Cuando la apariencia pesa más que el talento: la paradoja de las mujeres en Cuba
“Una sociedad verdaderamente fuerte es aquella que no discrimina, sino que se nutre del talento, la inteligencia y la energía de sus mujeres.”
En mi opinión, uno de los temas que más debiera preocupar a cualquier sociedad es la discriminación hacia las mujeres. Cuba no está lejos de ello. El permanente discurso de protección a las mujeres parece ser una de las tantas promesas que al final solo quedan en palabras.
Las mujeres cubanas continúan enfrentando desafíos al intentar trabajar, en especial en lugares donde su apariencia física se utiliza como criterio de contratación. Muchas reportan que su valor en el mercado laboral depende más de su apariencia que de sus habilidades o experiencia profesional. Esta situación no es exclusiva de Cuba, pero en un contexto donde el gobierno se proclama abanderado de los derechos humanos y de la igualdad, es particularmente preocupante.
En el sector privado, especialmente en negocios como restaurantes, bares, tiendas y otros servicios, la apariencia física de las mujeres suele ser un factor decisivo a la hora de contratarlas. Las más afectadas son aquellas que no encajan en los estándares de belleza hegemónicos, enfrentando la discriminación no solo de los empleadores, sino de las instituciones que debieran velar por sus derechos.
Es alarmante que, en lugar de avanzar hacia una sociedad más inclusiva y equitativa, persistan conductas que desvalorizan a las mujeres por su apariencia. Esto no solo viola los principios consagrados en la Constitución de cualquier país, sino que también perpetúa una cultura que olvida que, independientemente de su aspecto físico, todas las mujeres merecen respeto y oportunidades justas. Parecen olvidar que todos nacimos de una mujer.
“Las cubanas merecen ser reconocidas no solo por su belleza, o por los roles tradicionales que la sociedad les ha impuesto, sino por su capacidad infinita de crear, liderar y transformar.”
No es solo una crítica cultural, sino un llamado a la empatía y al reconocimiento del valor intrínseco de cada ser humano, más allá de su apariencia. El desafío para la sociedad cubana es avanzar hacia una democratización que permita convertir los principios “constitucionales” en prácticas reales y cotidianas. De lo contrario, las leyes seguirán siendo palabras vacías.
La lucha por la igualdad de género aún tiene un largo camino por recorrer en Cuba, y parte de ese camino es reconocer y erradicar la discriminación en todas sus formas, incluso en el ámbito de la gestión no estatal. Son madres, hijas, trabajadoras, soñadoras y luchadoras que, a lo largo de la historia, han desempeñado un papel crucial en la construcción de la nación. Sin embargo, a pesar de sus contribuciones incalculables, muchas mujeres en Cuba continúan enfrentando barreras que las limitan, especialmente en términos de equidad y respeto.
La deuda de Cuba con sus mujeres no es solo histórica, sino también actual. Es una realidad que perpetúa estereotipos dañinos y que subestima el valor de las mujeres en la sociedad. Las cubanas merecen que se las reconozca no solo por su belleza (me atrevo a asegurar que todas lo son de una u otra forma) o por los roles tradicionales que la sociedad les ha impuesto, sino por su capacidad infinita de crear, liderar y transformar. Merecen una sociedad que las vea como iguales, que celebre su diversidad, sus talentos y sus sueños.
La deuda no es solo con las mujeres que trabajan incansablemente en las calles, los hospitales, las escuelas, sino también con las que alzan la voz contra la injusticia, con las que piden un país libre y democrático, con las que se niegan a ser reducidas a su apariencia, y con las que sueñan un futuro donde ser mujer no signifique tener que luchar doblemente. Cuba tiene la responsabilidad moral de saldar esa deuda.
“La deuda no es solo con las mujeres que trabajan incansablemente en las calles, los hospitales, las escuelas, sino también con las que alzan la voz contra la injusticia.”
Esto no solo implica implementar resoluciones y políticas, sino también cambiar la cultura desde sus raíces, educar en el respeto, en la justicia, y en la comprensión de que una sociedad verdaderamente fuerte es aquella que no discrimina, sino que se nutre del talento, la inteligencia y la energía de todas sus mujeres. Cada cubana tiene un valor fundamental en la nación, y es hora de que la sociedad se lo reconozca plenamente.
El camino hacia la igualdad no es fácil. Sé que comienza por un cambio hacia la democracia. Pero es un camino que Cuba debe recorrer con decisión y valentía. Es hora de que la deuda con las mujeres sea reconocida y, sobre todo, que sea saldada con acciones concretas, con respeto genuino y con el reconocimiento de que el valor de una mujer no se mide en términos de su apariencia, sino en la inmensidad de lo que es capaz de lograr cuando se le permite florecer.
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