Laura Martínez de Carvajal: la primera médica de Cuba

Laura Martínez de Carvajal fue para las mujeres cubanas un ejemplo no solo de resistencia y autonomía intelectual, sino también de altruismo y sensibilidad.

| Vidas | 13/11/2025
Laura Martínez de Carvajal (1869-1941), primera médica cubana.
Laura Martínez de Carvajal (1869-1941), primera médica cubana.

En 1889, cuando la presencia de una mujer en un aula universitaria era casi una anomalía, Laura Martínez de Carvajal (1869-1941) se convirtió en la primera mujer médica graduada en Cuba y, con el tiempo, en la primera oftalmóloga del país. Su camino estuvo lleno de obstáculos: burlas de compañeros, rechazo de algunos profesores y la prohibición explícita de participar en las prácticas de disección junto a los estudiantes varones. Pero su voluntad y su talento marcaron el ingreso definitivo de las mujeres cubanas en los estudios científicos superiores, un espacio históricamente reservado para los hombres.

La primera médica cubana

En 1883 una adolescente de solo catorce años entró a las aulas de la Universidad de La Habana, dispuesta a estudiar las carreras de Ciencias Físico-Matemáticas y Medicina. La suya era una decisión sin precedentes en la historia de la educación en Cuba, y el inicio de una senda que no prometía ser fácil. Pero ya antes había enfrentado contratiempos y prejuicios, incluso en su propia familia, y los había vencido.

Nacida el 27 de agosto de 1869, Laura fue una niña precoz. A los cuatro años ya sabía leer y escribir, y a los diez comenzó el bachillerato. Los profesores dudaron para admitirla, pero su capacidad era innegable y la niña destacaba por sobre el resto de los alumnos. Al terminar la enseñanza media, pidió a sus padres que le permitieran continuar estudios. También entonces ellos dudaron, pues lo que se esperaba de una mujer en aquella época era su consagración a la vida doméstica, al matrimonio y al cuidado de los hijos, no que tuviese una formación profesional. Sin embargo, ella insistió y un año después sus padres accedieron.

En la universidad, cursando dos carreras de ciencias, Laura Martínez de Carvajal llamó enseguida la atención de sus profesores. Unos elogiaron su aplicación y su inteligencia; otros, por el contrario, la vieron con recelo e intentaron cortarle las alas. En el Hospital de San Felipe y Santiago, donde los estudiantes de medicina debían hacer sus prácticas, le prohibieron participar junto al resto de sus compañeros en las disecciones. De modo que, mientras ellos diseccionaban los cuerpos en grupos de cuatro, ella tuvo que hacerlo sola los fines de semana. Esto, lejos de desanimarla, la hizo más fuerte.

El 30 de junio de 1888, Laura terminó su carrera de Ciencias Físico-Matemáticas. De las 19 asignaturas que debió examinar, en 17 alcanzó evaluaciones sobresalientes. Y un año más tarde, el 15 de julio, se convirtió también en la primera cubana en obtener el título de Medicina y Cirugía. En la ceremonia de graduación, el célebre doctor José Pulido Pagés, que por entonces dirigía la cátedra de Patología Quirúrgica, reconoció públicamente su talento y aseguró, por si alguien lo dudaba, que sus altas calificaciones no se debían a la galantería de los profesores sino a su cabal dominio de los contenidos.

Un camino para todas

Cinco días después de graduarse, Laura se casó con el oftalmólogo Enrique López Veitía, con quien empezó a trabajar como asistente en la Policlínica de Especialidades del Hospital Reina Mercedes, en el Vedado habanero. Con él colaboró en la redacción de los tres volúmenes de Oftalmología clínica, una obra fundamental de esa especialidad médica en Cuba, así como en muchas otras investigaciones, convirtiéndose además en la primera mujer oftalmóloga de la isla.

Cuando Enrique enfermó de tuberculosis, Laura asumió las cirugías oculares y la consulta de sus pacientes. Y en 1910, cuando él murió, ella decidió retirarse. Tenía 41 años y era ya una de los médicos más prestigiosos del país.

Junto a la filántropa estadounidense Jeanette Ryder, participó desde 1906 en la Sociedad Protectora de Niños, Animales y Plantas, popularmente conocida en Cuba como el “Bando de Piedad”, y desde 1910 hasta poco antes de su muerte dirigió en su finca de “El Retiro” una escuela gratuita para niñas y niños pobres.

Laura Martínez de Carvajal fue, para varias generaciones de cubanas, un ejemplo no solo de resistencia y autonomía intelectual, sino también de altruismo y sensibilidad humana. Su figura ilumina un capítulo imprescindible de la historia de la ciencia en Cuba: el momento en que una mujer cruzó las puertas de una facultad de medicina y, armada solo con su talento y su perseverancia, abrió el camino para todas las demás.

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