Menstruación sin recursos
Todos los meses sucede algo que me provoca angustia, estrés, temor… cuando mi cuerpo avisa que ese algo viene, me pongo a buscar en armarios y gavetas, salgo a preguntar en los puntos del mercado informal, acudo a amigas, le pregunto a mi madre si me puede ayudar. En las tiendas no miro porque no me sirve: lo que necesito es muy caro y el paquete trae poquito. En los días críticos no me serviría de mucho un paquetico así. En fin, aunque soy treintañera, todos los meses cuando me tocan los días de menstruar me siento tan desorientada como una preadolescente en su primera vez. ¿Por qué? Pues porque en la farmacia este año no han vendido compresas (las cubanas le llamamos íntimas); las brasileñas, absorbentes…; y si en la farmacia no venden ese paquete mensual con un contenido de diez almohadillas entonces el mercado informal no puede revender y muchas mujeres no podemos comprar los tres o —en los casos más graves— cuatro paquetes que necesitamos.
¿Y por qué no venden lo que nos corresponde en moneda nacional? Porque se rompió la fábrica, porque no hay materia prima, porque hubo un eclipse… El caso es que algo que debería ser rutinario y solucionable se vuelve una angustia para la mujer cubana. Cuando en casa me observan cortando fundas de almohadas viejas, sábanas pasaditas, camisetas añosas… no es para improvisar una soga y escapar por la ventana, ¡no! Es para inventarme mis propias compresas y poder hacer mi día a día, salir a trabajar o laborar en casa, seguir con el vientre pesado y una mezcla de tejidos añejos entre las piernas: ¡Oh, Dios mío, debo ir al baño, ¿ya habré manchado el jean?!
Sé que mi problema mensual está multiplicado por millones. Y sé que si se sacaran cuentas estas serían alarmantes al comprobar cuánto pierde la economía de mi país por las ausencias laborales causadas por una menstruación sin recursos, porque a veces no se resuelve con trapos viejos, y también porque a veces no hay píldoras para calmar el dolor. Lo que se pierde en la economía personal ya lo sabemos todas, y lo sabemos demasiado bien. La pregunta es: ¿será siempre así, habrá que pasar un evento natural en nuestro organismo como si fuera un huracán, un derrumbe, una ventisca? ¡Oh, bisabuelas mías, ustedes que fueron jóvenes a inicios del siglo xx no lo hubieran sospechado! Pues yo tampoco lo hubiera sospechado, cuando, siendo una adolescente en una escuela interna trataba de salvar la privacidad de mi regla y me alentaba diciéndome: “cuando sea adulta y trabaje esto no será un problema”.
(Este artículo ha sido publicado en colaboración con la revista Tremenda Nota.)
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