Entrevista | Luz Escobar: "En Cuba mataron la profesión de periodismo"
La periodista independiente Luz Escobar, del diario 14ymedio, en reconocimiento por su trabajo, obtuvo el Premio Internacional de El Mundo en la categoría Libertad de Prensa; desde La Habana nos cuenta la Cuba real enfrentando todo tipo de represiones.
Llevaba unos cuantos meses fraguando este encuentro con Luz. Primero le hice un disparo al aire a su pareja (Julio Llópiz-Casal: “El poder desprecia a todos los artistas por igual”) para que mediara, y luego tímidamente a ella. Pero lo que me empujó de cabeza a tocar a su puerta fue el otorgamiento que El Mundo le hiciera de un premio. Residiendo en esta zona de Nuevo Vedado la mayor parte de mi vida, acostumbrado a frecuentar amigos en todo el barrio, nunca había entrado a un apartamento esquinero como en el que vive Luz. La estancia, parcialmente modificada para ganar en transparencia y espacio, tipo loft, rezuma libertad de circulación en todos los sentidos. En la larga pared de entrada hay obras de pequeño formato de la autoría de Julito. En frente, bajo una extensa tira de ventanas, están dispuestos varios sofás y butacas que servirán de nicho para la muela. Al fondo, muy minimal, una gran mesa sin más accesorios que una laptop desplegada en el centro. El encuentro se produce una hora después de lo programado. La tarde es lluviosa. Además de su pareja en la vida y en el arte, aquí están las hijas de Luz, que entran y salen del apartamento en busca de galleticas, y la hermosa anfitriona, a la que someteré a un interrogatorio muy diferente de los que habitualmente es objeto por parte del aparataje político del Estado.
Como todo cuerpo celeste con Luz propia que se respete, su existencia se me hizo ostensible desde lo profundo del caos cósmico de las redes sociales. Siguiendo un protocolo bastante habitual en el tercer milenio, luego sobrevino la amistad virtual, y, por último, en abril del pasado año, el encuentro cara a cara ocurrido durante la inauguración de una exhibición mía en Avecez Art Space, galería doméstica coordinada por Solveig Font (Solveig Font: “El arte de abrir ventanas”) . La expectación que tenía por conocer a Luz fue barrida por la barahúnda social que nos animaba ese día, tras largos meses de obligatorio confinamiento sanitario. Todo intento por establecer un puente de comunicación medianamente coherente fue arrasado en el acto.
Más allá de cualquier tipo de guara o empatía personal, es su trabajo y activismo cívico su mejor carta de presentación. Su pertenencia y permanencia en 14ymedio, y la réplica de su quehacer en numerosos espacios de la prensa virtual independiente, dan cuenta de la tenaz y minuciosa labor de mi interlocutora. Al llegar a la cita ya hay una cafetera a punto de rendir frutos, y que durante la conversación tendrá otra réplica, en tiempos en que pegar gorras, de la naturaleza que sea, es algo casi pecaminoso. Mi indumentaria, a tono con el gris urbano y decadente de nuestra distópica realidad, deja mucho que desear. Me sentí más relajado al constatar que mi anfitriona se mostraba inmutable con su ropón doméstico. Hablamos más de dos horas.
Creo que para colocar a un lector desapercibido en perspectiva deberíamos comenzar por tu procedencia. Te comenté que la primera vez que te vi fue en casa de un amigo al que frecuentaba, hace unos 35 años, en compañía de tu padre. Ellos llevaban una vida vecinal bastante cercana, de modo que estuve al corriente de algunas cosas en el “momento histórico”. Dónde trabajaba Reinaldo cuando publicó "¿Es oportuno hablar del oportunismo?" ¿Cuál fue la cadena de acontecimientos que terminó con su separación del periodismo en aquel contexto al que se dio en llamar “Rectificación de errores”?
Cuando tengo la necesidad de hablar de lo que me precede me gusta siempre señalar a mis padres. Mi madre es fotógrafa y mi padre es periodista. Crecí en ese ambiente que tiene que ver con la producción de una revista, que estaba en su apogeo cuando yo nací a finales de los 70, que se llamaba Cuba Internacional. Esta revista tenía la misión de proyectar al exterior, sobre todo a los países del campo socialista, una imagen de Cuba totalmente edulcorada. Entre el laboratorio de fotografía de mi madre y la sala de redacción donde trabajaba mi padre, pasé buena parte de mi infancia. Después de los 9 o 10 años conviví más con mi papá porque llegó el divorcio y yo me quedé viviendo con él. Cuando tenía 15 años mi madre se fue a vivir a Venezuela y luego a Colombia, y, en fin, que no estuvimos juntas más tiempo, otras de las desgracias de este país.
Con mi padre tuve mi primera aproximación a la represión que se sufre en este país por decir lo que uno piensa. Él deja la revista Cuba… y se va a trabajar a Juventud Rebelde, y ahí empieza a escribir lo que siempre quiso, porque no le interesaba, como decía en aquel entonces, “seguir dorando la píldora”; quería dar testimonio de lo que estaba pasando en este país. Es por esa razón que va a trabajar a un medio de prensa nacional. Allí publica algunos artículos que fueron “conflictivos” y que le trajeron los primeros encontronazos con las autoridades. Recuerdo varios títulos: “¿Es oportuno hablar del oportunismo?” o “Es muy fácil prohibir”, un texto que marcó un punto importante en su carrera por el impacto que tuvo en la sociedad. Era sobre los estudiantes que reprimían en las escuelas por el largo de su pelo y por cómo usaban el uniforme. En el artículo mi padre señalaba que en el reglamento de las escuelas no había escrito ni uno solo de estos parámetros referentes al pelo o a la ropa. Esto trajo como consecuencia que desde el Ministerio de Educación llegaran al diario un montón de quejas, a la par que se recibían cientos de opiniones de estudiantes, felices por la publicación de este artículo. Muchos de ellos asumieron el texto como bandera y tomaron fragmentos del periódico y lo pegaban en los murales de sus centros de estudios. Recuerdo que en el Preuniversitario que había en Ciudad Libertad por aquel entonces, cuando los profesores les quitaron los recortes del mural, los estudiantes terminaron escribiéndolo con tiza en el patio de la escuela.
Pero la gota que llenó la copa fue cuando escribió “30 años después, ¿de qué se quejan los jóvenes en Cuba?”, un texto que nunca se publicó en ese diario porque a la dirección le pareció un escándalo. Fue ahí que a mi padre le hicieron la “cruz” en el periódico y le pidieron que renunciara, que pidiera la baja. En ese momento él no aceptó eso y les dijo que, si no estaban conformes con su trabajo, deberían expulsarlo. Así sucedió finalmente en diciembre de 1988, y la razón que le dieron fue que sus textos no seguían la línea del Partido Comunista de Cuba (PCC).
En ese momento mi papá, que era periodista, que estudió en la escuela de periodismo, terminó lo mismo trabajando en una biblioteca que de mecánico de ascensores. Fue una gran lección para mí porque eligió su dignidad antes que tener que escribir mentiras en la prensa nacional, cosa que, como hemos visto durante muchos años, hay periodistas que no tienen el menor pudor en hacer, y ahí vemos mentiras tras mentiras, años tras años, de profesionales que son graduados de escuelas y que no hacen su labor. En enero de 1989, es que mi papá comienza su labor como periodista independiente publicando “30 años después, ¿de qué se quejan los jóvenes en Cuba?”, aquel texto que puso el puntillazo para su expulsión, en el diario inglés The guardian.
Aun cuando tu activismo estudiantil durante la enseñanza primaria y secundaria fue bastante destacado, me comentabas que siempre tuviste reticencias con el apabullante adoctrinamiento al que todos hemos sido sometidos por la educación post ´59. Revisando tu propio camino cívico, social, ¿te considerabas martiana como un mecanismo para tomar distancia de aquella avalancha ideológica? ¿Cuánto te esclareció la formación familiar para reconstruir el discurso oficial inculcado en la escuela?
De joven, cuando estudiaba todavía en lo que era la enseñanza primaria y secundaria, me gustaba mucho implicarme en todo lo que tuviera que ver con las actividades de la escuela. Siempre fui de esas niñas que levanta la mano para responder, de las que decía: “profe, yo; profe, yo”. Si había que cantar se cantaba, aunque no supiera cantar; si había que bailar se bailaba, así no supiera bailar; si había una tabla gimnástica, iba a la tabla gimnástica. Adoraba todo eso que fuera show público, pararse en un lugar a recitar un poema, a leerlo, daba igual. Por supuesto que me encantaba participar en los matutinos y siempre terminaba teniendo protagonismo en eso, y como la vagancia es un mal bastante extendido en este país, bueno, hasta los maestros me decían: “dale Luzbely, que te toca a ti el matutino”. Por supuesto que mi padre siempre fue un pilar en ese sentido y me ayudaba a redactar y teclear los matutinos, porque él tenía máquina de escribir, recordemos que en esa época no había, como ahora, computadoras ni impresoras para trabajar. Entonces también era un privilegio que, con máquina de escribir y papel carbón, yo pudiera sacar copia de los textos para que la gente los tuviera a la hora de pararse en la plazoleta delante de todos los estudiantes y hacer lectura de un texto o memorizarlo. Él siempre me ayudó mucho, y en ese contexto había un estrecho margen para quebrar moldes, porque el adoctrinamiento es muy profundo, muy fuerte, pero de cierta forma mi papá siempre encontraba la manera, dentro de ese margen estrecho, de poder hablar de cosas importantes y vitales como la libertad de escoger, como el valor de un amigo, o la importancia de viajar y conocer nuevos mundos, nuevas experiencias. Entonces, ¿cómo hacer eso? Dentro de ese margen Martí era un canal ideal, Martí es uno de esos seres importantes de la nación que han sido manipulados desde todos los puntos de vista, para bien y para mal, y en nuestro caso quisimos hacerlo de una manera que pudiera ayudar a los muchachos jóvenes a tener una luz en Martí, y no tanto algo escolástico que se lee con pesar. Recuerdo varias narraciones, incluso ficcionadas, recuerdo poemas, cartas, que dramatizábamos con recreaciones de la presencia de Martí en la vida real, contemporánea, y de nosotros, como niños, en aquella sociedad que le tocó vivir a Martí y cosas así. En ese momento me leí toda la poesía completa de Martí, porque fue un regalo de mi padre cuando cumplí 9 años, y me enamoré. Recuerdo que mi papá, como un modo de defensa, cuando me decían que estas ideas mías de decir la verdad, de expresar las cosas sin miedo, tenían que ver con una postura, como decían ellos, egocéntrica, o de un ideal exportado, él me decía: “no, tú sencillamente lo que tienes que decir es que tú eres martiana, que forma parte del ideario que has aprendido leyendo a Martí”. Y así lo hice, siempre me defendía de esa manera, cada vez que me preguntaban que por qué hacía determinadas cosas que no encajaban dentro de los límites estrechos que había en ese adoctrinamiento de los años ´80 en Cuba, una Cuba cerrada totalmente al exterior, donde apenas se podía escuchar música nacional y contadas voces extranjeras.
Agradeces a tu padre la tenacidad para que concluyeras tus estudios preuniversitarios en circunstancias por las que a mí nunca me hubiese gustado pasar. También sospechas que de otra manera ese período de formación pudo ser más disoluto. ¿Cómo terminó aquella odisea? ¿Podemos hablar del incidente en el que te hiciste del título de Bachiller? Me respondes esta pregunta si quieres, pero veo en ti y en esa “fechoría” un temprano atisbo simbólico de cómo darle la vuelta al sistema para sacar en claro cosas que están deliberadamente entretejidas con su urdimbre política y burocrática.
Por supuesto, yo agradezco mucho a mi padre, a la altura de hoy, que haya sido tan perseverante en su idea de que yo debía terminar el preuniversitario. Resulta que a mí me tocó, terminando la secundaria, la desgracia del preuniversitario en el campo, obligatorio, en el sentido de que ya no existían los preuniversitarios en la calle. Si no era que te estabas muriendo o eras hijo de alguien muy importante, no tenías derecho a las poquitas plazas que había para los dos institutos que existían en toda Ciudad de La Habana. Por tanto, terminando 9no. grado me tocaba irme tres años a Güira de Melena, en un pre que se llamaba “Niños Héroes de Chapultepec”, en el que pensé que iba a coincidir con mis amigos de la secundaria, pero no fue así. Al llegar allí me encontré a todo el municipio San Miguel del Padrón, gente que nunca había visto en mi vida, muchachos que habían crecido en un ambiente marginal, hostil y violento, por lo que todo se resolvía a gritos, chusmería, machetazos, pomazos, en fin, la violencia. De mis amigos de la secundaria descubrí luego, con los años, compartiendo en las salidas del tren que nos llevaba al pre, que habían ido a parar a otra escuela cercana a la mía, que se llamaba “Batalla de Ayacucho”, o a otra que estaba un poco más para adentro del pueblo. Me sentía prácticamente sola. De mi secundaria, a este pre al que fui, no llegábamos a 15 estudiantes, que para colmo nada tenían que ver conmigo; en fin, que fue duro para mí ese momento. Pero exactamente ese rigor no tenía que ver con la miseria que se vivía en esos pre, donde no había comida, que muchas veces teníamos que dormir sucios porque no se podía poner el motor, porque no había electricidad o porque no había agua, literalmente. Este no fue el principal problema que yo sufrí allí, sino que estaba lejos de mi casa.
Fui una niña que me había criado muy apegada a mi familia inmediata, no era de esos niños que se criaban lo mismo en casa de una tía, que en casa de una prima. Yo me crie muy apegada a mis bisabuelos hasta los ocho años y luego a mi papá, que fue la persona con la que viví hasta que me volví una joven independiente. Para mí esa separación fue muy dolorosa. Y lo otro, y no menos importante, mis amigos. Terminando la secundaria, justo en el verano del ´93, había logrado un grupo de amigos que no tenían que ver con mi círculo de estudios, tenían que ver con mis elecciones personales, gente que oía la misma música que yo, que le gustaba lo mismo que a mí, que iban a la cinemateca, las exposiciones, los conciertos; que les gustaba hacer fiestas, no fiestas llenas de lujo, sino tan simples como poner música y bailar, compartir ideas y reírnos. Eran los tiempos duros de los apagones, de modo que estos fetecunes se hacían en un contexto bastante precario pero muy divertido, y yo adoraba estar con mis amigos, por lo que esta separación significaba estar lejos de ellos también. Como no había combustible no salíamos de pase todos los fines de semana a la casa, sino durante fines de semana alternos. Por tanto, me perdí muchas cosas. Yo sufría cada vez que esto pasaba, de hecho, muchas veces me escapaba de la escuela para poder ir a estas fiestas, a estos conciertos, celebraciones, corriendo todo tipo de riesgos. Imagínate a una muchacha sola, de 15, 16 años, por una carretera oscura cogiendo botellas, como se dice aquí a los aventones, de camiones, de carros, de lo que fuera que quisiera llevarme a mi casa. Como podrás imaginar no tenía ningunas ganas de estar ahí en esa escuela, y solamente la perseverancia y la tenacidad de mi padre logró que terminara el 12 grado. Siempre digo que estuve allí, hasta el último día, hasta la última hora, en contra de mi voluntad, pero no dando una perreta, sino triste, llorando; siempre regresaba de los pases llorando. El último día que tuve que ir a un examen de química me fui llorando, me fui a regañadientes, con mi papá empujándome. Es muy triste para mí recordar esto, pero fue así. El colmo de todo esto es que, luego, cuando tuve que ir a buscar mi título de preuniversitario, por supuesto que no tenía ningunas ganas de ir, pero debía, porque era imperioso para poder matricular en la universidad, me fui con 80 pesos que debía pagar por libros y otros materiales que había perdido; y cuando llego a la secretaría de la escuela, al mediodía, la secretaria me dice: “siéntate ahí, que ahora no te puedo entregar eso porque voy a almorzar” Y me manda a sentar justo al lado de una mesa donde estaban los bultos de títulos. Ella se va y me deja ahí, y me digo: “yo no quiero estar un minuto más en esta escuela”. Cogí mi título, de entre todo el bulto, y me fui. Los 80 pesos me los compré en un melón. En aquel momento también había una gran inflación, como la que estamos viviendo ahora, y el dinero no tenía prácticamente ningún valor. No me sentí mal para nada, si total, ahí me habían robado buena parte de mi juventud, y ese melón me supo a gloria. Más nunca fui por ahí por esa escuela que detestaba. Es increíble, cada minuto que pasé allí lo pasé en contra de mi voluntad y detestando cada molécula de ese lugar.
Creo que, muchas veces, cierta deriva se convierte en nuestro mejor camino de formación cuando descubrimos que el horizonte es más vasto de lo que nos enseñaron a ver. Me ha sucedido eso en varios tramos de mi itinerario, por eso lo puedo entender como metodología, aunque se suela interpretar como su ausencia. Háblame un poco de ese extenso plano vivencial en el que pasaste por el Pedagógico, la universidad a distancia, la Casa del Festival de Cine, la Alianza Francesa, el Centro de Teatro…, en fin, es mejor que seas tú quien me cuentes, y de qué modo cimentaron tu oficio periodístico.
Para mí 14ymedio es una escuela, lo fue al inicio y lo sigue siendo todavía con todos esos profesionales, personas que sí estudiaron periodismo, excelentes editoras que me han ayudado muchísimo en estos ocho años...
Al salir del pre matriculé en el pedagógico en la especialidad de Historia y Filosofía Marxista Leninista, fue lo que pude agarrar con mis pobres notas, porque podrás imaginar que estando en ese lugar, con tanto odio, por supuesto que no me preocupaba por estudiar ni sacar buenas calificaciones, no me interesaba nada de lo que allí pasara en ningún sentido. No me quedaba más remedio que aprobar, y nunca me alcanzó para otra cosa que para esa opción universitaria. Era una época en que con pésimas notas podías coger el pedagógico, y para allá fui. Ese lugar era deprimente también, muy mediocre, con unas clases horrorosas en las que los profesores repetían lo que leían en una tarjeta. Por supuesto que me aburría en las clases y me quedaba dormida. En esa época andaba bastante desaliñada y los profesores insistían mucho en que para ser profesor había que tener lo que ellos llamaban “buena presencia”. Yo andaba con los pantalones rotos, desgreñada, ni me arreglaba las uñas ni el pelo, ni me maquillaba, ni andaba con los zapatos “correctos”. Ellos consideraban que yo era una persona para reformar. Siempre estaban arriba de mí insistiendo en que yo debía hacer tal cosa o más cual otra. Yo intenté de todo, pero al final me di cuenta que la universidad no era para mí. Era un ambiente muy estrecho, con mucha ideologización, donde todo era muy doctrinario. Intenté hacer un cambio de carrera, estuve mirando ahí todo lo que tenía que ver con la Facultad de Historia de La Universidad de La Habana, pero todo eso me decepcionó mucho, al punto de que decidí hacer la universidad a distancia y también me agoté. Era algo que quería hacer también por mi padre, que me insistía mucho en que yo fuera universitaria. En ese punto empecé a hacer lo que a mí más me entusiasmaba. Me interesaba mucho la fotografía, el cine, pasé varios cursos de producción cinematográfica, empecé a estudiar francés en la Alianza Francesa, y de ahí sí me gradué. El curso duró seis años y al finalizar obtuve el título de estudios superiores que otorga el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. Fue una escuela que, recuerdo, tenía muy buen nivel en todos los sentidos, excelentes maestros y muy buenas condiciones para sus alumnos. En ese entonces empecé a perfilar algunas habilidades profesionales que me valieron de mucho, comencé a trabajar primero en la distribuidora del ICAIC, después en la Casa del Festival de Cine, y luego trabajé durante cinco años de asistente de dirección con un grupo de teatro que se llama Espacio Teatral Aldaba. Eso fue como un penar entre una cosa y la otra porque a mí me interesaba mucho la creación, por suerte durante ese penar, entre una cosa y otra, aprendí a entenderme con la cámara, a encontrar lo que me gusta de la ciudad, lo que me gusta de las personas a la hora de hacer un retrato. Salía con mi cámara a la calle a hacer fotos, y cuando abrí un blog me dio mucho gusto poder compartir con otros esas experiencias creativas. Fue ese momento de la blogosfera cubana, que tuvo su explosión en la escena nacional gracias a la Academia Blogger que fundó Yoani Sánchez en la sala de su casa. Muchas voces encontraron en el ciberespacio un lugar para finalmente poder expresarse en libertad. Ese fue mi primer acercamiento al oficio periodístico y por ahí llegué a 14ymedio, donde primero estuve como fotógrafa y haciendo unas pequeñas fichas para la cartelera cultural. Una cosa llevó a la otra, porque a raíz de que estaba yo en el periódico, una foto que hacía en la calle se podía convertir luego en una nota, en una crónica, y fue así que comencé a hacer también entrevistas y reportajes. Para mí 14ymedio es una escuela, lo fue al inicio y lo sigue siendo todavía con todos esos profesionales, personas que sí estudiaron periodismo, excelentes editoras que me han ayudado muchísimo en estos ocho años que han pasado; ha sido la escuela de periodismo que no pasé, porque como dice Yoani, se aprende periodismo haciendo periodismo. Hay cosas en las que me va mejor, otras en las que no tanto, pero ahí seguimos.
Me comentaste algo hace un rato sobre este asunto, pero, haciendo un flash back, ¿cómo influyó en tu sensibilidad, en tus primeras inclinaciones por la cultura y la sociedad, la experiencia de tus padres en la revista Cuba Internacional de los años ´80?
Eso creo que te lo respondí un poco al principio. La experiencia de mis padres en la revista Cuba Internacional influyó mucho en mí, en un sentido que tiene que ver con lo familiar. A mí no me es ajeno el mundo del periodismo, la fotografía, del amor por contar historias. Es como el que crece en una familia de carpinteros y después hace un mueble y a nadie le puede explicar cómo llegó a ese conocimiento, es algo con lo que creciste. Mis padres han sido personas con mucha inquietud por conocer cada cosa que ocurría, no sólo en Cuba, sino en el resto del mundo. Gustaban mucho de escuchar música, conocer nuevos artistas, nuevos escritores, ir a exposiciones, ver películas, comentarlas, pues no era el sólo hecho de verlas por divertirse, sino de ver el contexto en el que se realizó, el cineasta que hizo esa película, con qué actores, la historia de esos actores, siempre tenían esa curiosidad. Eso lo heredé yo, me gusta preguntar qué hay detrás de una historia, qué es lo que sigue más allá de los créditos, porque creo que siempre detrás de eso hay mucho más que contar. Creo que eso fue lo que me quedó, no sólo esa cosa familiar de haber crecido ahí, sino también, entre todos los amigos de mi madre y mi padre de esa época, que me dieron la maravilla de la curiosidad, el deseo de siempre saber un poquito más.
Hablamos a retazos de asuntos que considero esenciales para el ejercicio de tu profesión. Por desgracia se acostumbran a ver como algo periférico, pero la impronta de estos particulares aflora de alguna manera en el enfoque humanista de los temas que abordas. ¿Cómo concilias la maternidad, entendida esta como una prolongación de responsabilidades hasta la adultez de las chamas, con tu trabajo reporteril?
Ha sido difícil escuchar expresiones de mis hijas tales como: “Mami, ¿por qué no te cansas de luchar?, ¿Cuándo te vas a cansar de luchar?”, me parten el corazón...
Ser periodista y ser madre es algo complicado de conciliar y es algo que está más cercano a mi visión de lo que puede ser un dibujo de mi persona. No me gusta verme tanto como mujer periodista, sino como madre y periodista, que es un desafío total porque tengo dos niñas adolescentes y hay que lidiar con todo lo que tiene que ver con la escuela, y lo que tiene que ver con ellas y esta sociedad que, por desgracia, está viviendo un momento de crisis en todos los sentidos. No es fácil educar a dos adolescentes en este contexto, sobre todo en el contexto particular que me ha tocado a mí vivir, que soy una persona vigilada, reprimida por el Estado, donde muchas veces ellas han tenido que lidiar con hombres que están parados en la entrada de mi casa, que no me dejan salir, con hombres que me amenazan con llevarme detenida si salgo, con hombres que han venido a mi casa a darme una citación para ir a hablar con ellos en un momento determinado, con hombres que han ido a su escuela a preguntar por ellas; ese es el gran desafío que me ha tocado: explicarle a mis hijas por qué nos pasan estas cosas. El modo que he encontrado es bajarle todas las rayas posibles de intensidad a este asunto, porque no quiero dramatizar una situación que ya de por sí es dramática, y explicarles de la manera más clara posible que se trata de un trabajo, el que yo hago, y que molesta a los que están gobernando y dirigiendo este país, y como les molesta, quieren impedir que lo haga. Esa es la estructura desde la que he tratado de enfocarles a ellas lo que pasa conmigo, no es tanto de que ellos me odian a mí, sino que el trabajo que yo hago les molesta. Ha sido difícil escuchar expresiones de mis hijas tales como: “Mami, ¿por qué no te cansas de luchar?, ¿Cuándo te vas a cansar de luchar?”, me parten el corazón, son expresiones que son muy dolorosas de escuchar para una madre, pero bueno, yo trato siempre de sobreponerme a eso. Aunque te confieso que cada día es más difícil porque cada vez está más cerca el momento en que mis hijas puedan ir a parar a la cárcel por obra y gracia de la Seguridad del Estado. Ya no es una amenaza solamente conmigo, amenaza que me han hecho en casi todos los interrogatorios, sino que ahora las alcanza también a ellas que son mis hijas. Eso sí se me hace difícil de tragar. Una tiene 14 y otra 12, o sea, en un año la mayor, que cumple 15 en septiembre, tendrá ya 16 años y también pudiera ir a parar a la cárcel si ellos lo quisieran, y es algo con lo que me cuesta bastante lidiar. A esa falta de libertades y represión se le suma el contexto de un país desabastecido, en el que no se encuentra lo más básico para alimentar a unas muchachas que están creciendo, no hay absolutamente nada en las tiendas. Tú vas allí y no encuentras leche, no encuentras carne, granos, no encuentras nada y todo hay que conseguirlo en el mercado negro a precios exorbitantes. Es un desafío por todos lados. Si es complicado para cualquier madre, imagínate para una madre que puede estar 18 días retenida en su casa con un cerco policial, sin hablar de la parte que tiene que ver con las comunicaciones, porque muchas veces me cortan el teléfono, me cortan el servicio de internet por datos móviles, en fin… la dictadura.
Siendo fundadora de 14ymedio, quisiera que me abundaras en detalles sobre los orígenes de la publicación. ¿Quiénes fueron los otros actores fundacionales? ¿En qué circunstancias y bajo qué condiciones de trabajo tiraron aquella primera piedra?
Te voy a hablar del contexto porque ya de los orígenes se ha hablado mucho. Es un diario que fundó Yoani Sánchez como directora, y mi padre, Reinaldo Escobar, como jefe de redacción. Esa primera piedra se lanzó en una Cuba aún sin datos móviles, recuerdo que teníamos que buscar las zonas wifi y las salas de navegación de los hoteles para poder conectarnos a internet, era un verdadero infierno. Así pasaron nuestros primeros cuatro años, hasta que finalmente en diciembre de 2018 llegó la posibilidad de conectarnos a internet a través de nuestros celulares, un escenario que nos brindó la posibilidad de cubrir las noticias con mayor inmediatez y de estar conectados con el equipo editorial casi las 24 horas del día. Para mí significó también un gran alivio porque me quité de arriba el miedo a que una gota de lluvia cayera en el teclado de mi laptop en un parque con zona wifi, y la puñalada económica que significaba tener que comerse o tomarse algo en un hotel para poder conectarse.
Quisiera que me hablaras un poco más sobre cómo se produce tu transición hacia el periodismo escrito. De otra parte, ¿qué géneros te seducen con preferencia?
Eso también te lo comentaba antes. Esa transición se dio con el fuego y el calor de lo que es un diario. El diario digital es un animal fogoso al que hay que alimentar a toda hora, y cuando estás en la calle y las historias están delante de ti, los reporteros que estamos recogiendo esas impresiones cada día tenemos que lidiar con los editores y los jefes de redacción que te están recibiendo esas historias. Cuando comencé, me di cuenta que no basta con que mandes una foto, con que hagas un comentario, ellos te exigen que investigues, que entrevistes, que hagas más fotos, que preguntes, y ahí empieza a nacer ese espíritu de reportero que termina la historia, no solo del que pasa y ve el fenómeno y lo reporta en ese momento como algo que está ocurriendo y ya. No, hay que transmitir la información completa: cómo comenzó, por qué está pasando, quiénes son los implicados, para después llegar a casa y sentarte a escribirlo, a contarlo. Una de las cosas buenas que pasó fue que cuando pude tener internet en el móvil, y trabajar desde casa, esto se volvió una ventaja importante para mi trabajo porque facilitó mi aprendizaje con los colegas que me acompañan en el diario y en el proceso de investigar, de buscar información, haciendo posible el hecho de tener más datos a la mano. Así fue como una pequeña crónica de una guagua que pasa por el barrio donde vivo, terminó en un texto que se publicó en 14ymedio; y luego una foto de una señora en La Habana se convirtió en una entrevista a una emprendedora, y así, poco a poco, fui ejercitando la escritura. Si tengo que elegir un género prefiero la crónica, que según los colegas a los que les toca editar mi trabajo, es lo que se me da mejor. También me gusta mucho el reportaje, aunque sea algo con lo cual todavía no lidio con total destreza. Recuerdo que con lo del tornado que pasó por La Habana me fui al otro día para el lugar del desastre, en cuanto amaneció fui a recorrer todos esos barrios que habían sido afectados. Fue increíble llegar a la casa, y aún con el calor de todas esas imágenes en la cabeza, sentarse, y no sólo transcribir la entrevista del señor que casi se muere del susto, de la señora que casi pierde un dedo porque un zinc salió volando, o del padre que protegió a su hijo en una esquina de una bodega porque se formó un vendaval que era aterrador, sino también de rememorar esas imágenes que vi y lograr hilarlas unas con otras. Fue duro caminar por una calle con todos los postes derribados, las personas con todas sus pertenencias mojadas en el suelo, de gente que perdió el techo, de mujeres que perdieron todas sus pertenencias y estaban de pronto con sus hijos ahí en la calle sin poder tener cómo calzarlos o cómo alimentarlos. Esas imágenes no salían de mi cabeza. Por eso fui muy feliz cuando, desde la sociedad civil independiente, logramos, gracias en buena parte a las redes sociales, articularnos y poder ayudar a esa gente que estaba tan desesperada y se sentía sola en su dolor. Para mí no fue sólo una experiencia periodística, fue también algo que viví como activista, gracias a artistas y gente con mucha visibilidad que se brindaron a ayudar, y a través de los que se lograron entregar los donativos de alimentos y pertrechos básicos que aportó la ciudadanía. A los pocos días volví a esos lugares en una especie de caravana solidaria, así como de tres o cuatro carros llenos de cosas, repartiendo frazadas, ropa, comida, agua. Fue muy impactante, y eso es lo que más me gusta, hacer una crónica de algo que al final he vivido, además en una realidad como la cubana. También es que en este contexto la crónica es más factible, vamos a decirlo así, porque el reportaje lleva fuentes, acceso a datos oficiales que muchas veces no tenemos, entrevistas, y sucede que aquí la gente tiene mucho miedo a hablar, y las fuentes oficiales no dan información, entonces es complicado y lleva más tiempo llegar a esos puntos necesarios para que un reportaje sea sólido. Aún tengo algunos que se han quedado por el camino porque no ha aparecido la fuente que termina de completar esa triangulación necesaria para que sea publicable. Muy triste, pero es así. Sin embargo, una crónica no lleva más que tu percepción en el lugar, tu experiencia y algunos testimonios que siempre encuentras cuando estas en terreno, sobre todo cuando logras esa empatía con la gente, que por suerte se me da bastante bien.
Me dices que la cobertura a la visita de Obama, y luego lo que me contabas de la tragedia del tornado, fueron hitos en tu desempeño, puntos de inflexión que han marcado tu maduración. Para los profanos en la materia, ¿de qué modo sucedió esto, técnicamente hablando? ¿Qué resortes creativos o de sensibilidad te desataron?
La visita de Obama, como experiencia periodística, para mí fue un punto importante, no tanto porque marcó un giro estratégico hacia un lugar u otro, sino porque fue un acontecimiento que marcó a este país, no sólo en la arena oficial, sino en la gente. Fue increíble caminar por las calles y contar eso que estaba viviendo la gente, en contraste con lo que estábamos viviendo a través de las pantallas de los televisores. Coordinar esos dos universos, que además fue algo que sucedió en pocos días, no algo que se prolongó en el tiempo, era un acontecimiento que había que contar en el momento, era un reto: estar en la calle pendiente de lo que pasaba con Obama y para dónde iba, y ver cómo reaccionaba la gente, ver con atención cada cosa que pasaba. Por ejemplo, recuerdo un día que él iba a pasar por el frente del cine Payret, y la congregación de personas ahí era alucinante, ver cómo la gente tenía esa euforia de saber que iba a pasar Obama por ahí. Estuve recogiendo imágenes y testimonios de personas que estaban allí en ese momento, y eso fue una experiencia que yo no había vivido hasta ese momento y que marcó un punto en mi carrera como periodista y como reportera de la calle. Fue algo bastante especial. Como te comenté ahorita, en el caso del tornado, por las razones que te dije ya, fue donde logré no sólo conectar con las personas que estaban viviendo esa tragedia, que me dejaron entrar a su casa, retratar su vivienda, sus rostros, recoger sus testimonios, sino también, luego, regresar a los días con amigos que querían ayudar, que tenían la visibilidad para recoger recursos y luego poder repartirlos. Eso fue muy emotivo, sobre todo porque después, cuando pasó un año, que regresé a dar seguimiento de cómo iba la situación, constaté que muchas de esas personas no tuvieron mejoría, aunque en otros casos por suerte sí.
A mí eso de “regulación” me suena a talla fula de laboratorio biológico, a castración. ¿Cuándo fuiste regulada? ¿A dónde y para qué habías viajado con anterioridad a esa restricción migratoria?
Bueno, “eso de la regulación” es algo que te dicen ellos allí: “estás regulada… o tienes prohibición de salida”, depende del sujeto que te toque. La primera vez que tuve una prohibición de salida fue en mayo de 2019, un viaje en el que iba a ir a Washington. Ya había viajado a Estados Unidos tres o cuatro veces, pero a Washington nunca había ido, sólo a Miami y Austin. Este era un viaje para hacer intercambios entre periodistas, era algo bastante importante para mí, pero en ese punto parece que ellos no querían que siguiera superándome. En unos interrogatorios que habían tenido lugar unos meses antes, ellos me lo habían advertido, me habían dicho que si yo no dejaba de hacer el trabajo que hacía en 14ymedio me iban a poner una prohibición de salida, y yo les dije: “Pues yo no tengo interés en viajar porque sea turista de profesión, a mí me interesa aprender, y si tú crees que yo no debo viajar, pues no viajaré; yo no puedo hacer nada contra eso, incluso me conviene más, porque si no viajo tengo más tiempo para el trabajo. Cuando uno viaja está lejano a la realidad de Cuba en ese tiempo y no puede contar lo que está pasando en tiempo real. Si no voy a un viaje estoy aquí y cuento lo que pasa, no creas que me vas a intimidar con una cosa como esa de que ´no puedes viajar´. Sencillamente no viajo. Yo no voy a dejar de hacer periodismo para poder viajar porque no tiene ningún sentido”. Esa fue la primera vez. Con anterioridad había viajado a algunos talleres de superación periodística, de seguridad digital, y de periodismo de investigación a países como Eslovaquia, España, Trinidad y Tobago, México, Honduras, Estados Unidos. Si no se me queda ninguno, creo que esos fueron los países donde estuve.
Por muy chismoso que quiera ser, siempre se me van a quedar cosas fuera, cosas realmente importantes. Pero hay una noticia que ha alebrestado a muchos y debe haber disgustado a no pocos, el “Premio Internacional de El Mundo en la categoría Libertad de prensa”, que se te ha conferido en días recientes. ¿No te lo esperabas? ¿Cómo crees que marchen las cosas en lo adelante con semejante agasajo?
El premio es algo que, por supuesto, me tomó por sorpresa. Llevo ocho años trabajando en el diario digital 14ymedio, y sí tenía muchas ganas de que el trabajo que se hace en el diario fuera reconocido con un premio, porque eso por supuesto que da mucha alegría y da más visibilidad al medio, que es lo que más quiero yo, que el diario encuentre lectores donde quiera que sea, sobre todo si son lectores cubanos, mejor para mí, para nosotros. Creo que es nuestro objetivo: llegar cada vez a más lectores dentro de la isla. Sabemos que siempre un premio da visibilidad, pero no sólo lo anhelaba en lo personal. Era algo que deseaba para cualquier colega, o que la labor del mismo periódico pudiera recibir un premio. Es un trabajo que hacemos con mucha seriedad, por tanto, merece un reconocimiento en cualquier circunstancia. Hemos sido estrictos siempre a la hora de manejar cualquier información que recibimos, hemos sido bien rigurosos a la hora de manejar cualquier dato o testimonio que nos hacen llegar los lectores o que encontramos nosotros en la calle. Creo que sí, que el diario merecía un premio, por lo que este que he recibido yo en la categoría de Libertad de Prensa, es uno que va a beneficiar al diario, y eso me da muchísima alegría y satisfacción. Poder contribuir con él a que la publicación tenga más alcance, lo lean más personas, a mí me da muchísima alegría. A partir de ahora, por supuesto, una cosa como esta, a la vista de los represores, es un punto más para que tengan sus ojos sobre mí, y vengan en mi contra con todo lo que puedan de ese arsenal que ponen sobre la mesa en los interrogatorios, y que tienen cada día más de su lado desde el punto de vista legal, y por supuesto que impunidad les sobra para hacer lo que quieran. Entonces creo que es lo que toca ahora, seguir aguantando estas balas que vienen desde arriba, que al final lo que quieren es apagar una voz.
El poder siempre está tratando de aferrarse a sus estructuras, y para eso quiere silenciar a todas las personas que de alguna manera los expone en su mal trabajo o en sus acciones viles, en este caso represivas o ineficientes que me han tocado reportar: personas que han sufrido represión del gobierno, personas que han sufrido la insuficiencia del trabajo que ellos deben realizar para lograr el bienestar de todos los cubanos, por eso que no hacen y nos toca a nosotros como periodistas reportarlo. Sinceramente me gustaría mucho poder ir a España a recoger este premio, pero sigo aun con una prohibición de salida, así que no sé si esto sea posible, no sé si vaya a poder disfrutar de ese momento que da mucha satisfacción, pero eso está por ver todavía.
Además, la categoría de Libertad de Prensa es un gran honor y me da satisfacción doble porque vivimos en un contexto donde es muy necesario todo lo que pueda potenciar esa necesidad imperiosa de tener de nuestro lado la libertad de prensa. Compartimos realidad con países como Nicaragua o Venezuela, y creo que este premio es para todo este contexto hostil en el que hacemos periodismo desde estos países donde vivimos una dictadura de estados totalitarios, que con tal de mantenerse en el poder no sólo avasallan al pueblo, sino también a los periodistas, y hemos visto como en Nicaragua cientos de periodistas han sido exiliados, cientos de ONG han sido cerradas, periódicos que sobreviven a duras penas porque no les dejan echar adelante sus proyectos, y por eso creo que es importante que una persona de Cuba logre este reconocimiento.
En Cuba no han tenido que matar periodistas porque ellos mataron la profesión del periodismo, es algo que mi padre siempre dice y me gusta repetir porque es totalmente exacto...
El caso de Cuba siempre ha sido menospreciado y vilipendiado porque en Cuba no matan periodistas, porque, supuestamente, al final de la jornada no es tan dura la represión, y esto es algo que a mí siempre me gusta señalar: cada país tiene una circunstancia y grados distintos de represión, y en cada país eso significa una cosa específica. En Cuba no han tenido que matar periodistas porque ellos mataron la profesión del periodismo, es algo que mi padre siempre dice y me gusta repetir porque es totalmente exacto. En esos países donde los poderes, ya sean estatales o mafiosos o delincuenciales, matan periodistas, es porque esos profesionales de la prensa tienen una estructura que les permite hacer su trabajo, que les permiten llegar a las fuentes, que les permiten denunciar esas atrocidades que ocurren en sus países. En Cuba el periodismo fue monopolizado por el gobierno, y toda la información pública está en manos de ese poder. A nosotros los periodistas independientes apenas nos dejaron un pedacito, y cada vez estamos ganando más, nos lo hemos ganado a golpe de aguantar esta represión que hemos sufrido durante todos estos años, no sólo las generaciones de los últimos veinte años, sino las que nos precedieron. Es importante ir escalando para poder contar esa otra Cuba que desde el poder se niegan a contar. Estos premios que reconocen la labor de los periodistas cubanos, en este contexto hostil, es una manera de poner ese punto en esa singularidad del caso de Cuba. Por eso también me da mucha alegría.
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