Relojera sí, por qué no

| Vidas | 06/04/2018
Watchmaker María del Carmen. Photo: Yaudel Estenoz.

Arreglar algo en Cuba es difícil. Sabes que no puedes botar nada porque mañana te puede hacer falta. Con el pasar de los días vas engrosando el cuarto de desahogo o el cajón de los trastes. Hasta que llega el momento en que la necesidad te impulsa a tratar de componer lo roto, aunque se te vaya el día.

En la calle Libertad está una de las principales vías de la ciudad de Ciego de Ávila, donde se anuncia: “Relojera”. Sí, relojera, no relojero, como dicen las personas que dan orientación si preguntas. Seis mujeres hacen fila: la mayoría de sus clientes son de sexo femenino. María del Carmen, la dueña de la relojería, piensa que se debe a que es la mujer quien se ocupa de llevar a arreglar los relojes, los espejuelos, los zapatos... y quizás también porque los hombres no confían tanto en las mujeres que desempeñan oficios tradicionalmente achacados a hombres.

María del Carmen tiene la voz grave y las manos grandes. Mientras trabaja de fondo suena música clásica. Es una de las más de 150 mil mujeres cuentapropistas en Cuba. Según la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) una de cada tres cuentapropistas de Cuba son mujeres, aunque se estima, a falta de datos oficiales, que pocas son propietarias de los negocios que administran.

Maria del Carmen pasó la barrera de los 50 años, es relojera desde hace menos de tres, antes estaba su prima Idalia que fue la que le enseñó el negocio. Con ella se adentró en este mundo y le ha gustado tanto que cree que ha superado con creces a la maestra: “mi maestra fue Idalia, seguí su camino, y ya tengo más clientela que ella”.

No es algo común ser relojera. No es una tradición. Muchas personas aquí le dicen que es extraño, que siempre preguntan a qué hora viene el relojero. A María del Carmen le encanta su trabajo: “me apasiona”. Da para vivir diario; no  mucho, pero sí para el diario. El problema es el aseguramiento, la escasez de materia prima la entorpece mucho. Debe buscar las piezas, conseguir un proveedor, alguien que se dedique a viajar y le traiga las materias primas, porque en Cuba a veces no hay lugar donde las vendan.

Ese es el mayor inconveniente, le hace perder mucho tiempo. Aunque, con la calidad de los servicios que presta parece que, hasta ahora, no hay problema y nunca me faltan clientes. Trabaja hasta la 1 de la tarde: “a veces se hace la hora y me veo obligada a decirles a quienes están esperando que vengan mañana porque tengo que cerrar”.

No está enseñando a alguna otra mujer. Hasta ahora a nadie: “mi descendencia era mi sobrina y se me fue, se fue del país como se van muchos”. Me encantaría enseñar a otras mujeres.

¿Y los impuestos? “Yo estoy en el régimen simplificado, es decir, el que no tienes que pagar un diez por ciento”. No paga seguridad social porque trabaja con el Estado como consultora de la ANEC [Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba], donde cuenta con un salario y presta servicios en la consultoría económica, es Licenciada en Contabilidad y Finanzas, y también en Química. El oficio de la relojería lo aprendió aparte.

Le gustaría que más mujeres desempeñaran oficios que dominan los hombres: “Claro, ¡cómo no!, para que defiendan nuestro género, ya que tanto nos critican, y que así ellos vean que somos capaces de hacer cualquier cosa”. Aparentemente no hay discriminación, pero sí, sí la hay, y cómo hay: “yo la he sufrido en carne propia”. Pensar que la mujer no puede ser buena relojera es también una discriminación. Claro, una gran discriminación, porque sí hay buenas relojeras, incluso mejores que muchos hombres.

A María le han dicho que lo es. Hay que ver cómo las mujeres practican este oficio con  minuciosidad. La capacidad que tiene la mujer de enfrentar con tanta paciencia las labores, y ponerle tanto amor, en gran medida ayuda a desempeñarse como relojeras. Nos detenemos mucho en los detalles. Pensamos a largo plazo: “Mira, estos dos relojes ya están listos, pero este no tiene arreglo, se  humedeció y toda la maquinaria se ha oxidado. De todos modos, no lo botes. Tú sabes, no podemos botar nada. Además, es muy bonito y quizás puedas ponerle la maquinaria de otro que no lo sea tanto”.

(Este artículo ha sido publicado en colaboración con la revista Tremenda Nota.)

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