Explicativos │ Voz, visibilidad y apropiación: Bropropiating como forma de silenciamiento

El “bropropiating” es una forma de violencia contra las mujeres, limita el acceso equitativo al reconocimiento, al poder y a la memoria colectiva.

¿Por qué el bropropriating es violencia?

El bropropriating ―de las palabras inglesas bro (apócope de brother, es decir, hermano) y appropiating (apropiarse)― es violencia aunque no grite, no empuje y no deje marcas visibles. Actúa en el silenciamiento de la voz, en el crédito, en el derecho a existir con autoridad. No estamos hablando de un malentendido ni de alguien que “no recordó quién lo dijo primero”. El bropropriating es un patrón en el que una mujer propone una idea, pasa desapercibida; minutos después, un hombre la repite, la reformula apenas y recibe reconocimientos que no le corresponden. La idea es la misma, pero el cuerpo que la pronuncia cambia el sentido de todo. Cuando el fenómeno se repite una y otra vez, deja de ser anecdótico y se convierte en una forma de violencia estructural.

La expropiación del capital simbólico es otra de las razones por las que consideramos esta práctica violenta. Las ideas son prestigio, liderazgo, promociones, financiación, autoría intelectual. En el periodismo, por ejemplo, o en la academia, en el activismo o en la empresa, quien firma las ideas acumula poder. Cuando ese crédito se desplaza sistemáticamente hacia los hombres, lo que sucede es una redistribución injusta de oportunidades. Menos visibilidad para unas; más carrera para otros.

También es violencia porque opera sobre una desigualdad previa. Es decir, el bropropriating funciona porque la palabra masculina sigue siendo percibida como más legítima, más experta, más fiable. No es que las mujeres no hablen claro, es que no se las escucha igual. Esa asimetría convierte la apropiación en un acto de dominación blanda, normalizada, difícil de señalar sin que quien la sufre sea tachada de exagerada o conflictiva.

Por otro lado, el desgaste subjetivo que se suscita cuando una mujer ve cómo sus ideas prosperan solo cuando otro las pronuncia, hace que esta tienda a callar, a dudar y, en definitiva, a reducirse. Esa autocensura inducida también es parte de la violencia.

¿Por qué ocurre con más frecuencia cuando hay mujeres, personas racializadas o disidencias en la sala?

Hay que considerar que no todas las voces parten del mismo punto de credibilidad según el orden social actual. Aunque estemos sentadas a la misma mesa, el sistema sigue asignando valor distinto a quién habla y desde dónde habla. En muchos espacios profesionales ―redacciones, universidades, organizaciones, empresas― la autoridad todavía tiene un rostro bastante definido: masculino, blanco, heterosexual, de clase media o alta. Cuando una idea viene de fuera de ese molde, se percibe, muchas veces de forma inconsciente, como menos sólida, menos urgente o menos “liderable”. No porque lo sea, sino porque quien la dice no encaja en el imaginario de quién suele tener razón.

La teórica feminista bell hooks ha reflexionado profundamente sobre quién ocupa el centro y quién queda en los márgenes del discurso, una pregunta íntimamente ligada a quién recibe crédito por las ideas y quién queda relegado. Por eso, cuando una mujer, una persona racializada o una sexo-género diverso propone algo, la idea puede quedar flotando, sin eco. No se rechaza abiertamente. Simplemente no se legitima. En cambio, cuando esa misma idea es retomada por alguien que sí encarna la autoridad social esperada, el contexto cambia: la propuesta se vuelve “brillante”, “estratégica”, “visionaria”. La idea no mejora, mejora la percepción de quien la pronuncia.

Aquí entra en juego el sesgo de credibilidad. A ciertos cuerpos se les exige demostrar más, explicar mejor, insistir más. A otros se les concede el beneficio de la duda desde el primer minuto. El bropropriating se aprovecha de esa desigualdad, por tanto quien tiene más capital simbólico puede apropiarse de una idea porque sabe ―consciente o inconscientemente― que será escuchado.

¿Qué estrategias, individuales y colectivas funcionan para frenarlo?

El bropropriating no es un problema de egos ni de sensibilidades frágiles. Es una forma de violencia contra las mujeres en el ámbito simbólico y profesional, porque limita el acceso equitativo al reconocimiento, al poder y a la memoria colectiva. Nombrarlo no es exagerar; es ponerle palabras a un mecanismo que lleva demasiado tiempo funcionando en silencio.

En el plano individual, una de las herramientas más eficaces es reclamar autoría en tiempo real, sin pedir permiso ni disculpas. Frases simples, firmes y públicas ayudan a volver a colocar la idea en su origen. No es confrontación, es precisión. Nombrar la autoría rompe la fantasía de neutralidad y deja registro frente al grupo.

Otra estrategia clave es documentar. Enviar correos de seguimiento, actas de reuniones o mensajes donde queden claras las propuestas y quién las formuló protege frente a la apropiación posterior. No es paranoia, es gestión del riesgo en entornos desiguales. El papel ―o el correo― sigue siendo un gran aliado.

También funciona construir alianzas visibles. Aquí entra una práctica muy concreta: amplificar la voz de otras. Si alguien intenta reapropiarse de una idea, intervenir con un “eso lo dijo X antes, me pareció clave cuando lo planteó” es una forma directa de cortar el ciclo sin exponer siempre a la misma persona.

Ahora bien, lo individual no basta. Si todo depende de la capacidad de reacción de quien sufre la apropiación, el sistema sigue intacto. Por eso, las estrategias colectivas y organizacionales son decisivas. Una de las más efectivas es institucionalizar el reconocimiento. En reuniones o equipos acordar que las ideas se atribuyen explícitamente cambia las reglas del juego. Cuando el reconocimiento es norma, apropiarse se vuelve evidente y socialmente costoso.

Otra medida clave es formar a quienes moderan y lideran espacios. Quien coordina una reunión tiene poder para redistribuir la palabra y el crédito. Intervenciones simples tienen un impacto enorme. El liderazgo que no corrige estas dinámicas, las legitima.

Y como toda violencia, no se corrige con buena voluntad abstracta, sino con conciencia, responsabilidad y acción colectiva. Porque las ideas importan. Y quién se queda con ellas, también.

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