Oriki para Georgina Herrera

"La pobreza, la tristeza, la muerte, el reconocimiento de su identidad como afrodescendiente, la maternidad, son temas esenciales en la obra de Herrera".

La poeta cubana Georgina Herrera
La poeta cubana Georgina Herrera. Imagen: Universidad Chico California

Yo soy la fugitiva / soy la que abrió las puertas / de la casa-vivienda y “cogió el monte”. GH

Georgina Herrera (1936-2021) fue una de las personalidades más intensas de la escritura femenina de la isla. En 1956, apenas una adolescente, da a conocer sus primeros poemas en los periódicos El País y el Excelsior. Ambos de circulación nacional. Quizás haya sido la única mujer negra en dar a conocer su poesía en la prensa de la República. Este hecho fue una de las razones por las que Luis Suardíaz y David Chericián la incluyeran en la Antología poética de la generación del 50. Al referirse a la presencia de la poeta en esa antología, el crítico y ensayista Virgilio López Lemus señaló en su momento: “Georgina Herrera (18 poemas) es la única verdaderamente coloquial de las mujeres antologadas, aunque la propia feminidad de sus textos le confiere un tono más íntimo y su lenguaje menos directo, externo, de charla y narración que otros poetas cultivaron”.[1] La afirmación de López Lemus, quien reconoce la valía poética Herrera, deja abierta la posibilidad acerca de si es o no es parte de esa generación. Lo que vale es el hecho de que Georgina Herrera nunca se reconoció a sí misma como parte de ninguna.

Su niñez y adolescencia transcurrieron en tiempos marcados por la discriminación racial. La mentalidad racista heredada de la colonia se mantenía como una llaga abierta en la Cuba de aquel período… y hasta hoy. Herrera, en sus memorias recogidas por Daysi Rubiera, habla del impacto este horrible flagelo tuvo en su infancia:

“En aquellos tiempos la discriminación era tan fuerte, que hubo un momento en que no quería ser negra, no me sentía bien siendo negra. Quería ser blanca, y para lograrlo, a escondidas de mi mamá, me planché el pelo y ¡me quemé! Con un palito de tender ropa me prendí la nariz para ver si se me estiraba y ¡pasé tremendo dolor! Uno de los castigos y una de las penitencias más deliciosas que recuerdo fue el dolor tan grande que sentí por querer afinarme la nariz de la que después ¡me sentí y me siento muy orgullosa!”[2]

La pobreza, la tristeza, la muerte, el reconocimiento de su identidad como afrodescendiente, los hijos, son temas esenciales en la obra de Herrera.

La pobreza, la tristeza, la muerte, el reconocimiento de su identidad como afrodescendiente, los hijos, son temas esenciales en la obra de Herrera. Pero también Jovellanos, su pueblo natal, constituyó una fuente nutricia de su obra. Ella hace valer su presencia en versos como este “Atrás quedaron: también el puente, / el cuartel de la rural, /el cementerio, los/ naranjales de Rufino. Todo / tan rápido /que no hubo tiempo /para sacarlo de la memoria”.[3] Al otorgársele las llaves de Jovellanos ella respondió:

“Me preguntaba a mí misma qué puertas abrir con la llave de un sitio del que nunca he salido, a pesar de tanto tiempo y tanta distancia. Mi pueblo es el soporte principal de mi memoria, tal vez, porque los veinte primeros años de mi vida transcurrieron sin salir de allí, de la eterna Clemente Gómez No. 98. Las cosas que sucedieron quizás no sean importantes para nadie más, pero para mí son imprescindibles”.[4]

Esa mirada tan suya a la “gente sin historia” fue lo que la impulsó a detenerse en la Marquesa, la mujer que se paraba a la entrada del cine Radiocentro (hoy Yara) en el corazón del Vedado. La Marquesa, como Herrera, era mujer, negra, pobre y vivía al margen de una realidad violenta, politizada y discriminatoria. Con este verso, Herrera hacia para siempre a aquella mujer parte de su memoria “aquí te guardo:/ en el verso más triste y que más quiero”. La guarda, en efecto, porque la Marquesa es parte de una realidad no reconocida por nada ni nadie. Solo ella, pues, porque ha sufrido la soledad, el infortunio y la piel no le alcanza para tantas sajaduras, la salva. Dice la poeta:

            Yo te vi, te conocí, llegó a mi oreja

            el ruido de tu voz como un susurro.

            Por eso, ando por tu ciudad—sí, tuya—

            buscando un sitio por donde esté tu nombre.

   Esa es mi guerra, en la que me desangro.

                        Quiero saber, indagar

            Si fuiste madre soltera, prostituta, virgen.

                        Mientras, aquí te guardo:

en el verso más triste y que más quiero

            vas a estar siempre.

            Alerta seas

en las generaciones por venir.

Aún más que eso, un recuerdo.

Sí. En tu maltrecho título

            Que entre burlas y amores te pusieron,

                                    Nadie

            olvide que además de Marquesa

                        fuiste, eres, serás

              pobre, negra y mujer

                       ¡Qué yo te salve![5]

La casa y sus espacios en Georgina Herrera

La casa de su niñez con sus espacios y el estrecho cuarto donde tantos años vivió con sus hijos van a ser importantes referentes en su obra. Así, Herrera se adentra en un tema que ha sido trabajado a lo largo del tiempo por la poesía cubana. En el siglo XIX, por ejemplo, Aurelia Castillo recreó su casa de Guanabacoa, por solo poner un ejemplo. En el siglo XX la casa fue tema de poetas como Mariano Brull, Dulce María Loynaz, María Villar Buceta, Rolando Escardó y Lina de Feria entre otros. En Herrera estremecen los versos de su poema El patio de mi casa: “Patio sin otro ruido / que el de mis pies descalzos. / Sitio para mi sola, donde la ternura / y su modo simple de crecer y darse/ como la hierba fina/me fue vedada” tanto como los de su otro texto, La pobreza ancestral: “Pobrecitos que éramos en casa. / Tanto/ que nunca hubo para retratos;/los rostros y sucesos familiares/ se perpetuaron en conversaciones”. El tratamiento de la casa es diferente. En la poeta la casa es memoria de una pobreza que, como ella bien dice, es ancestral. Le viene de sus mayores, de sus antepasados lucumíes que llegaron a la isla en barcos negreros. Como ellos, desnudos de toda riqueza, está la escritora. Desde su pobreza, la poeta encuentra sus raíces, su historia. No hay desesperanza ni asfixia. Su pasado la salva. Ella no va a “morir de aburrimiento” como Villar Buceta. Tampoco perderá todos sus recuerdos al morir como sucede en Últimos días de una casa de la Loynaz. Herrera no tiene nada que perder sólo una memoria que sabe a salvo porque es oral. La poeta con lo expresa en Elogio grande para mí misma donde como orisha traviesa dice:

            Yo soy la fugitiva

            soy la que abrió las puertas

            de la casa-vivienda y “cogió el monte”.

            No hay trampas en la que caiga.

            Tiro piedras, rompo cabezas.

            Oigo quejidos y maldiciones.

            Río furiosamente.

            Y en las noches

bebo el agua de los curujeyes,

porque en ellos

puso la luna, para mí sola,

toda la gloria de su luz.       

Fue parte del grupo de jóvenes que se nuclearon alrededor de José Mario, Ana María Simo y Rogelio Martínez Furé entre otros, como miembro de El Puente. Allí conoció a poetas, dramaturgos, etnólogos, antropólogos e historiadores con los que estableció fuertes lazos de amistad que conservó a lo largo de su vida. También en esto fue una transgresora porque no le importó que aquellos amigos estuvieran perseguidos o encarcelados. Al cabo, ella pagó también su pertenencia al grupo. En las Ediciones El Puente dio a conocer su primer libro, GH en 1963. En ese libro aparece un breve poema que todavía estremece: “Hermanos en la sombra/ todo es inútil, hay que suicidarse”. El poeta y dramaturgo, amigo personal de Herrera, Fulleda León recuerda que “Enseguida fue incluida en la Novísima poesía cubana por Ana María Simo y Reynaldo Felipe, sus antologadores. Sus poemas en esta selección denotan uno de los más logrados universos poéticos de los allí representados”.[6]

El silencio editorial

Hubo a partir de entonces un silencio editorial para Herrera. Desde finales de los años sesenta se hizo más evidente la frase castrista de junio de 1960 “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”. Esa fue la declaración oficial de la represión que ya estaba preparada contra los intelectuales y artistas. El cierre de Lunes de Revolución, apenas unos meses después de constituida la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en agosto, el mismo nombre que dieron los comunistas a esa organización antes de 1959. Por eso, esta agrupación estaba dirigida en su mayoría por miembros del antiguo partido comunista. A su vez, otros acontecimientos nacionales e internacionales donde destacan la muerte del Ché, el Congreso Cultural de La Habana, la Ofensiva Revolucionaria, la matanza de Tlatelolco, el parisino mayo de 1968 y el enfrentamiento de estudiantes con militares, la llamada Primavera de Praga y la traición definitiva de Castro a su pueblo al apoyar la invasión rusa, el llamado caso Padilla y el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971 fueron decisivos para consolidar una política de total persecución en todas las esferas de la cultura, la educación y el pensamiento. En un discurso pronunciado el 28 de septiembre de 1968, por un aniversario de una de las fuerzas represivas del régimen, los llamados Comités de Defensa de la Revolución, Castro hablaba aparentemente solo para los jóvenes, pero en realidad lo hacía para todos:

¿Y qué querían? ¿Introducir aquí una versión revivida de Praga? ¿Prostitución ambulante? ¿Tuzex incluido? ¿Venta de mujeres? ¿Parasitismo? ¿Reblandecimiento ideológico de este pueblo, cuya juventud se bate con el estudio, se bate preparándose para la lucha, cuya juventud siempre, en todo instante de sacrificio, ha estado presente derramando su sangre y dándolo todo? ¿En un pueblo que se forja un espíritu de hierro, una voluntad de hierro? ¿En un pueblo que tiene que estar preparado para lucha siempre y durante muchos años? ¿Qué creían? ¿Qué nos iban a introducir estas porquerías en el país y lo íbamos a permitir? Y sencillamente como la revolución no podía permitir eso bajo ningún concepto, les echó el guante a todos, y a los que sea necesario de los que participen descaradamente en esas actividades. ¡Y no lo permitirá la revolución! Y a esos jovenzuelos los educará o reeducará, tratará los casos como debe tratarlos, pero los reeducará, sobre todo, con el trabajo, ¡que es la forma magistral de educación![7]

Todas esas circunstancias impidieron que Herrera no pudiese publicar nuevamente hasta finales de la década de los setenta. Es entonces que aparece su segundo poemario Gentes y cosas caracterizado por un intimismo muy fuerte. Allí está su pasión como madre, Pero también el dolor, el desgarramiento de una vida marcada por adversidades. Su hijo Ignacio Granados Herrera ha dicho que este “destaca no desde su punto de vista sociológico y político; sino que lejos de eso, su interés en este sentido estriba en su estricta humanidad, que lo hace especialmente auténtico”.[8] Mientras otros escribían consignas y loas al castrismo, Herrera aparecía con un libro donde no había un solo texto que se plegara al régimen. Desafió las censuras y nunca escribió para complacer a nadie. Era tan cimarrona como sus abuelas y sus viejas tías.

Además, como ya se ha visto, ella también había sido víctima de la prohibición de Ediciones El Puente. Y sabía de primera mano, de la prisión de José Mario en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción, que no eran otra cosa que campos de trabajo forzado escenarios de torturas, asesinatos y suicidios. También conoció de las torturas a las que fue sometida Ana María Simo en los Hospitales Psiquiátricos del país.

Censura y discriminación

Como escritora radial vivió de cerca la censura por su condición de negra. En una ocasión, como resultado de su trabajo de asesoramiento con Iris Dávila[9], escribió una novela donde todos los personajes eran negros. Cuando la presentó para su radiodifusión, le explicaron que era una novela muy buena, pero que no se estrenaría porque todos eran negros. Jamás se estrenó.[10] Otro testimonio que aparece en Golpeando la memoria acerca de hasta dónde llegó la discriminación y el racismo en los medios de difusión es este:

Hay ejemplos que retratan el racismo, era como “miedo al negro”. Mira, una vez, para el programa “Grandes momentos de la Historia”, hice un libreto sobre Aimé Césaire. El caso es que yo, la escritora, era negra. Moraima, la asesora, era negra. Erick Romay, el director, era negro, y Pastor Felipe, con esa voz preciosa y potente haciendo de Césaire, negro también. ¡Lo que se armó no tuvo nombre! Nos citaron a una reunión urgente, un domingo por la tarde. Antonio Recilles que era entonces director de la emisora, dirigió aquella bufonada; el pobre, a él le tocó poner la cara para enfrentar aquello que quedó en la nada. […]. Parece que se nos acusaba de estar conspirando o algo así; porque un grupo de negros y negras, no puede reunirse para hacer arte y exaltar a una figura negra, pero los blancos sí. Todavía quisiera saber a quién se le ocurrió aquello y si todavía en está en Cuba.[11]

Fue víctima de procesos legales por cometer supuestos delitos contra la propiedad del Estado. Lo que se traduce en participar del llamado mercado negro como forma de sobrevivir ante la imposibilidad de mantener a la familia con un salario de 163 pesos. Catalina Rojas, quien escribe acerca de la obra de la autora de GH, ha afirmado que: “De igual manera, la han percibido como una poeta apolítica y que no participa en el proyecto revolucionario, como lo afirma Bibiana Collado cuando expresa: Frente a la poesía de acción defendida por la Revolución, Herrera se posesiona en la contemplación íntima; frente al nosotros socialista, ella escribe desde el yo”.[12]Pero ella escribía del yo porque, al margen de cualquier estilo, se sentía tan libre como Fermina Lucumí y sabía, como el personaje histórico, los riesgos que corría.[13] Hay otros ejemplos de este tipo en la cultura cubana como fue el caso de la cineasta Sara Gómez.

Hay un factor importante que recorre toda la obra de Herrera y es su trabajo con la palabra. Ella expresaba sentimientos muy íntimos con una fuerza extraordinaria, sin regodearse con palabras inútiles. En su poema Hija buscando la risa de su madre las palabras brotan desde el desgarramiento: “Si la encontrara / conservaría la risa de mi madre. Paso / el tiempo buscándola y la pierdo. / La risa tiene un ruido / como de fuego que no apaga nadie. / Por donde ando y busco está el silencio.” Y el dolor de la pérdida de la madre que la acompañó siempre: “¿Cómo pudo existir tan grande espacio / entre las dos? ¿Cómo / vivimos tantos años, sin que nada / fuese a ambas común? En el poema dedicado a Anaísa, su hija fallecida, Ella ha descubierto su corazón se saca del alma todo el dolor en apenas dos versos: “Apenas puedo besarla. Un poco, / nada más, sobre la frente”. Coincido con Catherine Davies, pues, cuando al referirse al uso de la palabra de Herrera, pero hay que añadir a su vez, que son palabras que brotan de hondas desgarraduras y de una sensibilidad poco usual en la poesía cubana hoy:

“Su poesía no tiene nada de declamación ni retórica buscada. Logra la máxima expresión con el mínimo de palabras; palabras que alcanzan su meta, la comunicación honda y directa, por ser pocas y bien elegidas”[14]

Africa, las ancentras, sus historias en la obra de Georgina Herrera

Cuando se reconoció como heredera de un pasado que tenía raíces no solo en Cuba, sino también en África, empezó a hablar con sus ancestros y buscar sus historias. El reconocerse en ellos fue como descubrir su verdadero rostro, por primera vez, ante un espejo. Así lo siente y escribe: “¿Dice alguien que no es / mi rostro este que veo? / ¿Qué no soy yo, ante el espejo/ más limpio reconociéndome? / O…es que vuelvo a nacer? /Esta que miro/ soy yo, mil años antes o más / reclamo ese derecho. […] Ojos tremendos / en lo que apaga y aviva sus fuegos la tristeza. / Soy yo. Espejo o renacida”. Se reconoce, pues, como parte de aquel mundo en que la libertad en su andar por las praderas la hace sentir única. Ahora no solo se trata de atrapar ese Universo, ese mundo de tempestades que alimentan su sangre, sino también sentir los olores, los ruidos, los gritos que tejen su pasado. Estos sentimientos brotaron frente a una cabeza de terracota de mil años, excavada en Ifé, una de las culturas más relevantes de África.

El continente no significa para ella un viaje de retorno, al contrario, su presencia se le hace historia, memoria y culturas que la definen. Por tanto, ella debe cuidar ese legado, protegerlo y llevarlo consigo. Aprendió la poeta, que Según su abuelo: “África / era un país bonito y grande como el cielo, / desde el que, a diario, / al infierno occidental, / venían encadenados, santos oscuros, / dioses tristes”. Esos santos y dioses tristes la poeta debía buscarlos y encontrarlos ahora, que ya sabe de la autenticidad de las historias contadas por el abuelo. Nada de esto lo aprendió en libros, sino que esa sabiduría fue transmitida de generación en generación por los Griots. Estos eran los guardianes de la palabra. No todos podían serlo, sólo los elegidos. Y, para estas culturas patriarcales, los griots solo podían ser hombres. Creo que Georgina Herrera rompió moldes también en esto. Ella se convirtió en una guardiana mujer, por vez primera, de la palabra dicha sólo por hombres. Aprendió definitivamente el valor de esas frases e historias y se sintió, por vez primera, parte de ellas.

Este giro en su escritura, que no la convirtió en una poeta monocorde, tiene un carácter antropológico poco estudiado en la isla. La antropóloga norteamericana Clarissa Pinkola ha trabajado por muchos años la cuestión de la oralidad en las culturas indias de Norteamérica. En su interesante libro A ciranda das mulheres sábias ella dice, con un tono poético, la importancia que tienen estas historias para la cultura, por sus valores morales, sociales, las enseñanzas, costumbres de la riqueza espiritual de la mujer:

Por aquellas respetables ancianas que derramaron dentro de nosotras, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta y ochenta años de vida, que derramaron un río de consejos, advertencias que ensartaron en nuestros bolsos mapas del tesoro al entrar en la selva…por las que nos desafiaron, nos instigaron, obligaron y empujaron a las acciones exactas para hacernos crecer en la dirección de los caminos exactos, para que pudiésemos cultivar más nuestra alma, por sus gestos cariñosos, sus miradas tiernas, sus extraños modos de encontrarnos y centrarnos en innovar y tener tanto coraje como ellas...por sus murmullos en nuestros oídos: no tengan miedo.[15]

Herrera busca en sus recuerdos y encuentra a su abuela, sus tías y a otras mujeres negras que contaban historias.

Herrera busca en sus recuerdos y encuentra a su abuela, sus tías y a otras mujeres negras que contaban historias a las que ella entonces no prestaba oído. Solo ahora se percata de la importancia que tuvieron aquellas mujeres que “después de la ʹlibertadʹ, además de los papeles que le correspondieron, se dedicaron a contar, ¡a contarlo todo! Porque ese era también una misión de las negras viejas”.[16] De esa experiencia nace “Oriki para las viejas de antes”:

En los velorios

o a la hora en que el sueño era ese manto

que tapaba los ojos

ellas eran como libros fabulosos abiertos

en doradas páginas.

Las negras viejas, picos

de misteriosos pájaros,

contando como en cantos lo que antes

había llegado a sus oídos,

éramos, sin saberlo, dueñas

de toda la verdad oculta

en lo más profundo de la tierra.

……

Permanecemos silenciosas,

parecemos tristes

cotorras mudas.

No supimos

apoderarnos de la magia de contar

sencillamente

porque nuestros oídos se cerraron,

quedaron tercamente sordos,

ante la magia de oír.

 Herrera se reconoció en Yemayá. Eso es Ubi Sedi un entrañable poema en el que: “Por sobre muchas cabezas de parientes / buscó la mía, puso / su mano en ella y dijo:/ “Tú son lucumisa” / Por su boca hablaban todas / las estrellas del cielo”. La identificación con la madre universal, diosa del mar, pero también de la maternidad. Georgina Herrera defendía por encima de todas las cosas su sentimiento de madre. Es una fuerza diferente que emana de su personalidad. Su poema Carta a César Vallejo muestra su sentido protector, sin ataduras, sin presiones con sus hijos. En esa conversación con Vallejo ella lo hace cómplice de sus actos, para poder sobrevivir en medio de las carencias y la pobreza. Pero sin angustias, casi en broma y con humor le dice al poeta: “César, a mis dos hijos / usted los tiene echados a perder. / Se comen el azúcar, / la derraman, Resultan/ magos en eso de desaparecer el chocolate;/ …Y yo, Vallejo, viéndolos / así, y al mismo tiempo acordándome / de aquel poema suyo sobre cuando / se le hizo imprescindible / robar un poco—no sé si de azúcar/ o que otra cosa por el estilo—.”

“El barracón” es un poema de una intensidad muy fuerte. A los viajeros del siglo XIX que visitaban los ingenios les impresionaba de diversas maneras esta construcción que estaba en todos los ingenios azucareros y cuya función no era otra que mantener encarcelados a los esclavos en las noches.[17] Fredrika Bermer (1801-1865) fue una de esas viajeras, sueca en este caso, que sintió curiosidad por conocer los barracones de ingenio. Impresionada por el horror escribió en su Carta XXXI que publicó en su obra Cartas desde Cuba: “Los dormitorios de los esclavos, en un viejo muro o edificio, no eran mejores que las pocilgas oscuras de nuestro país”.[18]La experiencia de Herrera, frente a las ruinas del ingenio Santa Amalia, es estremecedora:

Sobre estos muros

húmedos aún, en las paredes

que la lluvia y el viento de hace tiempo

desgastaron e hicieron,

a la vez, eternos, pongo mis manos.

A través de los dedos, oigo

sonidos, maldiciones, pasos, juramentos

de los que en silencio

resistieron los colmillos del látigo en la carne.

Todo me llega del pasado, mientras

se alza el pensamiento; pido

a los sobrevivientes

de la interminable travesía

fuerza y memoria (esa

devoción para el recuerdo),

y el amor, mucho amor, todo el amor

con que regaron su impetuosa semilla, perpetuándola.

Así lo siento, lo recojo y lanzo

hacia todo lo que en el tiempo venga.

Ella puede oír sus voces en medio de ese silencio. Voces e imágenes que le llegan a través de sus manos al tocar los viejos muros de la edificación en ruinas. Así encuentra el horror de aquellas vidas. Hombres y mujeres que dejaron atrás su historia y su condición humana. Piezas de ébano que perdieron sus nombres, que reconstruyeron sus recuerdos para diseminarlos y hacerlos parte de nuestra tierra. Nadie puede negarlo, pues, África está entre nosotros a través de sus hijos. Por eso ella cuando piensa en África la trata con respeto, sin falsedades. “Cuando yo te mencione / o siempre que seas nombrada en mi presencia / será para elogiarte. / Yo te cuido. / Junto a ti permanezco, como el pie / del más grande árbol”. Es impactante la visión antropológica de Herrera en relación con las culturas africanas. No, para ella no son sus culturas, sino también historias como las mías. Están aquí, vienen de esas lejanas tierras, pero ya no son iguales. Ahora son sus historias, transculturadas que le han dado forma a su rostro. “Amo esos dioses / con historias así, como las mías: / yendo y viniendo /de la guerra al amor o lo contrario. / Puedes / cerrar tranquila en el descanso / los ojos / tenderte / un rato en paz. / Yo te cuido”. La necesidad de proteger a esa África que sabe suya parte de ver en ella a la MADRE que la acompaña a todas partes. Madre con la que dialoga, con la que sueña y recorre su cuerpo como geografía aprendida de sus soledades, traiciones, tristezas, al igual que ella.

Fue con su entrañable amiga Gloria Rolando, la cineasta negra más importante en la isla hoy, con quien escribió el guion para la trilogía documental Voces para un silencio. Estos documentales están dedicados al centenario de la masacre contra los líderes del Partido de los Independientes de Color que fue, en verdad, una guerra no sólo contra negros y mulatos, sino también contra los sectores más pobres de la población republicana de aquel período. Ese es un tema apenas conocido de la historiografía cubana. La participación de Herrera en este trabajo dice mucho de su profundo sentido de cubanía y de la búsqueda de respuestas ante las identidades silenciadas.

Georgina Herrera y el feminismo

Alguna crítica ha afirmado la filiación feminista de Herrera. ¿Lo era? ¿Es importante afiliarla en el movimiento? En Cuba sigue existiendo un vacío en ese tema. Una cosa es leer, identificarse y promover determinadas posturas o teorías feministas y otra crear nuestras propias teorías conceptuales al respecto. Los organismos del Estado como la Federación de Mujeres Cubanas y otras entidades se han encargado muy bien de silenciar cualquiera de estos intentos. Lo hicieron con MAGIN, movimiento que nucleó a mujeres comunicadoras y comenzó a extenderse por la isla. Apoyadas por la UNICEF recibieron a especialistas en comunicación y feminismo latinoamericano. Impartieron talleres, conferencias y entraron en contacto con teorías y conceptos que desconocían. Nunca tuvieron reconocimiento oficial a pesar de haberlo solicitado. Fueron llamadas al Comité Central de Partido Comunista de Cuba para informarles que no podían seguir su trabajo porque eso lo hacían organizaciones como la Federación de Mujeres Cubanas. Nunca más se reunieron, pero el movimiento marcó un punto importante en el pensamiento sobre la mujer en Cuba. Como parte de ese grupo estaba Georgina Herrera quien recuerda: “El día que Mirta y Carmen María me llevaron por vez primera al taller, al encontrarnos una de ellas me preguntó qué cosa era género, y había que ver la rápida y segura respuesta que le di: “Lo masculino y lo femenino” y entonces la otra se sonrió y le dijo: ella no sabe de lo que tú le estás hablando” ¡Qué vergüenza! Pero fue como una lucecita que se encendiera en mis venas. Yo tenía que saber de qué me hablaban y por eso fuimos directas al taller”.[19]

Considero que, en efecto, hay que marcar las diferencias entre la mujer blanca y la negra. Porque ellas viven la pobreza de formas diferentes y están condicionadas sociológica, histórica y antropológicamente de formas distintas. Coincido con la investigadora cubana Rosa Campoalegre Septien cuando afirma: “Hasta hoy, en Cuba es escasa la producción académica en clave de feminismo negro. […]. Es inmensa la deuda de la historiografía cubana con estas luchas. […]. Lo decisivo es quebrar los silencios y hacer luz a las narrativas insurgentes”.[20]

No puede hacerse de la figura y la obra de Georgina Herrera un estandarte de un feminismo que no profesó. Por otra parte, la presencia de la racialidad en su obra hay que estudiarla, al decir de Granados Herrera, con un acercamiento muy cuidadoso e inteligente alejado de toda manipulación política. En efecto, la obra de Georgina Herrera espera por estudios de otro tipo. Se precisa de una mirada que devele esa fuerza que se esconde detrás de sus palabras. “Estas palabras, aparentemente / suaves y tranquilas / palabras transparentes, sí, pero / tenaces. / Llegan, entran, se quedan para / siempre. / Son mi manera. / Así es que grito. / Y sé que me hago oír”. Hay que encontrar entonces la fuerza de sus dioses, de sus viejas que contaban historias, de su familia, de sus tristezas y profunda cubanía. Solo así rescataremos a Georgina Herrera del olvido. Porque ella es como ese enorme poema: “Soy/ la sobreviviente, / la que está aquí, / la fuerte. / Solitaria.


[1] Virgilio López Lemus: “La generación de los años 50. Antología y polémica”, en: revista Bohemia, año 76, no. 52, 28 de diciembre de 1984, p.17.

[2] Daysi Rubiera y Georgina Herrera: Golpeando la memoria. Ed. Unión, La Habana, 2005, p. 25.

[3] Georgina Herrera: “El pueblo para siempre”

[4] Daysi Rubiera y Georgina Herrera: Golpeando la memoria, p. 63.

[5] Georgina Herrera: “Una lápida para la Marquesa”, en: Poemas inéditos. Selección de Juana María Cordones Cook.  Revista de Investigaciones en Estudios Afrolatinoamericanos Perspectivas Afro. Ed. Universitaria, Universidad de Cartagena de Indias, Colombia, julio-diciembre, 2021, p.182.

[6] Gerardo Fulleda León: “Testimonio”, en: Daysi Rubiera Castillo y Georgina Herrera: Golpeando la memoria. Ed. Unión, La Habana, 2005, p. 163.

[7] Fidel Castro: Discurso pronunciado el 28 de septiembre de 1968, en: www.fidelcastro.cu

[8] Ignacio T. Granados Herrera: Trascendentalismo, poética y perennidad en Georgina Herrera. Ed. Itinerantes Paradiso, Miami, 2025, pp. 17-18.

[9] Iris Dávila fue una escritora de novelas radiales en Cuba. Había trabajado en la radio antes de 1959 y era considerada una de las fundadoras del género en Cuba. Era la madre del ex–dirigente castrista Carlos Lage Dávila.

[10] Cfr., Daysi Rubiera y Georgina Herrera: Golpeando la memoria, p. 99.

[11]Daisy Rubiera y Georgina Herrera:  Golpeando la memoria, p. 99.

[12] Catalina Rojas: “Georgina Herrera o el empoderamiento de las mujeres, las ancestras y las palabras”, en: Review MIFLC, vol. 19, s.f., p. 202.

[13] Su hijo Ignacio Granados Herrera ha escrito al respecto: Hay pruebas de su distanciamiento político, como sus declaraciones a un periódico barcelonés en la década de 1990; pero también la rebeldía personal con que respondía a las exigencias del patriotismo—de la patria—sobre sus hijos; a los que respondía, bien que en la intimidad, que si la patria quería hijos que los pariera. En este sentido, su poema “Muerte y resurrección de Mambrú “debería ser conocido como tópico y definitivo; estableciendo su posición, no sólo antibélica por principio, sino de hecho antipolítica, en su sentido abiertamente existencial. Trascendentalismo, poética y perennidad en Georgina Herrera, p. 23.

[14] Catherine Davies: “Georgina Herrera: el don de la palabra sencilla y sentida”, en: Golpeando la memoria, ed. cit., p. 172.

[15] Clarissa Pinkola: A ciranda das mulheres sábias. Ed. Rocco, Río de Janeiro, 2007. Traducción libre de Olga García para este texto.

[16] Daysi Rubiera y Georgina Herrera: ob. cit., p. 75.

[17] Juan Pérez de la Riva, importante demógrafo e historiador cubano del siglo XX, escribió sobre el barracón: “Dentro del conjunto del barracón de esclavos era la nave o las barracas donde se guardaban los cautivos condenados. En Cuba, en el campo se llamó barracón al total de chozas destinadas a viviendas de los esclavos, más tarde se aplicó el término a las grandes construcciones, verdaderos cuarteles. “El barracón”, en: El barracón y otros ensayos. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 21-22.

[18] Monserrat Becerril García y Anner María-Brenot: Diccionario negro de Cuba. Palabras y testimonios del siglo XIX. Ed. Iberoamericana, Madrid, 2016, p. 79.

[19] Daysi Rubiera y Sonia Moro: MAGIN: tiempo de contar esta historia. Ed. MAGIN, La Habana, 2015, p. 69.

[20] Rosa Campoalegre Septien: “Afrofeminismos en Cuba: voces, silencios, violencias y resistencias”, en: Afrofeminismos, mujeres afrodescendientes, racismo. Servicio de Noticias de la mujer de Latinoamérica y el Caribe, 2023, s.p.



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