Entrevista │ Mildre Hernández: “No me ha quedado más remedio que ser dura”

“Ser mujer, en este país, como en muchísimos otros, es un desafío. Pero me encantan los desafíos, como me encanta ser mujer.”

Mildre Hernández (Jatibonico, Sancti Spiritus, 1972), escritora cubana.
Mildre Hernández (Jatibonico, Sancti Spiritus, 1972), escritora cubana.

Transgresoras, indómitas, diferentes… así suelen ser las protagonistas de sus libros, todos escritos para niños y jóvenes. A través de personajes como Brunilda y Rigoberta (vacas que han decidido escapar hacia la India para no ser sacrificadas) o de Cuasi (una niña que tiene dos mamás), Mildre ha sabido adentrarse sutilmente en zonas problémicas como la autodeterminación, la discriminación de género o la diversidad sexual. En una conversación acerca de estos temas tan frecuentes en su literatura, respondió algunas preguntas sobre su infancia y juventud rural, los desafíos enfrentados para imponerse en las circunstancias, no siempre favorables, que cimentaron su verdadera identidad.

¿Qué patrones de conducta recibiste en la educación familiar y escolar?

Mis diez primeros años transcurrieron en un pueblecito de campo, rodeada de carencias e inhibiciones, pero dentro de una familia unida (como toda, o casi toda, familia campesina). Ese contexto bucólico quizás estimuló mi imaginación infantil, por las leyendas que narraban mis abuelos, sobre todo en “apagones”, cuando la familia se reunía alrededor de la alargada mesa de cedro con sus blanquísimos taburetes, iluminados por la luz de un quinqué.

Mi abuela, ama de casa, con sus ricos almuerzos, y mi abuelo, repartidor de leche en una mula sin deseos de vivir, dejaron en mi recuerdo una marca tangible de reposo (el que no he tenido desde entonces). Mi padre se iba, desde la madrugada hasta el atardecer, en su ruidoso tractor ruso a labrar la tierra, y yo me quedaba en casa, con mi madre, una mujer adusta y rígida en su crianza. El amplio patio de tierra, mis tres o cuatro primos, los trastos que tenía por juguetes (los juguetes eran costosos y venían por tiques) y mi fantasía… fueron un consuelo tangible y sempiterno en esa etapa de mi vida.

Mi educación fue estricta. Mi madre no me dejaba jugar con mis primos y amigos varones, porque eso “no era correcto”… (en verdad no sirvió de mucho). Entonces yo esperaba a que ella se metiera en la cocina (su lugar eterno) para escaparme con los varones, pues sus juegos me parecían más atractivos que los de las niñas.

En el ambiente escolar oscilaba entre dos personalidades: una tímida que no alzaba la mano para responder las preguntas de las maestras (aunque las supiera) y que se entretenía mucho mirando el verde paisaje, por las ventanitas del aula. Y la otra: impetuosa (¿especie de heroína?), que no se dejaba arrebatar la merienda, ni golpear por los niños. Respetaba mucho a mis maestras. Veía en ellas una prolongación del respeto familiar, y eso hizo que fuera una alumna de magnificas notas. Aunque nunca olvido que aprendí la tabla de multiplicar mirando el cuero reluciente del cinto en las manos de mi madre (sobre todo en la tabla del nueve).

Mi respeto en casa era hacia mi madre que, ante todo comportamiento “anormal”, propinaba golpes. Entonces el rugir del tractor de mi padre, en las tardes, apaciguaba mi impotencia; por lo que encontré en el patrón masculino un aliciente para mis miedos. Sin embargo, tenía más apego con mi madre, pues la mayor parte del tiempo estaba con ella: la crianza, educación y cuidados eran una tarea exclusivamente de las madres. El patrón de la época (el que igual rige ahora, aunque quizás menos) era que la tarea de los hombres consistía en buscar el sustento, y todo el peso de los hijos recaía en la mujer.

Tu madre y demás mujeres de tu familia... ¿te parecían felices o realizadas?

Creo que aceptaron cabal y ciegamente su roles de “mujer”. Habían sido concebidas para cuidar, servir y complacer a los hombres: “la raza superior”. Para ellos debían lavar, planchar, cocinar, y además cumplir con sus deberes maritales. Aquel carácter servil me incomodaba. Mi visión (absolutamente normal) era que ambos (hombre y mujer) debían compartir sus roles en el hogar y en la crianza de los hijos. Pero ese modo de pensar no era bien visto en las mujeres de mi familia, razón por la que yo venía siendo un “ente desigual” al resto.

¿Qué experiencias fueron marcando tu visión del amor y la felicidad? ¿Alguna vez soñaste con la fiesta de quince y el amor romántico “para toda la vida”, la creación de una familia tradicional?

Mis experiencias fueron la sumisión y el deber para con los hombres, por eso no acepté un proyecto tan abusivo. Recuerdo que una vez mi madre dijo frente a un novio que tuve que nuestros hijos iban a ser preciosos. Sentí una frialdad en el estómago, y al poco tiempo rompí la relación. La maternidad venía siendo como la obligación de toda “hembra”, no importaba si había o no amor, o una planificación basada en un acuerdo mutuo de formar una familia. Para esa generación (aún la mayoría piensa así) los hijos se tenían para ser luego utilizados como cuidadores o enfermeros en la vejez de los progenitores; algo que veo normal cuando el basamento no es la imposición.

La fiesta de quince no fue un tema que me desveló. Me fotografiaron porque mis padres habían ahorrado 100 pesos con mucho sacrificio y, además, porque la idea de dejar un recuerdo de esa edad era algo que encontraba bonito. Pero yo era gorda y, nada conforme con mi peso, le hice un poco de rechazo a las “fotos de los quince” (de hecho quedé muy mal). Y sí, siempre soñé con el “gran amor”. ¿Quién no lo ha soñado a esa edad?...

Claro, por el camino fui tropezando con la realidad. Hoy creo que el gran amor es el que está siempre a tu lado, en las buenas y en las malas. Si tienes varias parejas en un mismo año, cada una de ellas es el gran amor, pues pienso que la felicidad está en el día a día. Y (en mi opinión) la familia no está solo conformada por mamá, papá, nené. Tu pareja, un vecino, tu mascota, un amigo, tu trabajo, tus sueños, los anhelos, tus creencias… todo lo que conforma tu vida es la familia, porque es lo que escoges voluntariamente para ser feliz… o para intentarlo al menos.

¿Cómo ocurrió esa transición hacia la búsqueda de un destino diferente al de tu estirpe familiar?

Primeramente quería salir de mi pueblo, que no fue en el que nací, sino otro adonde nos mudamos, después de mis diez años. Quería salir de mi casa porque en ella no tenía sosiego y los patrones que quisieron inculcarme me iban a frustrar. A mi casa entraban los amigos que mi madre estimaba eran los mejores para mí. Eso, entre otras incomprensiones y peleas que no estaba dispuesta a soportar por más tiempo, hicieron que deseara escapar.

Sentía una atracción por la palabra “libertad” y comprendí, muy tempranamente, que no iba a tenerla en aquel pueblo y en aquel seno familiar. Quería “ser alguien en la vida”. Ese “algo” o “alguien” era ser escritora. Y eso fue el leitmotiv primordial. Me costó mucho salir de “abajo de la saya” de mi madre, pues pese a su rígida y dogmática educación, fui muy dependiente de ella… tanto, que logré salir de mi casa después de los treinta años. Pero bueno… nunca es tarde si la fuga es buena.

Selección de libros para niños y jóvenes de Mildre Hernández.
Selección de libros para niños y jóvenes de Mildre Hernández.

¿Han marcado tu experiencia el hecho de ser mujer o tu procedencia social y geográfica, tu orientación sexual? ¿Cuáles han sido tus principales desafíos?

Ser mujer, en este país, como en muchísimos otros, es un desafío. Pero me encantan los desafíos, como me encanta ser mujer. Y confío en que la historia de que Eva salió de una costilla de Adán sea un error de traducción y no el inicio del menosprecio hacia la mujer de un Dios que no creo cruel.

La geografía, junto a mi procedencia y orientación sexual no han sido algo que me haya preocupado mucho. Cuando se tiene bien claro lo que se desea, y se conoce el talento que tienes para ello, no existen barreras, pues la mayoría de las veces las barreras se las pone uno mismo. Pero siempre me ha tocado mi cuota de discriminación, que no me ha hecho detenerme en mis propósitos, por el contrario, ha avivado mis deseos de imponerme, de rebelarme y de escribir. Y estos han sido, a la vez, mis desafíos, dejando a un lado las dificultades que dichos comportamientos puedan ocasionarme.

Sin compartir sus doctrinas, hay que intentar ponerse en el lugar de los que piensan y obran de un modo discriminatorio. ¿Por qué?: porque, seguramente, sus crianzas, miedos, frustraciones y, en muchos casos, nulos talentos, los llevan a pensar y actuar de esa manera. Serían entonces seres dignos de compasión. Además del contexto social, que es muy cruel y nos educa y encamina muy torcidamente. Pero a mí no me ha quedado más remedio que ser dura.

La palabra “feminismo” provoca reacciones encontradas. Incluso, mujeres que defienden la equidad de géneros y asumen en sus vidas modelos no tradicionales, aclaran que no son feministas. ¿Qué piensas del feminismo?

Durante años se han venido haciendo labores para visibilizar nuestros derechos y, aunque escasa y lentamente, se ha logrado apaciguar un poco ese pensamiento desfasado e inhumano del machismo, al parecer, será una lucha eterna, mientras el hombre exista. También sucede que las instituciones que designan las fechas, en su afán de apoyo, y sin proponérselo, pueden llegar a ridiculizar fechas significativas.

Te pongo como ejemplo el Día Mundial del Lavado de Manos (15 de octubre). ¿Se señalaría entonces un Día Internacional para los Hombres? Supuestamente ellos no tienen problemas. Y no es así. El machismo es un mal que no solo afecta a la mujer. Afecta también al mismo hombre, pues se le ha impuesto un modelo de vida igual de inhumano: el suministrador, el que da el paso al frente en la guerra, el que no puede llorar, el que debe ocultar sus sentimientos, el duro de carácter y el que, sobre todas las cosas, utiliza a la mujer para que él pueda seguir con su “ardua” tarea de ser hombre.

En todo caso, debería llamarse Día Internacional contra el Machismo. Así, de paso, se lucharía contra una plaga que afecta a ambos sexos. Aunque, claro, daña muchísimo más a la mujer, pues la mayoría de los hombres no son conscientes de cuan afectados están. Y ya la sicología ha dejado claro que no hay posibilidad de cura o mejoría si no existe la conciencia de que estás enfermo.

¿Cuáles son las principales causas de que se sigan transmitiendo en nuestra sociedad actitudes discriminatorias hacia las mujeres?

Todavía escucho, pasmada, cuentos de hombres que matan o golpean a una mujer, dejándola impedida físicamente, porque fueron traicionados. Pero alegan que fue un “crimen pasional” y cumplen una condena irrisoria. El Estado debe establecer y hacer cumplir sanciones severas por el abuso físico y sicológico contra la mujer. Eso es lo que falta. No podemos esperar cincuenta años más para sentirnos protegidas, para sabernos seguras. Y si nos hemos comparado con otras naciones desarrolladas, en muchas cosas, la igualdad y el respeto hacia la mujer debe ser uno de esos puntos de comparación. También creo que se han dado pasos… breves y acertados, pero no bastan.

Por otra parte, las escuelas tienen que asumir este tema como una asignatura más. Y se debe prestar más atención a las familias. Para ello pueden ayudar los CDR y la FMC, que a mi entender carecen de contenido de trabajo.

¿Eres feminista?

Si me remito al Diccionario de la Real Academia Española, el machismo es: “actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres”. Y el feminismo: “mujer, hembra, conjunto heterogéneo de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre varones y mujeres, así como cuestionar la dominación y la violencia de los varones sobre las mujeres y la asignación de roles sociales según el género”… Sí, lo soy. Pero creo que el feminismo, algunas veces, se torna extremista, y eso puede llevarlo a parecerse al machismo que, más que una postura, es un padecimiento.

Has abordado en tu obra literaria varios conflictos asociados a los derechos de las mujeres. Tus personajes femeninos son transgresores y polémicos. ¿Puede (o debe) la literatura para niños y jóvenes contribuir a cambiar mentalidades? ¿Es tu objetivo?

Creo que, aparte de entretener, divertir o intentar sosegar un poco los desórdenes sicológicos del niño, a través de las historias, la literatura infantil y juvenil (en este caso la que escribo) sí está llamada a expandir la mentalidad del niño o adolescente; sobre todo en las sociedades carentes de espiritualidad y abundantes en dogmas, prejuicios e imposiciones, donde, sobre todo el niño, es un blanco fácil para el interés de los adultos.

Mildre Hernández en una lectura de poesía.
Mildre Hernández en una lectura de poesía.

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