Los “miniquince”, violencia temprana

Niña dentro de zapato enorme. Illustration: Michel Moro.
Illustration: Michel Moro.

Da tristeza, pero no asombra. Sorprenderse ya no es muy común cuando se sabe que la ley en Cuba no condena una gran parte de las múltiples manifestaciones de la violencia hacia las mujeres. Pero sí duele. Duele ver que el fenómeno extiende sus alas por caminos peligrosos, mucho más de lo que ya eran.

Me explico. Recientemente una publicación en Facebook redirigía mi lectura a un artículo que aparecía en El Toque y que hacía referencia a los “miniquince”. Como no tenía idea de a qué podía aludir el término, me acerqué curiosa al texto. Y quedé perpleja. Resulta que una nueva tendencia ha surgido entre los cuentapropistas dedicados a la fotografía: tomar instantáneas de las niñas que arriban a los cinco o diez años de edad, una especie de preludio a la sesión que suele acompañar la llegada del decimoquinto aniversario de vida de las jóvenes como parte de una tradición en la Isla.

La autora del mencionado trabajo entrevistó a padres de algunas de las pequeñas sometidas a este momento y los criterios varían entre lo adecuado, lo “bonito” y lo poco inapropiado de hacer algo como esto en esa etapa. Para la fotógrafa, por supuesto, es parte del negocio, una oferta más para atraer al público, e incluso un tiempo que requiere mayor esfuerzo porque trabajar con niños necesita paciencia y dedicación.

OnCuba también indagó en la temática, como alarma ante una tendencia mundial a la que la nación cubana puede estar incorporándose, ya que en otras partes del orbe se han dado casos de erotización desde la niñez y algunos de ellos han sido penalizados por la legislación de cada país. También se alude a otras prácticas que llevan a los alumnos en las escuelas cubanas por derroteros que contradicen lo que preconizan los manuales educativos cubanos. Como quizá se intuya, ningún medio estatal se ha hecho eco de los análisis en torno a la problemática de los “miniquince”. Porque sí, que esto ocurra es un problema y con matices muy serios.
Más allá de pensar en cuentas matemáticas (ya que de hecho es un sacudón bastante grande para el bolsillo “tirarse las fotos de los 15” una sola vez, así que peor es tener que hacerlo dos o tres veces), esta moda, que parece estar instalándose, deja ver que el género femenino sigue desprotegido y comienza su desventaja social desde muy temprano.

No es el punto el tirarse fotos. Hacerlo en la era de los selfies es algo común, divertido tal vez, y tiene una determinada función en medio del despliegue tecnológico. El tema es el cómo. Las poses en las fotografías son similares a las de las quinceañeras, erotizan a las niñas y las sitúan a la altura de una mujer, quien a diferencia de una menor tiene ya la capacidad de elegir y saber si desea mostrar su cuerpo en determinadas posiciones. La vulnerabilidad a la que se está expuesto en la niñez, edad en la que existe una relación de dependencia hacia los adultos, pone en posición de desventaja a los infantes, y los hace más propensos a ser violentados, incluso siendo la familia inconsciente de ello. La violencia simbólica está ahí, latente, en casos como este de los infames “miniquince”, porque significa que la imagen femenina y el uso indebido que pueda hacerse de ella, comienza a destiempo de manera alarmante.

Una se hace muchas preguntas: ¿Por qué los padres lo permiten, y además pagan por ello? ¿Por qué gran parte de la sociedad, lejos de reprobarlo, lo subscribe? ¿Por qué la educación institucional no le pone freno? ¿Por qué incluso ya las propias niñas lo piden, acaso por miedo a las burlas de las demás por no tener lo que todas tienen? ¿Por qué, en fin, no se penaliza esto siendo, como es, un acto violento contra las niñas? ¿Qué está pasando en nuestra sociedad para que hechos como este proliferen ante la mirada pasiva de instituciones que deberían velar por el bienestar y el crecimiento sanos de las niñas, como, por ejemplo, para solo citar una, la FMC (Federación de Mujeres Cubanas)?

Lo que realmente debería suceder es que estas prácticas no existieran a ninguna edad, y que se pusiera freno a cualquier forma en la que la mujer sea vista solo como un objeto para elogiar por su belleza, para que así ocupe, desde sus primeros años de vida, el rol que merece en la sociedad.

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