos a seguir, especialmente para niños, niñas y adolescentes, lo cual es una gran responsabilidad que están llamados a cumplir.[13]

Los medios de comunicación de masas modernos y los nuevos medios tecnológicos de la comunicación e información (internet, videojuegos, telefonía móvil, etc.) “operan simbólicamente con modelos que reproducen y ejercen sutilmente una violencia simbólica contra las mujeres a través de formas múltiples, sirviéndose de elementos culturales y sociales aceptados y aparentemente ‘correctos’ y ‘neutrales’”.[14]

Parte de esos estereotipos culturales “normalizados” son las representaciones tradicionales de los roles de género, la “subrepresentación de las mujeres”, el falso “super-protagonismo-masculino”, comportamientos que en definitiva no representan el carácter plural de la realidad existente. “El androcentrismo aporta la legitimación cultural y estructural de la violencia directa y la justificación ideológica de las normas de acción para perpetuar la discriminación de las mujeres y mantener la verticalidad de las relaciones intergénero.”[15]

El cuerpo de la mujer es cosificado, precisamente, porque quienes más lo consumen son los hombres, con ese rol culturalmente aprendido de domesticadores y colonizadores de la naturaleza femenina”.

Nelly Piedad Jácome declara, a partir de una investigación realizada en la prensa del territorio ecuatoriano, que las mujeres se resaltan de manera constante en los medios visuales, radiales o escritos como “instrumentos de Marketing para conseguir el primer rating de sintonía”.[16] Si por un lado, lo androcéntrico es lo verdaderamente importante y poseedor del don “natural” de la trascendencia, “lo femenino, o lo que de esto se derive, es percibido de poco valor o impacto, supeditado a lo que se considera central y surge siempre desde posiciones masculinas”.[17] De ahí se desprende que “la socialización humana recibe por parte de los medios (…) los elementos que inciden en la reproducción eficaz de una realidad efectivamente androcéntrica”.[18]

Así ha evolucionado el papel de la mujer en la publicidad | vtelevisiongalicia

Notamos aquí la gran paradoja. El cuerpo de la mujer es visto como mercancía y los niveles de venta de su imagen son altamente cotizados. Sin embargo, su rol social es disminuido y reducido a objeto, porque se trata de cuerpos para ser consumidos y no valorados como seres pensantes. El cuerpo de la mujer es cosificado, precisamente, porque quienes más lo consumen son los hombres, con ese rol culturalmente aprendido de domesticadores y colonizadores de la naturaleza femenina.

En consonancia con esta idea, Nelly Piedad tiene una interesante reflexión que se remonta a los fundamentos de estas creencias:

Por otra parte, los cuerpos de las mujeres socialmente están ubicados, siguiendo la tradición cristiana, entre “Eva” y “María”, al representar a la primera, estos cuerpos están preparados para ser objetos de deseo, colocando en el imaginario social la supuesta libertad de las mujeres; y, al responder a la segunda imagen, a las mujeres se las presenta como víctimas, madres sacrificadas, mujeres débiles, dominadas, es decir, replicando los estereotipos de género que esta sociedad androcéntrica ha dado forma para hombres y mujeres, lo que indudablemente tiende a naturalizar estas desigualdades y atribuirlas a condiciones naturales.[19]

Ante un panorama como este, es imprescindible no sólo remarcar el peligro y la oportunidad que constituyen, al mismo tiempo, el empleo de los medios de comunicación, sino también, entender que su uso tiene una suerte de movimiento en dos sentidos. Puesto que estos medios de consumo masivo “inciden en la reproducción y producción de una realidad social mediante la transmisión de elementos falsos y trastocados en relación con los roles de género”, a la vez inducen “de facto, a la construcción de la realidad social circundante”.[20]

Más allá del análisis de las diferencias entre mujeres y hombres o del cuestionamiento de los estereotipos, “los medios de comunicación, el lenguaje y la comunicación en general construyen al mismo tiempo que reproducen la realidad”.[21] Es decir, esos falsos estereotipos y creencias nocivas, no sólo se sostienen a través de los medios de comunicación, se alimentan, se reiteran, se fijan, se envuelven en papel brillante, se falsifican, se edulcoran, se masifican, sino que se fortalecen y se reconstruyen de modo aún más agresivo cuando regresan luego de su impacto y asimilación en el público.

Como un boomerang, esos productos cargados de mensajes sexistas que cosifican a la mujer y la animalizan, producen y reproducen de un modo tal la violencia simbólica, que esos imaginarios sociales pueden demorar años, décadas y hasta siglos ―como ha sucedido― en purificarse, modificarse, restaurarse, borrarse ―si fuera posible― de las ideologías y de las culturas de los pueblos. ¿Cuándo empezamos?

Imagen de publicidad donde se nota la sexualización y la violencia simbólica.
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Nelly Piedad resalta la intangibilidad de este tipo de violencia simbólica, y por tanto la dificultad para demostrar su daño silencioso pero constante a la sociedad. En su estudio denuncia la forma morbosa, descontextualizada, insensible, mercantilista, revictimizante y alentadora de más violencia, a la hora de tratar el feminicidio en la prensa y ofrece unas pautas magistrales para erradicarlo:

Los medios de comunicación deberían presentar a los agresores machistas como seres sin poder y cuestionar su masculinidad, hay que generar un reproche social en contra de aquellos hombres agresores, estigmatizando a estas masculinidades machistas y retrógradas, pero por otra parte evitar generalizaciones y relievar aquellas masculinidades que no responden a los estereotipos y que mantienen relaciones no violentas y que incluso buscan la igualdad sin discriminación. En definitiva, habría que ubicar en el imaginario social la repulsión hacia estos individuos que violentan, a la par de que, en otras noticias, no se comercialicen los cuerpos de las mujeres, no se hagan publicaciones para hombres presentando cuerpos sexualizados de mujeres. Se debe erradicar del imaginario social la idea de que “el cuerpo de la mujer vende”.[22]

Hipersexualización femenina

Las ideas de la investigadora Ana Dolores Verdú, son muy necesarias para entender que esa violencia simbólica no sólo exacerba y legitima los rasgos de una sociedad que está en crisis, sobre todo, por la cultura patriarcal que la consume desde las raíces, si no para devolver el foco hacia las mujeres. Las implicaciones psicológicas, emocionales y físicas, que toda esa batalla ideológica desigual y lacerante causa en las víctimas de esta violencia simbólica, produce daños, a menudo, irreparables. La investigadora asegura que la hipersexualización femenina es “la base de la discriminación simbólica”.[23]

Ejemplifica con el ideal de feminidad transmitido por las revistas femeninas dirigidas a chicas adolescentes y mujeres jóvenes, denunciando que estas publicaciones están caracterizadas por “reivindicar un ideal de mujer basado en una sexualidad libre y distanciado del modelo mujer-madre, aunque reducido, no obstante, al ámbito de las relaciones de pareja y a la imagen”.[24]

“(…) sobre las mujeres pesa una presunción moral diaria. Todos los días de su vida deben defenderse del ojo sospechoso que las mira.”

Existe una relación entre la normalización de estos parámetros y los sentimientos de culpabilidad y vergüenza de las mujeres por no cumplir el ideal impuesto. Esto, por lo general, deviene en una “percepción negativa del propio cuerpo, fenómeno en el que influye tanto la presión social como el hecho de que la mujer acaba construyendo su identidad a partir de su propia cosificación”.[25]

La asociación mediática entre belleza y feminidad hace depender el éxito personal y la autoestima de las mujeres del cumplimiento de unos parámetros estéticos rígidos no siempre posibles, llegando a ser una amenaza para su integridad física. Sobre las consecuencias de esta “cultura cosificadora”, advierte Verdú:

Aunque todavía la sociedad no es consciente del alcance y naturaleza del impacto que esta cultura cosificadora puede tener en la población, (…) se señala una relación entre el ideal mediático de belleza femenina y la expresión de síndromes y enfermedades; así como de patologías y dolores derivados de cirugías de remodelación corporal. Por otro lado, se plantea la influencia determinante del patrón rígido de feminidad afectado por este reduccionismo estético y sexual, en los bajos niveles de autoestima de las mujeres o en la manifestación de depresión o ansiedad por parte de estas, especialmente frente al envejecimiento.[26]

Como bien apunta Dolores Plaza en una investigación acerca de la violencia de los chistes sexistas en la página de humor del diario El Tribuno de Salta: “(…) sobre las mujeres pesa una presunción moral diaria. Todos los días de su vida deben defenderse del ojo sospechoso que las mira.”[27]

Apuntes finales

Existen varios tipos de violencia, y todas son dañinas a las mujeres y la sociedad en su conjunto, pero la violencia simbólica es tan lacerante como la violencia física y/o la psicológica. Esta violencia subvierte el valor de las mujeres como seres humanos pensantes y sensibles, y las muestra como mercancías hipersexualizadas sin identidad.

“Los imaginarios sociales pueden demorar años, décadas y hasta siglos (…) en purificarse, modificarse, restaurarse, borrarse (…) de las ideologías y de las culturas de los pueblos”.

La desigualdad de género responde a inequidades de carácter estructural y sistémica que son amparadas y perpetradas lo mismo desde instituciones públicas como privadas. De este modo, se infringen las normas de cada territorio y la legislación internacional que condena la violencia de género y la discriminación hacia las mujeres, como una violación flagrante de los derechos humanos.

Imagen de publicidad donde se nota la sexualización y la violencia simbólica.
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Los medios de comunicación no sólo reproducen esa violencia, sino que la producen y la crean. Pero los falsos estereotipos y creencias nocivas, no sólo se sostienen a través de los medios de comunicación, también se robustecen y recrean de manera aún más agresiva cuando regresan luego de su asimilación en el público. De tal manera, los imaginarios sociales pueden demorar años, décadas y hasta siglos ―como ha sucedido― en purificarse, modificarse, restaurarse, borrarse ―si fuera posible― de las ideologías y de las culturas de los pueblos.

Del mismo modo en que es necesario transformar los mensajes y contenidos desde los medios de comunicación, y dejar de vender los cuerpos de las mujeres como mercancías, además de eliminar el lenguaje machista, no basta con eso. Será necesario transformar los imaginarios sociales que sustentan y compran esas creencias. Resulta imprescindible cambiar primero “la idea” (violencia simbólica y cosificación de las mujeres), para luego modificar “la representación de esa creencia” (medios de comunicación). Después, podríamos reparar el imaginario social (nuevas creencias), con mucha voluntad, inteligencia, fuerza, sensibilidad y tiempo. Entonces, podrían sustituirse, paulatinamente, las prácticas y acciones.

Esta tarea, titánica y transversal, conlleva un enfoque interseccional y la participación de todos los actores sociales e institucionales.


[1]Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo.” Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp. 156, 2011.

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.169, 2011.

[5] Ídem.

[6] Íd.

[7] Íd.

[8] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.163, 2011.

[9] Ana Dolores Verdú: “El sufrimiento de la mujer objeto. Consecuencias de la cosificación sexual de las mujeres en los medios de comunicación”. En Feminismo/s, 31. Dosier monográfico: Sexo y bienestar. Mujeres y diversidad, coords. Carmen Mañas Viejo y Alicia Martínez Sanz, pp. 176, 2018.

[10] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.157, 2011.

[11] Ana Dolores Verdú: “El sufrimiento de la mujer objeto. Consecuencias de la cosificación sexual de las mujeres en los medios de comunicación”. En Feminismo/s, 31. Dosier monográfico: Sexo y bienestar. Mujeres y diversidad, coords. Carmen Mañas Viejo y Alicia Martínez Sanz, pp. 170, 2018.

[12] Nelly Piedad Jácome: “La violencia de género contra las mujeres y los medios de comunicación, entre la información y el rating”. Revista Enfoques de la Comunicación, n.º 4, pp. 80, 2020.

[13] Ibídem. p. 81.

[14] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.164, 2011.

[15] Ídem.

[16]Nelly Piedad Jácome: “La violencia de género contra las mujeres y los medios de comunicación, entre la información y el rating”. Revista Enfoques de la Comunicación, n.º 4, pp. 76, 2020.

[17] Ibídem. p. 75.

[18] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.177, 2011.

[19] Nelly Piedad Jácome: “La violencia de género contra las mujeres y los medios de comunicación, entre la información y el rating”. Revista Enfoques de la Comunicación, n.º 4, pp. 76, 2020.

[20] Rita Maria Philipp Radl: “Medios de comunicación y violencia contra las mujeres. Elementos de violencia simbólica en el medio televisivo”. Revista Latina de Sociología, n.º 1, pp.176, 2011.

[21] Ibídem. p. 166.

[22] Nelly Piedad Jácome: “La violencia de género contra las mujeres y los medios de comunicación, entre la información y el rating”. Revista Enfoques de la Comunicación, n.º 4, pp. 92, 2020.

[23] Ana Dolores Verdú: “El sufrimiento de la mujer objeto. Consecuencias de la cosificación sexual de las mujeres en los medios de comunicación”. En Feminismo/s, 31. Dosier monográfico: Sexo y bienestar. Mujeres y diversidad, coords. Carmen Mañas Viejo y Alicia Martínez Sanz, pp. 176, 2018.

[24] Ibídem. p. 177.

[25] Ibídem. pp. 176.

[26] Ibídem. pp. 178.

[27] Dolores Plaza: La violencia simbólica de los chistes sexistas.  Libro de Actas del III Encuentro de Ciencias de la Comunicación (ENCIC): trayectorias y desafíos de la comunicación con perspectiva de derechos. Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, p. 213, 2018.

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