¿Cuándo vas a parir?
A veces la curiosidad de los otros sobre la vida ajena no tiene límites. Con razón existe el oficio de paparazzi y las revistas del corazón tienen tantos consumidores. Pero yo no soy famosa, soy una mujer que trata de llegar al día siguiente sin que tal cosa afecte las ganas de crear. Sin embargo, hace unos diez años muchas personas me hacen una pregunta que ya no tolero más. La pregunta en cuestión es: “¿Cuándo vas a tener hijos?” O en su versión más básica y mamífera: “¿Cuándo vas a parir?”
Esa pregunta me la han hecho —o mejor dicho me la hacen constantemente—: vecinos, amigas de la infancia y sus respectivas madres, colegas de mi centro de trabajo y de otras instituciones que se relacionan con este, en una ocasión una mesera de un restaurante al que yo usualmente iba con mi esposo me preguntó directamente si para evitar el embarazo yo usaba algún dispositivo intrauterino!!! En otra ocasión la madre de una amiga expresó de forma directa: “¿Es que no quedas embarazada?”
A partir de ahí se muestran interesados en mi vida privada, pues no les basta con que yo responda con cualquier evasiva. De inmediato tratan de indagar todo tipo de circunstancias para hacerme consciente de mi necesidad de reproducción. Las siguientes interrogantes suelen ser: “¿Qué edad tienes? Ya no debes esperar, para la mujer es difícil... ¿y Hugo [mi marido] quiere?... si a él le gustan los niños, entonces ¿qué están esperando? ¿Cuántos son en tu casa? Pero todavía hay espacio y pueden construir, si vieras cómo yo tuve a mis hijos, al final todo se resuelve, si ya hiciste una maestría y publicaste un libro ¿qué más quieres hacer? ¿Y quién viera a tu suegro con un nieto?” Ahí no termina. La pregunta final no tiene comparación: “¿Quién te va a cuidar cuándo seas vieja? Los hijos hacen falta, ¿quién te va a ayudar?” En fin, resulta que ahora los hijos son una inversión, un préstamo natural y con altos intereses.
He tratado de ser educada con mis respuestas. Debe comprenderse que si lanzo lo que realmente deseo me buscaré la enemistad súbita de muchos. También he sido blanco de ironías diversas que, hablando honestamente, huelen a cierto resentimiento velado. En una de las recientes, en una sobremesa, se hablaba sobre una mujer embarazada que estaba presente. Una pregunta se impone y es formulada. Yo digo que después, que ahora tengo otros planes. La embarazada lanza con tono irónico: “¡Ay, es que Irela ahora va a viajar!”1 Yo no agregué nada más. ¡Resulta que la única razón por la que no se debe ser madre es la posibilidad de un viaje al extranjero!
Quizás de manera inconsciente los otros sienten que no es normal. ¿Cómo esta mujer se atreve a no seguir la ruta? En lo consciente tal vez quieren “hacerme confesar el verdadero motivo”, algo así como que Hugo o yo somos estériles... alguna “verdad” que haría las delicias de las conversaciones.
Los amigos que intentan convencerme ya tienen uno o dos hijitos. Casi todos son niños adorables a quienes regalo libros y con los cuales suelo jugar. He comprobado que se me dan bien los nenes. Nos comunicamos de maravilla. Sin llegar a complacerlos de modo excesivo considero que me llevo mejor con ellos que con los adultos. Los niños están bien, tienen sus ropitas, sus juguetes, se alimentan y algunos hasta van a la escuela aunque las maestras no sean buenas en lo suyo. No obstante, los padres no están bien. Están avejentados, estresados e insatisfechos. Mucho más que yo. Muchos han tenido que renunciar a su vida social después de tener bebés. Además de tener con sus hijos las atenciones propias de la maternidad y la paternidad deben poner un extra, o mejor dicho, un inmenso extra que más que amar a su descendencia les obliga a olvidarse de sí mismos en pos del “heredero”. Deben ingeniárselas para estirar un dinero que ni siquiera alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de dos personas. Deben aceptar los precios de todos los alimentos, ajuares, juguetes, etcétera, que se les impongan porque como es natural ellos son los responsables inmediatos del bienestar del hijo y no deben privarlo de lo necesario. Solo que lo necesario de tan caro y escaso se torna lujo y los negociantes privados y el Estado saben aprovechar tanto el amor como la responsabilidad para elevar sus precios.
Y bien, el niño ya tiene lo imprescindible para vivir y desarrollar sus habilidades. ¿A dónde va antes de asistir a una escuela primaria? A un círculo infantil. Eso sería lo normal. Pero la batalla de una madre por lograr una matrícula en un círculo infantil es otro capítulo que, prometo, continuará... mientras tanto sigo cumpliendo años sin ser madre. Si me decido, queden tranquilos: el mundo se va a enterar.
- Se sabe la significación de viajar en nuestro contexto. Viajar es sinónimo de éxito pues significa que se logra asomar la cabeza a cualquier país extranjero.
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