«Jugo de mamaya» | Seremos como queremos

“Desde que me quejé con la maestra en contra de su 'iniciativa' del grito-lema, la señora de la entrada de la escuela ya no es amable conmigo, parece otra, aunque quizás siempre fue la misma y sólo se dio cuenta que la otra era yo”.

| Vidas | 31/05/2022
Niño cubano empina un papalote
Niños cubanos jugando al aire libre. Foto: Fernando Medina Fernández

El miércoles mi hijo regresa a la escuela. Mi hijo está en segundo grado. Estuvimos aislados con el virus pero ya todo pasó y el miércoles comienza la rutina; yo al trabajo y el niño a la escuela. El martes debo dejarlo todo en orden para llegar puntual y que mi hijo esté en el aula antes de las ocho menos diez, de lo contrario los niños le pueden cantar a gritos: «Por ese dormilón perdimos la emulación». Ya me quejé con la maestra, le expliqué sobre el bulling, sobre el daño psicológico del que grita y al que le gritan pero ella no comprendió nada. La maestra piensa que es una forma de motivarlos para que lleguen a tiempo y dice que le está dando buenos resultados.

La maestra trabaja con los dos grupos de segundo grado, pues el otro se quedó sin profesora y aún no aparece sustituta. El grupo de mi hijo es un grupo conflictivo, dicen, está muy atrasado; dicen. Casi todos los niños del segundo B son negros y pobres, mientras el segundo A tiene un gran porciento de niños blancos con padres o familia de mejores recursos económicos. La maestra del segundo B se cansaba rápido, se desesperaba fácil. Después del Día del Maestro comenzó a faltar hasta que desapareció.

El martes debo tener lista la merienda de mi hijo. Ir a buscar la bolsa de pan a la calzada por si acaso no pasa el hombre con la carretilla frente a la casa gritando y soplando su silbato.

Cuando no podía comprar el pan la noche antes iba a una cafetería particular y pedía dos bocaditos de jamón y queso y los llevaba antes de las nueve para que Diego pudiera merendar. Desde que me quejé con la maestra en contra de su «iniciativa» del grito-lema la señora de la entrada me dijo que estaba prohibido ese trapicheo, que mandara al niño con la merienda desde las siete y cuarenta. La señora de la entrada ya no es amable conmigo, parece otra, aunque quizás siempre fue la misma y sólo se dio cuenta que la otra era yo.

Tengo una amiga a la que le he contado esto. A veces nos reunimos en el parque y hablamos mientras los muchachos juegan. En el aula de su hija la maestra convocó a los niños «más aventajados» a trabajar con los niños con «dificultades» y en un audio decía riendo que los pequeños monitores eran tan estrictos que estaban a punto de sacar un cinto y «entrarle a cintazos a los otros».

Madre e hija sentadas en un banco
Foto: Juan Pablo Estrada

Ahora recuerdo que me falta el cuaderno de matemáticas. No he podido imprimirlo. Son casi cien páginas y como no lo repartieron porque no había en el almacén ahora debemos imprimirlo por cuenta propia. Ya casi toda el aula de primero A lo tiene. Una madre dijo que si muchas se ponían uñas postizas y pagaban la dosis de keratina para alisarse el pelo entonces debían tener dinero para imprimir los cuadernos de sus hijos. Yo no tengo uñas postizas y mi pelo es intensamente corto, pero debo pagar la impresión de un cuaderno que supuestamente debía estar en un almacén pero no está.

Sigo pensando en todo esto, pero mi hijo llega y descubro que aún no es miércoles y puedo hacer que al menos él entienda lo que muchos no. Él puede darse cuenta que no es una bobería lo que le digo, que esos detalles lo harán mejor persona y harán de su espacio un mejor lugar. Me doy cuenta que mi amiga puede hacer que también su hija entienda. Una fina parte está en mis manos así que me sonrío y dejo el miércoles a un lado para darle paso al día. Hoy es hoy y toca sembrar juntos unas semillas. Mi hijo sonríe mientras abro los sobrecitos que vacío sobre pequeños surcos. Seremos como queremos.

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