¿Qué es lo que busco?

"Estoy convencido que internet es como una gran sala de un prostíbulo (...) Al entrar a una aplicación para buscar parejas te percatas cuánto el mundo necesita del elogio..."

| Opinión | 09/04/2022
internet
"Al entrar a una aplicación para buscar parejas te percatas cuánto el mundo necesita del elogio..."

­­­­El regalo más preciado siempre será el más sangriento. El que nos recuerde alguna batalla, una desilusión. La falta de luz repentina en medio del escenario, el accidente que nos pone a prueba. He estado tratando de decirte lo que no sé pronunciar. Habrá un perfil, y otro, y otro… ¿Qué es lo que busco?, ¿qué es lo que quiero encontrar?

La verdadera razón por la que me fui de mi país de origen es porque no quería encontrarme, encontrarse es llegar al lugar. Y yo lo que siempre he querido es perderme, entrar en el bosque de noche: hay niebla —lo sé por el efecto de la luz de la luna—. Me gusta lo que veo, busco sin un patrón determinado, me dejo llevar por los rostros ajados, con barba, de mirada recelosa, que tengan la piel quemada por las insistentes visitas a la playa. Busco los que tengan caras de asesinos, abusadores, ladrones, que salgan mordiendo un trozo de carne, o mejor de hamburguesa, y le chorree la grasa por los labios. Pensándolo bien, los estafadores son los más seductores.

Busco en cada cuerpo. Leo los perfiles: todos posan, son constructos, igual que los textos que escribo, igual a lo que vivo a diario al hacer mis pinturas, por eso no me ofende la puesta en escena. Estoy convencido que internet es como una gran sala de un prostíbulo, cada uno muestra, sobreactúa el papel asignado, el guion que mejor le queda de acuerdo a sus condiciones físicas.

«…Una mentira es la orquestación, es la articulación, es el cuerpo, la ropa, la pose y el disfraz, y eso a todos gusta…»

Lo ofensivo son los perfiles con fotos de los padres, abuelos, hijos o sobrinos. Dichas fotos están acompañadas de las preferencias que desearían encontrar, como si las personas representadas en esas imágenes nos estuvieran hablando, pero a simple vista, el texto nada tiene que ver con la foto que le acompaña. La sobreabundancia de material hace que la búsqueda sea infinita. Algunos se muestran tan espirituales, tan sensibles, que en vez de seducir, dan lástima. Pero quizás sean estos los más reales, y quizás por esa misma razón no convencen. La mentira es más fácil que se convierta en verdad y llegue a tener adictos. Una mentira es la orquestación, es la articulación, es el cuerpo, la ropa, la pose y el disfraz, y eso a todos gusta.

Por ejemplo, el hombre de 40 años de abundante bigote, de mirada de perfil, que posa frente a un estante de libros, no lee ni siquiera el periódico. El chico de 25 años de edad, que estudia Biología, que está en la foto con unos shorts super cortos mostrando unas piernas espléndidas, es un inexperto en la cama, se mueve monótonamente, si acaso ha tenido dos o tres veces sexo. Los cuerpos que tienen sexo, por el placer del desempeño físico, no son cuerpos con aspecto de porcelana, todo lo contrario, son cuerpos que se han usado, y se han dejado usar, pero no guardan ningún rencor por ese uso. Tener sexo es como escribir: se escribe sin saber a donde te lleva lo escrito. Se tiene sexo por placer, por el mero hecho del momento, sin deseo de retener a nadie. Como el ejercicio de la lectura, no se lee por conocimiento, ni para obtener alguna ganancia, se lee por el paladeo de las palabras, en muchas ocasiones, sin saber qué quieren decir esas palabras.

El muchacho rockero de uñas pintadas de negro y pasadores en la oreja, super delgado, de imagen gótica, no sabe hablar, se pondría nervioso al estar frente a la otra persona, por eso siempre cancela las citas. Ha vivido mucho tiempo solo y no sabe comunicarse, apenas sale de su habitación, odia a sus padres y a su hermano, quisiera irse de casa, pero tiene conciencia que es un inútil y que no podrá conseguir trabajo y terminaría regresando. Este es un muchacho de provincia, lo sé por su facha, es un recién llegado a la capital, trae la camisa arrugada, no mira a la cámara, está apoyado a una pared blanca, sus manos están dentro de los bolsillos, sabe que sus dedos están feos, sus uñas cortadas, disparejas, pues se las come en sus tardes de ansiedad. Tiene hambre, apenas se ha comido un pan. Un amigo le hizo la foto, y le sugirió esta aplicación, le comentó que en ella encontraría un buen partido, un señor dueño de una empresa que se lo llevaría a su casa de tres niveles, y que nunca más pasaría trabajo.  

El chico es el más hermoso en todo su conjunto, pero recibe pocas visitas su perfil, es objeto de bullying. Su mirada lo delata, sus ojos son miopes: los miopes miran con lástima, como si estuvieran pidiendo limosnas, la misma mirada de los mendigos cuando piden una moneda. Por eso yo, cuando conozco a alguien, no le miro fijo al rostro, y de vez en cuando me hago algún comentario sarcástico, porque de ninguna manera quiero provocar en los demás un sentimiento de pena.       

Hablo de ellos como si fueran un catálogo, pues son eso, una muestra del mundo, la reunión de seres desesperados en su búsqueda, con muchas hambres. Son muy pocos los que quieren que se concreten los hechos, ellos buscan el juego, la seducción, insinuar, mostrarse y que les muestren. Aunque digan: «busco el amor», es mentira; buscan el ojo que se pose en la foto de su pene, en las piernas peludas, en los dedos perfectos de uñas transparentes, en los pechos peludos que se desbordan por la abertura de la camisa a medio abotonar, el tatuaje en el cuello. Ellos lo que quieren son espectadores, manos que aplauden, gritos de ovación; no les preocupa quién es el público, mucho menos lo que piensa cada individuo. 

Al entrar a una aplicación para buscar parejas te percatas cuánto el mundo necesita del elogio, de la aceptación, de la celebración. Esa necesidad es insaciable.

«…El tema del desnudo es uno de los más legendarios del arte, los espléndidos cuerpos sustituyeron a los santos, la devoción se mantiene hasta ahora, es la mera contemplación de los cuerpos desnudos…»

Caras, cuerpos, más cuerpos, pieles, miradas, palabras que se repiten una y otra vez para, por supuesto, llegar a los mismos adjetivos. La exposición de los genitales por interno. Una marea insondable de intenciones que no llegan a nada. Al estar frente a tanta exhibición uno termina inhabilitado, pasmado por tantas opciones y termina cansado. Al otro día inevitablemente vuelves a la aplicación, allí están disponibles los que dejaste; y habrá más rostros, excelentes barbas, labios, brazos, miradas, comentarios complacientes, al instante te envían las fotos en tiempo real de cómo están, con la ropa interior que llevan puesta —si es que llevan ropa—. Puedes escuchar sus voces, algunos pueden emitir los gemidos de cuando llegan al orgasmo.

El tema del desnudo es uno de los más legendarios del arte, los espléndidos cuerpos sustituyeron a los santos, la devoción se mantiene hasta ahora, es la mera contemplación de los cuerpos desnudos, hombres y mujeres espléndidos posaban en los jardines, en el interior de alcobas y baños. Por eso creo que estas aplicaciones si tienen alguna finalidad es la de mostrar, exhibir primero el rostro como lo hace la publicidad en las revistas de moda, para luego por interno enviar al amante virtual del momento fotos de tus desnudos, fotos que al verlas te recuerdan el tema clásico de la pintura; las locaciones siguen siendo los mismos cuartos y baños. Mostrar al extraño que acabas de conocer tus partes íntimas es quizás menos íntimo que los posts que muchos publican sobre sus momentos felices, sus viajes, sus preferencias estéticas, el cumpleaños o el anuncio de la muerte de algún familiar.

Las modelos que posaban para los grandes maestros de la pintura de la vanguardia eran cuerpos enfermos, almacenes de sífilis, distribuidoras por excelencias de enfermedades venéreas, prostitutas, desvergonzadas, que llegaron al podio de la veneración de la academia y las buenas costumbres gracias a que fueron representadas por los pintores. Cuerpos muy rentables desde que despuntaron en plena adolescencia. Cuerpos que aún después de muchos años de muertos siguen dando ganancias colgando en las paredes de los museos del mundo. Pagamos por ver esos cuadros, al igual que el hombre fogoso paga por unas horas de placer. Compramos reproducciones, imitaciones mal hechas de esas imágenes.

Qué puede importar, entonces, si en el instante de goce el sujeto que está del otro lado de la pantalla del teléfono, o de tu PC, es un perfil falso.                 

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