Una lectura contemporánea de “La prostitución en La Habana”, de Benjamín de Céspedes (Segunda parte y final)

“Benjamín de Céspedes fue el primero en denunciar en Cuba la situación de la mujer y los niños llevados al terreno de la prostitución.”

| Opinión | 26/11/2024
Mario Carreño: "Danza Afrocubana" (1943), fragmento.
Mario Carreño: "Danza Afrocubana" (1943), fragmento.

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Benjamín de Céspedes fue el primero en la isla, hasta donde se conoce, en abordar el tema de la prostitución desde una perspectiva médica, sociológica y antropológica. Fueron determinantes para su enfoque del tema, sus vivencias como Inspector de Sanidad en La Habana, pero también el haber sido parte de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la Sociedad Antropológica de Cuba y de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Por tanto, su discurso está condicionado, en primer lugar no solo por su amplia cultura, sino además por las teorías y polémicas de la época en relación con el origen y evolución del hombre, las razas y los estudios antropométricos,1 entre otras cuestiones.

Racismo, marginación y prostitución

El problema del mestizaje era la preocupación fundamental para aquellos hombres de ciencia que trataban de justificar la fundación de una nación desde las bases una homogeneidad cultural. La civilización, entonces, solo podía ser concebida sobre los cimientos de esa igualdad. En su “Discurso sobre la unidad de las razas”, pronunciado en el Liceo de Guanabacoa, el doctor Ramón Zambrana expuso su criterio al respecto:

Esto parecerá muy individual, pero de la reunión de individuos resultan especies. La otra observación es notable así mismo. ¿No habéis encontrado esclavos enteramente negros, que se parecen a sus amos enteramente blancos? Los mismos, los mismos rasgos, las miradas, los movimientos, el metal de voz, los defectos, las manías, hasta las costumbres íntimas, las creencias, hasta las mismas frases para expresarse: todo se asemeja en ellos. Por lo regular, son esclavos que nacieron y se educaron en la casa de sus amos. Es este, Señores, en efecto, una prueba irrefragable de la unidad de las especies. Esas semejanzas las han producido la educación y la imitación. Solo los individuos de una misma especie se van asemejando por la influencia de la educación, hasta identificarse enteramente.2

Es obvio que la “unidad” a que se refiere tenía sus cimientos en la supeditación del negro, considerado inferior al igual que el mestizo, al blanco; lo cual tenía un carácter totalmente racista. Lo mismo pensaban en relación con los asiáticos y los portadores de otras culturas que entraron a la isla en calidad de braceros y semi-esclavos. Eso es lo que explica ese racismo contra el negro, el mestizo y el chino, que recorre el libro sobre la prostitución de Benjamín de Céspedes. Es lo que hace que el autor de este estudio afirme en sus páginas que

cuando la prostitución ofende los sentimientos hasta el límite de la náusea y evoca en la memoria escenas del africanismo más repugnante en medio de un pueblo civilizado que tiene por lo menos el derecho que no se le ofenda en sus costumbres; hay que suponer en los gobernantes, un soberano desprecio hacia la cultura de ese pueblo.3

Era el espíritu de una época que había dejado atrás la esclavitud, pero no sus secuelas en las mentalidades. En la década del ochenta del siglo XIX fueron publicados una serie de textos acerca de estos temas. Es el caso de Los ñáñigos. Su historia, sus prácticas, su lenguaje, que apareció en 1882 y es el primer acercamiento realizado en la isla a esta religión de práctica africana. El libro carece de autor, pero devela cómo los datos fueron dados por informantes que ya habían fallecido. Lo cual es de interés porque a los abacuá les está prohibido dar a conocer los secretos de su fe. Lo cierto es que quien reúne esta historia no era un improvisado. En la introducción se explica cómo:

Por mucho tiempo ha sido un misterio para todos los profanos el rito o constitución de los ñáñigos; pero la policía, cuyo deber es conocer todos los actos de las agrupaciones y averiguar sus fines, ha ido recogiendo datos respecto a esta especie de secta […] en Cuba, y de su conjunto se ha formado esta historia que, por primera vez, ha visto la luz pública en el periódico La Correspondencia.4

Benjamín de Céspedes no estuvo ajeno, por supuesto, a estas ideas. Mucho antes de hacer evidentes estas concepciones en el terreno social de los marginados, el autor del libro sobre la prostitución había mostrado igualmente su criterio en relación con el despoblamiento de la isla.

La trata de mujeres

El fin de la esclavitud había puesto en crisis la mano de obra esclava y la única manera de suplantarla era con otro tipo de brazos. Es importante lo que señala Céspedes, porque evidencia un cambio de mentalidad que está condicionado por el emergente desarrollo de las formas capitalistas de producción y el surgimiento del proletariado. Los historiadores Consuelo Naranjo y Armando García se refieren a este hecho:

[…] es de gran interés el artículo aparecido en la Revista de Agricultura, en 1883, cuyo autor, Benjamín de Céspedes, aborda el problema de la despoblación del medio rural y la falta de brazos que se planteaba anualmente. Las claves del problema radicaban para el autor en las dificultades que el inmigrante encontraba para hacerse dueño de la tierra, y estar sujeto a un trabajo sin posibilidades de adquisición, frente a las ventajas que, en este terreno, encontraba en el medio urbano, y para lo cual proponía “fijar al colono a la tierra” e “interesarlo en la producción.5

Todo este cuadro social está presente en el estudio que sobre la prostitución llevó a cabo Céspedes. Podría afirmarse, además, que su autor pudo haber conocido perfectamente el texto publicado por Ramón de la Sagra en España, en el año 1850. Me refiero a Notas para la historia de la prostitución en España, y cuyo enfoque no solo fue histórico, sino también sociológico. Ramón de la Sagra tuvo fuertes nexos con la isla, donde vivió en diferentes periodos. A él se le deben, entre otras muchas cosas, la fundación del Jardín Botánico de La Habana, del cual fue su primer director. Se vinculó y polemizó con la intelectualidad cubana de la época, donde tuvo grandes amigos. Es muy posible, pues, que Céspedes conociera este libro cuya estructura temática tiene muchos puntos de contacto con el del médico cubano.

Benjamín de Céspedes, después de hacer un recorrido por la historia universal de la prostitución, se centra en el caso específico de Cuba. Una de sus ideas es la de denunciar cómo el gobierno español de la isla no dictó el primer reglamento sobre la prostitución hasta 1873. Por tanto, no hubo a hasta esa fecha nada que protegiera a estas mujeres de los desmanes de la sociedad. Lo que movió al gobierno a presentar este reglamento fue, entre otras cosas, el aumento de esa población en la isla como el resultado, entre otras causas, de la trata de mujeres. Provenían de España, Francia, Países Bajos y Alemania, entre otras zonas geográficas. Por otra parte, Céspedes señaló cómo la guerra de 1868 llevó a muchas mujeres, no solo campesinas, a la más extrema pobreza y no tuvieron otra salida que la prostitución.

Pobreza y prostitución tras la guerra de 1868

Víctor Patricio Landaluze: "Galanteo cubano" (sin fecha), fragmento.
Víctor Patricio Landaluze: "Galanteo cubano" (sin fecha), fragmento.

En su condición de Inspector de Higiene que atendía a estas mujeres en La Habana, denunció la carencia de una adecuada atención médica. No hubo nunca una atención especializada. La ausencia de condiciones higiénicas para los tratamientos que requerían aumentaba sus sufrimientos y expandía las enfermedades venéreas. En aquellas “salas hospitalarias”, creadas en el Hospital de Mujeres, morían, enloquecían o acababan suicidándose muchas de ellas. Pero esta realidad no se recogía en las estadísticas de la época. El Reglamento Especial de Higiene Pública, aprobado también en 1873, muchas veces era letra muerta ante el drama de aquellas mujeres.

Si una mujer era explotada y abusada en Cuba era la prostituta.6 Tenían que pagar a los diferentes niveles del gobierno para poder ejercer su oficio, obtener su cartilla y recibir una muy deficiente atención médica. A eso se sumaban los gastos por la alimentación, limpieza, lavado, compra de ropas y otros. Por otra parte, estaban los impuestos, los proxenetas, la dueña del prostíbulo o de la casa o de la habitación que utilizaban. El pago a los policías y vigilantes que les multaban o chantajeaban indiscriminadamente o que también las usaban para ellos sin dar nada a cambio. Al final, una buena parte de ellas vivían en la miseria.

Esta situación afectaba también a la población de niñas que, entre 12 y 13 años, se veían obligadas por circunstancias sociales y de pobreza a ganarse la vida de esta forma para ayudar a la familia. Al describir aquella situación Benjamín de Céspedes señalaba:

La mujer cubana, replegada en este medio asfixiante, no encuentra protección ni amparo en su infeliz orfandad e impávidos contemplamos la oleada de fango que sube como una marea desde la calle y quizás, como agonizantes e impotentes, presenciaremos mañana la inundación de tamaños males invadiendo nuestros hogares.7

Esta advertencia no la hizo con el conocimiento de cómo jóvenes de familias lejanas a este medio se vieron arrastradas por disímiles causas a la prostitución.

Varias y duras interrogantes sociológicas realizó el autor en las páginas de su libro. Céspedes se preguntó si podía haber límites sociales para calificar la prostitución. ¿Era prostituta solo aquella que vendía su cuerpo? ¿Cómo calificar a la mujer que se entregaba o era entregada en matrimonio a un hombre mayor en edad que ella aborrecía? ¿Qué diferencia había entre las prostitutas y las mujeres que caían seducidas por la mentira?

Una topografía de la prostitución en La Habana

Céspedes analizó estos problemas al manejar los temas de la virginidad, el erotismo, el engaño y otros factores. Creo que pueden añadirse muchos otros problemas, entre ellos, el de la mujer pobre que estuvo al lado de los hombres en la guerra. ¿Fueron prostitutas aquellas mujeres, no importa el color, que fueron amantes, enfermeras, mambisas y que dieron todo de sí no solo a los oficiales, sino también a la tropa, sin pedir nada a cambio? Sus nombres ni siquiera están en los diarios de campaña de aquellos hombres. Nada hay, tampoco hoy, nada que las recuerde.8

El autor trazó lo que bien puede asumirse como una topografía de las zonas de prostitución. Las calles por las que podían transitar, los distritos donde estaban ubicadas y diferenciadas del resto de la ciudad; lo cual ponía de manifiesto la condición de segregadas a que eran sometidas. Así describe Céspedes a aquellas mujeres que andaban como siluetas fantasmagóricas por esas calles que pueden ser Virtudes, Compostela, Tejadillo, Habana, Zanja, Sol, cualquiera de ellas:

Han caído en esta calle, por ley ineludible del vicio. Son seres fatigados, de la crápula, que han perdido la belleza, ajadas por la edad y lo adverso de la vida, que se amoldan al fango con la impasibilidad o indiferencia del que adopta una posición natural. Son ignorantes, supersticiosas, extremadamente desaseadas, soeces en su lenguaje, reñidoras, interesadas, y la mayor parte de ellas alcoholistas y fumadoras. Allí viven hacinadas como hembras fieras en su cubil, atisbando, desde la puerta, la llegada del proxeneta que es generalmente relapso de la cárcel, que tiene su tertulia en la bodega más próxima y que desde allí vigila la clientela y las ganancias. ¡Desgraciada la que no le dé lo que le pide! Es muy raro no observar en estas mujeres las huellas del bárbaro ultraje de sus amantes. […] A estas casas concurren marineros, soldados, mancebos de comercio, todo el residuo y la hez de nuestro pueblo.9

Acusó con fuerza la existencia de casas en La Habana donde se empleaban y adiestraban niños entre nueve y once años, totalmente desprotegidos desde todo punto de vista, en el ejercicio de la prostitución. Las causas de estas prácticas el autor las encuentra

en un presente donde las escuelas permanecen desiertas; la vagancia callejera, la prostitución, la insolencia y el cinismo, van ajando, con precoces arrugas, nobles inspiraciones y socratismos de la edad juvenil […] la responsabilidad debe compartirse entre educandos rebeldes y enervados educadores.10

El negocio de la prostitución

Edgar Degas: "El cliente serio" (1879), fragmento.
Edgar Degas: "El cliente serio" (1879), fragmento.

No podía dejar de referirse a la prostitución masculina como un problema que afectaba tanto a negros, mulatos, y chinos. También es Céspedes el que se refiere, aunque tangencialmente, por vez primera, al lesbianismo. Los pederastas, los homosexuales y sus vínculos con las mujeres dueñas de prostíbulos van a ser minuciosamente caracterizados por el autor.

Para Céspedes, la única solución a este problema era la devolución de todos ellos a sus continentes de origen. Su caracterización del proxeneta o chulo, a quien denominó el parásito de este negocio, tiene un fuerte matiz no solo social, sino también antropológico.

El chulo de las prostitutas de primera categoría es por lo general un jovencito decadente, con cara de fauno, muy afeminado en su porte y en sus maneras. Con el dinero de la meretriz se viste y calza, toma copas y algunas veces juega: su familia provee lo demás. Se confunde con los jóvenes decentes, alternando con ellos, como la cosa más natural del mundo. Tiene los mismos instintos groseros que el chulo de ínfima clase y acude a los mismos procedimientos brutales para dominar a sus desgraciadas víctimas.11

Benjamín de Céspedes es, pues, el primero en denunciar la situación de la mujer y los niños llevados por disímiles causas al terreno de la prostitución. Mujeres de la calle, horizontales, mujeres públicas, meretrices, busconas, gabinas, putas, maricones, jineteras y pingueros (estos dos últimos en la historia actual de la isla)… muchos han sido a lo largo de la historia los calificativos que han recibido. Han sido siempre las víctimas de un mundo que hipócritamente intenta mirar para otro lado, pero que también participa en los negocios que destruyen estas vidas.

Nada se solucionó con los campamentos de rehabilitación inventados por Vilma Espín para segregar a estas mujeres. La historiografía cubana tiene una difícil tarea en el rescate de estos relatos y en la reconstrucción de la historia de estos sujetos sociales, aparentemente sin historia.

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1 El historiador Armando García, en su ensayo “Degeneración y africanización de la población cubana 1878-1895”, publicado en el sitio del Cabildo de Gran Canaria, señaló que: “Enrique José Varona, a partir de un cuestionario realizado por el francés Letourneau propuso aplicar otro a los niños negros y mulatos cubanos para determinar el grado de inteligencia de los mismos en relación con los niños blancos. Aplicación que fue apoyada por unos y negada por otros miembros de la Sociedad Antropológica de la isla de Cuba, donde se presentó, pues podía ser contraproducente dada la situación política de entonces, recién terminada la Guerra de los Diez Años”, p. 441.

2 Ramón Zambrana: Trabajos académicos, Imprenta “La Intrépida”, La Habana, 1865, p. 126.

3 Benjamín de Céspedes: La prostitución en la ciudad de La Habana, Estudio Tipográfico OʹRelly no 9, La Habana, 1888, pp. 158-159.

4 Los ñáñigos. Su historia, sus prácticas, su lenguaje y con el fácsimile de los sellos que usa cada uno de los juegos y agrupaciones, Imprenta “La Correspondencia de Cuba”, La Habana, 1882.

5 Consuelo Orovio y Armando García: “Antropología, racismo e inmigración en la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana”, en: http://asclepio.revistas.csic.es, p.148.

6 A esto se refirieron las feministas más radicales en el Primer Congreso Nacional de Mujeres celebrado en Cuba en 1923.

7 Benjamín de Céspedes: Ob. cit., p. 117.

8 Cfr. José Abreu Cardet: Las fronteras de la guerra. Mujeres, soldados y regionalismo en el 68, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2016.

9 Benjamín de Céspedes: Ob. cit., pp. 148-149.

10 Íbid., p. 189.

11 Íbid., p. 205.

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